Diego Bernardini



El deseo es esa chispa interior que enciende la acción, que nos mueve a ir hacia adelante aun cuando las circunstancias parecen adversas. Un verdadero motor. Muchas veces lo confundimos con un simple capricho o una meta pasajera, pero el deseo verdadero está en avanzar con una energía de dirección y ambición que permita la afirmación personal y el protagonismo. Es lo que nos permite sentirnos vivos, vinculados con un propósito que nos trasciende y que da sentido a cada paso que damos.

Ahora bien, el deseo por sí solo no alcanza. Requiere del esfuerzo, esa fuerza silenciosa que sostiene la constancia y la disciplina. El esfuerzo es el puente entre lo que imaginamos y lo que logramos, entre la intención y la acción concreta. Sin él, el deseo se queda en una idea vaga, en un anhelo que nunca toma cuerpo. El esfuerzo nos confronta con nuestros límites, pero también nos muestra la enorme capacidad de superación que tenemos cuando estamos dispuestos a trabajar con paciencia y con entrega.

En este camino, aparece un aspecto fundamental: la coherencia. El deseo pide equilibrio, coherencia y honestidad conmigo mismo. No se trata de correr detrás de cualquier objetivo, sino de reconocer cuáles son los verdaderos anhelos que están alineados con mis valores, con mis necesidades y con mis posibilidades reales. Vivir en coherencia con uno mismo es un acto de libertad, porque nos libera del mandato externo y nos invita a habitar nuestro propio deseo desde la autenticidad.

La liberación emocional es parte de este proceso. No podemos avanzar cargando con viejos pesos, resentimientos o culpas que nos atan al pasado. El esfuerzo también incluye la tarea de soltar, de perdonar, de comprender que cada emoción que hemos transitado cumple un ciclo y nos deja un aprendizaje. Liberarnos emocionalmente no significa olvidar, sino resignificar: darle a cada experiencia un lugar en nuestra historia, pero no permitir que nos detenga en el presente ni condicione nuestro futuro.

Así, el deseo, el esfuerzo y la liberación emocional forman un triángulo vital. Uno nos proyecta hacia adelante, el otro nos sostiene en el camino, y el tercero nos aligera la carga para transitarlo con mayor plenitud. Esta integración nos recuerda que no estamos condenados a repetir patrones, sino que tenemos la capacidad de transformarlos en oportunidades de crecimiento.

Al final, lo que buscamos no es solamente cumplir metas, sino vivir con la certeza de que cada paso que damos tiene sentido. El deseo nos impulsa, el esfuerzo nos moldea, y la liberación emocional nos abre al futuro con confianza y serenidad. Esa es la verdadera conquista: una vida en la que el movimiento no es solo externo, sino también interno; donde la dirección está clara, el corazón está liviano y la voluntad encuentra su cauce natural, y así cada día de nuestra vida, que merece ser bien-vivida hasta el último día.

abrazo de domingo, Diego