Guillermo O´Donnell


* 2011. Fallece Guillermo O´Donnell


su desenvolvimiento concreto. Teniendo en cuenta las cuatro dimensiones del Estado que el autor señala —el Estado como un conjunto de burocracias jerárquicas (eficacia), como un sistema legal (efectividad), como un foco de identidad colectiva (credibilidad) y como filtro que regula diversas fronteras de territorio, mercado y población en busca del bienestar de su población (filtrado)—, un aspecto a subrayar es que el régimen es sólo parte del proceso de toma de decisiones del Estado. De allí que el Estado debería tener suficiente poder para tomar decisiones colectivas pero también mecanismos que protejan derechos frente a eventuales decisiones arbitrarias. Ambas fueron tendencias teóricas e históricas bastante generalizadas en los procesos de formación estatal y de desarrollo del capitalismo.

ser respetado en su dignidad como tal y la provisión social de las condiciones necesarias para ejercer libremente su agencia— es a la vez el resultado de la convergencia de a) las corrientes actuales sobre derechos humanos y desarrollo humano, que la invocan desde una mirada universalista pero sin accionabilidad judicial, lo que es contrarrestado por b) la democracia política, que la invoca sobre la base de la nacionalidad pero por lo tanto de alcance restringido, lo que es contrarrestado por c) la adopción de convenios internacionales como leyes domésticas, la extensión de derechos civiles, sociales (y hasta políticos) a todos los habitantes, incluidos residentes no nacionales.20 Sin embargo, la argumentación se encuentra aquí con un escollo difícil: muchas personas, por razones culturales y/o religiosas, descreen de la universalidad de la idea de agencia. A pesar de ello, el derecho internacional ha avanzado muchísimo y tiene buenas razones para intentar un diálogo respetuoso y bienintencionado con esas personas. En primer lugar, a pesar de algunas inconsistencias e hipocresías, las leyes internacionales sancionan y promueven valiosas visiones de ética universal que pueden ser compartidas por diversas tradiciones culturales, y está siendo crecientemente aplicado, a nivel nacional, sobre todo en relación con los derechos humanos. Si bien es cierto que después del 11S hubo significados y cambios que socavaron mucho estos avances —sobre todo en cuanto a su credibilidad—, varios desarrollos expresan una creciente conciencia moral de la humanidad sobre la importancia de esos valores. En segundo lugar, la idea de que la unidad individual de la democracia es el ciudadano-agente no necesariamente la hace individualista: como incluso algunas corrientes del liberalismo han reconocido, esas unidades son seres sociales pre y re-constituidos como tales durante sus vidas. Y por último, la idea de agencia pertenece a buena parte de la cultura legal de la humanidad —gracias a la Revolución Francesa, la Constitución de Estados Unidos o la Declaración Universal de Derechos Humanos de la ONU— y ha sido movilizada en muchas ocasiones para extender derechos de los que originalmente sólo gozaba una minoría. Con todo, fijar estándares internacionales es sumamente complejo, sobre todo teniendo en cuenta el “pluralismo legal”: la coexistencia, en muchos países, del derecho occidental de libertades democráticas para todos los ciudadanos con otros sancionados especialmente para algunos miembros Ahora bien, en términos prácticos, ¿cómo se podría definir un nivel básico de agencia? ¿En qué consistiría ese derecho universal a una igualación básica que incluya que cada persona sea tratada con respeto y consideración como agente? Según O’Donnell, qué atributos concretos deberían formar parte de ese derecho es algo indecidible: siempre se discutirá por dónde comenzar cuando hay muchas privaciones y también sobre quién decidirá cuáles son las prioridades. Aunque en este último caso la respuesta de O’Donnell es tentativa —in dubio, pro democracia, aun a sabiendas de que la democracia no es una fórmula mágica para encontrar soluciones—, propone caminos concretos: para pensar el nivel básico de la agencia, se puede operar a contrario, es decir identificar cuáles son los derechos sin los cuales no existen ni el régimen democrático ni la ciudadanía; y para pensar por dónde empezar, O’Donnell sugiere empezar por los derechos civiles, porque pueden —y reconoce, sólo pueden— convertirse en importantes soportes para una más completa democratización para la autodefinición de la identidad y los intereses de los seres humanos.