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La escritura de Vinciane Despret es la excepción a la regla. En ningún caso esta filósofa belga nacida en 1959, abandona su voz íntima, personal, cercana. A través de una mirada detenida en aspectos minúsculos, con aportes de la narrativa y una forma de indagación poética, su palabra desestabiliza la ensayística no sólo como búsqueda formal sino como ampliación de los sentidos posibles.

A la vez, lo novedoso de su pensamiento radica en la atención que le presta a lo particular (el canto de un pájaro, su forma de habitar, todos los verbos posibles que combinan con la palabra “territorio”). Sus ensayos van a contrapelo de las convenciones académicas, se meten en el problema de nombrar la singularidad más que la generalización y abren espacio para el silencio humano, ahí donde la naturaleza propone otras formas de habitar el mundo.

Quizás por eso sus textos despiertan un interés en lectorxs curiosxs de diversas formaciones y pelajes, y su nombre viene convirtiéndose en santo y seña para quienes la siguen desde la publicación del provocativo ¿Qué dirían los animales si les hiciéramos las preguntas correctas?, su primer libro editado en nuestro país en 2018 al cuidado de Cactus, al igual que sus textos posteriores. Sucede que Despret, graduada en filosofía pero también en psicología por Universidad de Lieja, se interesa por los cruces entre experimentación científica, antropología cultural, psicología animal y epistemología de las ciencias.

Estas intersecciones la sitúan en una zona común con pensadoras como Donna Haraway o Isabelle Stengers y se sintetizan en el campo de pensamiento conocido como “animal studies”; es decir, estudios animales o de la animalidad. Y todo esto resuena en su nuevo libro Habitar como un pájaro (modos de hacer y de pensar los territorios). Es un estudio pero también una meditación, una forma de escritura creativa que cuestiona la idea de la territorialidad atravesada por la propiedad privada, la construcción de Estados, la defensa y agresión. No casualmente, observa Despret, se trata de lógicas históricas sustentadas en paradigmas masculinos y antropocéntricos.

Su respuesta frente a este planteo es, al menos, sorprendente. A través de la observación de los pájaros y el trabajo de ornitólogxs y amantes de las aves, esta filósofa propone otros modos de atención, donde la territorialidad es una construcción más amable, contingente, colectiva. Su escritura se aleja del acartonamiento y es posible pensarla como una partitura, una conjunción de sentidos y sonidos que se integran a una musicalidad propia y orgánica.

Estas decisiones, argumenta la autora, no son inocentes sino que plantean el desafío de volver a imaginar el mundo que habitamos. Y allí los feminismos tienen mucho que aportar para deconstruir modos de pensar naturalizados. Es lo que afirma Despret en esta entrevista que se hizo a través de intercambios vía mail que ella respondió con paciencia y amabilidad infinitas.

–Usted comienza el libro con el relato del canto de un mirlo en su ventana. En consecuencia, dice siguiendo a Donna Haraway, ese canto la invitó a prestar atención, justamente, a ese modo de atención que el mirlo exhibía. Su canto se le reveló tan importante como el silencio y prestó atención a este vínculo con otro ser que da cuenta del mundo, sí, pero a su manera. ¿Fue ese el disparador de Habitar como pájaro? ¿De qué modo plantea usted el sentido de "prestar atención"?

–El canto del mirlo no fue, estrictamente hablando, un disparador para un libro particular. Ocurrió mucho antes de que pensara en trabajar sobre los territorios de los pájaros. Pero cuando lo oí, tomé el compromiso de hacer algún día algo con la experiencia que me había sido dada a vivir, sin saber en qué iba a convertirse. Lo que sabía es que había sido tocada por un animal de una manera muy intensa, y sentía que esa experiencia debía acompañarme, que algo debía cambiar en mi forma de escribir, de contar, que era necesario que eso me obligue a salir más todavía del marco de las convenciones académicas. Y de hecho, cuando comencé a escribir Habitar como un pájaro, esa experiencia encontró en cierto modo su lugar: el territorio. Esta, que es una cuestión bastante teórica para los investigadores, iba a volverse para mí otra cuestión, que me obligaba a guardar con sumo cuidado no solamente la experiencia de la belleza, sino también el sentimiento de que los pájaros que cantan su territorio están en regímenes de atención extraordinarios. Para un pájaro, cantar un territorio es entrar en un gran juego de intensificación de las atenciones, las que se reclaman, las que se conceden. Baptiste Morizot me hacía notar recientemente que nosotros, los primates humanos modernos, tendemos a focalizarnos en la cuestión de las intenciones de los otros. Ahora bien, parecería que para muchos animales, si bien esta cuestión importa, quizás es todavía más importante la cuestión de la atención: ¿quién presta atención a quién?, ¿a qué debemos prestar atención? Creo que es lo que comenzaba a sentir al escuchar el canto del mirlo, y lo que pude prolongar al investigar sobre la cuestión de los territorios.

