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 * IRENE LEBRUSAN AL GRUPO STOPEDADISMO: Por si os resulta de interés, hace unas semanas participé en un podcast que se llama "sofocos" y hablé sobre edadismo:
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 * Martes, 21 de Mayo de 2024 | Teléfono: 986 438
IRENE LEBRUSÁN / DOCTORA EN SOCIOLOGÍA E INVESTIGADORA DEL CENTRO INTERNACIONAL SOBRE EL ENVEJECIMIENTO (CENIE)

 * ‘La longevidad nos afecta desde que nacemos, vamos a vivir más y tenemos que prepararnos’
 * Pregunta.- La realidad demográfica actual es que somos más longevos en el tiempo, pero usted dice que, debido al edadismo estructural, no existe una socialización de la vejez. ¿A qué se refiere cuando habla de socializar la vejez?

Respuesta.- A veces confundimos socializar y sociabilizar, pero el primero es un término sociológico que se refiere al aprendizaje de normas. Tenemos una socialización primaria, que es la que se da en las primeras edades y, sobre todo, a través de la familia; después hay otra secundaria que se produce en la escuela y que, de alguna manera, nos prepara para trabajar. Es decir, a lo largo de nuestra vida, desde que nacemos, nos están preparando para tener unas determinadas funciones en la sociedad. ¿Qué sucede? Pues que esa socialización se ha centrado sobre todo en la etapa productiva, es decir, en la etapa laboral. No nos han preparado para lo que sucede cuando esta etapa se termina. Cuando llegamos a la jubilación, entramos en una especie de rol sin rol: nos hemos tirado 60 o 65 años con una estructuración de nuestra vida cotidiana marcada por esas fuerzas exteriores y, de pronto –y aquí es donde entra el edadismo–, nos dicen: ¿Y ahora que hacemos contigo? Lo que se ha denominado tradicionalmente como deseo o sentimiento de desvinculación, y que al principio se decía que era la propia persona la que quería desvincularse, en realidad es un marco social que nos está “invitando” –entre comillas, porque nadie nos obliga– a desvincularnos de determinadas cuestiones. Toda nuestra vida se estructura en cómo de útiles somos para el resto de la sociedad según el marco laboral; y la vejez, que nos une a todos, parece decirnos que ya no servimos. Así que la revolución asociada a la longevidad está en reivindicar y en demostrar que eso no es así.

Socializar y planificar para la vejez, el autoedadismo o la responsabilidad social de los cuidados son algunos de los temas que abordamos con la socióloga y experta en longevidad, Irene Lebrusán, la cual lamenta la visión utilitarista y centrada en el mercado laboral de nuestra sociedad, y aboga por promover espacios de encuentro entre las distintas generaciones

P.- Una de las grandes pérdidas es que hemos reducido las relaciones intergeneracionales. ¿Estamos aislando a los mayores?

R.- Sí, efectivamente, el edadismo provoca aislamiento y me sorprende que no haya una rebelión por parte de algunas estructuras de la sociedad, ya que esa rebelión solo parece venir del colectivo sénior. Si hablamos del mercado laboral, no deja de sorprender que una empresa pueda tener a una persona empleada durante 30 o 40 años siendo productiva y que, por una cuestión de calendario, digan: hasta aquí. ¿En qué momento se deja de ser productivo? ¿Hay alguna edad en la que dejas de serlo? Por otro lado, y en cuanto a la intergeneracionalidad, parece que asumimos que tenemos apetencias y deseos según nuestra edad, y eso no deja de ser absurdo. Puede que tus ideas sobre el mundo y sobre la vida, o tus necesidades, vayan cambiando con tu ciclo vital, pero eso no cambia la persona que eres. Es decir, confundimos edad con generación y, además, metemos en el mismo saco a todas las personas que tienen más de 65 años. La persona con más edad de España está en lo 114 años, ¿tiene mucho que ver una persona de 67 años y una de 110? No, porque dentro de esa supuesta generación de mayores a la que se hace referencia hay muchas generaciones distintas. También se habla mucho de que hay desacuerdos y enfrentamientos entre las distintas generaciones, y la realidad es que, cuando te pones a investigar, a preguntar a unos y a otros, y a trabajar con los diferentes grupos de edad, esos desacuerdos tan grandes no existen. El problema es que no tenemos espacios en los que poder generar relaciones. Cuando hablas, por ejemplo, con una mujer de 90 años para conocer el machismo que ha sufrido a lo largo de su vida, te das cuenta de que, como mujer, vas a encontrar puntos en común. Al final hay una serie de similitudes que no dependen de la edad, lo que pasa es que no estamos favoreciendo estos espacios de encuentro.

P.- Los prejuicios hacia la vejez no solo se proyectan hacia afuera, sino que también nos autolimitamos al alcanzar ciertas edades. ¿Somos edadistas con nosotros mismos?

R.- Yo hablo de autoedadismo. Cada grupo de edad tiene asociados unos comportamientos que socialmente consideramos legítimos y se produce una gran disonancia cognitiva cuando, por ejemplo, una persona llega a cierta edad y quiere vestir de una determinada manera que, precisamente por su edad, no está bien vista. Tenemos también muy asumido que estudiar, por ejemplo, es algo propio de la juventud, pero ¿por qué no iniciar una carrera con 45 años? En esa etapa, por supuesto, tienes otras obligaciones y necesidades, pero si pensamos en la esperanza de vida, con esa edad a un individuo todavía le queda la mitad de su vida por vivir. ¿Por qué no vas a estudiar otra carrera? o ¿por qué no vas a cambiar de ámbito laboral? Yo entrevisté para mí tesis doctoral y para mi libro a muchas personas mayores y me sorprendía cuando me decían cosas como que eran muy mayores para hacer obras en su vivienda. Yo les respondía que precisamente era en ese momento cuando tenía sentido, por ejemplo, cambiar una bañera por una ducha. De alguna manera, tenemos esas creencias limitantes y tendemos a pensar que, a determinadas edades, perdemos la capacidad de generar nuevo conocimiento y no es cierto.

