Nadie sabe bien cómo entender a Donald Trump.

Poco después de que asumiera la Presidencia, un grupo de 27 psiquiatras y especialistas en salud mental estadounidenses confeccionaron una extensa lista de trastornos de la personalidad de Donald Trump: narcisismo, trastorno delirante, paranoia, hedonismo desenfrenado, entre otros. Si bien algunos de estos diagnósticos podrían ser acertados, las denominaciones psicológicas no son la mejor manera de develar el fenómeno Trump. Para examinarlo como actor político en toda su complejidad, debemos subsumir sus características personales en la estructura social de Estados Unidos.

Trump es un capitalista. Eso lo sabemos todos. Pero es un tipo particular de capitalista: un lumpencapitalista.

Una trayectoria de embustes

En La lucha de clases en Francia. 1848-1850, Karl Marx escribió que la aristocracia financiera de la época, «lo mismo en sus métodos de adquisición que en sus placeres, no es más que el renacimiento del lumpemproletariado en las cumbres de la sociedad burguesa». El erudito marxista Hal Draper aclaró que la «aristocracia financiera» de Marx no se refería al capital financiero que juega un rol esencial en la economía burguesa, sino a los «buitres y carroñeros» que se mueven entre la especulación y la estafa y que son los cuasicriminales o excrecencias delictivas del cuerpo social de los ricos, al igual que el «lumpenproletariado» propiamente dicho es la excrecencia de los pobres.

Marx se refirió nuevamente al «lumpenproletariado» de clase alta después de la caída de la Comuna de París en 1871, como aquel que disfruta de su tiempo libre en «el París masculino y femenino de los bulevares –el París rico, capitalista, dorado, el París ocioso (…), atestado ahora de sus lacayos, sus esquiroles, su bohême literaria y sus cocottes».

La esencia del lumpencapitalismo de Trump se expresa de muchas maneras, comenzando por sus operaciones financieras turbias e ilegales (o que rayan en la ilegalidad). Los capitalistas «normales» toman a menudo atajos ilegales en su búsqueda de ganancias –eludiendo el pago de impuestos, violando regulaciones estatales o tratando de quebrar ilegalmente a los sindicatos–, todo esto sin dejar de ser empresas capitalistas «normales». Para el lumpencapitalista Trump, sin embargo, esos atajos son la principal estrategia para la obtención de ganancias.

Ejemplos de esto abundan, empezando por los embustes que impregnan sus operaciones financieras. Los capitalistas «normales»’ piden regularmente préstamos a los bancos y a otras instituciones financieras para llevar adelante sus empresas; solo recurren a la quiebra de manera ocasional y como último recurso. Pero como el «rey de la deuda» que es, Trump ha declarado la quiebra de sus empresas nada menos que en seis ocasiones, cinco veces en el caso de sus casinos y una vez de su Hotel Plaza de Nueva York.

De acuerdo con la periodista y biógrafa Gwenda Blair, en 1990, Trump se reunió en secreto con representantes de varios grandes bancos estadounidenses para encontrar una solución a su abrumadora deuda bancaria de 2.000 millones de dólares, que incluía responsabilidad personal sobre garantías y préstamos por 800 millones de dólares, así como más de 1.000 millones en bonos basura en sus casinos. Como escribió Blair, en menos de una década, Trump se había convertido en lo que Marie Brenner en Vanity Fair llamó el «Brasil de Manhattan», con pagos de intereses anuales de aproximadamente 350 millones de dólares, por encima de su flujo de caja. Solo dos de sus activos, el 50% del Hotel Grand Hyatt y el área comercial de la Torre Trump, tenían por aquel entonces posibilidades reales de obtener beneficios.

