Stephen Jay Gould es considerado uno de los más importantes científicos naturales de nuestra época. Como se expresa en la presentación de sus textos: él nos ha enseñado a comprender la ciencia y a entender el mundo con agudeza y buen humor. Lo cual es mucho más de lo que podemos decir de tantos otros científicos, teólogos y filósofos. Por poner algunas figuras emblemáticas en la tarea de decodificar y explicar lo tangible e intangible del universo que nos rodea. Hace varios meses me sentí sumamente intrigada por algunas conversaciones que tuvimos en los almuerzos de los sábados con AnitaFiszbein y BrunoBerardino ambos biólogos y estudiantes de doctorado. No recuerdo exactamente el contenido de nuestra charla. Seguramente estaba arborizada en varios temas relacionados con la teoría de la evolución de las especies, los campos morfogenéticos y otras cuestiones de nuestro interés. Como resultado del intercambio recibí como préstamo dos libros de Jay Goul, el primero de los cuales (''Jay Gould, Stephen (2008)Dientes de Gallina y Dedos de Caballo, Reflexiones sobre la historia natural. Barcelona. Crítica'') acabo de terminar de leer con mucho entusiasmo. No estoy muy segura de la mejor forma de trasmitir el deslumbramiento que tuve con algunas de sus ideas, tampoco si vale la pena registrar frases que por su construcción y contenido llegaban a lo poético. Otras eran altamente humorísticas. Todo el texto me resultó estimulante. Mi memoria es ostensiblemente horrenda. Como es un libro prestado no lo puedo marcar, en los míos uso el lápiz que si es necesario puedo borrar. Mientras leía el libro no señalé nada, de modo que decidí ir registrando algunas ideas a medida que realizo una relectura, a vuelo de pájaro. Como el tamiz de la lectura rápida no es infalible, es probable que algunas de las ideas finas que disfruté con placer no las encuentre nuevamente. Pero, en todo caso, algo anotaré. Espero. MercedesJones, socióloga. ------- = Rarezas Razonables = * La frase "las mujeres son más pequeñas que los hombres" sería aceptada por la mayoría de nosotros como un hecho general en la naturaleza, no como una trampa sexista. Y, por consiguiente, la mayoría de nosotros estaríamos equivocados. Los machos humanos son, por supuesto, generalmente más grandes que las hembras humanas y la mayor parte de los mamíferos que nos son familiares. No obstante, las hembras son más grandes que los machos en la mayor arte de las especies animales y probablemente en su inmensa mayoría. Los rorcuales azules son los animales más grandes que jamás hayan existido y, dado que las hembras son más grandes que los machos en las ballenas, el animal más grande de todos los tiempos es sin duda una hembra. La ballena más grande jamás medida de modo fiable llegaba a los 28 metros y era una hembra. El tamaño relativo de los sexos para reflejar una estrategia evolucionada para cada circunstancia particular. Una reafirmación de la idea de Darwin de que la evolución es fundamentalmente la historia de la adaptación a ambientes locales.(Jay Gould 2008:20) * La naturaleza incluye en su seno multitud de fenómenos más horribles a nuestros ojos que la simple depredación. Sospecho que no hay nada capaz de invocar mayor revulsión en todos nosotros que la destrucción lenta de un huésped por un parásito interno: la ingestión gradual bocado a bocado, desde el interior. Los icneumónidos, como la mayor parte de las avispas, atraviesan su vida larvaria como parásitos que se alimentan del cuerpo de otros animales. Por ejemplo, la oruga. En la literatura científica existe una tensión entre el reconocimiento intelectual de que las avispas no debían ser descritas en términos humanos y la incapacidad literaria o emocional para evitar las categorías habituales de la literatura épica y narrativa del dolor y la destrucción, el vencedor y la victima. Parecemos estar atrapados en las estructuras míticas de nuestras propias sagas culturales, perfectamente incapaces, incluso en nuestras descripciones básicas, de utilizar un lenguaje que n o esté formado por las metáforas de la batalla y la conquista. No somos capaces de exponer este rincón de la historia natural en un lenguaje que no sea el de la historia, combinando el horror sórdido y la fascinación, y normalmente terminamos por admirar la eficiencia del icneumónido y no por sentir pena por la oruga.