–Usted hace una genealogía del concepto de territorio a partir de la mirada de una serie de ornitólogos varones a comienzos del siglo XX. Y cuestiona el concepto de "territorio" como "propiedad exclusiva de la que uno se apodera". A lo largo del libro también mencionará otros cuestionamientos en torno a este concepto. Por ejemplo, el territorio como zona estanca de competencia y agresión, la supremacía del pájaro más fuerte, y sobre todo la propiedad que se obtiene de una vez y para siempre. ¿De qué manera fue desarmando estas ideas establecidas?

–De hecho, estas ideas establecidas no están todas establecidas de la misma manera. Pocos ornitólogos consideran seriamente el territorio como una propiedad exclusiva, pocos tienen esa concepción “burguesa” de la propiedad. Encontraré esas ideas más bien en los divulgadores. Por ejemplo, en The territorial imperative de Robert Ardrey, o cuando el filósofo Michel Serres busca el origen del sentimiento de propiedad en el mundo animal. Es cierto que subrayo que los científicos formados en biología consideran a menudo (no siempre) que el régimen “por defecto” sería el de una intensa competencia en torno a los recursos, evidentemente con la agresión que la acompaña, y que el altruismo o la cooperación deberían ser explicados entonces como una especie de anomalía. Pero en lo que respecta a los ornitólogos, no tuve necesidad de desarmar esas ideas establecidas porque algunos científicos ya lo habían hecho: Warder Clyde Allee y sus colegas ecologistas de Chicago, por ejemplo, que se interesarán mucho en las relaciones de proto-cooperación. O también algunos etólogos que pensarán que la competencia está sobredeterminada con frecuencia por las condiciones de investigación, o más frecuentemente por condiciones de investigaciones en cautiverio; o los ornitólogos que señalan que los combates no son verdaderos combates, etcétera.

–¿Por qué indica usted que estas ideas no son inocentes?

–Esas ideas de competencia, así como de propiedades privadas, no son inocentes ya que nos conducen a pensar que el mundo es “naturalmente” así, sin preocuparnos por el hecho de que no es cualquier mundo el que se describe de este modo, y que extrañamente se parece bastante al mundo de la economía liberal y del capitalismo triunfante. Lo que entonces se amputa seriamente es nuestra capacidad de imaginar el mundo de otro modo. –Esa imaginación es dinámica, no se cristaliza en una imagen única sino que plantea la indagación de universos particulares, singulares en cada caso, ¿verdad?

–Creo que al seguir a los científicos que hacen cosas apasionantes, aprendemos justamente que las generalizaciones son con frecuencia demasiado rápidas, y que lo que es demasiado rápido es a menudo empobrecedor y de mal gusto. Hay una estética de los saberes donde algunas cosas son de buen gusto y otras no te tocan si no es para irritarte. La atención a los detalles, la atención a lo que cuenta para tal o cual ser al que se quiere conocer, produce saberes tan interesantes, saberes que nos tocan o nos maravillan tanto, que la cuestión de las generalizaciones aparece siempre como algo prematuro.

–¿Esto lo aprendió junto a investigadoras feministas?