P.- Tenemos una mayor esperanza de vida y con mejores condiciones de salud, económicas y sociales que nunca, pero ¿estamos preparados para envejecer? ¿Cómo podemos prepararnos para la vejez?

R.- Es la pregunta del millón [risas]. Creo que no estamos preparados para envejecer porque lo asociamos a cuestiones muy negativas. Tenemos sociedades cada vez más longevas, pero es verdad que este cambio se ha producido muy rápido. Por eso, porque es algo muy novedoso, quizá no nos estamos haciendo algunas reflexiones en torno a cómo es esta estructuración por edades de la sociedad. Antes no se esperaba llegar a la jubilación y tener otros 20 o 30 años por delante, es algo nuevo. Lo que reclamaría es una reapropiación de las palabras vejez o envejecimiento, o al menos una resignificación. Envejecer es algo muy positivo porque es lo contrario a morirse, así que bienvenido sea. No obstante, se empieza a ver un movimiento positivo sobre esta etapa, que asegura que las personas mayores tienen mucho que aportar. Los sénior, por ejemplo, son el colectivo que más voluntariado practica. Sin las personas mayores tampoco funcionarían las comunidades de vecinos o sus asociaciones vecinales, en las que hacen una labor donde no hay relevo generacional. Es decir, las personas mayores hacen una función muy útil y observan su espacio de la vejez como una etapa completamente plena. Por otro lado, y de cara a prepararnos para la vejez, habría que poner el foco en cómo nos apropiamos de nuestra etapa vital y cómo luchamos contra el autoedadismo –quitándonos primero los prejuicios y estereotipos de las diferentes edades–. Probablemente, todo empiece por relacionarnos más entre generaciones. La longevidad es algo que nos afecta desde que nacemos, vamos a vivir más y tenemos que prepararnos mejor para estas sociedades y vidas más longevas. Desde un punto de vista individual, tendríamos que cuidar más nuestras relaciones interpersonales y también la perspectiva con uno o una misma, del bienestar propio. Desde el punto de vista estructural, tendemos a idealizar mucho las sociedades pasadas, pero también tenemos algunas cuestiones positivas asociadas a las nuevas sociedades, por ejemplo, la mayoría de nuestras relaciones interpersonales son elegidas. ¿Nos divorciamos más? Esto tiene una connotación positiva, porque también significa que las personas no se quedan en una relación en la que son infelices. Tendríamos que hablar mucho más de qué significa esto de la longevidad y dejar de pensar que la vejez es una cuestión que solo compete únicamente a las personas mayores. También tenemos que favorecer la idea de comunidad, porque le prestamos poca atención a lo que significa relacionarnos y vivir en comunidad.

P.- Estamos en plena transformación del modelo de cuidados y, actualmente, de lo que se trata es de retrasar lo máximo posible la institucionalización. ¿Qué cuestiones clave cree necesarias para mejorar los cuidados?

R.- Hay personas que necesitan cuidados enormes a lo largo de toda su vida y hay otras personas –y la mayoría son mujeres– que cuidan también durante toda su vida. Remarco esto porque, a veces, parece como que solo hablamos de los cuidados a bebes de cero a tres años o de los cuidados a personas mayores, y lo cierto es que, entre medias, también cuidamos a otras personas. Cuando hablamos de cuidados también nos vienen a la cabeza las residencias de personas mayores y, sin embargo, solo el 4% de las personas mayores de 65 años están institucionalizadas. Esta cifra es importante para entender cuáles son las dimensiones reales. No obstante, es evidente que tenemos que revisar el modelo residencial, pero no solo por lo que ha ocurrido durante la pandemia, sino porque es un modelo que no funcionaba de antes y porque los cuidados están completamente desprestigiados, tanto desde el punto de vista de quien los recibe como de quien los realiza. Podríamos hablar de malas condiciones laborales, de desprecio social…, pero la verdad es que hemos convertido los cuidados en una situación de doble vulnerabilidad: la persona que cuida está en una posición vulnerable y, en muchos casos, precaria; y la persona cuidada no recibe los cuidados que merece. En un artículo, reflexioné alguna vez sobre si los cuidados eran una cuestión de amor, porque tendemos a pensar que es así. “Es que ya no queremos cuidar de la familia”, dicen algunas personas, y la realidad es que los familiares no tenemos la capacidad para realizar determinados cuidados. Algunas se ofenden cuando digo esto, pero tú puedes querer mucho a tu padre, madre o abuela, pero eso no significa que tengas los conocimientos adecuados para darle los cuidados que necesitan.

P.- En relación a los cuidados, como dice, la responsabilidad recae siempre en la familia, que parece tener la obligación de cuidar, norma no escrita que puede ser una losa pesada para muchas personas con familiares a su cargo. ¿Qué opina al respecto?

R.- Los cuidados deben ser una cuestión de Estado. Ahora se están haciendo muchos avances en torno a esa idea de la desinstitucionalización y de la atención centrada en las personas, pero debemos detenernos a pensar en qué significa la palabra ‘cuidado’. Todos, en algún momento, hemos necesitado cuidados o los vamos a necesitar y ,cuando eso suceda, quiero que esos cuidados los pueda proveer alguien con los conocimientos suficientes y que cuente con unas buenas condiciones laborales. La calidad de los cuidados ha descendido o es muy baja en algunas residencias porque prima el beneficio económico y eso es vergonzoso. No soy ajena a los problemas de financiación del sector, pero necesitamos más plazas públicas de centros de día, residencias y atención a domicilio. Una cuestión que me preocupa es la externalización de los servicios, porque a veces se paga desde lo público, pero la revisión y el control no se hace desde lo público. Igual que tenemos una prevención de riesgos laborales, debemos controlar también a las personas que ejercen los cuidados de manera profesional. No puede ser que las residencias privadas sean una especie de búnker frente al exterior. Esto es una cuestión de privación de los derechos básicos de las personas que viven ahí. No olvidemos que las residencias tienen un carácter híbrido: son espacios de trabajo para algunos, espacios de visita para otros, pero son espacios de habitar para las personas residentes. Mientras tanto, hay personas que lo consideran un espacio de negocio. Por último, también está la cuestión del servicio doméstico que, a pesar de los avances de los últimos tiempos, que han sido muchos y con reivindicaciones históricas, pasaron más de 30 años sin hacer cambios en su legislación. Tenemos que revisar cuáles son las funciones y condiciones del servicio doméstico, que es a quien recurren muchas personas que no pueden acceder a los servicios de atención a la dependencia.

