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 * ¿Por qué no avanza el Lava Jato argentino? | Hugo Alconada Mon
 * https://www.youtube.com/watch?v=FgH0qjYNu6c
  • LA PAUSA - Ya la dedicatoria es intrigante, dice "A los esenciales" al leer el prólogo entendí que hacía referencia a las profesiones y personas que han demostrado ser esenciales en una sociedad. Rescato a los integrantes de los equipos de salud, a las enfermeras. ¿Vos en quién pensarías?
  • Isabel Allende. Ciudadana chilena (aunque nació en Perú) vive en EEUU. Escritora consagrada. Tiene una fundación que promueve a mujeres y niñas. Dice Isabel, estamos viviendo un presente distópico. Esta es una oportunidad única para ajustar los valores.
  • La coincidencia en la analogía de la maratón, esto viene para largo. La pandemia como una lupa en el plano nacional los países flexibles salto para adelante. Lo mismo en el nivel de las personas. Personas que las vimos florecer. Los que tenían problemas la pandemia los excaserbnó.
  • Pausa", un repaso por aquellas entrevistas a personalidades del mundo en este período de cuarentena. Ellos opinaron sobre el mundo de la postpandemia.
  • La Raiz de todos los males- https://www.youtube.com/watch?v=rjZZYWloeM0 En la fábula de la hormiga y la guitarra, en Argentina gana la cigarra.

  • PAUSA DOS- A los indispensables- https://www.lanacion.com.ar/ideas/como-sera-nuestra-vida-cuando-superemos-la-pandemia-nid30102021/ A PENSAR CON LOS QUE MÁS SABEN En Pausa 2. 25 referentes mundiales piensan cómo será nuestra nueva vida (Planeta), Hugo Alconada Mon reúne entrevistas a referentes en disciplinas diversas alrededor del fenómeno de la pandemia, así como del mundo que la humanidad debe reconstruir. Estos diálogos fueron publicados en este diario y se suman a los de Pausa, editado el año pasado.

  • La pandemia resultó una lupa que agigantó todo lo bueno y lo malo que ya estaba allí. Nos obligó a examinarnos mejor. Si éramos solidarios, optimistas, flexibles, generosos, el Covid-19 nos llevó a serlo aún más. Pero si ya descollábamos por egoístas, pesimistas, rígidos o tacaños… cada uno sabrá cómo se comportó durante este período.
  • Lo mismo ocurrió entre las comunidades y naciones. En aquellos países que ya afrontaban problemas de pobreza, recesión, desigualdad, xenofobia, inseguridad, intolerancia, racismo, brecha educativa o autoritarismo político, la pandemia potenció esos flagelos. Pero aquellos que ya eran innovadoras, que apostaban a la ciencia y la tecnología, que eran flexibles, vieron surgir nuevas oportunidades para prosperar.
  • Ese es uno de los motivos que explican Pausa 2. 25 referentes mundiales piensan cómo será nuestra nueva vida (Planeta), libro que reúne entrevistas a figuras muy disímiles publicadas en este diario. La diversidad de miradas ofrece una perspectiva más abarcadora, en un mosaico enriquecedor. Se trata de mujeres y hombres de edades muy dispares de Europa, las Américas, Medio Oriente y Asia, con vivencias, estudios y perspectivas muy variados.
  • Greta Thunberg es una estudiante adolescente, por ejemplo, mientras que Alain Touraine y Jane Goodall son nonagenarios con doctorados; algunos como Ángeles Mastretta cuentan cómo lidian con su miedo a morir, mientras que André Comte-Sponville plantea, orillando los 70 años, que le preocupa más el futuro de sus hijos y de sus nietos que su propia salud. Y la visión del chino Yanzhong Huang, una de las mentes más lúcidas sobre los desafíos de la salud global, es muy diferente de la de Tawakkol Karman, la “Madre de la Revolución” en Medio Oriente, hoy en el exilio.
  • Todos son figuras globales y reconocidas por motivos muy distintos. Hay sociólogos, activistas, emprendedores, escritores, sociólogos, educadores, primatólogos, periodistas, psicólogos, abogados, neurocientistas, politólogos, exjefes de Estado, chefs, historiadores y filósofos.
  • “Toda crisis es una oportunidad” es una frase remanida que la analista Michele Wucker nos invita a reformular: “Una crisis es algo terrible de desperdiciar”. Si ya estamos en el baile, ¿qué podemos extraer que nos sea útil y beneficioso? ¿Qué podemos –y debemos– aprovechar?
  • Avancemos otro paso con las preguntas, que a menudo resultan más enriquecedoras que las respuestas fáciles. La expresidenta de Finlandia Tarja Halonen plantea: “Lo que estamos viviendo ahora es un entrenamiento para el futuro”. Si es así, ¿qué enseñanzas y herramientas podemos extraer de estos casi dos años de pandemia que nos resulte útil para nuestras vidas?
  • Cambiar no es fácil. Pero la pandemia significó un replanteo de las reglas de juego que nos puede ayudar a modificar nuestras prácticas laborales, nuestros métodos educativos, nuestros hábitos de consumo, nuestras costumbres sociales y mucho más.
  • La científica rusa Sonja Lyubomirsky sabe de eso. Con décadas encima estudiando la conducta humana, tiene clara una premisa: “Sólo perdurarán los cambios en nuestras vidas que sean estructurales”. Es decir, profundos, sistémicos. ¿Estamos dispuestos a eso?
  • “La pandemia es un buen momento para pensar en lo que realmente importa”, remarca Daniel Goleman, que de inteligencia emocional sabe. “Lo que vivimos es una oportunidad para pensar en el significado y el propósito de nuestras vidas”.
  • si afrontamos desafíos que perdurarán durante años o, incluso, décadas, entonces los desafíos nos exceden. Involucran a nuestros hijos y nuestros nietos. ¿Qué mundo les estamos dejando, sabiendo que, como dice Fareed Zakaria, “esta pandemia es más global que cualquier evento que hayamos experimentado antes”?
  • Greta Thunberg recuerda que “debemos comenzar a tratar la crisis climática como una crisis y a tomar medidas para detenerla”. Y Jane Goodall se ilusiona: “La gente comienza a comprender que tanto la pandemia como el cambio climático son causados por nuestra absoluta falta de respeto al medio ambiente”.
  • El sociólogo francés Alain Touraine aborda otra arista que debemos replantearnos pensando en las siguientes generaciones. Plantea que debemos “retornar a una democracia donde se dé la prioridad a la sociedad civil por encima de los Estados”. Pero, ¿estamos priorizando a las personas y, en particular, a los que más necesitan ayuda? O dicho de otro modo, cuando llegue nuestro final, ¿habremos dejado un mundo –el que nos rodea en lo inmediato– mejor que el que nos recibió?
  • La pandemia nos deja tareas pendientes que nos tienen como protagonistas en beneficio o perjuicio de quienes más amamos. “Si no actuamos ahora”, alerta el Nobel de la Paz Kailash Satyarthi, “les habremos fallado a nuestros hijos en el momento en que más nos necesitan”.
  • Confío, pues, que esta segunda serie de entrevistas nos ofrezca otra oportunidad para reflexionar sobre lo que vivimos y lo que se avecina. Porque afrontamos una nueva oportunidad. Y depende de nosotros. Así lo plasma la poetisa nicaragüense Gioconda Belli:
  • “Porque mientras quede uno
  • dispuesto a salvar a otro
  • no se rendirá la vida
  • la ciudad
  • la humanidad
  • y bajo un cielo lavado
  • habrá que recomenzar”.

EL TEMA DE LA CONFIANZA

  • Fareed Zakaria- Definió los confinamientos masivos como “una señal de fracaso”. ¿Por qué? –Lo comprendí tras dialogar con el vicepresidente taiwanés. Taiwán probablemente obtenga la medalla de oro por su manejo del Covid-19. Con 24 millones de habitantes registró siete muertes. El estado de Nueva York, donde vivo, tiene 19 millones de personas y registró casi 4000 muertes por Covid-19. La tasa de mortalidad por esta pandemia en Estados Unidos es 2000 veces mayor per cápita que la de Taiwán, aunque los taiwaneses gastan en atención médica un tercio de lo que gasta Estados Unidos. Es un éxito asombroso. La clave es aislar a los contagiados, por lo que no se trata solo de testear, ni rastrear quiénes están potencialmente infectados, sino aislarlos. Al hacerlo de manera inteligente, el otro 99 por ciento de la población pudo continuar con sus actividades como siempre. Taiwán nunca ordenó un bloqueo general de ningún tipo. Corea del Sur y Singapur, tampoco. Por el contrario, es fascinante ver cómo no hemos tenido la disciplina en Occidente para hacer esto. Requiere un gobierno muy inteligente, que actúa temprano, y cierta confianza entre el gobierno y la gente. Ese es un problema en el mundo occidental: hemos perdido esa confianza en el gobierno.
  • –¿Cuáles son las preguntas que deberíamos hacernos ahora?
  • –La pregunta fundamental es cuál es el equilibrio correcto entre velocidad y estabilidad, velocidad y protección, velocidad y algunas redes de seguridad, cuando por ejemplo desregulamos masivamente las finanzas globales. Recordemos cuántas crisis económicas hemos tenido desde la década de 1990, cuántas crisis geopolíticas como el 11 de septiembre, cuántas crisis naturales. Tenemos un mundo muy inestable, que se mueve muy rápido. Me preocupa que la próxima sea la crisis climática.
  • Daniel Goleman.”Es el momento de pensar en lo que importa” “Sentido de propósito”. Es decir, para qué vivimos, para qué trabajamos, cuál es nuestro objetivo profundo, real, que nos moviliza. Ese, puede decirse, es el objetivo que en estos tiempos de coronavirus y crisis nos invita a buscar Daniel Goleman, el psicólogo que está por alcanzar un hito. El libro que cambió su vida, Inteligencia emocional, cumplió veinticinco años.
  • “La pandemia es un buen momento para pensar en lo que realmente importa”, dice Goleman desde las afueras de Nueva York. A los 75 años, encara nuevos proyectos y ayuda a quienes puede en estos tiempos complicados. En particular, al personal sanitario que afronta un estrés superlativo. “Me inquieta la resiliencia entre las personas más estresadas”, explica, mientras marca una distinción: aquellos que tienen un objetivo más allá de ellos mismos son más resilientes.
  • –Menciona la resiliencia. ¿Por qué es tan relevante en estos días? –Resiliencia significa qué tan rápido nos recuperamos de emociones como estar molestos, preocupados, ansiosos o temerosos Algunas personas son más resilientes y otras no lo son en absoluto. Una forma de saber que no eres muy resiliente es si te despiertas preocupado por algo en medio de la noche. Es una señal de que no puedes desconectarte de tus preocupaciones. Eso implica que hay una relación en el cerebro que debe fortalecerse. Le explico: la corteza prefrontal, es decir, justo detrás de la frente, es el llamado “centro ejecutivo” del cerebro. El lado izquierdo de la corteza prefrontal tiene un conjunto o circuito de células cerebrales que pueden inhibir o decir “no” a la activación del estrés. En las personas que son muy resilientes, ese circuito es aproximadamente tres veces más poderoso que en las personas que tienen una resiliencia muy baja. Pero hay formas de mejorar la resiliencia y la meditación generalmente es una forma de fortalecer ese circuito.
  • Cuáles son las preguntas que deberíamos hacernos ahora? –Una pregunta es ¿qué no estoy percibiendo? O ¿qué estoy ignorando? Al principio de la pandemia, pudo haber sido el riesgo que representaba el virus. Ahora puede ser la injusticia sistémica. ¿Por qué algunos no reciben el tratamiento adecuado? ¿Por qué otros sufren la injusticia económica? ¿Por qué la pobreza se transmite de generación en generación? ¿Cómo es que la forma en que vivo y lo que compro y uso está contribuyendo a la degradación de la vida en el planeta? Para mí, esas son las preguntas más interesantes.
  • JANE GOODALL “No podemos seguir así, ¿verdad?”, interroga la legendaria Jane Goodall desde su casa familiar en la campiña de Inglaterra. “A medida que salgamos de esta pandemia, tenemos que encontrar una nueva economía verde que no solo dependa del desarrollo económico. De hecho, no podemos tener un desarrollo económico global ilimitado en un planeta con recursos naturales finitos y una población en constante crecimiento”.
  • Octava persona –y primera mujer– en obtener un doctorado en la Universidad de Cambridge sin un título de grado previo, Goodall confía en que la humanidad se encuentra a tiempo de revertir su debacle. Pero eso, afirma, dependerá de cada uno de nosotros, incluso en estos tiempos de coronavirus. Y, en particular, de los jóvenes. Confía en ellos. “Parecen estar –dice– a la altura del desafío”.
  • –¿Qué es lo que más le preocupa de esta pandemia global? Mi mayor temor es que sigamos adelante como si nada, que continuemos con esta codiciosa destrucción de los recursos naturales del planeta. En ciertos lugares estamos consumiendo esos recursos más rápido de lo que la naturaleza puede reponerlos, mientras aumenta la población humana y todos aspiran al mismo estilo de vida insostenible que existe en el mundo desarrollado. Ahora somos 7200 millones de personas, se estima que para 2050 seremos 9700 millones. Tenemos que aliviar la pobreza, tenemos que reducir el estilo de vida insostenible del resto y tenemos que pensar cómo será el crecimiento de la población durante las próximas décadas.
  • –¿Hay motivos para la esperanza? –Sí. Los jóvenes parecen estar a la altura del desafío. Son muy decididos. No estoy hablando solo de marchar y exigir a los políticos y las empresas que instrumenten cambios. Me refiero a jóvenes, como los que se suman a nuestro “Raíces y Brotes”, que salen a plantar árboles y levantar basura, abordando el problema de la contaminación plástica. Se han levantado ante una desesperada necesidad y están llenos de entusiasmo y determinación.
  • Y otra razón por la que soy optimista es que muchos directores ejecutivos de grandes corporaciones están cambiando. En parte porque responden a la demanda de los consumidores, que han comenzado a mostrar una conciencia mayor sobre el cambio climático. Si la gente dice, “Bueno, no voy a comprar este producto porque se fabricó de una manera que daña el medio ambiente y aumenta el cambio climático”, eso hace que una empresa cambie. A eso se suma que muchos de estos directores ejecutivos tienen hijos, que les hacen planteos.
  • Lo mismo con los políticos que quieren impulsar una nueva “economía verde”, que se dan cuenta de que tenemos que invertir dinero y esfuerzo para abordar el cambio climático, para apoyar la energía renovable. Estos políticos más conscientes de los desafíos que afrontamos deberían empezar a marcar la diferencia. Y a esta se suma, claro, la resiliencia de la naturaleza. Hay lugares que hemos destruido por completo pero que pueden regenerarse.
  • MALVINAS- VISITA DE HUGO ALCONADA MON- https://www.youtube.com/watch?v=uCbnL5IsXeA Aprender de Grandes- https://www.youtube.com/watch?v=uCbnL5IsXeA Hace un tiempo, conversé con Hugo Alconada Mon y acá les comparto una parte de la conversación que me gustó mucho. Hugo es un periodista muy reconocido y premiado por hacer periodismo de investigación. ¡No se lo pierdan!

Episodio completo: https://youtu.be/k22H1xn4hRM


22.11.2022

No es una novedad que Hugo Alconada Mon es un periodista de investigación obsesivo. Mientras habla desde su casa, en la ciudad de La Plata, confiesa que tiene colgado un mapa cuadrado de 1,50 metros donde fue marcando cada puente, cada prostíbulo, cada laguna que existía en la ciudad a fines del siglo XIX.

  • Simultáneamente construyó una línea del tiempo para ir ordenando el recorrido de los personajes que protagonizan La ciudad de las ranas, su primera novela histórica, que acaba de publicar Planeta, en la que se zambulle, por primera vez, en las aguas de la ficción.
  • Luego de siete exitosos libros de investigación periodística, en los que se dedicó a desnudar la corrupción del kirchnerismo, hace cinco años tomó la decisión de repetir el salto que han dado muchos periodistas hacia la literatura. Tan bien le ha resultado este cambio de aires que admite ya estar trabajando en su segunda novela histórica, al mismo tiempo que tiene en marcha otro libro periodístico: imposible descuidar la actualidad argentina.
  • UN PANTANO LLENO DE RANAS
  • El germen de esta novela, que recrea la fundación de la ciudad de La Plata en el marco de las batallas políticas de la época, nació –cuenta Alconada Mon– cuando trabajó como cronista de la sección Información General para el diario platense El Día, desde 1999 hasta 2001.
  • El nombre de la novela alude a la expresión despectiva que tuvo el presidente Julio Argentino Roca hacia el proyecto de fundación de La Plata al que se había lanzado el gobernador bonaerense Dardo Rocha, con la intención de sucederlo al frente de la Casa Rosada. En 1880, el Congreso de la Nación había aprobado la federalización de la ciudad de Buenos Aires, y Rocha tenía la secreta intención de construir otra capital, La Plata, para convertirla en la capital nacional cuando fuera presidente y así devolverles Buenos Aires a los porteños.
  • La novela hunde su mirada en la rivalidad entre esos dos grandes políticos, al mismo tiempo que desarrolla la historia de los inmigrantes, principalmente italianos, que fueron la mano de obra que levantó la actual capital bonaerense. Como toda novela, la historia da vida a muchos personajes de ficción, y como toda novela histórica incluye también a caracteres reales como Julio V. Mansilla, Eduardo Wilde, José Ingenieros, el Perito Moreno, es decir, la Generación del ’80 en su momento de esplendor, cuando pensaba que estaban dando nacimiento a un país nuevo y moderno.
  • No es una novedad que Hugo Alconada Mon es un periodista de investigación obsesivo. Mientras habla desde su casa, en la ciudad de La Plata, confiesa que tiene colgado un mapa cuadrado de 1,50 metros donde fue marcando cada puente, cada prostíbulo, cada laguna que existía en la ciudad a fines del siglo XIX. Simultáneamente construyó una línea del tiempo para ir ordenando el recorrido de los personajes que protagonizan La ciudad de las ranas, su primera novela histórica, que acaba de publicar Planeta, en la que se zambulle, por primera vez, en las aguas de la ficción.

Luego de siete exitosos libros de investigación periodística, en los que se dedicó a desnudar la corrupción del kirchnerismo, hace cinco años tomó la decisión de repetir el salto que han dado muchos periodistas hacia la literatura. Tan bien le ha resultado este cambio de aires que admite ya estar trabajando en su segunda novela histórica, al mismo tiempo que tiene en marcha otro libro periodístico: imposible descuidar la actualidad argentina.

UN PANTANO LLENO DE RANAS El germen de esta novela, que recrea la fundación de la ciudad de La Plata en el marco de las batallas políticas de la época, nació –cuenta Alconada Mon– cuando trabajó como cronista de la sección Información General para el diario platense El Día, desde 1999 hasta 2001.

Hugo Alconada Mon (La Voz del Interior, Archivo) Hugo Alconada Mon: A los corruptos los pone locos la exposición “Fueron los días en los que más conocí sobre la ciudad”, dice, mientras se reconoce como un platense nacido y criado, hincha de Estudiantes, fiel seguidor de las filosofías futboleras bilardista y zubeldiana, y con una raigambre familiar local que se estira hasta sus bisabuelos.

La novela histórica de Hugo Alconada Mon, editada por Planeta. La novela histórica de Hugo Alconada Mon, editada por Planeta. El nombre de la novela alude a la expresión despectiva que tuvo el presidente Julio Argentino Roca hacia el proyecto de fundación de La Plata al que se había lanzado el gobernador bonaerense Dardo Rocha, con la intención de sucederlo al frente de la Casa Rosada. En 1880, el Congreso de la Nación había aprobado la federalización de la ciudad de Buenos Aires, y Rocha tenía la secreta intención de construir otra capital, La Plata, para convertirla en la capital nacional cuando fuera presidente y así devolverles Buenos Aires a los porteños.

La novela hunde su mirada en la rivalidad entre esos dos grandes políticos, al mismo tiempo que desarrolla la historia de los inmigrantes, principalmente italianos, que fueron la mano de obra que levantó la actual capital bonaerense. Como toda novela, la historia da vida a muchos personajes de ficción, y como toda novela histórica incluye también a caracteres reales como Julio V. Mansilla, Eduardo Wilde, José Ingenieros, el Perito Moreno, es decir, la Generación del ’80 en su momento de esplendor, cuando pensaba que estaban dando nacimiento a un país nuevo y moderno.

  • “La novela –dice Alconada Mon– tiene dos o tres niveles. Primero está el de la política, la vida pública y sus altas esferas. Toda esa parte es cien por ciento real, documentado. Consulté más de 200 libros y papers académicos, entrevisté a historiadores, antropólogos, arquitectos. Los diálogos que reflejo entre Roca y Rocha los tomé de la correspondencia que se escribieron entre ellos o que escribieron a terceros, pero aludiéndose. La batalla, la masacre, la quema de templos masónicos, la muerte de obreros, todo lo que cuento realmente pasó”.
  • “En otro nivel –continúa el autor– hay personajes que sí fueron reales, pero a los cuales les invento una historia. Por ejemplo, el escritor Edmundo De Amicis estuvo en La Plata, pero recreo los personajes con los que interactuó.
  • En un tercer nivel están los personajes que son completamente ficticios. Salvando las enormes distancias, intenté hacer algo parecido a lo que hicieron Félix Luna en Soy Roca y Tomás Eloy Martínez en Santa Evita: generar un relato en el cual el lector no tiene claro hasta dónde llega la realidad y hasta dónde alcanza la ficción”. TENGO EL OJO ENTRENADO PARA ESO”
  • –¿Hasta qué punto tu trabajo como periodista de investigación se refleja en la historia de la novela?
  • –Hay mucho de eso. Mucho de lo que he ido absorbiendo de la política argentina, la forma de moverse por detrás de los telones, los operadores judiciales, las trampas de campaña. Cuando abordo la fundación de La Plata y veo que los amigos del gobernador Rocha, mientras él construye la ciudad, le reforman su casa simplona y le arman un castillo rococó, obviamente pienso que son los amigos de la patria contratista que le devuelven la gentileza con la construcción de una casa.
  • Ver que el hermano de Roca, mientras él está en la Campaña del Desierto, es proveedor del Ejército…. y bueno, tengo el ojo entrenado para eso. Veía quiénes habían sacado los créditos en el banco oficial y me reía a carcajadas. Lo mismo cuando leía sobre la compra de periodistas, me cagaba de risa. No aprendemos más. Este libro abreva mucho en lo que he ido aprendiendo en estos años de periodismo.
  • No es una novedad que Hugo Alconada Mon es un periodista de investigación obsesivo. Mientras habla desde su casa, en la ciudad de La Plata, confiesa que tiene colgado un mapa cuadrado de 1,50 metros donde fue marcando cada puente, cada prostíbulo, cada laguna que existía en la ciudad a fines del siglo XIX. Simultáneamente construyó una línea del tiempo para ir ordenando el recorrido de los personajes que protagonizan La ciudad de las ranas, su primera novela histórica, que acaba de publicar Planeta, en la que se zambulle, por primera vez, en las aguas de la ficción.