–Sí, también junto a ellas. Creo que las ambiciones de generalización son a menudo la consecuencia de una voluntad de teorizar todo, de obtener un relato bien unificado, y finalmente no están tan alejadas de la voluntad de control –y las feministas me han enseñado a desconfiar de eso–. No rechazo las generalizaciones en nombre de un principio (que sería forzosamente general, lo cual no carecería de ironía), sino porque lo que sucede en la experiencia de saber antes de la etapa de generalización es tan apasionante, tan importante, porque tenemos el sentimiento de que hay todavía tantas cosas que demandan una atención precisa y sostenida, que la mayor parte del tiempo me quedo simplemente intentando describir lo mejor que puedo.

–Incluso se permite digresiones de una belleza impresionante, como una cita de Ursula K Le Guin que cuestiona las maneras canónicas de escribir ficción. ¿Cuál es la importancia de lo digresivo en su obra?

–Creo que no te sorprenderá demasiado cuando te diga que no hay digresión en mi trabajo. Son simplemente caminos que me parecen más interesantes de recorrer, y una vez que los he emprendido, se me imponen. De allí mi sentimiento de que jamás me corro realmente del tema. En cambio, el uso de contrapuntos me permite salir del camino que estoy siguiendo para aportar otra iluminación, para explicar o fabricar herramientas que voy a necesitar para lo que sigue.

–Usted afirma que si de lo que se trata es de pensar nuevas formas de habitar la Tierra y nuevos vínculos con sus seres, pensar en los pájaros como pequeños burgueses interesados en la propiedad privada es un mal comienzo. Le confieso que empecé a reírme al leer esto. Nunca pensé que se podía hacer un cuestionamiento del capitalismo desde una presencia tan diminuta como la de un pájaro. ¿Cómo es posible cuestionar ideas muy arraigadas desde existencias particulares, provisorias?

–Para mí, la urgencia es cultivar la imaginación. He aprendido de los antropólogos que lo que nos parece evidente, lo que parece que no puede ser de otro modo que el que es, puede ser cuestionado por el encuentro con seres muy diferentes. Es uno de los temas de la buena ciencia ficción, ya que mencionás a Ursula K Le Guin: desfamiliarizarnos con las evidencias. No pensaba en el inicio que la etología pudiera jugar ese rol, porque sentía que con mucha frecuencia, en lugar de buscar maximizar las diferencias, se buscaban más bien las semejanzas (como cuando los investigadores buscan de manera obstinada la jerarquía en los grupos sociales animales, o cuando los sociobiólogos quieren encontrar determinantes comunes a todas las conductas y a todos los vivientes). Ahora bien, encontré en ciertos ornitólogos un verdadero antídoto contra esta búsqueda de semejanzas, muchos están extremadamente atentos a la singularidad de los seres que estudian.

–Bueno, pero de allí a repensar la cuestión del territorio a través de los pájaros hay un trecho bien osado…

–La cuestión del territorio, que puede convertirse en la cuestión política más estúpida si uno se conforma con pegar nuestros esquemas sobre las maneras en que los pájaros se organizan, apareció al contrario como una cuestión que exhibía la enorme inventiva para organizarse, para hacer “en casa”, para entrar en relación con otros… En pocas palabras, una verdadera experimentación sobre nuestras maneras de imaginar a partir de estas cuestiones.

–También cuestiona la idea de que todo comportamiento debe ser útil. Una vez más, defiende la particularidad de una pluma, de unos pasos labrados sobre la tierra, de un canto peculiar. ¿Por qué focaliza su interés allí?

–Creo que la fuerza de la poesía consiste en captar y hacer sentir como excepcional todo lo que percibimos como banal. Es todo el tiempo del orden del acontecimiento, como pequeños milagros inscritos en el cuerpo del mundo. No es entonces casual que cuando oigo a muchos de los científicos que me gustan, tenga la impresión de que hablan en poesía. Por ejemplo, cuando el ornitólogo Thierry Aubien me dice que le hicieron falta diez años de investigación para comprender que lo que importaba en el canto de las alondras era el silencio. Y si leés el cuento del mirlo en la novela Palomar de Ítalo Calvino, comprendés que una escucha muy atenta de los seres del mundo, cuando estos reinventan momentos de belleza, transforma tanto a un escritor como a un ornitólogo en poeta.



EnciclopediaRelacionalDinamica: VincianeDespret (última edición 2024-06-14 09:20:49 efectuada por MercedesJones)