Michel MAFFESOLI. - En Francia, a menudo hemos temido el fin de lo que comúnmente se llama "modernidad", es decir, el movimiento que comenzó en el siglo XVII con el cartesianismo y ha estado en declive desde mediados del siglo XX. Hoy entramos en una nueva era, que algunos llaman "posmodernidad". Contrariamente a la concepción lineal de la historia, que imagina a la humanidad progresando constantemente desde la barbarie hasta el triunfo absoluto de la ciencia, personalmente creo que hay épocas. La primera es el individualismo, con el "cogito ergo sum" de Descartes, la segunda es el racionalismo, que predominará con la filosofía de la Ilustración, y por último está el progresismo, la gran idea marxista de un "mañana radiante". Desde mi punto de vista, este trípode está llegando a su fin, tambaleándose, de forma bastante difícil. Estamos en un periodo crepuscular. Todo el mundo intuye lo que estamos dejando atrás, pero aún no puede ver con claridad lo que está surgiendo. Apoyo la hipótesis de que el "yo" va a ser sustituido por el "nosotros", el racionalismo por el sentimentalismo, y el progresismo y el futuro prometedor por el "hay que vivir el momento".

MM: Para describir este declive suelo tomar prestada la idea de "saturación" del sociólogo estadounidense Pitrim Sorokin, que se preguntaba cómo una determinada cultura podía perder su carácter "obvio" y degradarse gradualmente. En química, la saturación se produce cuando las moléculas que componen un cuerpo, por diversas razones, ya no pueden permanecer juntas. Este fenómeno provoca la ruptura del cuerpo y la aparición de una nueva estructura. No se trata pues de una ruptura, sino de una lenta degradación, y llega un momento en que todo lo que antes funcionaba ya no lo hace, todo lo que parecía evidente parece absurdo. Asistimos hoy a multitud de fenómenos que demuestran que ya no nos reconocemos en valores compartidos. Las élites, ya sean políticas, económicas o mediáticas, se han aferrado a los patrones de la era moderna, pero el pueblo ya no se reconoce en ellos. Sorokin da la imagen de un vaso de agua, que puede salarse sin que sea visible, hasta un momento preciso en que la saturación se hace evidente. Somos el último grano de sal.