Irene Lebrusán Murillo


Irene Lebrusán es doctora en Sociología y autora del libro “La vivienda en la vejez” (CSIC). Es profesora en la Universidad Carlos III de Madrid, Senior Fellow en el Future Policy Lab e investigadora principal en CENIE, donde coordina investigaciones en torno a la búsqueda de un modelo que mejore la calidad de vida de las personas mayores. Sus líneas de investigación se centran en la vejez y el envejecimiento, la vulnerabilidad, los cuidados y sociología urbana, entre otras. Es coordinadora y autora del blog “Envejecer en Sociedad”. Ha sido investigadora posdoctoral en la Universidad de Harvard y analista en la Oficina Nacional de Prospectiva del Gobierno de España.


  • Esos viejos acaparadores-INVESTIGACIÓN · 05 Junio 2022
  • https://cenie.eu/es/blogs/envejecer-en-sociedad/esos-viejos-acaparadores

  • DERRIBANDO EL DIQUE DE LA MERITOCRACIA- Informe https://www.futurepolicylab.com/informes/derribando-el-dique-de-la-meritocracia/

  • Sobre el informe- El informe repasa y muestra evidencia de que gran parte de las desigualdades son el producto de nuestra suerte en tres loterías: la del origen socio familiar, la genética o natural y la del reconocimiento social de nuestras habilidades.
  • Doctora en Sociología por la Universidad Complutense de Madrid (España). https://agendapublica.elpais.com/noticias/autor/289/irene-lebrusan-murillo Su tesis sobre vulnerabilidad residencial recibió el primer premio de Economía Urbana 2017 del Ayuntamiento de Madrid. Estudia el derecho a la vivienda y la desigualdad residencial desde una perspectiva interdisciplinar, comparando la situación en Estados Unidos y Europa. Otras líneas de investigación se centran en la vejez, la vulnerabilidad, la infancia y las ciudades inteligentes. Es autora del libro 'La vivienda en la vejez: problemas y estrategias para envejecer en sociedad' y del blog 'Envejecer en sociedad'. Colabora con diferentes universidades de España, Estados Unidos y Uruguay.


https://cenie.eu/ Envejecer en Sociedad- Blog coordinado por Irene Lebrusán Murillo-


  • IRENE LEBRUSAN - 25/01/2023- https://www.eleconomista.es/opinion/noticias/12119702/01/23/La-sociedad-envejece-y.html

  • En 2013 Taro Aso, entonces Viceprimer ministro del gobierno de Japón dijo que las personas mayores debían "darse prisa y morir". El ex ministro de finanzas hacía alusión al envejecimiento de la pirámide demográfica y a la carga que suponían las personas mayores para el Estado. Sin llegar a los drásticos planteamientos del político japonés, el alargamiento de la vida es planteado como un desafío sin parangón en términos no solo económicos, sino sociales. Su contrapunto es la baja natalidad, a veces planteada en clave ligeramente apocalíptica.

  • En realidad, ni el tema ni el enfoque resultan novedosos: ya en 1896 en Francia Fernand Boverat presidió una alianza pronatalista. Francia estaba, decían, camino de la destrucción debido a su baja natalidad.
  • Lo cierto es que el aumento de la esperanza de vida, a pesar de planteamientos más o menos negativos, es el gran logro de nuestra sociedad. Vivimos más años, sí, pero es que además morimos menos a edades tempranas. Que en 1900 la esperanza de vida fuese de 30 años no significa que las personas muriesen a esta edad; es que era tan habitual morir antes de cumplir los 5 años que la media de años que se esperaba vivir era muy baja. Cierto es, no obstante, que alcanzar edades avanzadas era un lujo reservado a unos pocos. Hoy, la esperanza de vida en España es de 83 años y en 2069, nos dicen las proyecciones, la de las mujeres podría superar los 90 años.

  • No solo hemos ganado años al nacimiento; para quienes han cumplido ya los 65 años en España se calcula que aún tienen por delante, de media, otros 21,4 años (19,1 los varones y 23,5 las mujeres). Esta ganancia de años a edades avanzadas (que sería la verdadera novedad) nos permite, por un lado, redefinir la vejez, y por otro, hablar de la transición hacia la longevidad.

  • En el pasado, las transiciones demográficas dieron lugar a ganancias económicas, ya que una mayor proporción de trabajadores sanos y educados pudo impulsar la economía. ¿Podrá la transición hacia la longevidad repetir esta ganancia? Sobre esta cuestión están ahondando diferentes investigaciones en CENIE (Centro Internacional sobre el Envejecimiento), en la comprensión de que la transición hacia la longevidad no trata solo de llegar a edades más avanzadas, sino de envejecer bien, lo que requiere de un enfoque preventivo y con perspectiva de ciclo vital. La longevidad saludable refiere la salud física, la mental, la financiera y la integración social a lo largo de toda la vida. En alguno de esos puntos, sabemos, tendríamos una calificación de "Necesita Mejorar".

  • Para ello, una de las claves será maximizar las oportunidades que surgen de dos características de las vidas más largas. La primera es el hecho de que una vida más larga implica disponer de más tiempo en el futuro. Así de simple. Al respecto, y contradiciendo esta idea de que un día más (vivido) es un día menos (hacia nuestro final), Andrew J. Scott (profesor de la London School of Economics) señalaba en el I Congreso de Economía de la Longevidad (organizado por CENIE el pasado noviembre), que el hecho de que cada 10 años la expectativa de vida aumentase en 2 o 3 equivaldría a tener días de 32 horas. Es decir, cada día estaríamos ganando entre 6 y 8 horas más.