Luego de siete exitosos libros de investigación periodística, en los que se dedicó a desnudar la corrupción del kirchnerismo, hace cinco años tomó la decisión de repetir el salto que han dado muchos periodistas hacia la literatura. Tan bien le ha resultado este cambio de aires que admite ya estar trabajando en su segunda novela histórica, al mismo tiempo que tiene en marcha otro libro periodístico: imposible descuidar la actualidad argentina.

UN PANTANO LLENO DE RANAS El germen de esta novela, que recrea la fundación de la ciudad de La Plata en el marco de las batallas políticas de la época, nació –cuenta Alconada Mon– cuando trabajó como cronista de la sección Información General para el diario platense El Día, desde 1999 hasta 2001.

Hugo Alconada Mon (La Voz del Interior, Archivo) Hugo Alconada Mon: A los corruptos los pone locos la exposición “Fueron los días en los que más conocí sobre la ciudad”, dice, mientras se reconoce como un platense nacido y criado, hincha de Estudiantes, fiel seguidor de las filosofías futboleras bilardista y zubeldiana, y con una raigambre familiar local que se estira hasta sus bisabuelos.

La novela histórica de Hugo Alconada Mon, editada por Planeta. La novela histórica de Hugo Alconada Mon, editada por Planeta. El nombre de la novela alude a la expresión despectiva que tuvo el presidente Julio Argentino Roca hacia el proyecto de fundación de La Plata al que se había lanzado el gobernador bonaerense Dardo Rocha, con la intención de sucederlo al frente de la Casa Rosada. En 1880, el Congreso de la Nación había aprobado la federalización de la ciudad de Buenos Aires, y Rocha tenía la secreta intención de construir otra capital, La Plata, para convertirla en la capital nacional cuando fuera presidente y así devolverles Buenos Aires a los porteños.

La novela hunde su mirada en la rivalidad entre esos dos grandes políticos, al mismo tiempo que desarrolla la historia de los inmigrantes, principalmente italianos, que fueron la mano de obra que levantó la actual capital bonaerense. Como toda novela, la historia da vida a muchos personajes de ficción, y como toda novela histórica incluye también a caracteres reales como Julio V. Mansilla, Eduardo Wilde, José Ingenieros, el Perito Moreno, es decir, la Generación del ’80 en su momento de esplendor, cuando pensaba que estaban dando nacimiento a un país nuevo y moderno.

“La novela –dice Alconada Mon– tiene dos o tres niveles. Primero está el de la política, la vida pública y sus altas esferas. Toda esa parte es cien por ciento real, documentado. Consulté más de 200 libros y papers académicos, entrevisté a historiadores, antropólogos, arquitectos. Los diálogos que reflejo entre Roca y Rocha los tomé de la correspondencia que se escribieron entre ellos o que escribieron a terceros, pero aludiéndose. La batalla, la masacre, la quema de templos masónicos, la muerte de obreros, todo lo que cuento realmente pasó”.

“En otro nivel –continúa el autor– hay personajes que sí fueron reales, pero a los cuales les invento una historia. Por ejemplo, el escritor Edmundo De Amicis estuvo en La Plata, pero recreo los personajes con los que interactuó. En un tercer nivel están los personajes que son completamente ficticios. Salvando las enormes distancias, intenté hacer algo parecido a lo que hicieron Félix Luna en Soy Roca y Tomás Eloy Martínez en Santa Evita: generar un relato en el cual el lector no tiene claro hasta dónde llega la realidad y hasta dónde alcanza la ficción”.

“TENGO EL OJO ENTRENADO PARA ESO” –¿Hasta qué punto tu trabajo como periodista de investigación se refleja en la historia de la novela?

–Hay mucho de eso. Mucho de lo que he ido absorbiendo de la política argentina, la forma de moverse por detrás de los telones, los operadores judiciales, las trampas de campaña. Cuando abordo la fundación de La Plata y veo que los amigos del gobernador Rocha, mientras él construye la ciudad, le reforman su casa simplona y le arman un castillo rococó, obviamente pienso que son los amigos de la patria contratista que le devuelven la gentileza con la construcción de una casa. Ver que el hermano de Roca, mientras él está en la Campaña del Desierto, es proveedor del Ejército…. y bueno, tengo el ojo entrenado para eso. Veía quiénes habían sacado los créditos en el banco oficial y me reía a carcajadas. Lo mismo cuando leía sobre la compra de periodistas, me cagaba de risa. No aprendemos más. Este libro abreva mucho en lo que he ido aprendiendo en estos años de periodismo.

Hugo Alconada Mon y el arte de entrevistar: “Una vez preparé 750 preguntas para Woody Allen”

  • –¿Cómo fueron las primeras reacciones que recibiste al dar el salto hacia la ficción?
  • –Sí, hubo cierta sorpresa. Mucha gente no lo esperaba. Yo la jugué de callado. Hay gente que no me imaginaba escribiendo ficción y me chicaneaba, me decía; “Al fin blanqueaste que siempre escribías ficción”, ja. Cada uno tiene que hacer su propio recorrido. Este lo estoy disfrutando más que los siete libros anteriores. Aun cuando fueron bestsellers y que hubo dos que fueron número uno en ventas en el país, debieron ser analizados por abogados, pasar un examen, porque no podés patinar con un dato ni correr riesgo de que te metan una demanda y te llamen a tribunales… Este libro fue puro disfrute. Las devoluciones de los lectores y las lectoras son increíbles, me quedo sorprendido.
  • –No vamos a spoilear el final de la novela, pero la historia termina en un lugar muy caro a algunos casos de la actualidad política nacional.
  • –Es nuestra cultura. El libro está lleno de datos reales. Pasé años leyendo cómo vivían los inmigrantes italianos en aquella época, analicé censos, balances contables, registros bancarios. Busqué y leí cartas de inmigrantes, leí sobre la historia de la moda argentina para saber cómo se vestía, tuve que aprender qué es un paletó, un miriñaque, qué tipo de carruajes había, qué se comía. Investigué a qué distancia llegaban los proyectiles de las armas que había, qué diferenciaba a un Mauser de otro. Fue un proceso de exploración y aprendizaje que para mí fue hermoso porque, en definitiva, habla de nuestros abuelos, de nuestros padres, de muchas de nuestras costumbres familiares, sobre la forma de educarnos. Todo eso viene de aquella época. La historia de la novela es sobre la fundación de La Plata, pero también habla de una cultura del trabajo, del esfuerzo, del sacrificio que hicieron miles de inmigrantes que nunca más volvieron a ver sus casas ni a sus familias. Esa cultura generó nuestra cultura.
  • –En alguna medida, tu novela es un homenaje a la ciudad. ¿Cuál ha sido el rol de La Plata en la historia argentina? Vista desde Córdoba, al menos, aparece como una urbe desdibujada, sin una identidad muy clara.
  • –La Plata es la ciudad que no fue, un proyecto trunco. Es el sueño de la Generación del ’80 que no se completó, que está pendiente. Es la ciudad que iba a ser el trampolín de Dardo Rocha a la presidencia, para mostrarse como el gran hacedor de la Argentina moderna. Roca detecta esa intención y se la impide, porque si no, era volver a reforzar la dicotomía entre Buenos Aires y las provincias, era haber sangrado en guerras para nada.
  • La Plata es la hermana ninguneada de la Gran Metrópoli. Quedó como un satélite más del Área Metropolitana de Buenos Aires y su identidad quedó desdibujada por su cercanía con Buenos Aires. Rocha llegó a la conclusión de que, si hubiera tenido que fundar de nuevo la ciudad capital, la habría llevado a un lugar más alejado, donde pudiera desarrollar una identidad propia. La Plata ha perdido parte de su razón de ser, su identidad, su entidad.Por eso algunos la denominan “ciudad dormitorio”. La impronta mayor que tiene es ser una ciudad universitaria. Cuando la política le quitó su apoyo, la educación le dio su razón de ser.

LA CIUDAD DE LAS RANAS

  • Un viaje en el tiempo hacia la ciudad mejor diagramada y más disputada del siglo XIX.

La Argentina de fines del siglo XIX pujó entre el orden y el colapso, el progreso y las revoluciones mientras buscaba consolidar una identidad política. La fundación de La Plata en 1882 concentró, en ese contexto, las ilusiones y disputas de un grupo de hombres al que se conocería como la Generación del 80, aunque sus principales figuras no se veían a sí mismas como un bloque. Lucharon por el poder, se espiaron, tejieron acuerdos transitorios y conspiraron cada día, unos contra otros, en medio de una tensión social que amenazaba con arrasarlo todo. Este es el país que retrata de manera precisa y sutil La ciudad de las ranas, con personajes estelares: Julio Roca; su aliado y rival, Dardo Rocha; Eduardo Wilde y la jovencísima Guillermina de Oliveira Cézar; Miguel Juárez Celman, Ramón Falcón, católicos y masones, y los inmigrantes italianos, los grandes y anónimos protagonistas de la construcción de una ciudad llamada a ser referencia mundial. Entre esos inmigrantes, un muchacho llamado Íñigo Rocamora se erigió en líder. La urbe que nacía moldeó su destino, entre un amor improbable, la Masacre de San Ponciano, los prejuicios de la clase dominante y la Batalla de Ringuelet. Hugo Alconada Mon ha escrito una novela histórica apasionante y contundente.


  • El amor clandestino de Julio Argentino Roca con Guillermina de Oliveira Cézar, la esposa de su mejor amigo
  • https://www.infobae.com/sociedad/2020/01/01/el-amor-clandestino-de-julio-argentino-roca-con-guillermina-de-oliveira-cezar-la-esposa-de-su-mejor-amigo/

  • De los amores de personajes políticos de nuestra historia, hubo uno secreto que trascendió lo privado y se transformó en una pasión comentada y murmurada a media voz. Fue el que mantuvieron el político con la esposa del prestigioso médico y sanitarista Eduardo Wilde, íntimo del militar y quien siempre se comportó como si nada pasara
  • A Julio Argentino Roca se le conocieron varios romances. Cuando contaba 26 años dejó embarazada a Ignacia Robles, luego de “secuestrarla” durante una semana porque la futura suegra no quería saber nada de la relación. Fruto de ese fugaz idilio, nacería Carmen, que años después se le aparecería en su casa. El mayordomo le dijo a Roca: “Hay una mujer que dice que es su hija, y la verdad es que es igual a usted”. En el velorio del ex presidente era fácilmente distinguirla, era la que lloraba desconsoladamente. “Es una hija de papá”, explicaba otra de sus hijas.
  • A su esposa, la cordobesa Clara Funes, la conoció cuando estuvo destinado al sur de Córdoba en la lucha contra el indio Roca. Tuvieron seis hijos: un varón, Julio, quien sería vicepresidente de Agustín P. Justo y cinco mujeres. Clara fallecería muy joven, a los 36 años.
  • Roca tenía un entrañable amigo, Eduardo Faustino Wilde, a quien conocía desde sus tiempos de pupilos en el Colegio Nacional de Concepción del Uruguay, dirigido por el francés Alberto Larroque.
  • ¿Que podés comentarle a la audiencia sobre el personaje histórico de Guillermina María Mercedes de Oliveira Cézar y Diana que fue el amor clandestino de Dardo Rocha, y con los años, ya viuda de Wilde creó la reconocida escuela de enfermería de la Cruz Roja?

  • Guillermina de Oliveira Cézar había nacido en Montevideo el 25 de junio de 1870. Había estudiado en el Colegio Americano, donde trabajaba la irlandesa Mary Elizabeth Conway, una de las maestras que había traído Domingo Faustino Sarmiento.
  • Wilde aceptó la propuesta. Convertido en una figura por demás impopular para la iglesia, debió sortear otro escollo. Cuando fijó 1885 como fecha para su matrimonio con la jovencísima Guillermina, de tan solo 15 años, la iglesia no lo quiso casar. Es que además era un abierto ateo y un masón.
  • Fue el propio Roca el que decidió cortar la relación. Nombró a su viejo amigo, que estaba a cargo del Departamento Nacional de Higiene como ministro plenipotenciario primero en Estados Unidos y luego en Bélgica y Holanda
  • Guillermina permaneció en Europa y luego de un tiempo prudencial, regresó a Buenos Aires. No tuvo hijos. En 1920, siendo presidenta del Comité Central de Damas de la Cruz Roja, impulsó la creación de las escuelas de enfermería. Una de sus hermanas, Angela, alcanzaría notoriedad por haber sido una de las principales promotoras de la erección del monumento al Cristo Redentor, en Mendoza, que fue inaugurado el 13 de marzo de 1904.
  • Guillermina falleció a los 66 años en la ciudad de Buenos Aires el 29 de mayo de 1936. Y se llevó consigo una historia de amor, de esas que no se repiten.


  • Su padre la ofreció en matrimonio sin rodeos y con éxito. “¿Por qué no se casa con una de mis hijas?”, le dijo a uno de los prominentes personajes de la generación del 80: Eduardo Wilde, célebre médico higienista, amigo y ministro de Roca, mentor de la salubridad en Buenos Aires y propulsor de la enseñanza laica y el matrimonio civil.
  • Wilde era viudo y tenía 42 años. Guillermina era una adolescente de 15. El padrino de la boda fue el presidente Julio Argentino Roca y los testigos Carlos Pellegrini y Victorino de la Plaza.
  • La indiferencia inicial de Roca hacia aquella adolescente cambió cuando el matrimonio volvió de Europa después de una estadía de diez años. Ella tenía 25 años y el 52 cuando iniciaron un extenso romance que tomó estado público y fue “la comidilla” de la sociedad porteña ante la pasividad de Wilde. La revista “Caras y Caretas”, con caricaturas en su portada, certifica la publicidad que alcanzó aquel vínculo.


  • Una escueta biografía de Guillermina indica que se interesó por la asistencia social de las minorías desfavorecidas y que al año siguiente de aquel episodio de las alhajas creó una escuela de enfermeras. También integró la Sociedad de Beneficencia e hizo publicar las obras completas de Wilde, cuyos derechos donó a la Universidad de Medicina para destinarlo a un premio anual.
  • https://www.lacapitalmdp.com/la-residencia-marplatense-de-la-amante-de-roca-y-aquel-asunto-de-las-alhajas/

  • En la sesión del seis de mayo de 1920, el consejo Supremo de la Institución, autorizo al Comité Central de Damas, presidido por la Sra. Guillermina Oliveira Cezar de Wilde, para instalar Escuelas de Enfermería, dando así lugar a la creación, en el tiempo, de 37 Institutos Escuela diseminados en todo el territorio nacional.


  • El periodista y escritor habla de su primera novela, La ciudad de las ranas, y analiza algunos rasgos de la Generación del 80; cómo juzgarían a la Argentina actual aquellos hombres que soñaron el país- Luciano Román-LA NACION- 10 de septiembre de 2022
  • https://www.lanacion.com.ar/ideas/hugo-alconada-mon-sarmiento-hoy-se-largaria-a-llorar-pero-se-alegraria-de-que-sobreviva-la-educacion-nid10092022/

  • La ciudad de las ranas es un viaje en varias direcciones. Es, en principio, el viaje de un gran periodista de investigación (apegado a los documentos y a los hechos) al territorio mágico de la ficción. Es también el viaje de un hombre sensible y curioso a las profundidades y misterios de su propio terruño. Es el viaje a una época y a una generación que soñó la Argentina con ambición, con talento y con coraje, pero que no fue inmaculada ni perfecta. Es un viaje por la historia, la política, la cultura y los sueños de una ciudad y de un país que fueron más de lo que son.
  • La ciudad de las ranas es la primera novela de Hugo Alconada Mon. Consagrado como periodista de investigación, Hugo no necesita presentación ante los lectores de LA NACION. Ha sido autor de resonantes y rigurosas investigaciones periodísticas; ha buceado en los sótanos del poder y ha seguido, con implacable meticulosidad, complejas tramas locales e internacionales de corrupción. Es autor de varios libros periodísticos, tanto de investigación como de entrevistas. Pero con el mismo espíritu y el mismo valor que se necesitan para ejercer el periodismo de investigación, Hugo se ha animado a explorar otro mundo, el de la ficción y la novela de aventuras. Para eso se sumergió en la historia de La Plata, la ciudad en la que nació, en la que se formó y en la que forjó una hermosa familia. La misma ciudad en la que dio sus primeros pasos como periodista, y a la que está indisolublemente unido por lazos familiares que se remontan a sus antepasados hasta llegar a sus padres, Ana e Isidoro.
  • "La Generación del 80, con sus luces y sus sombras, alumbró la ley 1420 que educó a todo un país y terminó convirtiendo a la Argentina en la nación más educada de América Latina"
  • La ciudad de las ranas (en alusión a sus bañados y su fauna) fue la forma despectiva en la que Julio Argentino Roca se refirió a La Plata cuando su diseño urbano recién empezaba a perfilarse. Esa ironía filosa expresaba, de algún modo, sus tensiones y rispideces con Dardo Rocha, el gobernador bonaerense que fundó la capital de la provincia y quiso pero nunca pudo sucederlo.
  • De esos hombres y de ese tiempo habla Hugo Alconada Mon en esta entrevista. Pero también habla del presente a la luz de aquella historia.
  • –¿Cómo fue el salto de un periodista de investigación, apegado a la rigurosidad de los datos, “esclavo” de las pruebas y de los documentos, al mundo de la imaginación, la novela y la ficción?
  • –Fue una cuestión de necesidad y de ilusión. Este libro comenzó a gestarse cuando yo trabajaba en el diario El Día, hace ya más de veinte años. ¿Por qué? Porque soy nacido y criado en La Plata, donde vivo. Pero los dos años y medio que pasé en el diario El Día me aportaron una información valiosa; fue el tiempo en el que más conocí la ciudad de La Plata, porque el mismo trabajo te lleva a conocer a personas distintas, historiadores, lugares que de otro modo no conocerías. Y me quedó la idea de que ahí había algo mucho más atractivo de lo que usualmente sabemos. Entonces desde aquel tiempo fui leyendo, pero lo hacía de manera salpicada. En los últimos años empecé a meterle velocidad y ritmo, y la primera idea fue escribir una historia pequeña de la ciudad de La Plata en el período fundacional. Y empecé a trabajar como cuando hago mi trabajo de no ficción: una línea cronológica, un documento madre con toda la información, un listado de fuentes y de citas. Lo tengo armado.
  • Pero, a medida que lo iba escribiendo, empecé a preguntarme cómo abordar ciertos temas históricos y a ver que me faltaban piezas del rompecabezas. Consulté a muchas fuentes, hablé con el presidente de la Academia Nacional de la Historia y busqué datos por todos lados. Pero había momentos en los cuales las piezas no encastraban. Y ahí empecé a jugar con la imaginación. A medida que iba completando el rompecabezas, me fui embalando, cubriendo los huecos. En un momento la ficción se superpuso sobre la historia real. Y entonces me empecé a divertir, y la pasé genial. Fue en medio de la pandemia, cuando estábamos encerrados, y esta era una manera, si querés, hasta de volar. Hay muchos personajes de la novela que son reales, pero hay otros que son totalmente inventados.
  • "La Plata era la ciudad que encarnaba el ideal de progreso, de iluminismo, de racionalismo de una generación que quería impulsar el desarrollo de una nación"
  • La ciudad de las ranas es un viaje en varias direcciones. Es, en principio, el viaje de un gran periodista de investigación (apegado a los documentos y a los hechos) al territorio mágico de la ficción. Es también el viaje de un hombre sensible y curioso a las profundidades y misterios de su propio terruño. Es el viaje a una época y a una generación que soñó la Argentina con ambición, con talento y con coraje, pero que no fue inmaculada ni perfecta. Es un viaje por la historia, la política, la cultura y los sueños de una ciudad y de un país que fueron más de lo que son.
  • La ciudad de las ranas es la primera novela de Hugo Alconada Mon. Consagrado como periodista de investigación, Hugo no necesita presentación ante los lectores de LA NACION. Ha sido autor de resonantes y rigurosas investigaciones periodísticas; ha buceado en los sótanos del poder y ha seguido, con implacable meticulosidad, complejas tramas locales e internacionales de corrupción. Es autor de varios libros periodísticos, tanto de investigación como de entrevistas. Pero con el mismo espíritu y el mismo valor que se necesitan para ejercer el periodismo de investigación, Hugo se ha animado a explorar otro mundo, el de la ficción y la novela de aventuras. Para eso se sumergió en la historia de La Plata, la ciudad en la que nació, en la que se formó y en la que forjó una hermosa familia. La misma ciudad en la que dio sus primeros pasos como periodista, y a la que está indisolublemente unido por lazos familiares que se remontan a sus antepasados hasta llegar a sus padres, Ana e Isidoro.
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La ciudad de las ranas es un viaje en varias direcciones. Es, en principio, el viaje de un gran periodista de investigación (apegado a los documentos y a los hechos) al territorio mágico de la ficción. Es también el viaje de un hombre sensible y curioso a las profundidades y misterios de su propio terruño. Es el viaje a una época y a una generación que soñó la Argentina con ambición, con talento y con coraje, pero que no fue inmaculada ni perfecta. Es un viaje por la historia, la política, la cultura y los sueños de una ciudad y de un país que fueron más de lo que son.

