Carlos Gabetta Nació en Rosario en 1943 y acaba de cumplir 50 años de ejercicio del periodismo. Se ha especializado en el análisis político y social. En la Argentina fue director del semanario El Periodista (1984/88) y de Le Monde diplomatique edición Cono Sur (1999/2011). Vivió en México, Francia y España. En París trabajó en la Agence France Presse y fue jefe de la sección Latinoamérica del semanario Politique Hebdo. En Madrid fue columnista del diario El País y en Barcelona director de CuatroSemanas y Le Monde diplomatique. Se declara republicano y socialista, o socialista-republicano, habiendo pasado por una juvenil adhesión más o menos crítica al marxismo-leninismo revolucionario armado. Concretamente, fue miembro de los servicios de inteligencia del Ejército Revolucionario del Pueblo, brazo armado del Partido Revolucionario de los Trabajadores. Ha hecho, a la luz de los resultados y de la experiencia posterior, un análisis político muy crítico, no solo de lo utópico, absurdo incluso, de aquellas propuestas para el momento histórico y la sociedad concreta en la que se actuaba, sino de lo que hubiese podido resultar de su eventual victoria.


*- ¿Cuándo supiste que el periodismo iba a ser tu profesión?- Se fue dando. A mis 19 años, mi padre manejaba una agencia de publicidad y de sus tiempos de dirigente gráfico conservaba muchos contactos en los medios, con los que trabajaba. En enero de 1962 debuté en el diario "Crónica", con un editorial para un suplemento sobre la temporada turística en Córdoba. Y así hasta hoy.

- Justamente, encontrar la manera de contrarrestar esa tendencia al predominio de la fake o de la buena información que acaba desvirtuada por los infinitos comentarios, bromas, información contraria no verificada, etc.

Libros y autores

- Tantos… Para empezar, "Las aventuras de Tom Sawyer", de Twain, el "Intermedio filosófico", de Lisandro de la Torre y "Memorias de Adriano", de Marguerite Yourcenar; el "Facundo", de Domingo F. Sarmiento. Y por supuesto, las obras completas de Karl Marx y sus epígonos.


El periodista rosarino está en la ciudad para presentar su libro, "La encrucijada argentina" esta tarde en librería Ross. "La crisis mundial es una gran oportunidad para la Argentina", reflexionó.


COLECCIÓN SOCIALISMO Y LIBERTAD FILOSOFÍA HISTORIA POLÍTICA TEORÍA POLÍTICA LIBROS LIBRES APUNTES MULTIMEDIA FU TURISMO ANTROPOLOGIA, CRÍTICA SOCIAL, DERECHOS HUMANOS, HISTORIA POLÍTICA, TERRORISMO ESTATAL A CIELO ABIERTO, VIEJAS COSTUMBRES TODOS SOMOS SUBVERSIVOS por Carlos Gabetta (1983) PUBLICADO POR ELSUDAMERICANO ⋅ MAYO 13, 2022 ⋅ DEJA UN COMENTARIO PRÓLOGO a la Edición Argentina

“El ejército es un estado superior dentro de una sociedad inferior, ya que nosotros somos la fuerza especifica del país. Y sin embargo, estamos sometidos a las resoluciones del gobierno… ¿y el gobierno, quién lo constituye?… el poder legislativo y el ejecutivo… es decir, hombres elegidos por partidos políticos informes… ¡y qué representantes, señores! Ustedes saben mejor que yo que para ser diputado hay que haber tenido una carrera de mentiras, comenzando como vago de comité, transando y haciendo vida común con perdularios de todas las calañas, en fin, una vida al margen del código y de la verdad. No sé si esto ocurre en países más civilizados que los nuestros, pero aquí es así. En nuestra cámara de diputados y de senadores hay sujetos acusados de usura y homicidio, bandidos vendidos a empresas extranjeras, individuos de una ignorancia tan crasa, que el parlamentarismo resulta aquí la comedia más grotesca que haya podido envilecer a un país. Las elecciones presidenciales se hacen con capitales norteamericanos, previa promesa de otorgar concesiones a una empresa interesada en explotar nuestras riquezas nacionales. No exagero cuando digo que la lucha de los partidos políticos en nuestra patria no es nada más que una riña entre comerciantes que quieren vender el país al mejor postor”.

(Discurso del Mayor ante el Astrologo, Erdosain y el resto de los conspiradores de “Los siete locos”, de Roberto Arlt, extraído de la edición de Losada, 1972. En una nota al pie, Arlt precisa que el libro fue escrito en los años 28 y 29 y publicado por primera vez en octubre de 1929, es decir, casi un año antes del primer golpe militar en la Argentina).