  • La segunda es reconocer la maleabilidad de la edad y la necesidad de reconceptualizar la vejez como etapa: la forma en que envejecemos no es determinista, sino que puede estar influida por una amplia gama de comportamientos, políticas y nuestro propio entorno. En este sentido, el enfoque estaría en cómo debemos mejorar estas cuestiones a lo largo del ciclo vital para que no solo vivamos más años, sino que los vivamos bien: envejecer bien. La consecuente redefinición de la vejez pasa por comprender que las personas a edades avanzadas tienen (todavía) mucho que ofrecer y que compartir con el resto de la sociedad. Además, una cuestión clave sobre la que tal vez reflexionemos poco respecto a si envejecer es un problema: mucho peor es la alternativa.

  • La longevidad y el envejecimiento serán parte de los grandes retos del futuro, pero también serán parte de las oportunidades y, si nuestra sociedad juega bien sus cartas, también podrían ser las soluciones a muchos desafíos.
  • Respecto a si la vejez es una carga, recordaré las palabras de mi profesor de demografía: "todo el mundo habla del envejecimiento como si fuese un problema, pero nadie quiere que se muera su abuelo". Taro Aso, que cumplió 82 años hace unos meses, parece no tener ninguna prisa.


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ES Buscar CENIE · 17 Junio 2022 ¿Tiene mi abuelo derecho a la ciudad? Por Irene Lebrusán Murillo

Hace poco fue el cumpleaños de mi abuelo y salimos a pasear por su barrio, que fue también el mío hasta que cumplí 17 años. Aunque sigo yendo de vez en cuando, la verdad es que cuando voy a verle no salimos a pasear, así que veo el barrio con mis ojos: los de la urgencia en la ciudad, los de la prisa, los de la rapidez que me permiten mis pies. Paso por las calles que me llevan desde el metro hasta su casa o la miro desde los ojos del coche si voy con mi padre. Me fijo en los espacios que me llevan a mis recuerdos y en cómo ha cambiado el color o los nombres de los comercios y cuáles han sido capaces de sobrevivir al paso del tiempo.

Durante este último paseo con mi abuelo me tocó verlo de otra forma. No con sus ojos, sino con los de alguien que no quiere que su abuelo se tropiece y se caiga. Sin duda, fue otra experiencia del mismo espacio. Ir a comprar a la farmacia me pareció un auténtico deporte de riesgo para un nonagenario. En ese momento, mientras me adaptaba al caminar lento de este señor de 94 añazos, me vino a la mente la idea (la necesidad) de escribir este post: ¿Tiene mi abuelo derecho a la ciudad?

Os voy a decir que no caminamos una gran distancia en el pequeño paseo, pero sí que fue difícil. Mi abuelo cada vez camina más despacio, sus pasos son más cortos y su conciencia espacial es muy diferente de cuando era más joven. Su sentido del equilibrio ha cambiado y responde con más lentitud al que va corriendo y pasa muy cerca, o al cambio de entramado de la calle. No necesita un bastón, ni un andador, pero depende mucho más del estado de conservación del pavimento, por ejemplo, para mantener el equilibrio y no caer.

En Palomeras (distrito puente de Vallecas), el barrio donde crecí, el pavimento parece ser el mismo que cuando tenía yo 14 años, independientemente de cómo se haya conservado en estos tiempos (spoiler: mal). Me enfadó, sinceramente, ver que los bancos fuesen los mismos en los que recuerdo jugar a las cartas, pero con grietas (eran de cemento, sin respaldo, incomodísimos para alguien que no tenga 14 años), muy mal conservados. Los árboles, más grandes con el paso del tiempo y a los que se agradece cierta protección del calor, habían levantado el pavimento y había que estar atento para no tropezar. En realidad, el problema no era tanto de los árboles como de los alcorques, que se han ido degradando y en los que es fácil tropezar. No dudo que fueran super novedosos en los 90, cuando se plantaron árboles con nombre de niño (aunque las placas de cerámica que recogen sus nombres dejaron de ser legibles hace tiempo), pero necesitan ser repensados, modificados. Reparados, sin ir más lejos.

Si os digo que esta avenida es de aceras anchas (aunque de pavimento destrozado) en la calle de mi abuelo no tenemos tanta suerte: las aceras son muy, muy estrechas, resultado de un diseño de los años 60 que ahora es difícil modificar sin destruir y volver a construir. Bueno, habría una forma de modificarlo si no fuese necesario recurrir a los bolardos, pero para eso tendríamos que colaborar todos y en eso, parece que no estamos por la labor (un momento, que ahora vamos sobre esto). En estas calles, estrechas, las aceras resultan inaccesibles. No solo para mi abuelo, sino para mí misma. Los jardincillos que hay entre portales están cuidados, pero no así las plantas “silvestres” que se han hecho paso entre los adoquines y que han crecido hasta conformar una pequeña selva urbana y rebelde.

El otro gran problema (y de aquí mi afirmación de que no estamos por la labor) es responsable de numerosos golpes en rodillas ajenas: los bolardos o pivotes que impiden que los coches aparquen. Si no fuesen necesarios, podríamos hacer una calzada única, sin alturas ni división entre acera y calzada. Pero si en esta calle tan estrecha ha sido necesario poner pivotes en las mini aceras es para que no los coches no invadan las aceras. Y aquí, la culpa no es de una administración que se olvida de algunos barrios y de algunos usuarios del espacio urbano, sino de todos y cada uno de nosotros cuando no nos parece mal aparcar subidos a la acera, cuando dificultamos el paso a personas con problemas de movilidad, a las que llevan un carrito, a los niños pequeños y a los vecinos más mayores.