La ciudad de las ranas es la primera novela de Hugo Alconada Mon. Consagrado como periodista de investigación, Hugo no necesita presentación ante los lectores de LA NACION. Ha sido autor de resonantes y rigurosas investigaciones periodísticas; ha buceado en los sótanos del poder y ha seguido, con implacable meticulosidad, complejas tramas locales e internacionales de corrupción. Es autor de varios libros periodísticos, tanto de investigación como de entrevistas. Pero con el mismo espíritu y el mismo valor que se necesitan para ejercer el periodismo de investigación, Hugo se ha animado a explorar otro mundo, el de la ficción y la novela de aventuras. Para eso se sumergió en la historia de La Plata, la ciudad en la que nació, en la que se formó y en la que forjó una hermosa familia. La misma ciudad en la que dio sus primeros pasos como periodista, y a la que está indisolublemente unido por lazos familiares que se remontan a sus antepasados hasta llegar a sus padres, Ana e Isidoro.

"La Generación del 80, con sus luces y sus sombras, alumbró la ley 1420 que educó a todo un país y terminó convirtiendo a la Argentina en la nación más educada de América Latina"

La ciudad de las ranas (en alusión a sus bañados y su fauna) fue la forma despectiva en la que Julio Argentino Roca se refirió a La Plata cuando su diseño urbano recién empezaba a perfilarse. Esa ironía filosa expresaba, de algún modo, sus tensiones y rispideces con Dardo Rocha, el gobernador bonaerense que fundó la capital de la provincia y quiso pero nunca pudo sucederlo.

De esos hombres y de ese tiempo habla Hugo Alconada Mon en esta entrevista. Pero también habla del presente a la luz de aquella historia.

La litografía que ilustra el acto fundacional de La Plata; fueron incluidos Roca y Sarmiento, aunque no estuvieron La litografía que ilustra el acto fundacional de La Plata; fueron incluidos Roca y Sarmiento, aunque no estuvieron ArcHivo Histórico

–¿Cómo fue el salto de un periodista de investigación, apegado a la rigurosidad de los datos, “esclavo” de las pruebas y de los documentos, al mundo de la imaginación, la novela y la ficción?

–Fue una cuestión de necesidad y de ilusión. Este libro comenzó a gestarse cuando yo trabajaba en el diario El Día, hace ya más de veinte años. ¿Por qué? Porque soy nacido y criado en La Plata, donde vivo. Pero los dos años y medio que pasé en el diario El Día me aportaron una información valiosa; fue el tiempo en el que más conocí la ciudad de La Plata, porque el mismo trabajo te lleva a conocer a personas distintas, historiadores, lugares que de otro modo no conocerías. Y me quedó la idea de que ahí había algo mucho más atractivo de lo que usualmente sabemos. Entonces desde aquel tiempo fui leyendo, pero lo hacía de manera salpicada. En los últimos años empecé a meterle velocidad y ritmo, y la primera idea fue escribir una historia pequeña de la ciudad de La Plata en el período fundacional. Y empecé a trabajar como cuando hago mi trabajo de no ficción: una línea cronológica, un documento madre con toda la información, un listado de fuentes y de citas. Lo tengo armado. Pero, a medida que lo iba escribiendo, empecé a preguntarme cómo abordar ciertos temas históricos y a ver que me faltaban piezas del rompecabezas. Consulté a muchas fuentes, hablé con el presidente de la Academia Nacional de la Historia y busqué datos por todos lados. Pero había momentos en los cuales las piezas no encastraban. Y ahí empecé a jugar con la imaginación. A medida que iba completando el rompecabezas, me fui embalando, cubriendo los huecos. En un momento la ficción se superpuso sobre la historia real. Y entonces me empecé a divertir, y la pasé genial. Fue en medio de la pandemia, cuando estábamos encerrados, y esta era una manera, si querés, hasta de volar. Hay muchos personajes de la novela que son reales, pero hay otros que son totalmente inventados.

"La Plata era la ciudad que encarnaba el ideal de progreso, de iluminismo, de racionalismo de una generación que quería impulsar el desarrollo de una nación"

–¿Cómo lidiaste con tu trabajo cotidiano de periodista de investigación y esta otra “vida” como novelista?

–Son dos mundos distintos. Por supuesto que utilicé muchas técnicas de investigación para reconstruir aquella época. Pero hay una diferencia insoslayable: en periodismo, solo se publica lo que está verificado y es de interés público. Punto. Y así es como algunas investigaciones toman años. Pero como escritor, pude jugar, seguir los senderos que sentí más atractivos, sin limitantes. Es un océano de diferencia.

–En la trama parece haber dos ejes paralelos, el de una historia de amor y de aventuras, y el de la historia política. En la historia política, ¿cuánto hay de ficción y cuánto de realidad pura?

–Ahí no hay nada de ficción. Todo lo que sostengo sobre Roca, Rocha, la Generación del 80, Wilde, Sarmiento, los documentos históricos, las citas, todo eso es real. Cuando en un momento recreo un diálogo entre Roca y Rocha, me apoyo en las cartas que mutuamente se enviaban. Con lo cual ni siquiera es que estoy poniendo en la boca de Roca, algo que Roca jamás dijo. Lo dijo y lo escribió. Lo que yo hago es que se digan cara a cara lo que en un momento se habían escrito.

–En este libro conviven, entonces, un libro de historia con uno de ficción…

–Exacto. La compra de periodistas, por ejemplo, es real. Rocha contrata a un medio que se llamaba El Mosquito durante dos años. Eso está escrito en un libro de historia. La masacre de San Ponciano es real y la batalla de Ringuelet es real. Incluso hay frases, por ejemplo, en una carta que la muchacha de la novela le envía a Iñigo, uno de los protagonistas, que están extraídas de una carta real de Guillermina de Oliveira Cézar a otra persona. Entonces me apoyo mucho en lo real y después vuelo. Pero la quema de los templos masónicos en la ciudad de La Plata es real, las pujas entre masones y católicos son reales, lo mismo que entre criollos e inmigrantes. Es real el caso de un italiano al que intentaron secuestrar para que no pudiera competir en las elecciones. La historia es muy rica y, al mismo tiempo, sin pretender compararme, nos podemos permitir jugar como hacen Félix Luna en Soy Roca, o Tomás Eloy Martínez en La novela de Perón y Santa Evita, donde uno se pregunta ¿esto es real o no? Te dejo con la duda…

–Para escribir este libro vos hiciste un viaje al pasado, a los finales del siglo XIX. ¿Cómo se ve la Argentina de hoy desde aquel paisaje histórico?

–Creo que, al vernos, la Generación del 80 se agarraría los dedos con la puerta, pero al mismo tiempo dirían “esto era lo que nosotros esperábamos”. ¿Por qué te digo esto? Por un lado, creo que se frustrarían porque ellos soñaron otro país. Con sus luces y sus sombras. Ellos soñaron un país que, por un lado, alumbró la ley 1420, pero por otro lado le decían a todo un pueblo “ustedes juegan hasta acá; nosotros somos lo que lideramos, nosotros somos los que mandamos”. Entonces, yo creo que vivirían algunos aspectos con frustración, diciendo ‘cómo pudieron dejar que este país se desgastara y declinara tanto’, pero al mismo tiempo que dirían: ‘Era previsible’. Era previsible porque incluso ellos, al alumbrar la ley 1420, por un lado, quieren educar al pueblo, pero a la vez vislumbran que si vos educás y fomentás el desarrollo, todas esas personas en algún momento dirán “momentito”, “yo ya quiero tener voz y voto”. Entonces eso explica en parte por qué algunos sectores de aquel grupo, aquella generación, después terminaron en la Liga Patriótica. Ellos se consideraban la sal, lo cualitativo, y sabían que iban a ser superados por lo cuantitativo. Entonces, Rocha, por ejemplo, hubiera dicho “esto era previsible, por eso nosotros queríamos promover la Liga Patriótica”. Ahora, sobre la ciudad en sí, ya no sobre la Argentina sino sobre la ciudad de La Plata, yo creo que nos agarran a patadas a todos. Es triste ver cómo hemos ido demoliendo o devorando el patrimonio urbano de esta ciudad, desde edificios hermosísimos que hemos dejado caer hasta que nos la pasamos asfaltando adoquines históricos. Alguien puede decir que eso es menor, pero es sintomático de un pueblo que no tiene memoria.

  • –Está claro que te ha atraído la historia de La Plata porque tiene que ver con tus raíces, y tal vez por esa sensibilidad que nos inspira nuestro propio terruño, ¿pero también ves que el destino de La Plata expresa, de algún modo, una metáfora de la Argentina?
  • –Sí, es la metáfora de un país, reflejada en una ciudad que quiso ser, que pudo ser y que no logró ser. Que puede recuperar su destino, pero que al mismo tiempo lo boicotea. Insisto: esta generación, con sus luces y sus sombras, alumbró la ley 1420 que educó a todo un país y terminó convirtiendo a la Argentina en la nación más educada de América Latina.
  • "La Generación del 80, con sus luces y sus sombras, alumbró la ley 1420 que educó a todo un país y terminó convirtiendo a la Argentina en la nación más educada de América Latina"
  • La ciudad de las ranas (en alusión a sus bañados y su fauna) fue la forma despectiva en la que Julio Argentino Roca se refirió a La Plata cuando su diseño urbano recién empezaba a perfilarse. Esa ironía filosa expresaba, de algún modo, sus tensiones y rispideces con Dardo Rocha, el gobernador bonaerense que fundó la capital de la provincia y quiso pero nunca pudo sucederlo.
  • 13

La ciudad de las ranas es un viaje en varias direcciones. Es, en principio, el viaje de un gran periodista de investigación (apegado a los documentos y a los hechos) al territorio mágico de la ficción. Es también el viaje de un hombre sensible y curioso a las profundidades y misterios de su propio terruño. Es el viaje a una época y a una generación que soñó la Argentina con ambición, con talento y con coraje, pero que no fue inmaculada ni perfecta. Es un viaje por la historia, la política, la cultura y los sueños de una ciudad y de un país que fueron más de lo que son.

La ciudad de las ranas es la primera novela de Hugo Alconada Mon. Consagrado como periodista de investigación, Hugo no necesita presentación ante los lectores de LA NACION. Ha sido autor de resonantes y rigurosas investigaciones periodísticas; ha buceado en los sótanos del poder y ha seguido, con implacable meticulosidad, complejas tramas locales e internacionales de corrupción. Es autor de varios libros periodísticos, tanto de investigación como de entrevistas. Pero con el mismo espíritu y el mismo valor que se necesitan para ejercer el periodismo de investigación, Hugo se ha animado a explorar otro mundo, el de la ficción y la novela de aventuras. Para eso se sumergió en la historia de La Plata, la ciudad en la que nació, en la que se formó y en la que forjó una hermosa familia. La misma ciudad en la que dio sus primeros pasos como periodista, y a la que está indisolublemente unido por lazos familiares que se remontan a sus antepasados hasta llegar a sus padres, Ana e Isidoro.

"La Generación del 80, con sus luces y sus sombras, alumbró la ley 1420 que educó a todo un país y terminó convirtiendo a la Argentina en la nación más educada de América Latina"

La ciudad de las ranas (en alusión a sus bañados y su fauna) fue la forma despectiva en la que Julio Argentino Roca se refirió a La Plata cuando su diseño urbano recién empezaba a perfilarse. Esa ironía filosa expresaba, de algún modo, sus tensiones y rispideces con Dardo Rocha, el gobernador bonaerense que fundó la capital de la provincia y quiso pero nunca pudo sucederlo.

De esos hombres y de ese tiempo habla Hugo Alconada Mon en esta entrevista. Pero también habla del presente a la luz de aquella historia.

La litografía que ilustra el acto fundacional de La Plata; fueron incluidos Roca y Sarmiento, aunque no estuvieron La litografía que ilustra el acto fundacional de La Plata; fueron incluidos Roca y Sarmiento, aunque no estuvieron ArcHivo Histórico

–¿Cómo fue el salto de un periodista de investigación, apegado a la rigurosidad de los datos, “esclavo” de las pruebas y de los documentos, al mundo de la imaginación, la novela y la ficción?

–Fue una cuestión de necesidad y de ilusión. Este libro comenzó a gestarse cuando yo trabajaba en el diario El Día, hace ya más de veinte años. ¿Por qué? Porque soy nacido y criado en La Plata, donde vivo. Pero los dos años y medio que pasé en el diario El Día me aportaron una información valiosa; fue el tiempo en el que más conocí la ciudad de La Plata, porque el mismo trabajo te lleva a conocer a personas distintas, historiadores, lugares que de otro modo no conocerías. Y me quedó la idea de que ahí había algo mucho más atractivo de lo que usualmente sabemos. Entonces desde aquel tiempo fui leyendo, pero lo hacía de manera salpicada. En los últimos años empecé a meterle velocidad y ritmo, y la primera idea fue escribir una historia pequeña de la ciudad de La Plata en el período fundacional. Y empecé a trabajar como cuando hago mi trabajo de no ficción: una línea cronológica, un documento madre con toda la información, un listado de fuentes y de citas. Lo tengo armado. Pero, a medida que lo iba escribiendo, empecé a preguntarme cómo abordar ciertos temas históricos y a ver que me faltaban piezas del rompecabezas. Consulté a muchas fuentes, hablé con el presidente de la Academia Nacional de la Historia y busqué datos por todos lados. Pero había momentos en los cuales las piezas no encastraban. Y ahí empecé a jugar con la imaginación. A medida que iba completando el rompecabezas, me fui embalando, cubriendo los huecos. En un momento la ficción se superpuso sobre la historia real. Y entonces me empecé a divertir, y la pasé genial. Fue en medio de la pandemia, cuando estábamos encerrados, y esta era una manera, si querés, hasta de volar. Hay muchos personajes de la novela que son reales, pero hay otros que son totalmente inventados.

"La Plata era la ciudad que encarnaba el ideal de progreso, de iluminismo, de racionalismo de una generación que quería impulsar el desarrollo de una nación"

–¿Cómo lidiaste con tu trabajo cotidiano de periodista de investigación y esta otra “vida” como novelista?

–Son dos mundos distintos. Por supuesto que utilicé muchas técnicas de investigación para reconstruir aquella época. Pero hay una diferencia insoslayable: en periodismo, solo se publica lo que está verificado y es de interés público. Punto. Y así es como algunas investigaciones toman años. Pero como escritor, pude jugar, seguir los senderos que sentí más atractivos, sin limitantes. Es un océano de diferencia.

–En la trama parece haber dos ejes paralelos, el de una historia de amor y de aventuras, y el de la historia política. En la historia política, ¿cuánto hay de ficción y cuánto de realidad pura?

–Ahí no hay nada de ficción. Todo lo que sostengo sobre Roca, Rocha, la Generación del 80, Wilde, Sarmiento, los documentos históricos, las citas, todo eso es real. Cuando en un momento recreo un diálogo entre Roca y Rocha, me apoyo en las cartas que mutuamente se enviaban. Con lo cual ni siquiera es que estoy poniendo en la boca de Roca, algo que Roca jamás dijo. Lo dijo y lo escribió. Lo que yo hago es que se digan cara a cara lo que en un momento se habían escrito.

–En este libro conviven, entonces, un libro de historia con uno de ficción…

–Exacto. La compra de periodistas, por ejemplo, es real. Rocha contrata a un medio que se llamaba El Mosquito durante dos años. Eso está escrito en un libro de historia. La masacre de San Ponciano es real y la batalla de Ringuelet es real. Incluso hay frases, por ejemplo, en una carta que la muchacha de la novela le envía a Iñigo, uno de los protagonistas, que están extraídas de una carta real de Guillermina de Oliveira Cézar a otra persona. Entonces me apoyo mucho en lo real y después vuelo. Pero la quema de los templos masónicos en la ciudad de La Plata es real, las pujas entre masones y católicos son reales, lo mismo que entre criollos e inmigrantes. Es real el caso de un italiano al que intentaron secuestrar para que no pudiera competir en las elecciones. La historia es muy rica y, al mismo tiempo, sin pretender compararme, nos podemos permitir jugar como hacen Félix Luna en Soy Roca, o Tomás Eloy Martínez en La novela de Perón y Santa Evita, donde uno se pregunta ¿esto es real o no? Te dejo con la duda…

–Para escribir este libro vos hiciste un viaje al pasado, a los finales del siglo XIX. ¿Cómo se ve la Argentina de hoy desde aquel paisaje histórico?

Creo que, al vernos, la Generación del 80 se agarraría los dedos con la puerta, pero al mismo tiempo dirían “esto era lo que nosotros esperábamos”. ¿Por qué te digo esto? Por un lado, creo que se frustrarían porque ellos soñaron otro país. Con sus luces y sus sombras. Ellos soñaron un país que, por un lado, alumbró la ley 1420, pero por otro lado le decían a todo un pueblo “ustedes juegan hasta acá; nosotros somos lo que lideramos, nosotros somos los que mandamos”. Entonces, yo creo que vivirían algunos aspectos con frustración, diciendo ‘cómo pudieron dejar que este país se desgastara y declinara tanto’, pero al mismo tiempo que dirían: ‘Era previsible’. Era previsible porque incluso ellos, al alumbrar la ley 1420, por un lado, quieren educar al pueblo, pero a la vez vislumbran que si vos educás y fomentás el desarrollo, todas esas personas en algún momento dirán “momentito”, “yo ya quiero tener voz y voto”. Entonces eso explica en parte por qué algunos sectores de aquel grupo, aquella generación, después terminaron en la Liga Patriótica. Ellos se consideraban la sal, lo cualitativo, y sabían que iban a ser superados por lo cuantitativo. Entonces, Rocha, por ejemplo, hubiera dicho “esto era previsible, por eso nosotros queríamos promover la Liga Patriótica”. Ahora, sobre la ciudad en sí, ya no sobre la Argentina sino sobre la ciudad de La Plata, yo creo que nos agarran a patadas a todos. Es triste ver cómo hemos ido demoliendo o devorando el patrimonio urbano de esta ciudad, desde edificios hermosísimos que hemos dejado caer hasta que nos la pasamos asfaltando adoquines históricos. Alguien puede decir que eso es menor, pero es sintomático de un pueblo que no tiene memoria.

–Está claro que te ha atraído la historia de La Plata porque tiene que ver con tus raíces, y tal vez por esa sensibilidad que nos inspira nuestro propio terruño, ¿pero también ves que el destino de La Plata expresa, de algún modo, una metáfora de la Argentina?

–Sí, es la metáfora de un país, reflejada en una ciudad que quiso ser, que pudo ser y que no logró ser. Que puede recuperar su destino, pero que al mismo tiempo lo boicotea. Insisto: esta generación, con sus luces y sus sombras, alumbró la ley 1420 que educó a todo un país y terminó convirtiendo a la Argentina en la nación más educada de América Latina.

–Y La Plata fue un símbolo de esa Argentina: “La Atenas de América”, la llamó el escritor Pedro Henríquez Ureña…

  • De esos hombres y de ese tiempo habla Hugo Alconada Mon en esta entrevista. Pero también habla del presente a la luz de aquella historia.
  • La litografía que ilustra el acto fundacional de La Plata; fueron incluidos Roca y Sarmiento, aunque no estuvieron

La litografía que ilustra el acto fundacional de La Plata; fueron incluidos Roca y Sarmiento, aunque no estuvieron ArcHivo Histórico

–¿Cómo fue el salto de un periodista de investigación, apegado a la rigurosidad de los datos, “esclavo” de las pruebas y de los documentos, al mundo de la imaginación, la novela y la ficción?

–Fue una cuestión de necesidad y de ilusión. Este libro comenzó a gestarse cuando yo trabajaba en el diario El Día, hace ya más de veinte años. ¿Por qué? Porque soy nacido y criado en La Plata, donde vivo. Pero los dos años y medio que pasé en el diario El Día me aportaron una información valiosa; fue el tiempo en el que más conocí la ciudad de La Plata, porque el mismo trabajo te lleva a conocer a personas distintas, historiadores, lugares que de otro modo no conocerías. Y me quedó la idea de que ahí había algo mucho más atractivo de lo que usualmente sabemos. Entonces desde aquel tiempo fui leyendo, pero lo hacía de manera salpicada. En los últimos años empecé a meterle velocidad y ritmo, y la primera idea fue escribir una historia pequeña de la ciudad de La Plata en el período fundacional. Y empecé a trabajar como cuando hago mi trabajo de no ficción: una línea cronológica, un documento madre con toda la información, un listado de fuentes y de citas. Lo tengo armado. Pero, a medida que lo iba escribiendo, empecé a preguntarme cómo abordar ciertos temas históricos y a ver que me faltaban piezas del rompecabezas. Consulté a muchas fuentes, hablé con el presidente de la Academia Nacional de la Historia y busqué datos por todos lados. Pero había momentos en los cuales las piezas no encastraban. Y ahí empecé a jugar con la imaginación. A medida que iba completando el rompecabezas, me fui embalando, cubriendo los huecos. En un momento la ficción se superpuso sobre la historia real. Y entonces me empecé a divertir, y la pasé genial. Fue en medio de la pandemia, cuando estábamos encerrados, y esta era una manera, si querés, hasta de volar. Hay muchos personajes de la novela que son reales, pero hay otros que son totalmente inventados.

"La Plata era la ciudad que encarnaba el ideal de progreso, de iluminismo, de racionalismo de una generación que quería impulsar el desarrollo de una nación"

  • La ciudad de las ranas es un viaje en varias direcciones. Es, en principio, el viaje de un gran periodista de investigación (apegado a los documentos y a los hechos) al territorio mágico de la ficción. Es también el viaje de un hombre sensible y curioso a las profundidades y misterios de su propio terruño. Es el viaje a una época y a una generación que soñó la Argentina con ambición, con talento y con coraje, pero que no fue inmaculada ni perfecta. Es un viaje por la historia, la política, la cultura y los sueños de una ciudad y de un país que fueron más de lo que son.

La ciudad de las ranas es la primera novela de Hugo Alconada Mon. Consagrado como periodista de investigación, Hugo no necesita presentación ante los lectores de LA NACION. Ha sido autor de resonantes y rigurosas investigaciones periodísticas; ha buceado en los sótanos del poder y ha seguido, con implacable meticulosidad, complejas tramas locales e internacionales de corrupción. Es autor de varios libros periodísticos, tanto de investigación como de entrevistas. Pero con el mismo espíritu y el mismo valor que se necesitan para ejercer el periodismo de investigación, Hugo se ha animado a explorar otro mundo, el de la ficción y la novela de aventuras. Para eso se sumergió en la historia de La Plata, la ciudad en la que nació, en la que se formó y en la que forjó una hermosa familia. La misma ciudad en la que dio sus primeros pasos como periodista, y a la que está indisolublemente unido por lazos familiares que se remontan a sus antepasados hasta llegar a sus padres, Ana e Isidoro.

