El ensayo original de Rebecca Solnit extrapoló el concepto a las consecuencias que el mansplaining produce: como resultado, las opiniones emitidas por una mujer (sea del público general como profesionales o expertas en algún área) son sistemáticamente infravaloradas o necesitadas del respaldo de un varón para ser validadas. Este hecho es un síntoma de un comportamiento muy extendido que disuade a las mujeres de manifestarse públicamente o de ser escuchadas cuando se atreven a hacerlo; este comportamiento condena a las jóvenes al silencio ya que concluyen (como ocurre a causa del acoso callejero), que éste no es su mundo. Nos acostumbra al cuestionamiento y la limitación femeninas a la vez que fomenta el exceso de injustificada confianza masculina.

El mansplaining se diferencia de otras muchas formas de condescendencia al estar específicamente ligado al género y basado en suposiciones sexistas que dan por sentado que los varones son habitualmente más cultos o más inteligentes que las mujeres.

El mansplaining se considera un acto paternalista que ahonda las divisiones de género. El concepto se ha generalizado para incluir discriminaciones raciales y otros sesgos políticos, como whitesplaining (de white=blanco) o rightsplaining (right=derecha).

POSTERIORMENTE, EN 2014