El caso es que os puedo decir que fue un camino corto en distancia (lo celebramos en la churrería, comiendo chocolate con churros, que a mi abuelo le encanta) pero largo en el tiempo y…estresante. Fui en tensión todo el rato, siendo consciente también de cuánto le ha afectado a mi abuelo el salir menos a la calle y de cuántos peligros reviste un camino normal y corriente. Estresante, intentando evitar los tramos de calle más dañados, los tropiezos, las caídas en su barrio de toda la vida. ¿Tiene mi abuelo derecho a pasear por su barrio? ¿A ir solo a la farmacia, sin alguien que le coja del brazo para evitar un traspiés en un socavón que la administración no repara?

Aunque mi abuelo hace lo que le da la gana, le insistimos en que no se vaya solo lejos del barrio. En una de sus últimas aventuras (esas que te dice que no va a realizar, claro) tropezó con una acera en mal estado, se cayó y se hizo una herida. Mi padre se enfadó mucho: “¿Cómo se te ocurre ir solo?”. Y, entendiendo a mi padre, su preocupación y su enfado, ¿fue responsabilidad de mi abuelo por salir de su entorno conocido, ese que se supone que es más seguro pero que hemos visto que no lo es? El problema que veo aquí es que el hecho de que la ciudad no esté adaptada a personas con problemas de movilidad (aunque en el punto en el que él cayó, fácilmente podría haberlo hecho yo) no solo nos somete a riesgo, sino que finalmente nos impide usarlo como nos gustaría, paseando solos, por ejemplo. Sin espacios seguros estamos castigando a las personas mayores a quedarse en casa.

El contexto físico y espacial influencia a las personas a lo largo de todo el curso de vida y llega a determinar cómo envejecemos y cómo respondemos a las enfermedades, a la pérdida de funciones y otras formas de pérdida y adversidad que podemos experimentar en la vejez, pero también en otros periodos vitales en los que nuestra movilidad o nuestro equilibrio no es el mismo (una operación, una torcedura de tobillo). También nos afecta a la hora de poder ejercer cuidados y no nos permite usar algunas calles si llevamos, por ejemplo, un carrito de bebé. O una silla de ruedas. Para que la influencia del entorno sea positiva en la vejez (y en cualquier otro momento de la vida) es necesario que el espacio urbano sea capaz de dar respuesta a las necesidades cambiantes de las personas y no se convierta en un impedimento para su participación social.

La configuración del espacio urbano y su accesibilidad son clave para la resignificación en positivo de la vejez, pero también para que esta etapa se viva en salud. Si el espacio no permite una adaptación adecuada de la persona mayor, se convertirá en fuente de estrés. De alguna manera, todos negociamos a diario entre nuestras capacidades físicas y de movilidad y las condiciones del espacio. Cuando la negociación entre las características del espacio y nuestras propias necesidades y capacidades físicas resulta negativa, tendemos a desarrollar un menor apego al espacio (menor deseo de estar en él) o un apego ambivalente. Esto contribuye a un mayor aislamiento y produce un efecto muy negativo sobre el autoconcepto, pues nos sentiremos vencidos e incapaces, cuando en realidad es el espacio el que nos está expulsando de su uso. Si el esfuerzo de adaptación es excesivo para la persona, dejará de desear usar el espacio público, lo que limitará sus interacciones sociales. Esto disminuye el uso del espacio público por parte de las personas mayores (y tantas otras de todas las edades) lo que reducirá la cantidad y calidad de las interacciones en el espacio social de la ciudad, produciendo además una segregación etaria en el espacio urbano y agravando la discriminación por edad.

Además de las consecuencias negativas sobre su salud, si una persona no puede salir a la calle con normalidad, incrementará su propensión a sufrir soledad. Tendemos a asumir que la soledad es fruto exclusivo de los comportamientos y actitudes de una sociedad más individualista, cuando es el propio espacio urbano el que les está condenando a no poder salir a relacionarse a la calle. Somos sensibles con la soledad y sabemos que es un mal que hay que evitar, pero se nos olvida cuando aparcamos el coche “un poquito” subido en la acera para evitar aparcar más lejos o cuando pisamos “otro poquito” el paso de peatones, justo donde comienza la rampa de acceso, o cuando no nos damos cuenta de que el escalón de nuestra furgoneta ocupa la mitad de la acera. Nos quejábamos mucho de lo aislados que estábamos en la pandemia, cuando no podíamos bajar a la calle, pero se nos olvidan las personas que viven siempre así, aunque no estén amenazados por un virus o una pandemia.

No vale criticar a la sociedad individualista que permite la soledad de las personas mayores cuando, a la vez, estamos condenando a personas a permanecer en sus viviendas porque el espacio urbano no se adapta a sus necesidades. No vale decir que nos importan las personas mayores, que la soledad es un gran mal y después condenarlas a permanecer en sus casas porque no invertimos en el espacio público. No vale querer recortar las fuentes de ingresos que van dirigidas a mejorar lo que será de todos. Las calles, el espacio público, también necesita de los impuestos para adecuarse a las necesidades de todas las personas

Un entorno adecuado y que responde a las necesidades de la población es clave para el establecimiento de nexos sociales y para aprovechar el potencial de todas las personas que componen nuestra sociedad. Según esté configurado el espacio podremos (o no) darle un sentido diferente a nuestra forma de relacionarnos con el mundo exterior. Y según esté conservado (o no) podremos usar ese espacio (o no). Sobre el diseño urbano se habla algo más; sobre la conservación del espacio público (incluso del pavimento) o cuestiones similares creo que hablamos menos. Pues vamos a tener que darle un buen repaso, sin duda


  • https://noshacemosmayores.com/viviendas-para-las-personas-mayores/?fbclid=IwAR26qdRWiK77x2jWvx0rGT8N0x04jDhiFhCy14dPLO2EI6WC9GJvAoKwOZk