"La Generación del 80, con sus luces y sus sombras, alumbró la ley 1420 que educó a todo un país y terminó convirtiendo a la Argentina en la nación más educada de América Latina"

La ciudad de las ranas (en alusión a sus bañados y su fauna) fue la forma despectiva en la que Julio Argentino Roca se refirió a La Plata cuando su diseño urbano recién empezaba a perfilarse. Esa ironía filosa expresaba, de algún modo, sus tensiones y rispideces con Dardo Rocha, el gobernador bonaerense que fundó la capital de la provincia y quiso pero nunca pudo sucederlo.

De esos hombres y de ese tiempo habla Hugo Alconada Mon en esta entrevista. Pero también habla del presente a la luz de aquella historia.

La litografía que ilustra el acto fundacional de La Plata; fueron incluidos Roca y Sarmiento, aunque no estuvieron La litografía que ilustra el acto fundacional de La Plata; fueron incluidos Roca y Sarmiento, aunque no estuvieron ArcHivo Histórico

–¿Cómo fue el salto de un periodista de investigación, apegado a la rigurosidad de los datos, “esclavo” de las pruebas y de los documentos, al mundo de la imaginación, la novela y la ficción?

–Fue una cuestión de necesidad y de ilusión. Este libro comenzó a gestarse cuando yo trabajaba en el diario El Día, hace ya más de veinte años. ¿Por qué? Porque soy nacido y criado en La Plata, donde vivo. Pero los dos años y medio que pasé en el diario El Día me aportaron una información valiosa; fue el tiempo en el que más conocí la ciudad de La Plata, porque el mismo trabajo te lleva a conocer a personas distintas, historiadores, lugares que de otro modo no conocerías. Y me quedó la idea de que ahí había algo mucho más atractivo de lo que usualmente sabemos. Entonces desde aquel tiempo fui leyendo, pero lo hacía de manera salpicada. En los últimos años empecé a meterle velocidad y ritmo, y la primera idea fue escribir una historia pequeña de la ciudad de La Plata en el período fundacional. Y empecé a trabajar como cuando hago mi trabajo de no ficción: una línea cronológica, un documento madre con toda la información, un listado de fuentes y de citas. Lo tengo armado. Pero, a medida que lo iba escribiendo, empecé a preguntarme cómo abordar ciertos temas históricos y a ver que me faltaban piezas del rompecabezas. Consulté a muchas fuentes, hablé con el presidente de la Academia Nacional de la Historia y busqué datos por todos lados. Pero había momentos en los cuales las piezas no encastraban. Y ahí empecé a jugar con la imaginación. A medida que iba completando el rompecabezas, me fui embalando, cubriendo los huecos. En un momento la ficción se superpuso sobre la historia real. Y entonces me empecé a divertir, y la pasé genial. Fue en medio de la pandemia, cuando estábamos encerrados, y esta era una manera, si querés, hasta de volar. Hay muchos personajes de la novela que son reales, pero hay otros que son totalmente inventados.

"La Plata era la ciudad que encarnaba el ideal de progreso, de iluminismo, de racionalismo de una generación que quería impulsar el desarrollo de una nación"

–¿Cómo lidiaste con tu trabajo cotidiano de periodista de investigación y esta otra “vida” como novelista?

–Son dos mundos distintos. Por supuesto que utilicé muchas técnicas de investigación para reconstruir aquella época. Pero hay una diferencia insoslayable: en periodismo, solo se publica lo que está verificado y es de interés público. Punto. Y así es como algunas investigaciones toman años. Pero como escritor, pude jugar, seguir los senderos que sentí más atractivos, sin limitantes. Es un océano de diferencia.

–En la trama parece haber dos ejes paralelos, el de una historia de amor y de aventuras, y el de la historia política. En la historia política, ¿cuánto hay de ficción y cuánto de realidad pura?

–Ahí no hay nada de ficción. Todo lo que sostengo sobre Roca, Rocha, la Generación del 80, Wilde, Sarmiento, los documentos históricos, las citas, todo eso es real. Cuando en un momento recreo un diálogo entre Roca y Rocha, me apoyo en las cartas que mutuamente se enviaban. Con lo cual ni siquiera es que estoy poniendo en la boca de Roca, algo que Roca jamás dijo. Lo dijo y lo escribió. Lo que yo hago es que se digan cara a cara lo que en un momento se habían escrito.

  • –En este libro conviven, entonces, un libro de historia con uno de ficción…
  • –Exacto. La compra de periodistas, por ejemplo, es real. Rocha contrata a un medio que se llamaba El Mosquito durante dos años. Eso está escrito en un libro de historia. La masacre de San Ponciano es real y la batalla de Ringuelet es real. Incluso hay frases, por ejemplo, en una carta que la muchacha de la novela le envía a Iñigo, uno de los protagonistas, que están extraídas de una carta real de Guillermina de Oliveira Cézar a otra persona. Entonces me apoyo mucho en lo real y después vuelo. Pero la quema de los templos masónicos en la ciudad de La Plata es real, las pujas entre masones y católicos son reales, lo mismo que entre criollos e inmigrantes. Es real el caso de un italiano al que intentaron secuestrar para que no pudiera competir en las elecciones. La historia es muy rica y, al mismo tiempo, sin pretender compararme, nos podemos permitir jugar como hacen Félix Luna en Soy Roca, o Tomás Eloy Martínez en La novela de Perón y Santa Evita, donde uno se pregunta ¿esto es real o no? Te dejo con la duda…
  • –Para escribir este libro vos hiciste un viaje al pasado, a los finales del siglo XIX. ¿Cómo se ve la Argentina de hoy desde aquel paisaje histórico?
  • –Creo que, al vernos, la Generación del 80 se agarraría los dedos con la puerta, pero al mismo tiempo dirían “esto era lo que nosotros esperábamos”. ¿Por qué te digo esto? Por un lado, creo que se frustrarían porque ellos soñaron otro país. Con sus luces y sus sombras. Ellos soñaron un país que, por un lado, alumbró la ley 1420, pero por otro lado le decían a todo un pueblo “ustedes juegan hasta acá; nosotros somos lo que lideramos, nosotros somos los que mandamos”. Entonces, yo creo que vivirían algunos aspectos con frustración, diciendo ‘cómo pudieron dejar que este país se desgastara y declinara tanto’, pero al mismo tiempo que dirían: ‘Era previsible’
  • Era previsible porque incluso ellos, al alumbrar la ley 1420, por un lado, quieren educar al pueblo, pero a la vez vislumbran que si vos educás y fomentás el desarrollo, todas esas personas en algún momento dirán “momentito”, “yo ya quiero tener voz y voto”.
  • Entonces eso explica en parte por qué algunos sectores de aquel grupo, aquella generación, después terminaron en la Liga Patriótica. Ellos se consideraban la sal, lo cualitativo, y sabían que iban a ser superados por lo cuantitativo. Entonces, Rocha, por ejemplo, hubiera dicho “esto era previsible, por eso nosotros queríamos promover la Liga Patriótica”.
  • Ahora, sobre la ciudad en sí, ya no sobre la Argentina sino sobre la ciudad de La Plata, yo creo que nos agarran a patadas a todos. Es triste ver cómo hemos ido demoliendo o devorando el patrimonio urbano de esta ciudad, desde edificios hermosísimos que hemos dejado caer hasta que nos la pasamos asfaltando adoquines históricos. Alguien puede decir que eso es menor, pero es sintomático de un pueblo que no tiene memoria.

  • En el libro, en la página 283, hablás del patio Nazarí, una réplica del Patio de Los Leones de la Alahambra que trajo Don Diego Pantaleón Arana. Justamente, mi compañera de colegio Sarita Arana, me dijo que la Casa Arana es un patrimonio que la ciudad no preserva y que el conflicto entre herederos y autoridades pone en peligro a esta pieza arquitectónica única en el continente¿Pensás que tu libro y tus comentarios al respecto pueden movilizar a la ciudadanía platense para cuidar y preservar su patrimonio?

  • Construida en 1883, meses después de la creación de La Plata, perteneció al suegro de Dardo Rocha, fundador de la capital bonaerense. En su interior conserva una réplica del célebre Patio de los Leones de la Alhambra pero su estado es calamitoso. Sus herederos iniciaron un juicio millonario contra el fisco: piden que sea expropiada y se los indemnice por cercenar sus derechos.https://www.infobae.com/sociedad/2022/02/28/casa-arana-el-conflicto-entre-herederos-y-autoridades-que-pone-en-peligro-a-una-pieza-arquitectonica-unica-en-el-continente/

  • Pablo Morosi- 28 de Febrero de 2022
  • La Plata era la ciudad que encarnaba el ideal de progreso, de iluminismo, de racionalismo de toda una generación que quería impulsar el desarrollo de una nación, con sus luces y sus sombras, con cosas con las que estoy de acuerdo y otras con las que no, pero que tenían claro que había que darle para adelante. Tenían, por supuesto, sus pujas de poder, sus diferencias, por ejemplo, con la Iglesia, y por eso tenían los encontronazos que tenían por el control del Registro Civil, del cementerio, de la educación… Pero que al mismo tiempo decían “vamos para allá”. Después se mataban entre ellos, porque se mataban: se espiaron, muchos eran corruptos, hacían negocios…
  • –En la novela vos hacés una pintura de esa clase dirigente, atravesada por los peores vicios de la política y por graves tensiones en la convivencia, marcada por la desconfianza, las zancadillas, el espionaje... Para citar uno de tus libros anteriores, ¿viste ahí “la raíz” de algo que después se ha ido exacerbando en la dirigencia política argentina?
  • –En algunos aspectos sí ¿Por qué te digo esto? El libro también fue para mí una forma de explorar una generación que conocía poco. Y al conocerlos en sus mejores aspectos, pero también en sus miserias, terminé queriéndolos más. A mí no me gustan los superhéroes que parecen impolutos y todopoderosos. No me gusta Superman, me gusta el Chapulín Colorado, que es cobarde, que se asusta, pero que, aun así, va para adelante. Superman es de piedra, ¿cómo va a tener miedo? Al mismo tiempo, tendemos siempre a olvidar algunos aspectos incómodos y recordar lo mejor.
  • Es cierto y es bueno, pero no nos impide reconocer que la Generación del 80 tuvo grandes logros, pero también tuvo sus miserias. Eran picantes, eran agresivos y se intentaron boicotear, se espiaron y algunos eran corruptos... Pero lo bueno es que, aun así, lograron impulsar algunas de las mejores medidas de este país. A su vez, también tuvieron sus dobleces, generaron la crisis de 1890. Hay un libro de Julián Martel que se llama La Bolsa, que es extraordinario, y demuestra la timba financiera en la cual habían caído.
  • Es decir, funcionarios que sacaban créditos a sola firma de los bancos públicos, no los pagaban, se daban vuelta e invertían ese dinero en la bolsa, ganaban fortunas y ¡viva la Pepa! Y sí, hay algunas vetas de aquellos años que continuamos: en las luces, porque todavía hoy me da la sensación de que cosechamos algunos de los frutos tardíos de aquella educación pública que lograron impulsar en ese tiempo. Vos y yo somos egresados de la universidad pública, y eso es un mérito de aquella generación. No tuvimos que pagar para que nos educaran. Y en las sombras, también hoy hay mucho de aquel pasado.Hay reminiscencias de aquella puja entre Roca y Rocha, que yo me reía: parecían Menem y Duhalde. Y después hay comentarios sobre corrupción, que vos decís: “No cambiamos mucho”.
  • –Quizá la diferencia esté en las proporciones. Luces y sombras encontraremos en cualquier individualidad y en cualquier período histórico que analicemos, pero la cuestión radica en cuánto de luces y cuánto de sombras…
  • –Y también el grado de sofisticación… Vos ves, por ejemplo, a Ataliva Roca, uno de los hermanos de Julio Roca, y decís “no podía ser tan salvaje”… Hoy ves algunos que son más sofisticados, y otros que son igual de groseros…
  • 13

La ciudad de las ranas es un viaje en varias direcciones. Es, en principio, el viaje de un gran periodista de investigación (apegado a los documentos y a los hechos) al territorio mágico de la ficción. Es también el viaje de un hombre sensible y curioso a las profundidades y misterios de su propio terruño. Es el viaje a una época y a una generación que soñó la Argentina con ambición, con talento y con coraje, pero que no fue inmaculada ni perfecta. Es un viaje por la historia, la política, la cultura y los sueños de una ciudad y de un país que fueron más de lo que son.

La ciudad de las ranas es la primera novela de Hugo Alconada Mon. Consagrado como periodista de investigación, Hugo no necesita presentación ante los lectores de LA NACION. Ha sido autor de resonantes y rigurosas investigaciones periodísticas; ha buceado en los sótanos del poder y ha seguido, con implacable meticulosidad, complejas tramas locales e internacionales de corrupción. Es autor de varios libros periodísticos, tanto de investigación como de entrevistas. Pero con el mismo espíritu y el mismo valor que se necesitan para ejercer el periodismo de investigación, Hugo se ha animado a explorar otro mundo, el de la ficción y la novela de aventuras. Para eso se sumergió en la historia de La Plata, la ciudad en la que nació, en la que se formó y en la que forjó una hermosa familia. La misma ciudad en la que dio sus primeros pasos como periodista, y a la que está indisolublemente unido por lazos familiares que se remontan a sus antepasados hasta llegar a sus padres, Ana e Isidoro.

"La Generación del 80, con sus luces y sus sombras, alumbró la ley 1420 que educó a todo un país y terminó convirtiendo a la Argentina en la nación más educada de América Latina"

La ciudad de las ranas (en alusión a sus bañados y su fauna) fue la forma despectiva en la que Julio Argentino Roca se refirió a La Plata cuando su diseño urbano recién empezaba a perfilarse. Esa ironía filosa expresaba, de algún modo, sus tensiones y rispideces con Dardo Rocha, el gobernador bonaerense que fundó la capital de la provincia y quiso pero nunca pudo sucederlo.

De esos hombres y de ese tiempo habla Hugo Alconada Mon en esta entrevista. Pero también habla del presente a la luz de aquella historia.

La litografía que ilustra el acto fundacional de La Plata; fueron incluidos Roca y Sarmiento, aunque no estuvieron La litografía que ilustra el acto fundacional de La Plata; fueron incluidos Roca y Sarmiento, aunque no estuvieron ArcHivo Histórico

–¿Cómo fue el salto de un periodista de investigación, apegado a la rigurosidad de los datos, “esclavo” de las pruebas y de los documentos, al mundo de la imaginación, la novela y la ficción?

–Fue una cuestión de necesidad y de ilusión. Este libro comenzó a gestarse cuando yo trabajaba en el diario El Día, hace ya más de veinte años. ¿Por qué? Porque soy nacido y criado en La Plata, donde vivo. Pero los dos años y medio que pasé en el diario El Día me aportaron una información valiosa; fue el tiempo en el que más conocí la ciudad de La Plata, porque el mismo trabajo te lleva a conocer a personas distintas, historiadores, lugares que de otro modo no conocerías. Y me quedó la idea de que ahí había algo mucho más atractivo de lo que usualmente sabemos. Entonces desde aquel tiempo fui leyendo, pero lo hacía de manera salpicada. En los últimos años empecé a meterle velocidad y ritmo, y la primera idea fue escribir una historia pequeña de la ciudad de La Plata en el período fundacional. Y empecé a trabajar como cuando hago mi trabajo de no ficción: una línea cronológica, un documento madre con toda la información, un listado de fuentes y de citas. Lo tengo armado. Pero, a medida que lo iba escribiendo, empecé a preguntarme cómo abordar ciertos temas históricos y a ver que me faltaban piezas del rompecabezas. Consulté a muchas fuentes, hablé con el presidente de la Academia Nacional de la Historia y busqué datos por todos lados. Pero había momentos en los cuales las piezas no encastraban. Y ahí empecé a jugar con la imaginación. A medida que iba completando el rompecabezas, me fui embalando, cubriendo los huecos. En un momento la ficción se superpuso sobre la historia real. Y entonces me empecé a divertir, y la pasé genial. Fue en medio de la pandemia, cuando estábamos encerrados, y esta era una manera, si querés, hasta de volar. Hay muchos personajes de la novela que son reales, pero hay otros que son totalmente inventados.

"La Plata era la ciudad que encarnaba el ideal de progreso, de iluminismo, de racionalismo de una generación que quería impulsar el desarrollo de una nación"

–¿Cómo lidiaste con tu trabajo cotidiano de periodista de investigación y esta otra “vida” como novelista?

–Son dos mundos distintos. Por supuesto que utilicé muchas técnicas de investigación para reconstruir aquella época. Pero hay una diferencia insoslayable: en periodismo, solo se publica lo que está verificado y es de interés público. Punto. Y así es como algunas investigaciones toman años. Pero como escritor, pude jugar, seguir los senderos que sentí más atractivos, sin limitantes. Es un océano de diferencia.

–En la trama parece haber dos ejes paralelos, el de una historia de amor y de aventuras, y el de la historia política. En la historia política, ¿cuánto hay de ficción y cuánto de realidad pura?

–Ahí no hay nada de ficción. Todo lo que sostengo sobre Roca, Rocha, la Generación del 80, Wilde, Sarmiento, los documentos históricos, las citas, todo eso es real. Cuando en un momento recreo un diálogo entre Roca y Rocha, me apoyo en las cartas que mutuamente se enviaban. Con lo cual ni siquiera es que estoy poniendo en la boca de Roca, algo que Roca jamás dijo. Lo dijo y lo escribió. Lo que yo hago es que se digan cara a cara lo que en un momento se habían escrito.

–En este libro conviven, entonces, un libro de historia con uno de ficción…

–Exacto. La compra de periodistas, por ejemplo, es real. Rocha contrata a un medio que se llamaba El Mosquito durante dos años. Eso está escrito en un libro de historia. La masacre de San Ponciano es real y la batalla de Ringuelet es real. Incluso hay frases, por ejemplo, en una carta que la muchacha de la novela le envía a Iñigo, uno de los protagonistas, que están extraídas de una carta real de Guillermina de Oliveira Cézar a otra persona. Entonces me apoyo mucho en lo real y después vuelo. Pero la quema de los templos masónicos en la ciudad de La Plata es real, las pujas entre masones y católicos son reales, lo mismo que entre criollos e inmigrantes. Es real el caso de un italiano al que intentaron secuestrar para que no pudiera competir en las elecciones. La historia es muy rica y, al mismo tiempo, sin pretender compararme, nos podemos permitir jugar como hacen Félix Luna en Soy Roca, o Tomás Eloy Martínez en La novela de Perón y Santa Evita, donde uno se pregunta ¿esto es real o no? Te dejo con la duda…

–Para escribir este libro vos hiciste un viaje al pasado, a los finales del siglo XIX. ¿Cómo se ve la Argentina de hoy desde aquel paisaje histórico?

–Creo que, al vernos, la Generación del 80 se agarraría los dedos con la puerta, pero al mismo tiempo dirían “esto era lo que nosotros esperábamos”. ¿Por qué te digo esto? Por un lado, creo que se frustrarían porque ellos soñaron otro país. Con sus luces y sus sombras. Ellos soñaron un país que, por un lado, alumbró la ley 1420, pero por otro lado le decían a todo un pueblo “ustedes juegan hasta acá; nosotros somos lo que lideramos, nosotros somos los que mandamos”. Entonces, yo creo que vivirían algunos aspectos con frustración, diciendo ‘cómo pudieron dejar que este país se desgastara y declinara tanto’, pero al mismo tiempo que dirían: ‘Era previsible’. Era previsible porque incluso ellos, al alumbrar la ley 1420, por un lado, quieren educar al pueblo, pero a la vez vislumbran que si vos educás y fomentás el desarrollo, todas esas personas en algún momento dirán “momentito”, “yo ya quiero tener voz y voto”. Entonces eso explica en parte por qué algunos sectores de aquel grupo, aquella generación, después terminaron en la Liga Patriótica. Ellos se consideraban la sal, lo cualitativo, y sabían que iban a ser superados por lo cuantitativo. Entonces, Rocha, por ejemplo, hubiera dicho “esto era previsible, por eso nosotros queríamos promover la Liga Patriótica”. Ahora, sobre la ciudad en sí, ya no sobre la Argentina sino sobre la ciudad de La Plata, yo creo que nos agarran a patadas a todos. Es triste ver cómo hemos ido demoliendo o devorando el patrimonio urbano de esta ciudad, desde edificios hermosísimos que hemos dejado caer hasta que nos la pasamos asfaltando adoquines históricos. Alguien puede decir que eso es menor, pero es sintomático de un pueblo que no tiene memoria.

–Está claro que te ha atraído la historia de La Plata porque tiene que ver con tus raíces, y tal vez por esa sensibilidad que nos inspira nuestro propio terruño, ¿pero también ves que el destino de La Plata expresa, de algún modo, una metáfora de la Argentina?

–Sí, es la metáfora de un país, reflejada en una ciudad que quiso ser, que pudo ser y que no logró ser. Que puede recuperar su destino, pero que al mismo tiempo lo boicotea. Insisto: esta generación, con sus luces y sus sombras, alumbró la ley 1420 que educó a todo un país y terminó convirtiendo a la Argentina en la nación más educada de América Latina.

–Y La Plata fue un símbolo de esa Argentina: “La Atenas de América”, la llamó el escritor Pedro Henríquez Ureña…

–La Plata era la ciudad que encarnaba el ideal de progreso, de iluminismo, de racionalismo de toda una generación que quería impulsar el desarrollo de una nación, con sus luces y sus sombras, con cosas con las que estoy de acuerdo y otras con las que no, pero que tenían claro que había que darle para adelante. Tenían, por supuesto, sus pujas de poder, sus diferencias, por ejemplo, con la Iglesia, y por eso tenían los encontronazos que tenían por el control del Registro Civil, del cementerio, de la educación… Pero que al mismo tiempo decían “vamos para allá”. Después se mataban entre ellos, porque se mataban: se espiaron, muchos eran corruptos, hacían negocios…

–En la novela vos hacés una pintura de esa clase dirigente, atravesada por los peores vicios de la política y por graves tensiones en la convivencia, marcada por la desconfianza, las zancadillas, el espionaje... Para citar uno de tus libros anteriores, ¿viste ahí “la raíz” de algo que después se ha ido exacerbando en la dirigencia política argentina?