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Cuando este libro apareció en Francia, [TODOS SOMOS SUBVERSIVOS] en octubre de 1979, la prédica de la dictadura contra “la campaña antiargentina en el exterior” había superado ya su apogeo, pero se mantenía vigente. El régimen acusaba muchos síntomas de la bancarrota económica, política, militar y moral a la que asistimos ahora, pero aún vivía de las rentas del dinero fácil para algunos argentinos, del campeonato mundial de fútbol para los demás, de la implacable decisión con que había “puesto orden” en el país.

Era el tiempo en que la prensa internacional había olvidado casi las violaciones a los derechos humanos en la Argentina, luego de haber atiborrado al mundo un año antes (fundamentalmente a causa del mundial de fútbol y no de los derechos humanos, en honor de la verdad). El tiempo en que algunos especialistas internacionales de la economía –como Paul Fabra, de “Le Monde”– aún se maravillaban con los éxitos de Martínez de Hoz, y los políticos argentinos de paso por Europa hacían lo imposible por no cruzarse con las Madres de la Plaza de Mayo.

Digámoslo de una vez: aunque muchas cosas iban cambiando rápidamente, el discurso militar sobre “la campaña antiargentina en el exterior” había prendido en muchos compatriotas, que venían a Europa o iban a México y los Estados Unidos cargados de prejuicios contra “los subversivos” en exilio y nos contaban que aunque se habían presentado algunos problemas económicos, en el país “todo el mundo vive bien” y, sobre todo, en paz. En cuanto a los desaparecidos, la cárcel, la tortura, vamos, no exageres, después de todo, en algo andarían. Los parientes se confiaban un poco más, abrían algo más su corazón a las dudas y los temores, pero recelaban de nuestros amigos. Sólo los militantes de las distintas organizaciones por los derechos humanos en la Argentina parecían tener clara conciencia de lo que realmente le estaba pasando al país. Eran ellos los que frenaban la impaciencia, los que ahuyentaban los fantasmas de la paranoia y ponían las cosas en su lugar en la colmena de rumores, informaciones y análisis contradictorios, confrontaciones políticas y en esa oscilación permanente entre la esperanza descabellada y el desaliento que es el pan cotidiano de la diáspora.

Desde mediados de 1975 –cuando comenzó el exilio masivo– los argentinos que, como dice Osvaldo Soriano, “pudimos saltar a tiempo a un avión”, dedicamos esencialmente el tiempo a tres cosas: rehacer una vida en otro país (en muchos casos otro idioma, otra cultura), iniciar una reflexión sobre nuestros propios errores y denunciar, por todos los medios posibles, lo que estaba pasando en la Argentina. No era simple: aunque con el tiempo la situación personal de la mayor parte de los exiliados fue mejorando (sobre todo si se la comparaba con la de los compatriotas en el país, que empeoraba), el proceso de adaptación, la lucha por la vida, todo fue muy duro al principio.

En la tarea de solidaridad con el pueblo argentino se manifestaban diferencias políticas, a punto tal que en algunos países hubo tantos comités como partidos políticos o fracciones de partido, incluso “independientes”. No todo el mundo tenía claro, dentro y fuera del país, qué defender, a quién acusar, ni adonde estaba el enemigo principal: socialistas democráticos, demoprogresistas, radicales y otras agrupaciones suministraban (de manera expresa o a regañadientes; oficialmente o “a título personal”, para el caso es lo mismo) embajadores y/o funcionarios a la dictadura. En Madrid, Ricardo Balbín reclamaba por la democracia, pero trataba de minimizar la represión; en París, representantes del peronismo colaboraban en un “centro piloto” de contrainformación montado por los servicios de inteligencia de la dictadura y miembros del Partido Peronista Auténtico y de los Montoneros se reunían con el almirante Masera. El Partido Comunista Argentino se encargaba de desmentir o desvirtuar puntualmente casi todas las denuncias contra la dictadura, y apoyaba a Videla. Ante los organismos internacionales (Comisión de Derechos Humanos de las Naciones Unidas, por ejemplo), la Unión Soviética obstaculizaba o vetaba las condenas a la dictadura argentina;1 mientras los dos máximos líderes del Partido Socialista Popular y del Partido Socialista Unificado sembraban la confusión en el seno de la Internacional Socialista, alegando la “moderación” del general Videla.

Solidarios en el plano personal, los argentinos en el exilio reproducían las lacras y el sectarismo de los partidos políticos que representaban y vivían aun de ilusiones inmediatistas, sin vaciar del todo las valijas, a pesar del cortejo de huérfanos y viudas que cada día atravesaba la frontera. Había, por cierto, excepciones a esta descripción general, pero así eran las cosas y sólo el tiempo y la lucha contra la dictadura, el aprendizaje en el extranjero, fueron limando algunos de esos problemas.