  • «Vivienda para Personas Mayores en España: Retos y Oportunidades según Irene Lebrusan»
  • En una reveladora entrevista exclusiva con la renombrada doctora en sociología, Irene Lebrusan, exploramos a fondo la situación de vulnerabilidad residencial que enfrentan las personas mayores en España. Desde su experiencia en Vallecas hasta sus estudios sobre la vivienda en la vejez, Lebrusan destaca las transformaciones significativas en el concepto de vejez, incidiendo en la necesidad de adaptar nuestras ciudades a las nuevas realidades de la longevidad.
  • Nuevos Roles y Oportunidades para Personas Mayores:
  • Lebrusan subraya la importancia de reconocer los nuevos roles y oportunidades para las personas mayores en la sociedad contemporánea, donde viven más tiempo y gozan de mejores condiciones de salud y económicas.
  • Opciones de Vivienda para Personas Mayores:
  • Exploramos las opciones de vivienda, como el «coliving», resaltando que estas decisiones a menudo son motivadas por factores económicos en lugar de preferencias personales.
  • Desafíos en el Diseño Urbano:
  • La entrevistada critica la falta de consideración en el diseño urbano, especialmente en la accesibilidad, destacando la necesidad de aprender de adaptar nuestras ciudades a las necesidades específicas de las personas mayores.
  • Visión a Largo Plazo y Accesibilidad:
  • Lebrusan señala la carencia de planificación a largo plazo en las decisiones políticas y destaca la insuficiencia actual en la accesibilidad urbana. A pesar de algunos avances, la lentitud del cambio y la falta de una visión comprensiva en el diseño urbano siguen siendo desafíos cruciales.
  • El «Traje Max» :
  • El «Traje Max», esta diseñado para sensibilizar sobre las limitaciones de movilidad, visión u oído que pueden tener las personas mayores, de esta manera, se propone su uso a diseñadores y arquitectos para poder comprender mejor la movilidad en diversos entornos urbanos.
  • Desafíos en Pueblos y Ciudades:
  • Se desmitifica la idea romántica de que los pueblos son mejores que las ciudades en términos de accesibilidad. Lebrusan destaca la importancia de abordar la intergeneracionalidad en el urbanismo para crear espacios inclusivos para todas las edades.
  • Advertencia sobre Soluciones «Mágicas»:
  • Se advierte sobre soluciones aparentemente mágicas, como la compra de viviendas ocupadas por personas mayores, que podrían afectar el derecho a la vivienda de la comunidad en general. Lebrusan aboga por la cautela en iniciativas que podrían tener consecuencias negativas a largo plazo.
  • «Vivir en Sociedad» – El Blog de Irene Lebrusan:
  • Concluimos destacando el blog de la entrevistada, «Vivir en Sociedad«, donde aborda diversos temas relacionados con la calidad de vida y cuestiones sociales, con un enfoque especial en el envejecimiento. Este blog se presenta como un recurso valioso para un público amplio, especialmente en Latinoamérica.


  • E80: ¿Estás lista para envejecer?, con Irene Lebrusán
  • https://omny.fm/shows/la-belleza-es-nuestra/e80-est-s-lista-para-envejecer-con-irene-lebrus-n

  • Cada vez vivimos más y la vejez ocupa una parte más importante de nuestra vida. Según los estudios, en España las mujeres llegaremos a los 90 años en el 2069. Pero, ¿estamos realmente preparados para envejecer? ¿Por qué rechazamos esta etapa de nuestra vida? Puede enfocarse como una pérdida o estar llena de nuevas experiencias positivas. Así nos lo explica Irene Lebrusán, doctora en sociología e investigadora del Centro Internacional de Envejecimiento. Estos son sus consejos para prepararnos para ese momento de nuestra vida.



  • JORNADA DE SINHOGARISMO ESPAÑA E IRLANDA
  • I JORNADA SOLUCIONES AL SINHOGARISMO | PROVIVIENDA Y HOGAR SÍ
  • https://www.youtube.com/watch?v=C8RJJl2kJUY

  • Erradicar el sinhogarismo y garantizar el acceso a una vivienda digna para todas las personas es una responsabilidad colectiva.
  • De manera conjunta, administraciones públicas del territorio español, organizaciones del tercer sector y profesionales que trabajan por los derechos de las personas reflexionaremos sobre las principales soluciones al sinhogarismo que estamos testeando en los proyectos de innovación social financiados por los fondos europeos Next Generation, a través del Ministerio de Derechos Sociales, Consumo y Agenda 2030.
  • Más información sobre los programas de innovación social que realizamos en la Alianza HOGAR SÍ y Provivienda:
  • El objetivo del programa Derechos a la vivienda es favorecer los procesos de desinstitucionalización de personas en situación de sinhogarismo, facilitando su incorporación a programas basados en vivienda y servicios integrados en la comunidad.
  • Por su parte, el objetivo de H4Y FUTURO es responder al desafío que supone el sinhogarismo juvenil a través del desarrollo de un proyecto piloto innovador que permita testar la aplicación de la metodología Housing First for Youth en nuestro país.
  • Ambos programas han alcanzado ya el ecuador de su ejecución, por lo que queremos compartir los resultados obtenidos hasta esta mitad del camino y seguir así explorando mejores soluciones, más efectivas, dignas y sostenibles, para acabar con el sinhogarismo.
  • Ver el esquema de la comunidad en el centro que compartió el expositor posterior al panel de Irene. Con muy buenas metáforas. https://www.youtube.com/watch?v=C8RJJl2kJUY



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IRENE LEBRUSÁN / DOCTORA EN SOCIOLOGÍA E INVESTIGADORA DEL CENTRO INTERNACIONAL SOBRE EL ENVEJECIMIENTO (CENIE)

  • ‘La longevidad nos afecta desde que nacemos, vamos a vivir más y tenemos que prepararnos’
  • Pregunta.- La realidad demográfica actual es que somos más longevos en el tiempo, pero usted dice que, debido al edadismo estructural, no existe una socialización de la vejez. ¿A qué se refiere cuando habla de socializar la vejez?