–En algunos aspectos sí ¿Por qué te digo esto? El libro también fue para mí una forma de explorar una generación que conocía poco. Y al conocerlos en sus mejores aspectos, pero también en sus miserias, terminé queriéndolos más. A mí no me gustan los superhéroes que parecen impolutos y todopoderosos. No me gusta Superman, me gusta el Chapulín Colorado, que es cobarde, que se asusta, pero que, aun así, va para adelante. Superman es de piedra, ¿cómo va a tener miedo? Al mismo tiempo, tendemos siempre a olvidar algunos aspectos incómodos y recordar lo mejor. Es cierto y es bueno, pero no nos impide reconocer que la Generación del 80 tuvo grandes logros, pero también tuvo sus miserias. Eran picantes, eran agresivos y se intentaron boicotear, se espiaron y algunos eran corruptos... Pero lo bueno es que, aun así, lograron impulsar algunas de las mejores medidas de este país. A su vez, también tuvieron sus dobleces, generaron la crisis de 1890. Hay un libro de Julián Martel que se llama La Bolsa, que es extraordinario, y demuestra la timba financiera en la cual habían caído. Es decir, funcionarios que sacaban créditos a sola firma de los bancos públicos, no los pagaban, se daban vuelta e invertían ese dinero en la bolsa, ganaban fortunas y ¡viva la Pepa! Y sí, hay algunas vetas de aquellos años que continuamos: en las luces, porque todavía hoy me da la sensación de que cosechamos algunos de los frutos tardíos de aquella educación pública que lograron impulsar en ese tiempo. Vos y yo somos egresados de la universidad pública, y eso es un mérito de aquella generación. No tuvimos que pagar para que nos educaran. Y en las sombras, también hoy hay mucho de aquel pasado. Hay reminiscencias de aquella puja entre Roca y Rocha, que yo me reía: parecían Menem y Duhalde. Y después hay comentarios sobre corrupción, que vos decís: “No cambiamos mucho”.

–Quizá la diferencia esté en las proporciones. Luces y sombras encontraremos en cualquier individualidad y en cualquier período histórico que analicemos, pero la cuestión radica en cuánto de luces y cuánto de sombras…

–Y también el grado de sofisticación… Vos ves, por ejemplo, a Ataliva Roca, uno de los hermanos de Julio Roca, y decís “no podía ser tan salvaje”… Hoy ves algunos que son más sofisticados, y otros que son igual de groseros…

  • –En la fundación de La Plata, donde tuvo tanta preeminencia la obra pública, ¿hubo un Lázaro Báez?
  • –Hubo varios. Y hay un enorme signo de pregunta, que lo planteo con el mayor de los respetos y espero que los descendientes de Rocha no me quieran ahorcar en una plaza pública: Dardo Rocha tenía una casa bonita, un solar en la calle Lavalle al 800 de la ciudad de Buenos Aires; era un solar de los tiempos de la colonia, en el que habían vivido sus padres, sus abuelos… una casa típica, con una sola planta, con ventanas piso- techo, puerta, nada más. Tengo la foto. Pero se viene a vivir a La Plata y los amigos le hacen (también en Buenos Aires) un palacete rococó de dos plantas, que adentro tenía de todo, con un mensaje escrito en piedra en la puerta que decía: “A Rocha, sus amigos”.
  • Y lo que no pude reconstruir es si “los amigos” eran los constructores de la ciudad de La Plata. Si fuera así, sería el actual delito de dádivas. No lo escribí porque no hay pruebas. Es una pregunta que no pude responder. Y mirá que busqué: averigüé en el Registro de la Propiedad Inmueble, consulté a historiadores, a la Academia Nacional de la Historia. Fui y volví, fui y volví…La casa la demolieron. José Claudio Escribano llegó a entrar, habló con las hijas de Rocha y me cuenta que era extraordinaria: adentro había cuadros de Rubens, vajilla visigoda…
  • –Lo que también parece una constante histórica, y lo vemos en estos días, es la pelea entre porteños y bonaerenses. ¿Identificás ahí una raíz de los desencuentros argentinos?
  • –Sí, y también muestra otra de las aristas por las cuales La Plata no llegó a ser la que pudo ser. El plan original de Rocha era, primero construir la ciudad, que fuera el gran ejemplo de lo que él podía hacer. Su ilusión era ganar la presidencia, apoyado en esta ciudad como trampolín, y ya como presidente, convertir a La Plata en la capital federal y que la Ciudad de Buenos Aires volviera a ser la capital de la provincia de Buenos Aires. Él era porteño. Él había sido discípulo de Carlos Tejedor. Y Fray Mocho, al morir, lo define como el último porteño
  • Y después se mezclan otras cosas, como una que les pasa a muchos presidentes: recién se están sentando en el sillón de Rivadavia y sienten que ya les están respirando en la nuca. Eso siente con Rocha. Por eso Roca se enoja y escribe una carta en la que dice: “Ni se acomodó allá como gobernador y ya me está queriendo sacar el lugar”.
  • Por eso yo pongo mucho énfasis en el Teatro Princesa de La Plata porque el Teatro Princesa encarnó, justamente, el espíritu de “juntos podemos”. La idea de que, si unimos las fuerzas, vamos a llegar más lejos. Y si unimos las fuerzas podemos construir algo que nos va a trascender a nosotros. El Princesa representó eso: fue un teatro, después un cine, un espacio donde iban personas a cantar y donde se daban clases magistrales. Edmundo de Amicis dio una conferencia y fue elegido uno de los padrinos de Unione e Fratellanza.
  • –Pero uno pasa hoy por la puerta del Teatro Princesa y lo ve convertido en una ruina que no podemos ni siquiera mantener en pie. Entonces ahí parece haber también una metáfora de la impotencia argentina…

–Sí, lo que ves son arrestos y esfuerzos individuales, algunos que, por distintas circunstancias, han fracasado. Hubo proyectos privados muy interesantes, que por cosas del destino quedaron en suspenso. Pero de parte del Estado solo hay declaraciones formales. Mientras tanto, el patrimonio se está cayendo a pedazos.

  • 13

La ciudad de las ranas es un viaje en varias direcciones. Es, en principio, el viaje de un gran periodista de investigación (apegado a los documentos y a los hechos) al territorio mágico de la ficción. Es también el viaje de un hombre sensible y curioso a las profundidades y misterios de su propio terruño. Es el viaje a una época y a una generación que soñó la Argentina con ambición, con talento y con coraje, pero que no fue inmaculada ni perfecta. Es un viaje por la historia, la política, la cultura y los sueños de una ciudad y de un país que fueron más de lo que son.

La ciudad de las ranas es la primera novela de Hugo Alconada Mon. Consagrado como periodista de investigación, Hugo no necesita presentación ante los lectores de LA NACION. Ha sido autor de resonantes y rigurosas investigaciones periodísticas; ha buceado en los sótanos del poder y ha seguido, con implacable meticulosidad, complejas tramas locales e internacionales de corrupción. Es autor de varios libros periodísticos, tanto de investigación como de entrevistas. Pero con el mismo espíritu y el mismo valor que se necesitan para ejercer el periodismo de investigación, Hugo se ha animado a explorar otro mundo, el de la ficción y la novela de aventuras. Para eso se sumergió en la historia de La Plata, la ciudad en la que nació, en la que se formó y en la que forjó una hermosa familia. La misma ciudad en la que dio sus primeros pasos como periodista, y a la que está indisolublemente unido por lazos familiares que se remontan a sus antepasados hasta llegar a sus padres, Ana e Isidoro.

"La Generación del 80, con sus luces y sus sombras, alumbró la ley 1420 que educó a todo un país y terminó convirtiendo a la Argentina en la nación más educada de América Latina"

La ciudad de las ranas (en alusión a sus bañados y su fauna) fue la forma despectiva en la que Julio Argentino Roca se refirió a La Plata cuando su diseño urbano recién empezaba a perfilarse. Esa ironía filosa expresaba, de algún modo, sus tensiones y rispideces con Dardo Rocha, el gobernador bonaerense que fundó la capital de la provincia y quiso pero nunca pudo sucederlo.

De esos hombres y de ese tiempo habla Hugo Alconada Mon en esta entrevista. Pero también habla del presente a la luz de aquella historia.

La litografía que ilustra el acto fundacional de La Plata; fueron incluidos Roca y Sarmiento, aunque no estuvieron La litografía que ilustra el acto fundacional de La Plata; fueron incluidos Roca y Sarmiento, aunque no estuvieron ArcHivo Histórico

–¿Cómo fue el salto de un periodista de investigación, apegado a la rigurosidad de los datos, “esclavo” de las pruebas y de los documentos, al mundo de la imaginación, la novela y la ficción?

–Fue una cuestión de necesidad y de ilusión. Este libro comenzó a gestarse cuando yo trabajaba en el diario El Día, hace ya más de veinte años. ¿Por qué? Porque soy nacido y criado en La Plata, donde vivo. Pero los dos años y medio que pasé en el diario El Día me aportaron una información valiosa; fue el tiempo en el que más conocí la ciudad de La Plata, porque el mismo trabajo te lleva a conocer a personas distintas, historiadores, lugares que de otro modo no conocerías. Y me quedó la idea de que ahí había algo mucho más atractivo de lo que usualmente sabemos. Entonces desde aquel tiempo fui leyendo, pero lo hacía de manera salpicada. En los últimos años empecé a meterle velocidad y ritmo, y la primera idea fue escribir una historia pequeña de la ciudad de La Plata en el período fundacional. Y empecé a trabajar como cuando hago mi trabajo de no ficción: una línea cronológica, un documento madre con toda la información, un listado de fuentes y de citas. Lo tengo armado. Pero, a medida que lo iba escribiendo, empecé a preguntarme cómo abordar ciertos temas históricos y a ver que me faltaban piezas del rompecabezas. Consulté a muchas fuentes, hablé con el presidente de la Academia Nacional de la Historia y busqué datos por todos lados. Pero había momentos en los cuales las piezas no encastraban. Y ahí empecé a jugar con la imaginación. A medida que iba completando el rompecabezas, me fui embalando, cubriendo los huecos. En un momento la ficción se superpuso sobre la historia real. Y entonces me empecé a divertir, y la pasé genial. Fue en medio de la pandemia, cuando estábamos encerrados, y esta era una manera, si querés, hasta de volar. Hay muchos personajes de la novela que son reales, pero hay otros que son totalmente inventados.

"La Plata era la ciudad que encarnaba el ideal de progreso, de iluminismo, de racionalismo de una generación que quería impulsar el desarrollo de una nación"

–¿Cómo lidiaste con tu trabajo cotidiano de periodista de investigación y esta otra “vida” como novelista?

–Son dos mundos distintos. Por supuesto que utilicé muchas técnicas de investigación para reconstruir aquella época. Pero hay una diferencia insoslayable: en periodismo, solo se publica lo que está verificado y es de interés público. Punto. Y así es como algunas investigaciones toman años. Pero como escritor, pude jugar, seguir los senderos que sentí más atractivos, sin limitantes. Es un océano de diferencia.

–En la trama parece haber dos ejes paralelos, el de una historia de amor y de aventuras, y el de la historia política. En la historia política, ¿cuánto hay de ficción y cuánto de realidad pura?

–Ahí no hay nada de ficción. Todo lo que sostengo sobre Roca, Rocha, la Generación del 80, Wilde, Sarmiento, los documentos históricos, las citas, todo eso es real. Cuando en un momento recreo un diálogo entre Roca y Rocha, me apoyo en las cartas que mutuamente se enviaban. Con lo cual ni siquiera es que estoy poniendo en la boca de Roca, algo que Roca jamás dijo. Lo dijo y lo escribió. Lo que yo hago es que se digan cara a cara lo que en un momento se habían escrito.

–En este libro conviven, entonces, un libro de historia con uno de ficción…

–Exacto. La compra de periodistas, por ejemplo, es real. Rocha contrata a un medio que se llamaba El Mosquito durante dos años. Eso está escrito en un libro de historia. La masacre de San Ponciano es real y la batalla de Ringuelet es real. Incluso hay frases, por ejemplo, en una carta que la muchacha de la novela le envía a Iñigo, uno de los protagonistas, que están extraídas de una carta real de Guillermina de Oliveira Cézar a otra persona. Entonces me apoyo mucho en lo real y después vuelo. Pero la quema de los templos masónicos en la ciudad de La Plata es real, las pujas entre masones y católicos son reales, lo mismo que entre criollos e inmigrantes. Es real el caso de un italiano al que intentaron secuestrar para que no pudiera competir en las elecciones. La historia es muy rica y, al mismo tiempo, sin pretender compararme, nos podemos permitir jugar como hacen Félix Luna en Soy Roca, o Tomás Eloy Martínez en La novela de Perón y Santa Evita, donde uno se pregunta ¿esto es real o no? Te dejo con la duda…

–Para escribir este libro vos hiciste un viaje al pasado, a los finales del siglo XIX. ¿Cómo se ve la Argentina de hoy desde aquel paisaje histórico?

–Creo que, al vernos, la Generación del 80 se agarraría los dedos con la puerta, pero al mismo tiempo dirían “esto era lo que nosotros esperábamos”. ¿Por qué te digo esto? Por un lado, creo que se frustrarían porque ellos soñaron otro país. Con sus luces y sus sombras. Ellos soñaron un país que, por un lado, alumbró la ley 1420, pero por otro lado le decían a todo un pueblo “ustedes juegan hasta acá; nosotros somos lo que lideramos, nosotros somos los que mandamos”. Entonces, yo creo que vivirían algunos aspectos con frustración, diciendo ‘cómo pudieron dejar que este país se desgastara y declinara tanto’, pero al mismo tiempo que dirían: ‘Era previsible’. Era previsible porque incluso ellos, al alumbrar la ley 1420, por un lado, quieren educar al pueblo, pero a la vez vislumbran que si vos educás y fomentás el desarrollo, todas esas personas en algún momento dirán “momentito”, “yo ya quiero tener voz y voto”. Entonces eso explica en parte por qué algunos sectores de aquel grupo, aquella generación, después terminaron en la Liga Patriótica. Ellos se consideraban la sal, lo cualitativo, y sabían que iban a ser superados por lo cuantitativo. Entonces, Rocha, por ejemplo, hubiera dicho “esto era previsible, por eso nosotros queríamos promover la Liga Patriótica”. Ahora, sobre la ciudad en sí, ya no sobre la Argentina sino sobre la ciudad de La Plata, yo creo que nos agarran a patadas a todos. Es triste ver cómo hemos ido demoliendo o devorando el patrimonio urbano de esta ciudad, desde edificios hermosísimos que hemos dejado caer hasta que nos la pasamos asfaltando adoquines históricos. Alguien puede decir que eso es menor, pero es sintomático de un pueblo que no tiene memoria.

–Está claro que te ha atraído la historia de La Plata porque tiene que ver con tus raíces, y tal vez por esa sensibilidad que nos inspira nuestro propio terruño, ¿pero también ves que el destino de La Plata expresa, de algún modo, una metáfora de la Argentina?

–Sí, es la metáfora de un país, reflejada en una ciudad que quiso ser, que pudo ser y que no logró ser. Que puede recuperar su destino, pero que al mismo tiempo lo boicotea. Insisto: esta generación, con sus luces y sus sombras, alumbró la ley 1420 que educó a todo un país y terminó convirtiendo a la Argentina en la nación más educada de América Latina.

–Y La Plata fue un símbolo de esa Argentina: “La Atenas de América”, la llamó el escritor Pedro Henríquez Ureña…

–La Plata era la ciudad que encarnaba el ideal de progreso, de iluminismo, de racionalismo de toda una generación que quería impulsar el desarrollo de una nación, con sus luces y sus sombras, con cosas con las que estoy de acuerdo y otras con las que no, pero que tenían claro que había que darle para adelante. Tenían, por supuesto, sus pujas de poder, sus diferencias, por ejemplo, con la Iglesia, y por eso tenían los encontronazos que tenían por el control del Registro Civil, del cementerio, de la educación… Pero que al mismo tiempo decían “vamos para allá”. Después se mataban entre ellos, porque se mataban: se espiaron, muchos eran corruptos, hacían negocios…

–En la novela vos hacés una pintura de esa clase dirigente, atravesada por los peores vicios de la política y por graves tensiones en la convivencia, marcada por la desconfianza, las zancadillas, el espionaje... Para citar uno de tus libros anteriores, ¿viste ahí “la raíz” de algo que después se ha ido exacerbando en la dirigencia política argentina?

–En algunos aspectos sí ¿Por qué te digo esto? El libro también fue para mí una forma de explorar una generación que conocía poco. Y al conocerlos en sus mejores aspectos, pero también en sus miserias, terminé queriéndolos más. A mí no me gustan los superhéroes que parecen impolutos y todopoderosos. No me gusta Superman, me gusta el Chapulín Colorado, que es cobarde, que se asusta, pero que, aun así, va para adelante. Superman es de piedra, ¿cómo va a tener miedo? Al mismo tiempo, tendemos siempre a olvidar algunos aspectos incómodos y recordar lo mejor. Es cierto y es bueno, pero no nos impide reconocer que la Generación del 80 tuvo grandes logros, pero también tuvo sus miserias. Eran picantes, eran agresivos y se intentaron boicotear, se espiaron y algunos eran corruptos... Pero lo bueno es que, aun así, lograron impulsar algunas de las mejores medidas de este país. A su vez, también tuvieron sus dobleces, generaron la crisis de 1890. Hay un libro de Julián Martel que se llama La Bolsa, que es extraordinario, y demuestra la timba financiera en la cual habían caído. Es decir, funcionarios que sacaban créditos a sola firma de los bancos públicos, no los pagaban, se daban vuelta e invertían ese dinero en la bolsa, ganaban fortunas y ¡viva la Pepa! Y sí, hay algunas vetas de aquellos años que continuamos: en las luces, porque todavía hoy me da la sensación de que cosechamos algunos de los frutos tardíos de aquella educación pública que lograron impulsar en ese tiempo. Vos y yo somos egresados de la universidad pública, y eso es un mérito de aquella generación. No tuvimos que pagar para que nos educaran. Y en las sombras, también hoy hay mucho de aquel pasado. Hay reminiscencias de aquella puja entre Roca y Rocha, que yo me reía: parecían Menem y Duhalde. Y después hay comentarios sobre corrupción, que vos decís: “No cambiamos mucho”.

–Quizá la diferencia esté en las proporciones. Luces y sombras encontraremos en cualquier individualidad y en cualquier período histórico que analicemos, pero la cuestión radica en cuánto de luces y cuánto de sombras…

–Y también el grado de sofisticación… Vos ves, por ejemplo, a Ataliva Roca, uno de los hermanos de Julio Roca, y decís “no podía ser tan salvaje”… Hoy ves algunos que son más sofisticados, y otros que son igual de groseros…

–En la fundación de La Plata, donde tuvo tanta preeminencia la obra pública, ¿hubo un Lázaro Báez?

–Hubo varios. Y hay un enorme signo de pregunta, que lo planteo con el mayor de los respetos y espero que los descendientes de Rocha no me quieran ahorcar en una plaza pública: Dardo Rocha tenía una casa bonita, un solar en la calle Lavalle al 800 de la ciudad de Buenos Aires; era un solar de los tiempos de la colonia, en el que habían vivido sus padres, sus abuelos… una casa típica, con una sola planta, con ventanas piso- techo, puerta, nada más. Tengo la foto. Pero se viene a vivir a La Plata y los amigos le hacen (también en Buenos Aires) un palacete rococó de dos plantas, que adentro tenía de todo, con un mensaje escrito en piedra en la puerta que decía: “A Rocha, sus amigos”. Y lo que no pude reconstruir es si “los amigos” eran los constructores de la ciudad de La Plata. Si fuera así, sería el actual delito de dádivas. No lo escribí porque no hay pruebas. Es una pregunta que no pude responder. Y mirá que busqué: averigüé en el Registro de la Propiedad Inmueble, consulté a historiadores, a la Academia Nacional de la Historia. Fui y volví, fui y volví…La casa la demolieron. José Claudio Escribano llegó a entrar, habló con las hijas de Rocha y me cuenta que era extraordinaria: adentro había cuadros de Rubens, vajilla visigoda…

–Lo que también parece una constante histórica, y lo vemos en estos días, es la pelea entre porteños y bonaerenses. ¿Identificás ahí una raíz de los desencuentros argentinos?

–Sí, y también muestra otra de las aristas por las cuales La Plata no llegó a ser la que pudo ser. El plan original de Rocha era, primero construir la ciudad, que fuera el gran ejemplo de lo que él podía hacer. Su ilusión era ganar la presidencia, apoyado en esta ciudad como trampolín, y ya como presidente, convertir a La Plata en la capital federal y que la Ciudad de Buenos Aires volviera a ser la capital de la provincia de Buenos Aires. Él era porteño. Él había sido discípulo de Carlos Tejedor. Y Fray Mocho, al morir, lo define como el último porteño. Él lo que quería era decir “gano, devuelvo la ciudad de Buenos Aires a su legítimo dueño y la ciudad de La Plata, como ha sido Brasilia en Brasil, o Washington en Estados Unidos, es la capital federal: no es de nadie y es de todos. No tiene antecedentes históricos por los cuales alguien la reclame…”. Y Roca, en esa puja entre porteños y el interior, dice: “si esto ocurre, y ocurre demasiado rápido, vamos a tener otra vez estun gran desbalance entre porteños e interior y habremos combatido contra Carlos Tejedor en 1880 para nada; nos habremos desangrado para nada”. Y ese es uno de los motivos por los cuales le pisa las ilusiones a Rocha y alienta las ilusiones de (Miguel) Juárez Celman, que además de ser su concuñado, es cordobés. Y después se mezclan otras cosas, como una que les pasa a muchos presidentes: recién se están sentando en el sillón de Rivadavia y sienten que ya les están respirando en la nuca. Eso siente con Rocha. Por eso Roca se enoja y escribe una carta en la que dice: “Ni se acomodó allá como gobernador y ya me está queriendo sacar el lugar”.

–Y así nace la maldición de Dardo Rocha, que ha perseguido a todos los gobernadores de la provincia de Buenos Aires que han intentado llegar a la presidencia: ninguno pudo hacerlo a través de elecciones.

–Ahí tenés dos partes, la que es mito y la que es realidad. La realidad es que ninguno lo logró. Y al mismo tiempo, es comprensible que las otras provincias vean a Buenos Aires como un gigante, como una amenaza. Eso explica discusiones que tenemos hoy, por ejemplo, sobre la coparticipación federal o sobre si debemos o no volver al colegio electoral. Son distintas aristas de la misma inquietud.