Los juicios contra la Universidad Trump han expuesto aún más el alcance de sus oscuras operaciones financieras. Trump fundó esta «universidad» con fines de lucro en 2005, junto con un par de socios, para ofrecer cursos sobre bienes raíces y gestión de activos, entre otras materias. No estaba acreditada, no otorgaba calificaciones ni créditos universitarios y tampoco expedía títulos. Algunos años después de su fundación, fue investigada por el fiscal general de Nueva York y demandada por prácticas comerciales ilegales. También se presentaron dos demandas legales colectivas en el tribunal federal, alegando que sus estudiantes eran víctimas de prácticas publicitarias engañosas y tácticas de venta agresivas. Ya elegido presidente, Trump pagó a las víctimas 25 millones de dólares para dar por concluido el caso, pese a haber prometido reiteradamente que no lo haría.

Instituciones como la Universidad Trump suelen tener estándares muy bajos en cuanto a finalización de estudios e inserción laboral, pero en cambio son eficientes máquinas de sustracción de beneficios a través de los préstamos y subsidios que el gobierno federal da a sus estudiantes adultos, mayoritariamente pobres y pertenecientes a las minorías. Después de que el gobierno de Barack Obama tratara de frenar algunos de sus peores abusos, el gobierno de Trump emprendió un giro de 180 grados: bajo la dirección de la secretaria de Educación Betsy DeVos, este tipo de instituciones tienen nuevamente vía libre para proseguir con sus prácticas fraudulentas. os amigos lumpen de Trump

El carácter lumpencapitalista de Trump no solo se evidencia en su búsqueda de ganancias, sino también en el tipo de amigos y socios de los que se ha rodeado y hacia los que se siente atraído por actividades y valores compartidos; estos demuestran una orientación depredadora hacia el mundo, carente de consideración alguna más allá del propio beneficio o el de sus amigos.

Un ejemplo del tipo de amistades de Trump es David J. Pecker, presidente de la compañía de prensa amarilla American Media Inc. (AMI) y editor del National Inquirer, principal órgano de la prensa sensacionalista en Estados Unidos. Antes de las elecciones de 2016, AMI le compró a la modelo de Playboy Karen McDougal los derechos de su affaire extramatrimonial con Trump para asegurar que esa historia nunca viera la luz. Además de revelar la actitud machista de Trump y Pecker hacia las mujeres, este hecho constituyó una clara violación de las leyes de financiamiento de campañas.

Otro ejemplo notable fue Roy Cohn, uno de los mejores amigos y reconocido mentor de Trump, un verdadero ejemplo de lumpenburgués (ya que, stricto sensu, no era un capitalista). Es posible que el notorio rol de Roy como jurista en la caza de brujas anticomunista del senador Joe McCarthy haya desviado la atención pública de sus nefastas actividades posteriores. Nicholas von Hoffman, el biógrafo de Cohn, cita a uno de sus socios abogados que lo describe como «una persona completamente carente de reglas», de tal forma que «cualquier cosa que se propusiera, en cualquier momento, era lo correcto», una expresión del carácter lumpen y depredador de Cohn.

Von Hoffman, e incluso Sidney Zion, un defensor a sueldo de Cohn, lo describió como un gran manipulador de personas que vivía en un mundo en el que los intercambios constituían la moneda de cambio. Además de haber representado legalmente a la mafia, Cohn socializaba con ella. Fue acusado por manipulación de jurados en 1963, y seis semanas antes de su muerte en 1986, fue inhabilitado por conducta inmoral y poco profesional que incluía, de manera reveladora, malversación de fondos de los clientes, información falsa en una postulación para el Colegio de Abogados y presiones para que un cliente enmendara su testamento. Algo esperable por su falta de principios, fue un hombre gay homofóbico (murió de sida), que se manifestó públicamente en contra de que los homosexuales pudieran desempeñarse como docentes en las escuelas.

Trump sabía todo esto sobre Cohn. Y aun así, lo introdujo en su círculo privado como amigo y mentor. Gwenda Blair cita a Eugene Morris, primo de Cohn y destacado abogado de bienes raíces de Nueva York, quien decía que «Donald se sentía atraído por el hecho de que Roy hubiera sido acusado». Y usó los servicios legales de Cohn para demandar al gobierno de Estados Unidos por daños y perjuicios en represalia por haber sido acusado de prácticas de alquiler racialmente discriminatorias en los edificios de departamentos de su propiedad.