Respuesta.- A veces confundimos socializar y sociabilizar, pero el primero es un término sociológico que se refiere al aprendizaje de normas. Tenemos una socialización primaria, que es la que se da en las primeras edades y, sobre todo, a través de la familia; después hay otra secundaria que se produce en la escuela y que, de alguna manera, nos prepara para trabajar. Es decir, a lo largo de nuestra vida, desde que nacemos, nos están preparando para tener unas determinadas funciones en la sociedad. ¿Qué sucede? Pues que esa socialización se ha centrado sobre todo en la etapa productiva, es decir, en la etapa laboral. No nos han preparado para lo que sucede cuando esta etapa se termina. Cuando llegamos a la jubilación, entramos en una especie de rol sin rol: nos hemos tirado 60 o 65 años con una estructuración de nuestra vida cotidiana marcada por esas fuerzas exteriores y, de pronto –y aquí es donde entra el edadismo–, nos dicen: ¿Y ahora que hacemos contigo? Lo que se ha denominado tradicionalmente como deseo o sentimiento de desvinculación, y que al principio se decía que era la propia persona la que quería desvincularse, en realidad es un marco social que nos está “invitando” –entre comillas, porque nadie nos obliga– a desvincularnos de determinadas cuestiones. Toda nuestra vida se estructura en cómo de útiles somos para el resto de la sociedad según el marco laboral; y la vejez, que nos une a todos, parece decirnos que ya no servimos. Así que la revolución asociada a la longevidad está en reivindicar y en demostrar que eso no es así.

Socializar y planificar para la vejez, el autoedadismo o la responsabilidad social de los cuidados son algunos de los temas que abordamos con la socióloga y experta en longevidad, Irene Lebrusán, la cual lamenta la visión utilitarista y centrada en el mercado laboral de nuestra sociedad, y aboga por promover espacios de encuentro entre las distintas generaciones

P.- Una de las grandes pérdidas es que hemos reducido las relaciones intergeneracionales. ¿Estamos aislando a los mayores?

R.- Sí, efectivamente, el edadismo provoca aislamiento y me sorprende que no haya una rebelión por parte de algunas estructuras de la sociedad, ya que esa rebelión solo parece venir del colectivo sénior. Si hablamos del mercado laboral, no deja de sorprender que una empresa pueda tener a una persona empleada durante 30 o 40 años siendo productiva y que, por una cuestión de calendario, digan: hasta aquí. ¿En qué momento se deja de ser productivo? ¿Hay alguna edad en la que dejas de serlo? Por otro lado, y en cuanto a la intergeneracionalidad, parece que asumimos que tenemos apetencias y deseos según nuestra edad, y eso no deja de ser absurdo. Puede que tus ideas sobre el mundo y sobre la vida, o tus necesidades, vayan cambiando con tu ciclo vital, pero eso no cambia la persona que eres. Es decir, confundimos edad con generación y, además, metemos en el mismo saco a todas las personas que tienen más de 65 años. La persona con más edad de España está en lo 114 años, ¿tiene mucho que ver una persona de 67 años y una de 110? No, porque dentro de esa supuesta generación de mayores a la que se hace referencia hay muchas generaciones distintas. También se habla mucho de que hay desacuerdos y enfrentamientos entre las distintas generaciones, y la realidad es que, cuando te pones a investigar, a preguntar a unos y a otros, y a trabajar con los diferentes grupos de edad, esos desacuerdos tan grandes no existen. El problema es que no tenemos espacios en los que poder generar relaciones. Cuando hablas, por ejemplo, con una mujer de 90 años para conocer el machismo que ha sufrido a lo largo de su vida, te das cuenta de que, como mujer, vas a encontrar puntos en común. Al final hay una serie de similitudes que no dependen de la edad, lo que pasa es que no estamos favoreciendo estos espacios de encuentro.

P.- Los prejuicios hacia la vejez no solo se proyectan hacia afuera, sino que también nos autolimitamos al alcanzar ciertas edades. ¿Somos edadistas con nosotros mismos?

R.- Yo hablo de autoedadismo. Cada grupo de edad tiene asociados unos comportamientos que socialmente consideramos legítimos y se produce una gran disonancia cognitiva cuando, por ejemplo, una persona llega a cierta edad y quiere vestir de una determinada manera que, precisamente por su edad, no está bien vista. Tenemos también muy asumido que estudiar, por ejemplo, es algo propio de la juventud, pero ¿por qué no iniciar una carrera con 45 años? En esa etapa, por supuesto, tienes otras obligaciones y necesidades, pero si pensamos en la esperanza de vida, con esa edad a un individuo todavía le queda la mitad de su vida por vivir. ¿Por qué no vas a estudiar otra carrera? o ¿por qué no vas a cambiar de ámbito laboral? Yo entrevisté para mí tesis doctoral y para mi libro a muchas personas mayores y me sorprendía cuando me decían cosas como que eran muy mayores para hacer obras en su vivienda. Yo les respondía que precisamente era en ese momento cuando tenía sentido, por ejemplo, cambiar una bañera por una ducha. De alguna manera, tenemos esas creencias limitantes y tendemos a pensar que, a determinadas edades, perdemos la capacidad de generar nuevo conocimiento y no es cierto.

P.- Tenemos una mayor esperanza de vida y con mejores condiciones de salud, económicas y sociales que nunca, pero ¿estamos preparados para envejecer? ¿Cómo podemos prepararnos para la vejez?