–Íñigo, uno de los protagonistas centrales de la novela, se encarga de escribirles a otros inmigrantes las cartas a sus familias. En un momento dice: “Algunas cartas eran más largas que otras. Pero todas hablaban de sueños, de esperanzas... de trabajo duro, de gastar poco y ahorrar lo posible. De ilusiones de tener una casa propia… De un futuro mejor”. Si hiciéramos el ejercicio de imaginar las cartas que escribirían hoy los jóvenes de esta Argentina, ¿tendrían esa carga de entusiasmo y de ilusión por el futuro?

–Diría que, si hoy fueran escritas en la ciudad de La Plata, tendrían un tono agridulce. Quizás en otros lugares de la propia Argentina, expresarían mayor esperanza, porque hay lugares luminosos de la Argentina. Hay lugares donde todavía hoy existe la sensación del progreso, la sensación de “tenemos destino”, “tenemos futuro”. Este país tiene lugares increíbles, hermosos, donde la gente labura y progresa… Todo eso es muy bueno. Incluso aquí, ¿por qué yo digo agridulce? Porque creo que Iñigo podría estar escuchando a aquellos que tienen la ilusión de poder educarse, de poder ir a la universidad, de poder ir al Colegio Nacional… Pero creo que también tendrías a un Iñigo escribiendo, por ejemplo, sobre la inseguridad, aunque también eso ocurría en aquel momento: los inmigrantes, por temor a que les robaran o los golpearan, se juntaban e iban en grupos por las zonas oscuras hacia Tolosa para comprar alimentos. Entonces, creo que las cartas de Iñigo en la actualidad serían similares a las que escribió en la segunda fase de la novela; la fase en la cual los inmigrantes iban conociendo también las aristas más grises y la decepción.

–Iñigo también representa un perfil que parece muy desdibujado en la Argentina actual: el de la educación de calidad asociada a las clases más vulnerables. Es un inmigrante pobre que escucha a Verdi y lee Los Miserables, que es capaz de recitar de memoria a grandes poetas y que disfruta la ópera…

–Yo también ahí prefiero los matices, porque creo que hay muchos que quieren progresar, que quieren avanzar y mejorar. Es la pobreza aspiracional. En estos días leímos en el diario una historia extraordinaria, la del muchacho que está entre los diez mejores estudiantes del mundo. Es para emocionarse. Un pibe que le mete garra, garra y garra; su padre es obrero de la construcción, una de sus hermanas está estudiando ingeniería y él está estudiando tres carreras. Eso te muestra lo bueno. Ahora, la de nuestros abuelos y bisabuelos era una generación que, aun cuando vinieran con lo puesto, podían construir un futuro. Mi bisabuelo Mon vino a los 16 y durmió sobre la barra de una pulpería, en Pehuajó. No volvió nunca más a España. Acá llegó a ser peluquero y, deslomándose, pudo tener un par de casas en Pehuajó y mandar a sus hijos a estudiar. Mi abuelo fue ingeniero, y el día que se recibió, el padre le cortó los víveres, diciéndole “ya llegaste mucho más lejos de lo que jamás he llegado yo”. Era esta cultura aspiracional, esto de decir “vamos pa’lante”. Por eso yo pongo mucho énfasis en el Teatro Princesa de La Plata porque el Teatro Princesa encarnó, justamente, el espíritu de “juntos podemos”. La idea de que, si unimos las fuerzas, vamos a llegar más lejos. Y si unimos las fuerzas podemos construir algo que nos va a trascender a nosotros. El Princesa representó eso: fue un teatro, después un cine, un espacio donde iban personas a cantar y donde se daban clases magistrales. Edmundo de Amicis dio una conferencia y fue elegido uno de los padrinos de Unione e Fratellanza.

–Pero uno pasa hoy por la puerta del Teatro Princesa y lo ve convertido en una ruina que no podemos ni siquiera mantener en pie. Entonces ahí parece haber también una metáfora de la impotencia argentina…

–Sí, lo que ves son arrestos y esfuerzos individuales, algunos que, por distintas circunstancias, han fracasado. Hubo proyectos privados muy interesantes, que por cosas del destino quedaron en suspenso. Pero de parte del Estado solo hay declaraciones formales. Mientras tanto, el patrimonio se está cayendo a pedazos.

–Vos subrayás y describís en el libro el rol de la masonería en la fundación y el diseño de La Plata. Para muchos que no conocemos ese universo, la masonería suena como algo misterioso y hermético. ¿Qué descubriste de ese mundo?

  • –Para mí también era un gran misterio. Fue un viaje de exploración y descubrimiento. Y fue muy interesante. La Plata es una ciudad masónica, desde su diseño hasta infinidad de edificios. Esta ciudad no se explica sin la masonería. Rocha era masón, (Pedro) Benoit (el que planificó la ciudad) era masón, 29 de los 36 miembros del Departamento de Ingenieros eran masones. Los otros siete, no es que no lo hayan sido, sino que no lo pude confirmar, con lo cual puede que el número sea incluso mayor. También había sacerdotes masones, porque la masonería no es una antítesis de la Iglesia. Es una forma de impulsar lo que hablábamos antes, el iluminismo, las ideas liberales, ese tipo de cuestiones.
  • Y como en cualquier otro grupo humano, hubo facciones, pujas de poder. Y así como tenías la masonería especulativa y la operativa, había también distintas logias masónicas que eran la del laburante, la del italiano, la del inmigrante francés, y después tenés otras más de clase media alta, donde estaba Benoit, que no se cruzaban entre ellas. Incluso hubo peleas de egos, por ejemplo, por ver quién concretaba la primera logia en la ciudad.
  • –¿Y creés que en La Plata sobrevive algo de ese espíritu de la masonería?
  • Creo que mucho del legado tiene que ver con eso, incluso en la universidad. La ciudad se llama La Plata por un masón, Hernández. Hernández fue, junto con otros, uno de los que impulsó la Universidad Nacional de La Plata, casa que tenía una enorme carga masónica que a su vez tenía esa impronta: adscriben a la idea del racionalismo, de impulsar el debate de ideas. Ahora tenemos algunas facultades que no promueven eso y, por el contrario, persiguen al disidente. Recordemos que el rectorado, en la esquina de 7 y 47, tiene un árbol y al lado tiene un pequeño monolito de los masones. Está puesto ahí.
  • Para un platense, la novela es un viaje fascinante, porque nos lleva a nuestras raíces y nos descubre secretos de nuestro propio terruño. ¿Por qué sería interesante para alguien que no es de La Plata y que no necesariamente está familiarizado con esta historia?
  • 13

La ciudad de las ranas es un viaje en varias direcciones. Es, en principio, el viaje de un gran periodista de investigación (apegado a los documentos y a los hechos) al territorio mágico de la ficción. Es también el viaje de un hombre sensible y curioso a las profundidades y misterios de su propio terruño. Es el viaje a una época y a una generación que soñó la Argentina con ambición, con talento y con coraje, pero que no fue inmaculada ni perfecta. Es un viaje por la historia, la política, la cultura y los sueños de una ciudad y de un país que fueron más de lo que son.

La ciudad de las ranas es la primera novela de Hugo Alconada Mon. Consagrado como periodista de investigación, Hugo no necesita presentación ante los lectores de LA NACION. Ha sido autor de resonantes y rigurosas investigaciones periodísticas; ha buceado en los sótanos del poder y ha seguido, con implacable meticulosidad, complejas tramas locales e internacionales de corrupción. Es autor de varios libros periodísticos, tanto de investigación como de entrevistas. Pero con el mismo espíritu y el mismo valor que se necesitan para ejercer el periodismo de investigación, Hugo se ha animado a explorar otro mundo, el de la ficción y la novela de aventuras. Para eso se sumergió en la historia de La Plata, la ciudad en la que nació, en la que se formó y en la que forjó una hermosa familia. La misma ciudad en la que dio sus primeros pasos como periodista, y a la que está indisolublemente unido por lazos familiares que se remontan a sus antepasados hasta llegar a sus padres, Ana e Isidoro.

"La Generación del 80, con sus luces y sus sombras, alumbró la ley 1420 que educó a todo un país y terminó convirtiendo a la Argentina en la nación más educada de América Latina"

La ciudad de las ranas (en alusión a sus bañados y su fauna) fue la forma despectiva en la que Julio Argentino Roca se refirió a La Plata cuando su diseño urbano recién empezaba a perfilarse. Esa ironía filosa expresaba, de algún modo, sus tensiones y rispideces con Dardo Rocha, el gobernador bonaerense que fundó la capital de la provincia y quiso pero nunca pudo sucederlo.

De esos hombres y de ese tiempo habla Hugo Alconada Mon en esta entrevista. Pero también habla del presente a la luz de aquella historia.

La litografía que ilustra el acto fundacional de La Plata; fueron incluidos Roca y Sarmiento, aunque no estuvieron La litografía que ilustra el acto fundacional de La Plata; fueron incluidos Roca y Sarmiento, aunque no estuvieron ArcHivo Histórico

–¿Cómo fue el salto de un periodista de investigación, apegado a la rigurosidad de los datos, “esclavo” de las pruebas y de los documentos, al mundo de la imaginación, la novela y la ficción?

–Fue una cuestión de necesidad y de ilusión. Este libro comenzó a gestarse cuando yo trabajaba en el diario El Día, hace ya más de veinte años. ¿Por qué? Porque soy nacido y criado en La Plata, donde vivo. Pero los dos años y medio que pasé en el diario El Día me aportaron una información valiosa; fue el tiempo en el que más conocí la ciudad de La Plata, porque el mismo trabajo te lleva a conocer a personas distintas, historiadores, lugares que de otro modo no conocerías. Y me quedó la idea de que ahí había algo mucho más atractivo de lo que usualmente sabemos. Entonces desde aquel tiempo fui leyendo, pero lo hacía de manera salpicada. En los últimos años empecé a meterle velocidad y ritmo, y la primera idea fue escribir una historia pequeña de la ciudad de La Plata en el período fundacional. Y empecé a trabajar como cuando hago mi trabajo de no ficción: una línea cronológica, un documento madre con toda la información, un listado de fuentes y de citas. Lo tengo armado. Pero, a medida que lo iba escribiendo, empecé a preguntarme cómo abordar ciertos temas históricos y a ver que me faltaban piezas del rompecabezas. Consulté a muchas fuentes, hablé con el presidente de la Academia Nacional de la Historia y busqué datos por todos lados. Pero había momentos en los cuales las piezas no encastraban. Y ahí empecé a jugar con la imaginación. A medida que iba completando el rompecabezas, me fui embalando, cubriendo los huecos. En un momento la ficción se superpuso sobre la historia real. Y entonces me empecé a divertir, y la pasé genial. Fue en medio de la pandemia, cuando estábamos encerrados, y esta era una manera, si querés, hasta de volar. Hay muchos personajes de la novela que son reales, pero hay otros que son totalmente inventados.

"La Plata era la ciudad que encarnaba el ideal de progreso, de iluminismo, de racionalismo de una generación que quería impulsar el desarrollo de una nación"

–¿Cómo lidiaste con tu trabajo cotidiano de periodista de investigación y esta otra “vida” como novelista?

–Son dos mundos distintos. Por supuesto que utilicé muchas técnicas de investigación para reconstruir aquella época. Pero hay una diferencia insoslayable: en periodismo, solo se publica lo que está verificado y es de interés público. Punto. Y así es como algunas investigaciones toman años. Pero como escritor, pude jugar, seguir los senderos que sentí más atractivos, sin limitantes. Es un océano de diferencia.

–En la trama parece haber dos ejes paralelos, el de una historia de amor y de aventuras, y el de la historia política. En la historia política, ¿cuánto hay de ficción y cuánto de realidad pura?

–Ahí no hay nada de ficción. Todo lo que sostengo sobre Roca, Rocha, la Generación del 80, Wilde, Sarmiento, los documentos históricos, las citas, todo eso es real. Cuando en un momento recreo un diálogo entre Roca y Rocha, me apoyo en las cartas que mutuamente se enviaban. Con lo cual ni siquiera es que estoy poniendo en la boca de Roca, algo que Roca jamás dijo. Lo dijo y lo escribió. Lo que yo hago es que se digan cara a cara lo que en un momento se habían escrito.

–En este libro conviven, entonces, un libro de historia con uno de ficción…

–Exacto. La compra de periodistas, por ejemplo, es real. Rocha contrata a un medio que se llamaba El Mosquito durante dos años. Eso está escrito en un libro de historia. La masacre de San Ponciano es real y la batalla de Ringuelet es real. Incluso hay frases, por ejemplo, en una carta que la muchacha de la novela le envía a Iñigo, uno de los protagonistas, que están extraídas de una carta real de Guillermina de Oliveira Cézar a otra persona. Entonces me apoyo mucho en lo real y después vuelo. Pero la quema de los templos masónicos en la ciudad de La Plata es real, las pujas entre masones y católicos son reales, lo mismo que entre criollos e inmigrantes. Es real el caso de un italiano al que intentaron secuestrar para que no pudiera competir en las elecciones. La historia es muy rica y, al mismo tiempo, sin pretender compararme, nos podemos permitir jugar como hacen Félix Luna en Soy Roca, o Tomás Eloy Martínez en La novela de Perón y Santa Evita, donde uno se pregunta ¿esto es real o no? Te dejo con la duda…

–Para escribir este libro vos hiciste un viaje al pasado, a los finales del siglo XIX. ¿Cómo se ve la Argentina de hoy desde aquel paisaje histórico?

–Creo que, al vernos, la Generación del 80 se agarraría los dedos con la puerta, pero al mismo tiempo dirían “esto era lo que nosotros esperábamos”. ¿Por qué te digo esto? Por un lado, creo que se frustrarían porque ellos soñaron otro país. Con sus luces y sus sombras. Ellos soñaron un país que, por un lado, alumbró la ley 1420, pero por otro lado le decían a todo un pueblo “ustedes juegan hasta acá; nosotros somos lo que lideramos, nosotros somos los que mandamos”. Entonces, yo creo que vivirían algunos aspectos con frustración, diciendo ‘cómo pudieron dejar que este país se desgastara y declinara tanto’, pero al mismo tiempo que dirían: ‘Era previsible’. Era previsible porque incluso ellos, al alumbrar la ley 1420, por un lado, quieren educar al pueblo, pero a la vez vislumbran que si vos educás y fomentás el desarrollo, todas esas personas en algún momento dirán “momentito”, “yo ya quiero tener voz y voto”. Entonces eso explica en parte por qué algunos sectores de aquel grupo, aquella generación, después terminaron en la Liga Patriótica. Ellos se consideraban la sal, lo cualitativo, y sabían que iban a ser superados por lo cuantitativo. Entonces, Rocha, por ejemplo, hubiera dicho “esto era previsible, por eso nosotros queríamos promover la Liga Patriótica”. Ahora, sobre la ciudad en sí, ya no sobre la Argentina sino sobre la ciudad de La Plata, yo creo que nos agarran a patadas a todos. Es triste ver cómo hemos ido demoliendo o devorando el patrimonio urbano de esta ciudad, desde edificios hermosísimos que hemos dejado caer hasta que nos la pasamos asfaltando adoquines históricos. Alguien puede decir que eso es menor, pero es sintomático de un pueblo que no tiene memoria.

–Está claro que te ha atraído la historia de La Plata porque tiene que ver con tus raíces, y tal vez por esa sensibilidad que nos inspira nuestro propio terruño, ¿pero también ves que el destino de La Plata expresa, de algún modo, una metáfora de la Argentina?

–Sí, es la metáfora de un país, reflejada en una ciudad que quiso ser, que pudo ser y que no logró ser. Que puede recuperar su destino, pero que al mismo tiempo lo boicotea. Insisto: esta generación, con sus luces y sus sombras, alumbró la ley 1420 que educó a todo un país y terminó convirtiendo a la Argentina en la nación más educada de América Latina.

–Y La Plata fue un símbolo de esa Argentina: “La Atenas de América”, la llamó el escritor Pedro Henríquez Ureña…

–La Plata era la ciudad que encarnaba el ideal de progreso, de iluminismo, de racionalismo de toda una generación que quería impulsar el desarrollo de una nación, con sus luces y sus sombras, con cosas con las que estoy de acuerdo y otras con las que no, pero que tenían claro que había que darle para adelante. Tenían, por supuesto, sus pujas de poder, sus diferencias, por ejemplo, con la Iglesia, y por eso tenían los encontronazos que tenían por el control del Registro Civil, del cementerio, de la educación… Pero que al mismo tiempo decían “vamos para allá”. Después se mataban entre ellos, porque se mataban: se espiaron, muchos eran corruptos, hacían negocios…

–En la novela vos hacés una pintura de esa clase dirigente, atravesada por los peores vicios de la política y por graves tensiones en la convivencia, marcada por la desconfianza, las zancadillas, el espionaje... Para citar uno de tus libros anteriores, ¿viste ahí “la raíz” de algo que después se ha ido exacerbando en la dirigencia política argentina?

–En algunos aspectos sí ¿Por qué te digo esto? El libro también fue para mí una forma de explorar una generación que conocía poco. Y al conocerlos en sus mejores aspectos, pero también en sus miserias, terminé queriéndolos más. A mí no me gustan los superhéroes que parecen impolutos y todopoderosos. No me gusta Superman, me gusta el Chapulín Colorado, que es cobarde, que se asusta, pero que, aun así, va para adelante. Superman es de piedra, ¿cómo va a tener miedo? Al mismo tiempo, tendemos siempre a olvidar algunos aspectos incómodos y recordar lo mejor. Es cierto y es bueno, pero no nos impide reconocer que la Generación del 80 tuvo grandes logros, pero también tuvo sus miserias. Eran picantes, eran agresivos y se intentaron boicotear, se espiaron y algunos eran corruptos... Pero lo bueno es que, aun así, lograron impulsar algunas de las mejores medidas de este país. A su vez, también tuvieron sus dobleces, generaron la crisis de 1890. Hay un libro de Julián Martel que se llama La Bolsa, que es extraordinario, y demuestra la timba financiera en la cual habían caído. Es decir, funcionarios que sacaban créditos a sola firma de los bancos públicos, no los pagaban, se daban vuelta e invertían ese dinero en la bolsa, ganaban fortunas y ¡viva la Pepa! Y sí, hay algunas vetas de aquellos años que continuamos: en las luces, porque todavía hoy me da la sensación de que cosechamos algunos de los frutos tardíos de aquella educación pública que lograron impulsar en ese tiempo. Vos y yo somos egresados de la universidad pública, y eso es un mérito de aquella generación. No tuvimos que pagar para que nos educaran. Y en las sombras, también hoy hay mucho de aquel pasado. Hay reminiscencias de aquella puja entre Roca y Rocha, que yo me reía: parecían Menem y Duhalde. Y después hay comentarios sobre corrupción, que vos decís: “No cambiamos mucho”.

–Quizá la diferencia esté en las proporciones. Luces y sombras encontraremos en cualquier individualidad y en cualquier período histórico que analicemos, pero la cuestión radica en cuánto de luces y cuánto de sombras…

–Y también el grado de sofisticación… Vos ves, por ejemplo, a Ataliva Roca, uno de los hermanos de Julio Roca, y decís “no podía ser tan salvaje”… Hoy ves algunos que son más sofisticados, y otros que son igual de groseros…

–En la fundación de La Plata, donde tuvo tanta preeminencia la obra pública, ¿hubo un Lázaro Báez?

–Hubo varios. Y hay un enorme signo de pregunta, que lo planteo con el mayor de los respetos y espero que los descendientes de Rocha no me quieran ahorcar en una plaza pública: Dardo Rocha tenía una casa bonita, un solar en la calle Lavalle al 800 de la ciudad de Buenos Aires; era un solar de los tiempos de la colonia, en el que habían vivido sus padres, sus abuelos… una casa típica, con una sola planta, con ventanas piso- techo, puerta, nada más. Tengo la foto. Pero se viene a vivir a La Plata y los amigos le hacen (también en Buenos Aires) un palacete rococó de dos plantas, que adentro tenía de todo, con un mensaje escrito en piedra en la puerta que decía: “A Rocha, sus amigos”. Y lo que no pude reconstruir es si “los amigos” eran los constructores de la ciudad de La Plata. Si fuera así, sería el actual delito de dádivas. No lo escribí porque no hay pruebas. Es una pregunta que no pude responder. Y mirá que busqué: averigüé en el Registro de la Propiedad Inmueble, consulté a historiadores, a la Academia Nacional de la Historia. Fui y volví, fui y volví…La casa la demolieron. José Claudio Escribano llegó a entrar, habló con las hijas de Rocha y me cuenta que era extraordinaria: adentro había cuadros de Rubens, vajilla visigoda…

–Lo que también parece una constante histórica, y lo vemos en estos días, es la pelea entre porteños y bonaerenses. ¿Identificás ahí una raíz de los desencuentros argentinos?

–Sí, y también muestra otra de las aristas por las cuales La Plata no llegó a ser la que pudo ser. El plan original de Rocha era, primero construir la ciudad, que fuera el gran ejemplo de lo que él podía hacer. Su ilusión era ganar la presidencia, apoyado en esta ciudad como trampolín, y ya como presidente, convertir a La Plata en la capital federal y que la Ciudad de Buenos Aires volviera a ser la capital de la provincia de Buenos Aires. Él era porteño. Él había sido discípulo de Carlos Tejedor. Y Fray Mocho, al morir, lo define como el último porteño. Él lo que quería era decir “gano, devuelvo la ciudad de Buenos Aires a su legítimo dueño y la ciudad de La Plata, como ha sido Brasilia en Brasil, o Washington en Estados Unidos, es la capital federal: no es de nadie y es de todos. No tiene antecedentes históricos por los cuales alguien la reclame…”. Y Roca, en esa puja entre porteños y el interior, dice: “si esto ocurre, y ocurre demasiado rápido, vamos a tener otra vez estun gran desbalance entre porteños e interior y habremos combatido contra Carlos Tejedor en 1880 para nada; nos habremos desangrado para nada”. Y ese es uno de los motivos por los cuales le pisa las ilusiones a Rocha y alienta las ilusiones de (Miguel) Juárez Celman, que además de ser su concuñado, es cordobés. Y después se mezclan otras cosas, como una que les pasa a muchos presidentes: recién se están sentando en el sillón de Rivadavia y sienten que ya les están respirando en la nuca. Eso siente con Rocha. Por eso Roca se enoja y escribe una carta en la que dice: “Ni se acomodó allá como gobernador y ya me está queriendo sacar el lugar”.

