Alfonso Bonfiglio

“Mi paso por la organización fue sumamente satisfactorio, aprendí muchísimo. Entré siendo jefe de Administración de Ventas, luego pasé por distintas posiciones hasta que llegué a ser el primer director delegado local. En ese momento era algo utópico y poco habitual que en las empresas extranjeras (época de los 90′) los puestos jerárquicos los lideren los locales y yo fui uno de ellos, fue algo único. Tenía a cargo cuatro empresas, cuatro gerentes generales que me reportaban a mí. Una de las cosas que fueron muy importantes para mi crecimiento profesional fue la constante formación que brindaba la organización. Tuve dos grandes mentores que me enseñaron y ayudaron muchísimo a desarrollarme”.

Crisis como sinónimo de oportunidad

Casi por casualidad, cuenta, se encontró con Pedro Guida y Ricardo Flores, que habían sido Gerente General y Gerente de Producción respectivamente de una empresa proveedora de materiales de construcción que al igual que él se encontraban desempleados. “Me vinieron a ver para preguntarme qué estaba haciendo. Nos empezamos a juntar y tomamos la decisión de arrancar una empresa para fabricar materiales de construcción como masilla y elementos para el piso. Con los pocos ahorros que teníamos alquilamos un garaje de 30 metros cuadrados en Villa Adelina (provincia de Buenos Aires) y en esa aventura de emprender se nos ocurrió crear una masilla para placa de roca de yeso, dado que yo venía de una empresa que fabricaba placas de roca de yeso y tenía algunos contactos”.

El objetivo de Alfonso y de sus socios era tener la mejor masilla del mercado. Así fue que empezaron testeando con los instaladores la primera fórmula (X1) y cuando llegaron a la fórmula 22 consiguieron el acuerdo de que era el mejor producto, el primero que sería patentado.

“Como cualquier emprendedor trabajábamos entre 8 y 12 horas o más, lo que hiciera falta, había días interminables. Nos reuníamos todos los días a las 8 de la mañana y definíamos qué haríamos: llamar a distribuidores, visitar proveedores o comprar materia prima. Desde el inicio lo tomamos como un trabajo muy serio donde la disciplina y la constancia era el secreto para poder ir hacia adelante”.

Un crecimiento inesperado De esa forma Alfonso y sus socios estaban dando a luz a Anclaflex, una empresa argentina dedicada a la fabricación de pinturas y revestimientos 100% nacionales.

Seguramente en ese momento los tres emprendedores no se hubieran imaginado que en 2020, en plena pandemia, la empresa iba a aumentar su capacidad de exportación en un 60% e iba a facturar aproximadamente $470 millones. Mucho menos que iba a tener 126 empleados.

Una de las claves del éxito de aquella aventura que había surgido en plena crisis fue la incorporación de Emiliano, el hijo de Alfonso que en ese momento tenía 18 años. “Cuando nosotros arrancamos, él estudiaba Ciencias Económicas. En ese momento era el único empleado que nos acompañaba en la empresa. Fue creciendo y viendo todo el día a día. Ricardo le explicaba todo lo vinculado a la materia prima, a la producción y yo lo relacionado con las ventas y cobranzas.

Ya pasaron 20 años del desastre del 2001 y Alfonso dice que todo lo que fue logrando con su empresa superó ampliamente sus expectativas y está convencido que seguramente lo seguirá superando porque siempre quedan muchas cosas por hacer.

A punto de cumplir 75 años y tras haberse reinventado cuando se quedó sin empleo en plena crisis, a la gente que se encuentra sin trabajo Alfonso desea compartirles un mensaje de esperanza. “Siempre hay que pensar que la cosa va a estar mejor, no hay que bajar los brazos. Yo creo que si uno no baja la guardia, va para adelante, busca un proyecto, una manera de salir, todo después se va acomodando. Pero es importante no quedarse quieto”.

Alejandro Gorenstein