R.- Es la pregunta del millón [risas]. Creo que no estamos preparados para envejecer porque lo asociamos a cuestiones muy negativas. Tenemos sociedades cada vez más longevas, pero es verdad que este cambio se ha producido muy rápido. Por eso, porque es algo muy novedoso, quizá no nos estamos haciendo algunas reflexiones en torno a cómo es esta estructuración por edades de la sociedad. Antes no se esperaba llegar a la jubilación y tener otros 20 o 30 años por delante, es algo nuevo. Lo que reclamaría es una reapropiación de las palabras vejez o envejecimiento, o al menos una resignificación. Envejecer es algo muy positivo porque es lo contrario a morirse, así que bienvenido sea. No obstante, se empieza a ver un movimiento positivo sobre esta etapa, que asegura que las personas mayores tienen mucho que aportar. Los sénior, por ejemplo, son el colectivo que más voluntariado practica. Sin las personas mayores tampoco funcionarían las comunidades de vecinos o sus asociaciones vecinales, en las que hacen una labor donde no hay relevo generacional. Es decir, las personas mayores hacen una función muy útil y observan su espacio de la vejez como una etapa completamente plena. Por otro lado, y de cara a prepararnos para la vejez, habría que poner el foco en cómo nos apropiamos de nuestra etapa vital y cómo luchamos contra el autoedadismo –quitándonos primero los prejuicios y estereotipos de las diferentes edades–. Probablemente, todo empiece por relacionarnos más entre generaciones. La longevidad es algo que nos afecta desde que nacemos, vamos a vivir más y tenemos que prepararnos mejor para estas sociedades y vidas más longevas. Desde un punto de vista individual, tendríamos que cuidar más nuestras relaciones interpersonales y también la perspectiva con uno o una misma, del bienestar propio. Desde el punto de vista estructural, tendemos a idealizar mucho las sociedades pasadas, pero también tenemos algunas cuestiones positivas asociadas a las nuevas sociedades, por ejemplo, la mayoría de nuestras relaciones interpersonales son elegidas. ¿Nos divorciamos más? Esto tiene una connotación positiva, porque también significa que las personas no se quedan en una relación en la que son infelices. Tendríamos que hablar mucho más de qué significa esto de la longevidad y dejar de pensar que la vejez es una cuestión que solo compete únicamente a las personas mayores. También tenemos que favorecer la idea de comunidad, porque le prestamos poca atención a lo que significa relacionarnos y vivir en comunidad.

P.- Estamos en plena transformación del modelo de cuidados y, actualmente, de lo que se trata es de retrasar lo máximo posible la institucionalización. ¿Qué cuestiones clave cree necesarias para mejorar los cuidados?

R.- Hay personas que necesitan cuidados enormes a lo largo de toda su vida y hay otras personas –y la mayoría son mujeres– que cuidan también durante toda su vida. Remarco esto porque, a veces, parece como que solo hablamos de los cuidados a bebes de cero a tres años o de los cuidados a personas mayores, y lo cierto es que, entre medias, también cuidamos a otras personas. Cuando hablamos de cuidados también nos vienen a la cabeza las residencias de personas mayores y, sin embargo, solo el 4% de las personas mayores de 65 años están institucionalizadas. Esta cifra es importante para entender cuáles son las dimensiones reales. No obstante, es evidente que tenemos que revisar el modelo residencial, pero no solo por lo que ha ocurrido durante la pandemia, sino porque es un modelo que no funcionaba de antes y porque los cuidados están completamente desprestigiados, tanto desde el punto de vista de quien los recibe como de quien los realiza. Podríamos hablar de malas condiciones laborales, de desprecio social…, pero la verdad es que hemos convertido los cuidados en una situación de doble vulnerabilidad: la persona que cuida está en una posición vulnerable y, en muchos casos, precaria; y la persona cuidada no recibe los cuidados que merece. En un artículo, reflexioné alguna vez sobre si los cuidados eran una cuestión de amor, porque tendemos a pensar que es así. “Es que ya no queremos cuidar de la familia”, dicen algunas personas, y la realidad es que los familiares no tenemos la capacidad para realizar determinados cuidados. Algunas se ofenden cuando digo esto, pero tú puedes querer mucho a tu padre, madre o abuela, pero eso no significa que tengas los conocimientos adecuados para darle los cuidados que necesitan.

P.- En relación a los cuidados, como dice, la responsabilidad recae siempre en la familia, que parece tener la obligación de cuidar, norma no escrita que puede ser una losa pesada para muchas personas con familiares a su cargo. ¿Qué opina al respecto?

R.- Los cuidados deben ser una cuestión de Estado. Ahora se están haciendo muchos avances en torno a esa idea de la desinstitucionalización y de la atención centrada en las personas, pero debemos detenernos a pensar en qué significa la palabra ‘cuidado’. Todos, en algún momento, hemos necesitado cuidados o los vamos a necesitar y ,cuando eso suceda, quiero que esos cuidados los pueda proveer alguien con los conocimientos suficientes y que cuente con unas buenas condiciones laborales. La calidad de los cuidados ha descendido o es muy baja en algunas residencias porque prima el beneficio económico y eso es vergonzoso. No soy ajena a los problemas de financiación del sector, pero necesitamos más plazas públicas de centros de día, residencias y atención a domicilio. Una cuestión que me preocupa es la externalización de los servicios, porque a veces se paga desde lo público, pero la revisión y el control no se hace desde lo público. Igual que tenemos una prevención de riesgos laborales, debemos controlar también a las personas que ejercen los cuidados de manera profesional. No puede ser que las residencias privadas sean una especie de búnker frente al exterior. Esto es una cuestión de privación de los derechos básicos de las personas que viven ahí. No olvidemos que las residencias tienen un carácter híbrido: son espacios de trabajo para algunos, espacios de visita para otros, pero son espacios de habitar para las personas residentes. Mientras tanto, hay personas que lo consideran un espacio de negocio. Por último, también está la cuestión del servicio doméstico que, a pesar de los avances de los últimos tiempos, que han sido muchos y con reivindicaciones históricas, pasaron más de 30 años sin hacer cambios en su legislación. Tenemos que revisar cuáles son las funciones y condiciones del servicio doméstico, que es a quien recurren muchas personas que no pueden acceder a los servicios de atención a la dependencia.

EnciclopediaRelacionalDinamica: IreneLebrusanMurillo (última edición 2024-05-21 09:19:42 efectuada por MercedesJones)