–Y así nace la maldición de Dardo Rocha, que ha perseguido a todos los gobernadores de la provincia de Buenos Aires que han intentado llegar a la presidencia: ninguno pudo hacerlo a través de elecciones.

–Ahí tenés dos partes, la que es mito y la que es realidad. La realidad es que ninguno lo logró. Y al mismo tiempo, es comprensible que las otras provincias vean a Buenos Aires como un gigante, como una amenaza. Eso explica discusiones que tenemos hoy, por ejemplo, sobre la coparticipación federal o sobre si debemos o no volver al colegio electoral. Son distintas aristas de la misma inquietud.

–Íñigo, uno de los protagonistas centrales de la novela, se encarga de escribirles a otros inmigrantes las cartas a sus familias. En un momento dice: “Algunas cartas eran más largas que otras. Pero todas hablaban de sueños, de esperanzas... de trabajo duro, de gastar poco y ahorrar lo posible. De ilusiones de tener una casa propia… De un futuro mejor”. Si hiciéramos el ejercicio de imaginar las cartas que escribirían hoy los jóvenes de esta Argentina, ¿tendrían esa carga de entusiasmo y de ilusión por el futuro?

–Diría que, si hoy fueran escritas en la ciudad de La Plata, tendrían un tono agridulce. Quizás en otros lugares de la propia Argentina, expresarían mayor esperanza, porque hay lugares luminosos de la Argentina. Hay lugares donde todavía hoy existe la sensación del progreso, la sensación de “tenemos destino”, “tenemos futuro”. Este país tiene lugares increíbles, hermosos, donde la gente labura y progresa… Todo eso es muy bueno. Incluso aquí, ¿por qué yo digo agridulce? Porque creo que Iñigo podría estar escuchando a aquellos que tienen la ilusión de poder educarse, de poder ir a la universidad, de poder ir al Colegio Nacional… Pero creo que también tendrías a un Iñigo escribiendo, por ejemplo, sobre la inseguridad, aunque también eso ocurría en aquel momento: los inmigrantes, por temor a que les robaran o los golpearan, se juntaban e iban en grupos por las zonas oscuras hacia Tolosa para comprar alimentos. Entonces, creo que las cartas de Iñigo en la actualidad serían similares a las que escribió en la segunda fase de la novela; la fase en la cual los inmigrantes iban conociendo también las aristas más grises y la decepción.

–Iñigo también representa un perfil que parece muy desdibujado en la Argentina actual: el de la educación de calidad asociada a las clases más vulnerables. Es un inmigrante pobre que escucha a Verdi y lee Los Miserables, que es capaz de recitar de memoria a grandes poetas y que disfruta la ópera…

–Yo también ahí prefiero los matices, porque creo que hay muchos que quieren progresar, que quieren avanzar y mejorar. Es la pobreza aspiracional. En estos días leímos en el diario una historia extraordinaria, la del muchacho que está entre los diez mejores estudiantes del mundo. Es para emocionarse. Un pibe que le mete garra, garra y garra; su padre es obrero de la construcción, una de sus hermanas está estudiando ingeniería y él está estudiando tres carreras. Eso te muestra lo bueno. Ahora, la de nuestros abuelos y bisabuelos era una generación que, aun cuando vinieran con lo puesto, podían construir un futuro. Mi bisabuelo Mon vino a los 16 y durmió sobre la barra de una pulpería, en Pehuajó. No volvió nunca más a España. Acá llegó a ser peluquero y, deslomándose, pudo tener un par de casas en Pehuajó y mandar a sus hijos a estudiar. Mi abuelo fue ingeniero, y el día que se recibió, el padre le cortó los víveres, diciéndole “ya llegaste mucho más lejos de lo que jamás he llegado yo”. Era esta cultura aspiracional, esto de decir “vamos pa’lante”. Por eso yo pongo mucho énfasis en el Teatro Princesa de La Plata porque el Teatro Princesa encarnó, justamente, el espíritu de “juntos podemos”. La idea de que, si unimos las fuerzas, vamos a llegar más lejos. Y si unimos las fuerzas podemos construir algo que nos va a trascender a nosotros. El Princesa representó eso: fue un teatro, después un cine, un espacio donde iban personas a cantar y donde se daban clases magistrales. Edmundo de Amicis dio una conferencia y fue elegido uno de los padrinos de Unione e Fratellanza.

–Pero uno pasa hoy por la puerta del Teatro Princesa y lo ve convertido en una ruina que no podemos ni siquiera mantener en pie. Entonces ahí parece haber también una metáfora de la impotencia argentina…

–Sí, lo que ves son arrestos y esfuerzos individuales, algunos que, por distintas circunstancias, han fracasado. Hubo proyectos privados muy interesantes, que por cosas del destino quedaron en suspenso. Pero de parte del Estado solo hay declaraciones formales. Mientras tanto, el patrimonio se está cayendo a pedazos.

–Vos subrayás y describís en el libro el rol de la masonería en la fundación y el diseño de La Plata. Para muchos que no conocemos ese universo, la masonería suena como algo misterioso y hermético. ¿Qué descubriste de ese mundo?

–Para mí también era un gran misterio. Fue un viaje de exploración y descubrimiento. Y fue muy interesante. La Plata es una ciudad masónica, desde su diseño hasta infinidad de edificios. Esta ciudad no se explica sin la masonería. Rocha era masón, (Pedro) Benoit (el que planificó la ciudad) era masón, 29 de los 36 miembros del Departamento de Ingenieros eran masones. Los otros siete, no es que no lo hayan sido, sino que no lo pude confirmar, con lo cual puede que el número sea incluso mayor. También había sacerdotes masones, porque la masonería no es una antítesis de la Iglesia. Es una forma de impulsar lo que hablábamos antes, el iluminismo, las ideas liberales, ese tipo de cuestiones. Y como en cualquier otro grupo humano, hubo facciones, pujas de poder. Y así como tenías la masonería especulativa y la operativa, había también distintas logias masónicas que eran la del laburante, la del italiano, la del inmigrante francés, y después tenés otras más de clase media alta, donde estaba Benoit, que no se cruzaban entre ellas. Incluso hubo peleas de egos, por ejemplo, por ver quién concretaba la primera logia en la ciudad.

–¿Y creés que en La Plata sobrevive algo de ese espíritu de la masonería?

–Creo que mucho del legado tiene que ver con eso, incluso en la universidad. La ciudad se llama La Plata por un masón, Hernández. Hernández fue, junto con otros, uno de los que impulsó la Universidad Nacional de La Plata, casa que tenía una enorme carga masónica que a su vez tenía esa impronta: adscriben a la idea del racionalismo, de impulsar el debate de ideas. Ahora tenemos algunas facultades que no promueven eso y, por el contrario, persiguen al disidente. Recordemos que el rectorado, en la esquina de 7 y 47, tiene un árbol y al lado tiene un pequeño monolito de los masones. Está puesto ahí.

–Para un platense, la novela es un viaje fascinante, porque nos lleva a nuestras raíces y nos descubre secretos de nuestro propio terruño. ¿Por qué sería interesante para alguien que no es de La Plata y que no necesariamente está familiarizado con esta historia?

–Primero, porque es una novela de aventuras y se puede leer así. Segundo, porque es una novela histórica y también se puede leer así. Tercero, porque es un viaje al pasado para conocer a aquella generación, una generación muy especial, la de Roca, la de Rocha, la de Sarmiento, la de Wilde… ¿Por qué podría interesarle a un mendocino, por ejemplo? Porque mucho de lo que contamos en este libro explica decisiones y políticas públicas que tuvo este país y que perduran hasta hoy, o cuyos resabios continúan.

  • Porque este libro, además, te cuenta, por ejemplo, cómo y por qué nació el radicalismo, qué vacío intentó llenar. Te muestra por qué hubo una revolución en 1890 y otra en 1893. Cómo, a su vez, esto llevó a la ley Sáenz Peña. Cómo llegamos, en definitiva, a la posibilidad de que todos elijamos a través del voto secreto. Entonces hay distintas aristas de lo que fue un período clave para entender la Argentina.
  • –Volvamos a esa idea del juicio que haría la generación del 80 sobre el país de hoy. ¿Cómo nos vería aquella dirigencia que pensó y proyectó la Argentina a futuro?
  • –Vamos con uno, Sarmiento. ¿Qué te diría? Se alegraría de que sobreviva la educación pública. Estaría contento de ver que incluso algunos presidentes son fruto de la educación pública, que hemos tenido premios Nobel… Pero me imagino que, si entrara a algunas escuelas públicas, cascarrabias como era, probablemente insultaría a unos cuantos. Y creo que se largaría a llorar, porque era un hombre muy sanguíneo.
  • De Roca, ¿qué me imagino? Creo que se preguntaría cómo es posible que hayamos permitido que la Argentina sea un país tan Buenos Aires-céntrico, e incluso hasta nos objetaría la eliminación del colegio electoral. Nos diría: “Muchachos, de este modo, lo que generan es un gran desbalance, en el que algunos municipios de la provincia de Buenos Aires pesan más que provincias enteras. Nosotros nos desangramos para evitar justamente eso y buscar un equilibrio distinto de poder”.
  • Yo creo que Pellegrini, después de haber capeado la crisis de 1890 y la implosión del Banco Nacional, nos diría: “Muchachos, yo me rompí el alma, casi me muero de un infarto, y ustedes siguen chocando la calesita económica cada seis años…”. Entonces creo que por ese lado se sentirían frustrados.
  • Pero al mismo tiempo creo que se sentirían orgullosos, no todos, pero muchos estarían orgullosos, por ejemplo, de la educación que han logrado y lo que todavía hoy representa esa educación que ellos impulsaron a un costo muy alto, porque la ley 1420 no fue gratuita.
  • Creo, por otro lado, que a muchos de ellos no les agradarían algunas de las derivaciones del voto universal, y es ahí donde yo tengo las mayores diferencias. Creo que ellos hubieran preferido mantener el régimen oligárquico conservador, con esa idea de “el pueblo llega hasta acá”. De hecho, la ley 4144 que aprobaron en 1902 para poder echar a los anarquistas del país sin intervención del juez, la cotejás con la Constitución y decís “esto no pega ni con Plasticola”. Pero, en definitiva, creo que esa generación, si viera el país de hoy, como mínimo se tomaría algo para el dolor de cabeza.
  • –En el libro rescatás algunos hechos históricos que hoy podrían parecer pintorescos, y encuadrarse como pequeñeces, pero que tal vez hablen de los orígenes de algunas distorsiones profundas en la concepción de los asuntos públicos. Uno de ellos es la foto oficial de la fundación de La Plata: aunque Roca y Sarmiento no habían ido al acto de colocación de la Piedra Fundamental, Rocha ordena que se los incluya en la imagen a través de una especie de photoshop de la época. Parece un antecedente de las manipulaciones que vemos hoy para adulterar la realidad e imponer un relato “a medida” de las conveniencias del poder.
  • A la vez, Rocha decide fundar la ciudad un 19 de noviembre, porque era el día del cumpleaños de su hijo. Y la otra fecha que había contemplado coincidía con el cumpleaños de su mujer. ¿Ves en esos hechos un síntoma de algo que después se incorporó a la cultura política argentina?
  • Veo la confusión entre lo público y lo privado, entre los planes personales y el camino institucional. Algunos lo confundieron en aquel momento y otros lo confunden ahora. Es una confusión que influye en el manejo de los fondos públicos y en el manejo de la información pública como si fuera información privada. O la confusión que había, y todavía hay, de aquellos que son funcionarios y deben considerarse servidores públicos, pero que en realidad se creen emperadores. Todas esas confusiones ya estaban en aquel momento. Vemos cómo se usaban fondos públicos de un modo por lo menos cuestionable, si no delictual.
  • Por ejemplo, para la compra de periodistas, o el desvío de fondos del Banco Provincia para el financiamiento de la campaña de Dardo Rocha. Lo mismo hacía Juárez Celman, porque no es que uno fuera Heidi y el otro el Lobo Feroz. Lo mismo vemos ahora. De hecho, algunas de las investigaciones que están en curso, tanto sobre el kirchnerismo como sobre el macrismo, son por financiamiento electoral, por la confusión que hay entre lo público y lo privado
  • 13

La ciudad de las ranas es un viaje en varias direcciones. Es, en principio, el viaje de un gran periodista de investigación (apegado a los documentos y a los hechos) al territorio mágico de la ficción. Es también el viaje de un hombre sensible y curioso a las profundidades y misterios de su propio terruño. Es el viaje a una época y a una generación que soñó la Argentina con ambición, con talento y con coraje, pero que no fue inmaculada ni perfecta. Es un viaje por la historia, la política, la cultura y los sueños de una ciudad y de un país que fueron más de lo que son.

La ciudad de las ranas es la primera novela de Hugo Alconada Mon. Consagrado como periodista de investigación, Hugo no necesita presentación ante los lectores de LA NACION. Ha sido autor de resonantes y rigurosas investigaciones periodísticas; ha buceado en los sótanos del poder y ha seguido, con implacable meticulosidad, complejas tramas locales e internacionales de corrupción. Es autor de varios libros periodísticos, tanto de investigación como de entrevistas. Pero con el mismo espíritu y el mismo valor que se necesitan para ejercer el periodismo de investigación, Hugo se ha animado a explorar otro mundo, el de la ficción y la novela de aventuras. Para eso se sumergió en la historia de La Plata, la ciudad en la que nació, en la que se formó y en la que forjó una hermosa familia. La misma ciudad en la que dio sus primeros pasos como periodista, y a la que está indisolublemente unido por lazos familiares que se remontan a sus antepasados hasta llegar a sus padres, Ana e Isidoro.

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"La Generación del 80, con sus luces y sus sombras, alumbró la ley 1420 que educó a todo un país y terminó convirtiendo a la Argentina en la nación más educada de América Latina"

La ciudad de las ranas (en alusión a sus bañados y su fauna) fue la forma despectiva en la que Julio Argentino Roca se refirió a La Plata cuando su diseño urbano recién empezaba a perfilarse. Esa ironía filosa expresaba, de algún modo, sus tensiones y rispideces con Dardo Rocha, el gobernador bonaerense que fundó la capital de la provincia y quiso pero nunca pudo sucederlo.

De esos hombres y de ese tiempo habla Hugo Alconada Mon en esta entrevista. Pero también habla del presente a la luz de aquella historia.

La litografía que ilustra el acto fundacional de La Plata; fueron incluidos Roca y Sarmiento, aunque no estuvieron La litografía que ilustra el acto fundacional de La Plata; fueron incluidos Roca y Sarmiento, aunque no estuvieron ArcHivo Histórico

–¿Cómo fue el salto de un periodista de investigación, apegado a la rigurosidad de los datos, “esclavo” de las pruebas y de los documentos, al mundo de la imaginación, la novela y la ficción?

–Fue una cuestión de necesidad y de ilusión. Este libro comenzó a gestarse cuando yo trabajaba en el diario El Día, hace ya más de veinte años. ¿Por qué? Porque soy nacido y criado en La Plata, donde vivo. Pero los dos años y medio que pasé en el diario El Día me aportaron una información valiosa; fue el tiempo en el que más conocí la ciudad de La Plata, porque el mismo trabajo te lleva a conocer a personas distintas, historiadores, lugares que de otro modo no conocerías. Y me quedó la idea de que ahí había algo mucho más atractivo de lo que usualmente sabemos. Entonces desde aquel tiempo fui leyendo, pero lo hacía de manera salpicada. En los últimos años empecé a meterle velocidad y ritmo, y la primera idea fue escribir una historia pequeña de la ciudad de La Plata en el período fundacional. Y empecé a trabajar como cuando hago mi trabajo de no ficción: una línea cronológica, un documento madre con toda la información, un listado de fuentes y de citas. Lo tengo armado. Pero, a medida que lo iba escribiendo, empecé a preguntarme cómo abordar ciertos temas históricos y a ver que me faltaban piezas del rompecabezas. Consulté a muchas fuentes, hablé con el presidente de la Academia Nacional de la Historia y busqué datos por todos lados. Pero había momentos en los cuales las piezas no encastraban. Y ahí empecé a jugar con la imaginación. A medida que iba completando el rompecabezas, me fui embalando, cubriendo los huecos. En un momento la ficción se superpuso sobre la historia real. Y entonces me empecé a divertir, y la pasé genial. Fue en medio de la pandemia, cuando estábamos encerrados, y esta era una manera, si querés, hasta de volar. Hay muchos personajes de la novela que son reales, pero hay otros que son totalmente inventados.

"La Plata era la ciudad que encarnaba el ideal de progreso, de iluminismo, de racionalismo de una generación que quería impulsar el desarrollo de una nación"

–¿Cómo lidiaste con tu trabajo cotidiano de periodista de investigación y esta otra “vida” como novelista?

–Son dos mundos distintos. Por supuesto que utilicé muchas técnicas de investigación para reconstruir aquella época. Pero hay una diferencia insoslayable: en periodismo, solo se publica lo que está verificado y es de interés público. Punto. Y así es como algunas investigaciones toman años. Pero como escritor, pude jugar, seguir los senderos que sentí más atractivos, sin limitantes. Es un océano de diferencia.

–En la trama parece haber dos ejes paralelos, el de una historia de amor y de aventuras, y el de la historia política. En la historia política, ¿cuánto hay de ficción y cuánto de realidad pura?

–Ahí no hay nada de ficción. Todo lo que sostengo sobre Roca, Rocha, la Generación del 80, Wilde, Sarmiento, los documentos históricos, las citas, todo eso es real. Cuando en un momento recreo un diálogo entre Roca y Rocha, me apoyo en las cartas que mutuamente se enviaban. Con lo cual ni siquiera es que estoy poniendo en la boca de Roca, algo que Roca jamás dijo. Lo dijo y lo escribió. Lo que yo hago es que se digan cara a cara lo que en un momento se habían escrito.

–En este libro conviven, entonces, un libro de historia con uno de ficción…

–Exacto. La compra de periodistas, por ejemplo, es real. Rocha contrata a un medio que se llamaba El Mosquito durante dos años. Eso está escrito en un libro de historia. La masacre de San Ponciano es real y la batalla de Ringuelet es real. Incluso hay frases, por ejemplo, en una carta que la muchacha de la novela le envía a Iñigo, uno de los protagonistas, que están extraídas de una carta real de Guillermina de Oliveira Cézar a otra persona. Entonces me apoyo mucho en lo real y después vuelo. Pero la quema de los templos masónicos en la ciudad de La Plata es real, las pujas entre masones y católicos son reales, lo mismo que entre criollos e inmigrantes. Es real el caso de un italiano al que intentaron secuestrar para que no pudiera competir en las elecciones. La historia es muy rica y, al mismo tiempo, sin pretender compararme, nos podemos permitir jugar como hacen Félix Luna en Soy Roca, o Tomás Eloy Martínez en La novela de Perón y Santa Evita, donde uno se pregunta ¿esto es real o no? Te dejo con la duda…

–Para escribir este libro vos hiciste un viaje al pasado, a los finales del siglo XIX. ¿Cómo se ve la Argentina de hoy desde aquel paisaje histórico?

–Creo que, al vernos, la Generación del 80 se agarraría los dedos con la puerta, pero al mismo tiempo dirían “esto era lo que nosotros esperábamos”. ¿Por qué te digo esto? Por un lado, creo que se frustrarían porque ellos soñaron otro país. Con sus luces y sus sombras. Ellos soñaron un país que, por un lado, alumbró la ley 1420, pero por otro lado le decían a todo un pueblo “ustedes juegan hasta acá; nosotros somos lo que lideramos, nosotros somos los que mandamos”. Entonces, yo creo que vivirían algunos aspectos con frustración, diciendo ‘cómo pudieron dejar que este país se desgastara y declinara tanto’, pero al mismo tiempo que dirían: ‘Era previsible’. Era previsible porque incluso ellos, al alumbrar la ley 1420, por un lado, quieren educar al pueblo, pero a la vez vislumbran que si vos educás y fomentás el desarrollo, todas esas personas en algún momento dirán “momentito”, “yo ya quiero tener voz y voto”. Entonces eso explica en parte por qué algunos sectores de aquel grupo, aquella generación, después terminaron en la Liga Patriótica. Ellos se consideraban la sal, lo cualitativo, y sabían que iban a ser superados por lo cuantitativo. Entonces, Rocha, por ejemplo, hubiera dicho “esto era previsible, por eso nosotros queríamos promover la Liga Patriótica”. Ahora, sobre la ciudad en sí, ya no sobre la Argentina sino sobre la ciudad de La Plata, yo creo que nos agarran a patadas a todos. Es triste ver cómo hemos ido demoliendo o devorando el patrimonio urbano de esta ciudad, desde edificios hermosísimos que hemos dejado caer hasta que nos la pasamos asfaltando adoquines históricos. Alguien puede decir que eso es menor, pero es sintomático de un pueblo que no tiene memoria.

–Está claro que te ha atraído la historia de La Plata porque tiene que ver con tus raíces, y tal vez por esa sensibilidad que nos inspira nuestro propio terruño, ¿pero también ves que el destino de La Plata expresa, de algún modo, una metáfora de la Argentina?

–Sí, es la metáfora de un país, reflejada en una ciudad que quiso ser, que pudo ser y que no logró ser. Que puede recuperar su destino, pero que al mismo tiempo lo boicotea. Insisto: esta generación, con sus luces y sus sombras, alumbró la ley 1420 que educó a todo un país y terminó convirtiendo a la Argentina en la nación más educada de América Latina.

–Y La Plata fue un símbolo de esa Argentina: “La Atenas de América”, la llamó el escritor Pedro Henríquez Ureña…

–La Plata era la ciudad que encarnaba el ideal de progreso, de iluminismo, de racionalismo de toda una generación que quería impulsar el desarrollo de una nación, con sus luces y sus sombras, con cosas con las que estoy de acuerdo y otras con las que no, pero que tenían claro que había que darle para adelante. Tenían, por supuesto, sus pujas de poder, sus diferencias, por ejemplo, con la Iglesia, y por eso tenían los encontronazos que tenían por el control del Registro Civil, del cementerio, de la educación… Pero que al mismo tiempo decían “vamos para allá”. Después se mataban entre ellos, porque se mataban: se espiaron, muchos eran corruptos, hacían negocios…

–En la novela vos hacés una pintura de esa clase dirigente, atravesada por los peores vicios de la política y por graves tensiones en la convivencia, marcada por la desconfianza, las zancadillas, el espionaje... Para citar uno de tus libros anteriores, ¿viste ahí “la raíz” de algo que después se ha ido exacerbando en la dirigencia política argentina?