Pero señalar al mundo lo que estaba ocurriendo en la Argentina no era simple, sobre todo, porque ¿cómo explicar, antes del golpe militar, que el gobierno que había decretado el estado de sitio, restaurado y aplicado la legislación represiva y creado las “Tres A” era el mismo que había sido votado por una abrumadora mayoría de argentinos? ¿Cómo precisar, después del golpe, que esos militares, en lugar de “poner orden”, sólo habían oficializado y multiplicado la represión, que en realidad eran una continuación del último gobierno peronista, del cual se habían servido?2 ¿Cómo denunciar el terror, si en la Argentina se había inaugurado la siniestra técnica de la desaparición de personas, si los presos no eran exhibidos en los estadios de fútbol y si –a diferencia de lo que ocurrió en Chile– en nuestro país “la clase política” sólo había sido desalojada del poder, pero dormía en su casa?

En Francia, debieron pasar nueve meses antes de que comenzara a despejarse la bruma. A principios de enero de 1977, el corresponsal de «Le Monde» en Buenos Aires, Phillipe Labreveaux, abandonó para siempre la Argentina y entregó en París una serie de dos notas que aparecieron los días 5 y 6. «La machine a tuer» (la máquina de matar) era el título y se refería, por cierto, a la tarea de exterminio iniciada desde la caída del gobierno de Héctor Cámpora y a cuyo paroxismo se llegaba en esos días. La campaña contra la dictadura argentina se inició con cierto atraso, pero a partir de allí no haría sino acrecentarse.

1978 fue un año amargo, contradictorio. El mundial de futbol nos brindó la posibilidad de multiplicar geométricamente la campaña, pero ese período fue también el del cénit de “los éxitos” de Martínez de Hoz. Los exiliados argentinos esquivábamos a esos compatriotas prepotentes y maleducados que vivían su tiempo de revancha en Europa y los Estados Unidos con plata dulce, que alababan a Videla y nos daban vergüenza. Sabíamos que en nuestro país no sólo se asesinaba y torturaba, sino también que para la mayor parte de nuestros compatriotas el salario real había caído ya en casi el 50 por ciento, que miles de los que no habían podido o no habían querido exiliarse, sufrían la persecusión, la miseria y el silencio. Veíamos a esos turistas argentinos (había de todo: burgueses, ex sindicalistas, medio pelo, especuladores de todo tipo y condición, mucho pariente o amigo de militar), los comparábamos con esa pareja de viejitos jubilados que se había enterrado hasta las orejas para visitar al hijo viudo y los nietitos en exilio; o con esos militantes políticos y sindicales que salían del país arriesgando sus vidas (“ojo con lo que dicen, muchachos, no se olviden que yo tengo que volver”) y descubríamos otra Argentina, esa que un día podría ser la base de un fascismo perdurable.

El mundial de fútbol marcó el paroxismo de esa situación. Sobre el “qué hacer”, para muchos de nuestros amigos en el extranjero el problema era simple: había que promover el boicot. Desde la última guerra, a un europeo decente no le pasa por la cabeza que se pueda organizar una fiesta deportiva al lado de un campo de concentración. Los exiliados, en cambio, superamos por una vez nuestras diferencias políticas y nos unimos, salvo escasas excepciones, para apoyar la realización del mundial en la Argentina y aprovechar la ocasión para denunciar masivamente (hasta ese momento, sólo algunos sectores de la opinión publica extranjera, los más “politizados”, estaban al corriente de lo que pasaba) los crímenes de la dictadura, a la que acusábamos además de servirse del mundial para una campaña internacional de prestigio. “Ir a la Argentina, reclamar por el fin de la represión y por la democracia”, podría ser la síntesis de nuestra posición entonces.

La propaganda militar borró deliberadamente estos matices esenciales, hizo un bonito paquete y lo presentó como una “campaña de descrédito a la Argentina”, que prendió fuertemente en millones de compatriotas. Fue el peor momento. Las cartas de los amigos se espaciaron, o se enfriaron. Alguno llegó a reprocharme abiertamente: “qué, ¿ya no te gusta el fútbol, ahora que vivís en Europa? Aquí, todos los argentinos queremos el mundial”. Y era cierto. Como escribió José Pablo Feinmann en la revista “Superhumor”, “era el pueblo argentino sorprendido en el más bajo nivel de conciencia política de su historia”3. Era el pueblo argentino explotado, esquilmado y perseguido gritando por las calles “el que no salta es un holandés”, cuando deberíamos haber agradecido a los holandeses que jugaran limpio, perdieran con honor y no se presentaran a darle la mano a Videla, Masera y Agosti; que algunos de ellos hubieran ido a la Plaza de Mayo a apoyar a las madres; que recibieran cálida y generosamente en su país a nuestros perseguidos.