–En algunos aspectos sí ¿Por qué te digo esto? El libro también fue para mí una forma de explorar una generación que conocía poco. Y al conocerlos en sus mejores aspectos, pero también en sus miserias, terminé queriéndolos más. A mí no me gustan los superhéroes que parecen impolutos y todopoderosos. No me gusta Superman, me gusta el Chapulín Colorado, que es cobarde, que se asusta, pero que, aun así, va para adelante. Superman es de piedra, ¿cómo va a tener miedo? Al mismo tiempo, tendemos siempre a olvidar algunos aspectos incómodos y recordar lo mejor. Es cierto y es bueno, pero no nos impide reconocer que la Generación del 80 tuvo grandes logros, pero también tuvo sus miserias. Eran picantes, eran agresivos y se intentaron boicotear, se espiaron y algunos eran corruptos... Pero lo bueno es que, aun así, lograron impulsar algunas de las mejores medidas de este país. A su vez, también tuvieron sus dobleces, generaron la crisis de 1890. Hay un libro de Julián Martel que se llama La Bolsa, que es extraordinario, y demuestra la timba financiera en la cual habían caído. Es decir, funcionarios que sacaban créditos a sola firma de los bancos públicos, no los pagaban, se daban vuelta e invertían ese dinero en la bolsa, ganaban fortunas y ¡viva la Pepa! Y sí, hay algunas vetas de aquellos años que continuamos: en las luces, porque todavía hoy me da la sensación de que cosechamos algunos de los frutos tardíos de aquella educación pública que lograron impulsar en ese tiempo. Vos y yo somos egresados de la universidad pública, y eso es un mérito de aquella generación. No tuvimos que pagar para que nos educaran. Y en las sombras, también hoy hay mucho de aquel pasado. Hay reminiscencias de aquella puja entre Roca y Rocha, que yo me reía: parecían Menem y Duhalde. Y después hay comentarios sobre corrupción, que vos decís: “No cambiamos mucho”.

–Quizá la diferencia esté en las proporciones. Luces y sombras encontraremos en cualquier individualidad y en cualquier período histórico que analicemos, pero la cuestión radica en cuánto de luces y cuánto de sombras…

–Y también el grado de sofisticación… Vos ves, por ejemplo, a Ataliva Roca, uno de los hermanos de Julio Roca, y decís “no podía ser tan salvaje”… Hoy ves algunos que son más sofisticados, y otros que son igual de groseros…

–En la fundación de La Plata, donde tuvo tanta preeminencia la obra pública, ¿hubo un Lázaro Báez?

–Hubo varios. Y hay un enorme signo de pregunta, que lo planteo con el mayor de los respetos y espero que los descendientes de Rocha no me quieran ahorcar en una plaza pública: Dardo Rocha tenía una casa bonita, un solar en la calle Lavalle al 800 de la ciudad de Buenos Aires; era un solar de los tiempos de la colonia, en el que habían vivido sus padres, sus abuelos… una casa típica, con una sola planta, con ventanas piso- techo, puerta, nada más. Tengo la foto. Pero se viene a vivir a La Plata y los amigos le hacen (también en Buenos Aires) un palacete rococó de dos plantas, que adentro tenía de todo, con un mensaje escrito en piedra en la puerta que decía: “A Rocha, sus amigos”. Y lo que no pude reconstruir es si “los amigos” eran los constructores de la ciudad de La Plata. Si fuera así, sería el actual delito de dádivas. No lo escribí porque no hay pruebas. Es una pregunta que no pude responder. Y mirá que busqué: averigüé en el Registro de la Propiedad Inmueble, consulté a historiadores, a la Academia Nacional de la Historia. Fui y volví, fui y volví…La casa la demolieron. José Claudio Escribano llegó a entrar, habló con las hijas de Rocha y me cuenta que era extraordinaria: adentro había cuadros de Rubens, vajilla visigoda…

–Lo que también parece una constante histórica, y lo vemos en estos días, es la pelea entre porteños y bonaerenses. ¿Identificás ahí una raíz de los desencuentros argentinos?

–Sí, y también muestra otra de las aristas por las cuales La Plata no llegó a ser la que pudo ser. El plan original de Rocha era, primero construir la ciudad, que fuera el gran ejemplo de lo que él podía hacer. Su ilusión era ganar la presidencia, apoyado en esta ciudad como trampolín, y ya como presidente, convertir a La Plata en la capital federal y que la Ciudad de Buenos Aires volviera a ser la capital de la provincia de Buenos Aires. Él era porteño. Él había sido discípulo de Carlos Tejedor. Y Fray Mocho, al morir, lo define como el último porteño. Él lo que quería era decir “gano, devuelvo la ciudad de Buenos Aires a su legítimo dueño y la ciudad de La Plata, como ha sido Brasilia en Brasil, o Washington en Estados Unidos, es la capital federal: no es de nadie y es de todos. No tiene antecedentes históricos por los cuales alguien la reclame…”. Y Roca, en esa puja entre porteños y el interior, dice: “si esto ocurre, y ocurre demasiado rápido, vamos a tener otra vez estun gran desbalance entre porteños e interior y habremos combatido contra Carlos Tejedor en 1880 para nada; nos habremos desangrado para nada”. Y ese es uno de los motivos por los cuales le pisa las ilusiones a Rocha y alienta las ilusiones de (Miguel) Juárez Celman, que además de ser su concuñado, es cordobés. Y después se mezclan otras cosas, como una que les pasa a muchos presidentes: recién se están sentando en el sillón de Rivadavia y sienten que ya les están respirando en la nuca. Eso siente con Rocha. Por eso Roca se enoja y escribe una carta en la que dice: “Ni se acomodó allá como gobernador y ya me está queriendo sacar el lugar”.

–Y así nace la maldición de Dardo Rocha, que ha perseguido a todos los gobernadores de la provincia de Buenos Aires que han intentado llegar a la presidencia: ninguno pudo hacerlo a través de elecciones.

–Ahí tenés dos partes, la que es mito y la que es realidad. La realidad es que ninguno lo logró. Y al mismo tiempo, es comprensible que las otras provincias vean a Buenos Aires como un gigante, como una amenaza. Eso explica discusiones que tenemos hoy, por ejemplo, sobre la coparticipación federal o sobre si debemos o no volver al colegio electoral. Son distintas aristas de la misma inquietud.

–Íñigo, uno de los protagonistas centrales de la novela, se encarga de escribirles a otros inmigrantes las cartas a sus familias. En un momento dice: “Algunas cartas eran más largas que otras. Pero todas hablaban de sueños, de esperanzas... de trabajo duro, de gastar poco y ahorrar lo posible. De ilusiones de tener una casa propia… De un futuro mejor”. Si hiciéramos el ejercicio de imaginar las cartas que escribirían hoy los jóvenes de esta Argentina, ¿tendrían esa carga de entusiasmo y de ilusión por el futuro?

–Diría que, si hoy fueran escritas en la ciudad de La Plata, tendrían un tono agridulce. Quizás en otros lugares de la propia Argentina, expresarían mayor esperanza, porque hay lugares luminosos de la Argentina. Hay lugares donde todavía hoy existe la sensación del progreso, la sensación de “tenemos destino”, “tenemos futuro”. Este país tiene lugares increíbles, hermosos, donde la gente labura y progresa… Todo eso es muy bueno. Incluso aquí, ¿por qué yo digo agridulce? Porque creo que Iñigo podría estar escuchando a aquellos que tienen la ilusión de poder educarse, de poder ir a la universidad, de poder ir al Colegio Nacional… Pero creo que también tendrías a un Iñigo escribiendo, por ejemplo, sobre la inseguridad, aunque también eso ocurría en aquel momento: los inmigrantes, por temor a que les robaran o los golpearan, se juntaban e iban en grupos por las zonas oscuras hacia Tolosa para comprar alimentos. Entonces, creo que las cartas de Iñigo en la actualidad serían similares a las que escribió en la segunda fase de la novela; la fase en la cual los inmigrantes iban conociendo también las aristas más grises y la decepción.

–Iñigo también representa un perfil que parece muy desdibujado en la Argentina actual: el de la educación de calidad asociada a las clases más vulnerables. Es un inmigrante pobre que escucha a Verdi y lee Los Miserables, que es capaz de recitar de memoria a grandes poetas y que disfruta la ópera…

–Yo también ahí prefiero los matices, porque creo que hay muchos que quieren progresar, que quieren avanzar y mejorar. Es la pobreza aspiracional. En estos días leímos en el diario una historia extraordinaria, la del muchacho que está entre los diez mejores estudiantes del mundo. Es para emocionarse. Un pibe que le mete garra, garra y garra; su padre es obrero de la construcción, una de sus hermanas está estudiando ingeniería y él está estudiando tres carreras. Eso te muestra lo bueno. Ahora, la de nuestros abuelos y bisabuelos era una generación que, aun cuando vinieran con lo puesto, podían construir un futuro. Mi bisabuelo Mon vino a los 16 y durmió sobre la barra de una pulpería, en Pehuajó. No volvió nunca más a España. Acá llegó a ser peluquero y, deslomándose, pudo tener un par de casas en Pehuajó y mandar a sus hijos a estudiar. Mi abuelo fue ingeniero, y el día que se recibió, el padre le cortó los víveres, diciéndole “ya llegaste mucho más lejos de lo que jamás he llegado yo”. Era esta cultura aspiracional, esto de decir “vamos pa’lante”. Por eso yo pongo mucho énfasis en el Teatro Princesa de La Plata porque el Teatro Princesa encarnó, justamente, el espíritu de “juntos podemos”. La idea de que, si unimos las fuerzas, vamos a llegar más lejos. Y si unimos las fuerzas podemos construir algo que nos va a trascender a nosotros. El Princesa representó eso: fue un teatro, después un cine, un espacio donde iban personas a cantar y donde se daban clases magistrales. Edmundo de Amicis dio una conferencia y fue elegido uno de los padrinos de Unione e Fratellanza.

–Pero uno pasa hoy por la puerta del Teatro Princesa y lo ve convertido en una ruina que no podemos ni siquiera mantener en pie. Entonces ahí parece haber también una metáfora de la impotencia argentina…

–Sí, lo que ves son arrestos y esfuerzos individuales, algunos que, por distintas circunstancias, han fracasado. Hubo proyectos privados muy interesantes, que por cosas del destino quedaron en suspenso. Pero de parte del Estado solo hay declaraciones formales. Mientras tanto, el patrimonio se está cayendo a pedazos.

–Vos subrayás y describís en el libro el rol de la masonería en la fundación y el diseño de La Plata. Para muchos que no conocemos ese universo, la masonería suena como algo misterioso y hermético. ¿Qué descubriste de ese mundo?

–Para mí también era un gran misterio. Fue un viaje de exploración y descubrimiento. Y fue muy interesante. La Plata es una ciudad masónica, desde su diseño hasta infinidad de edificios. Esta ciudad no se explica sin la masonería. Rocha era masón, (Pedro) Benoit (el que planificó la ciudad) era masón, 29 de los 36 miembros del Departamento de Ingenieros eran masones. Los otros siete, no es que no lo hayan sido, sino que no lo pude confirmar, con lo cual puede que el número sea incluso mayor. También había sacerdotes masones, porque la masonería no es una antítesis de la Iglesia. Es una forma de impulsar lo que hablábamos antes, el iluminismo, las ideas liberales, ese tipo de cuestiones. Y como en cualquier otro grupo humano, hubo facciones, pujas de poder. Y así como tenías la masonería especulativa y la operativa, había también distintas logias masónicas que eran la del laburante, la del italiano, la del inmigrante francés, y después tenés otras más de clase media alta, donde estaba Benoit, que no se cruzaban entre ellas. Incluso hubo peleas de egos, por ejemplo, por ver quién concretaba la primera logia en la ciudad.

–¿Y creés que en La Plata sobrevive algo de ese espíritu de la masonería?

–Creo que mucho del legado tiene que ver con eso, incluso en la universidad. La ciudad se llama La Plata por un masón, Hernández. Hernández fue, junto con otros, uno de los que impulsó la Universidad Nacional de La Plata, casa que tenía una enorme carga masónica que a su vez tenía esa impronta: adscriben a la idea del racionalismo, de impulsar el debate de ideas. Ahora tenemos algunas facultades que no promueven eso y, por el contrario, persiguen al disidente. Recordemos que el rectorado, en la esquina de 7 y 47, tiene un árbol y al lado tiene un pequeño monolito de los masones. Está puesto ahí.

–Para un platense, la novela es un viaje fascinante, porque nos lleva a nuestras raíces y nos descubre secretos de nuestro propio terruño. ¿Por qué sería interesante para alguien que no es de La Plata y que no necesariamente está familiarizado con esta historia?

–Primero, porque es una novela de aventuras y se puede leer así. Segundo, porque es una novela histórica y también se puede leer así. Tercero, porque es un viaje al pasado para conocer a aquella generación, una generación muy especial, la de Roca, la de Rocha, la de Sarmiento, la de Wilde… ¿Por qué podría interesarle a un mendocino, por ejemplo? Porque mucho de lo que contamos en este libro explica decisiones y políticas públicas que tuvo este país y que perduran hasta hoy, o cuyos resabios continúan. Porque este libro, además, te cuenta, por ejemplo, cómo y por qué nació el radicalismo, qué vacío intentó llenar. Te muestra por qué hubo una revolución en 1890 y otra en 1893. Cómo, a su vez, esto llevó a la ley Sáenz Peña. Cómo llegamos, en definitiva, a la posibilidad de que todos elijamos a través del voto secreto. Entonces hay distintas aristas de lo que fue un período clave para entender la Argentina.

–Volvamos a esa idea del juicio que haría la generación del 80 sobre el país de hoy. ¿Cómo nos vería aquella dirigencia que pensó y proyectó la Argentina a futuro?

–Vamos con uno, Sarmiento. ¿Qué te diría? Se alegraría de que sobreviva la educación pública. Estaría contento de ver que incluso algunos presidentes son fruto de la educación pública, que hemos tenido premios Nobel… Pero me imagino que, si entrara a algunas escuelas públicas, cascarrabias como era, probablemente insultaría a unos cuantos. Y creo que se largaría a llorar, porque era un hombre muy sanguíneo. De Roca, ¿qué me imagino? Creo que se preguntaría cómo es posible que hayamos permitido que la Argentina sea un país tan Buenos Aires-céntrico, e incluso hasta nos objetaría la eliminación del colegio electoral. Nos diría: “Muchachos, de este modo, lo que generan es un gran desbalance, en el que algunos municipios de la provincia de Buenos Aires pesan más que provincias enteras. Nosotros nos desangramos para evitar justamente eso y buscar un equilibrio distinto de poder”. Yo creo que Pellegrini, después de haber capeado la crisis de 1890 y la implosión del Banco Nacional, nos diría: “Muchachos, yo me rompí el alma, casi me muero de un infarto, y ustedes siguen chocando la calesita económica cada seis años…”. Entonces creo que por ese lado se sentirían frustrados. Pero al mismo tiempo creo que se sentirían orgullosos, no todos, pero muchos estarían orgullosos, por ejemplo, de la educación que han logrado y lo que todavía hoy representa esa educación que ellos impulsaron a un costo muy alto, porque la ley 1420 no fue gratuita. Creo, por otro lado, que a muchos de ellos no les agradarían algunas de las derivaciones del voto universal, y es ahí donde yo tengo las mayores diferencias. Creo que ellos hubieran preferido mantener el régimen oligárquico conservador, con esa idea de “el pueblo llega hasta acá”. De hecho, la ley 4144 que aprobaron en 1902 para poder echar a los anarquistas del país sin intervención del juez, la cotejás con la Constitución y decís “esto no pega ni con Plasticola”. Pero, en definitiva, creo que esa generación, si viera el país de hoy, como mínimo se tomaría algo para el dolor de cabeza.

–En el libro rescatás algunos hechos históricos que hoy podrían parecer pintorescos, y encuadrarse como pequeñeces, pero que tal vez hablen de los orígenes de algunas distorsiones profundas en la concepción de los asuntos públicos. Uno de ellos es la foto oficial de la fundación de La Plata: aunque Roca y Sarmiento no habían ido al acto de colocación de la Piedra Fundamental, Rocha ordena que se los incluya en la imagen a través de una especie de photoshop de la época. Parece un antecedente de las manipulaciones que vemos hoy para adulterar la realidad e imponer un relato “a medida” de las conveniencias del poder. A la vez, Rocha decide fundar la ciudad un 19 de noviembre, porque era el día del cumpleaños de su hijo. Y la otra fecha que había contemplado coincidía con el cumpleaños de su mujer. ¿Ves en esos hechos un síntoma de algo que después se incorporó a la cultura política argentina?

–Veo la confusión entre lo público y lo privado, entre los planes personales y el camino institucional. Algunos lo confundieron en aquel momento y otros lo confunden ahora. Es una confusión que influye en el manejo de los fondos públicos y en el manejo de la información pública como si fuera información privada. O la confusión que había, y todavía hay, de aquellos que son funcionarios y deben considerarse servidores públicos, pero que en realidad se creen emperadores. Todas esas confusiones ya estaban en aquel momento. Vemos cómo se usaban fondos públicos de un modo por lo menos cuestionable, si no delictual. Por ejemplo, para la compra de periodistas, o el desvío de fondos del Banco Provincia para el financiamiento de la campaña de Dardo Rocha. Lo mismo hacía Juárez Celman, porque no es que uno fuera Heidi y el otro el Lobo Feroz. Lo mismo vemos ahora. De hecho, algunas de las investigaciones que están en curso, tanto sobre el kirchnerismo como sobre el macrismo, son por financiamiento electoral, por la confusión que hay entre lo público y lo privado.

–¿No hay un riesgo de caer en la idea de que siempre ha sido igual y de que todo es lo mismo? Por eso yo te preguntaba por los porcentajes o las proporciones de las luces y las sombras. Porque alguna interpretación puede ser funcional a las intenciones de igualar todo…

  • –No, no… Por eso, yo marco lo de los matices. Creo que en aquellos tiempos hubo gente muy oscura. Yo prefiero mil veces interactuar con la policía hoy, que interactuar con aquella policía de Ramón Falcón. Hoy puedo invocar algunos derechos, tengo algunas garantías constitucionales. No todas, y a determinada hora de la noche, menos. Pero digamos, yo hoy puedo interponer un habeas corpus. En aquel momento, nada. Esas son algunas aristas complicadas de aquella época.
  • Hoy también tenés, desde luego, grandes sombras, pero creo que también tenés elementos virtuosos. Lo que ha hecho, por ejemplo, Esteban Bullrich en los últimos tiempos ha sido luminoso. Podés estar de acuerdo o no con sus ideas, pudiste haberlo votado o no en las elecciones de 2017, pero desde que afrontó su enfermedad, mostró lo mejor. Nos mostró un camino, nos mostró una concordia, nos mostró armonía. Y nos mostró paz.
  • –Supongo que también ha sido una experiencia interesante situarte en una época en la que el tiempo corría de otra manera, los olores eran otros, el lenguaje era distinto…
  • ¿Sabés lo que he hecho? Buscar las fechas de determinados acontecimientos e ir a los lugares en esa fecha, en horarios en los que había poca gente, e imaginar el momento…Yo hablo en el libro de la batalla de Ringuelet, que fue un 8 de agosto. Cada 8 de agosto yo me iba al lugar donde se produjo. Lo he visto con lluvia, con sol, con niebla, con viento… Y me quedaba a escuchar, a oler, a caminar…Todo eso fue enriquecedor. Para comprender mejor tenés que estudiar hasta el miriñaque y la ropa de la época, las costumbres y, por supuesto, las ideas y las corrientes intelectuales dominantes.
  • –Si tuvieras que resumirlo en un concepto, ¿qué aprendiste al escribir este libro?
  • –Fue un viaje de descubrimiento. Fue un viaje que me permitió conocer más sobre nuestros orígenes como país, sobre los orígenes incluso de mi familia. Porque, aunque no los cito, me los crucé. Me permitió entender mucho de lo que ellos vivieron. Entonces, ante recuerdos sueltos que yo tengo de mi bisabuelo, de mi abuelo, puedo decir: “Ahora te entiendo”. En momentos, incluso, me emocioné pensando en ellos.

LA PRÓXIMA NOVELA

  • ¿Será sobre la figura de Juan Vucetich, el primero en crear un sistema para reconocer a las personas por sus huellas digitales?
  • En una nota que te hicieron en el Diario El Día, hay una foto tuya en la Plaza Moreno frenta a la Catedral, en tus investigaciones sobre la huella mazónica en la ciudad pudiste verificar que las estatuas de las cuatro estaciones tenían sus dedos (actualmente rotos) haciendo velados gestos de repudio y rechazo hacia la iglesia de la catedral.
  • https://www.eldia.com/nota/2022-9-10-23-23-54-entre-mitos-y-realidades-septimo-dia

  • El personaje de ficción Iñigo Rocamora tiene un vínculo con la joven Guillermina Oliveira Cesar. ¿Qué podés decirnos del personaje histórico real?


NOTAS SOBRE LA DROGA Y ROSARIO


  • https://es.wikipedia.org/wiki/Parres%C3%ADa

  • En la retórica clásica, la parresía era una manera de «hablar con franqueza o de excusarse por hablar así».1​ El término está tomado del griego παρρησία (παν = todo + ρησις / ρημα = locución / discurso) que significa literalmente «decirlo todo» y, por extensión, «hablar libremente», «hablar atrevidamente» o «atrevimiento». Implica no solo la libertad de expresión sino la obligación de hablar con la verdad para el bien común, incluso frente al peligro individual. Sin embargo, para el Diccionario de la Real Academia Española, la parresia (sin tilde) es la apariencia “de que se habla audaz y libremente al decir cosas, aparentemente ofensivas, y en realidad gratas o halagüeñas para aquel a quien se le dicen”


EnciclopediaRelacionalDinamica: HugoAlconadaMon (última edición 2023-05-15 20:37:51 efectuada por MercedesJones)