Después del mundial, la dictadura encontró un nuevo asunto: el Canal de Beagle, un problema que hizo que los argentinos de dentro y fuera del país tardáramos un tiempo en descubrir por dónde pasaban los verdaderos intereses y prioridades nacionales. En enero de 1979, escribí en “Le Monde Diplomatique”:

“…inflando artificialmente la importancia del conflicto, las dictaduras argentina y chilena intentaron desviar la atención popular de los problemas económicos y de la represión política. Al mismo tiempo, trataron de crear un clima de apoyo al gobierno, basándose en que la mayoría de los dirigentes políticos, de uno y otro lado de la cordillera, se verían en dificultades para desaprobar la defensa del territorio nacional, ante el riesgo de ser acusados de contrarios a los intereses de la patria (…) Es evidente que los problemas geopolíticos no serán resueltos y que no habrá paz durable en el Cono Sur mientras esos problemas no sean abordados por los legítimos representantes de los pueblos implicados. Luego de fracasar en los planos político y económico, los militares podrían caer en la tentación de buscar una salida en la guerra”.

Tres años después, fueron nuestros militares los que hicieron la guerra, a la desesperada. El aumento del dólar, la inflación y las quiebras en cadena –que habían comenzado a fines de 1979– y el irrefrenable descontento obrero y popular, más fuerte ya que el miedo, no sólo habían aproximado el juicio sobre la dictadura de los argentinos de dentro y fuera, sino que habían acentuado las grietas entre los militares, poniéndolos de espaldas contra la pared. Cuando ya no sabían qué hacer con la crisis, el descrédito internacional, sus conflictos internos y la gente en la calle, invadieron las Malvinas.

La jugada fue muy buena esa vez. Ya no se trató del absurdo propósito de guerrear con nuestros hermanos chilenos, sino de recuperar un pedazo de territorio nacional de manos de los ingleses, esos mismos piratas que en 1806 y 1807 intentaron apoderarse de todo el país.

La aventura terminó como todos sabemos, pero reconozcamos ahora que la dictadura consiguió que la gran mayoría de los argentinos confundiera el interés nacional con el de un grupo de mañosos y olvidara que esos heroicos nacionalistas eran los mismos que asesinaban, torturaban y hambreaban, los mismos que estudiaban un proyecto para privatizar el subsuelo… No sólo casi no se alzaron voces para denunciar las verdaderas motivaciones de la “recuperación” ni –dadas las condiciones– de sus posibles consecuencias (antes debíamos recuperar islas semidesiertas; ahora una superfortaleza militar), sino que la clase política, con muy raras excepciones, dio pruebas de un enorme cretinismo: los más altos dirigentes de los partidos políticos, sindicatos y corporaciones fueron a las islas a codearse con Galtieri, mientras algunos salían a cumplir la misión imposible de explicarle al mundo cómo la dictadura más sanguinaria del Cono Sur se había convertido de la noche a la mañana en un gobierno manso y popular. Días antes de la catastrófica derrota (que todo el mundo presentía desde semanas antes; todo el mundo, menos los argentinos, gracias al coraje y profesionalismo de nuestros patrones de prensa), el periódico oficial del Partido Comunista Argentino publicaba cartas de soldados que, desde las Malvinas, contaban lo bien que comían y bien abrigaditos que estaban, cómo tenían a raya a los aterrorizados ingleses.4

Entre los exiliados, lo de las Malvinas fue un terremoto. A pesar del privilegio de disponer de abundante información, de la posibilidad de analizar atenta y objetivamente lo que pasaba, de la seguridad personal de todos y cada uno, el asunto suscitó la misma ola de amnesia y delirantes ilusiones que en el interior del país. Hubo actos y manifestaciones; discusiones entre nosotros y hasta peleas con los amigos del país anfitrión, que por cierto no entendían cómo los argentinos habían pasado súbitamente de la oposición más feroz al oficialismo, sin que la tan odiada dictadura hubiera cambiado un ápice. La necedad fue una plaga que en esos días se abatió sobre la mayoría de los argentinos del mundo entero. En Francia, a mediados de mayo de 1982, un grupo de unos 60 compatriotas publicamos un comunicado en “Le Monde”, en el que reivindicábamos la soberanía argentina sobre las Malvinas y denunciábamos tanto la prepotencia y el neocolonialismo inglés, como al régimen militar. En la noche del día en que apareció el artículo, sonó el teléfono en mi casa y un argentino me gritó: «inglés de mierda… te vamos a reventar». El clima era tal, que aún hoy los que recibimos la amenaza nos preguntamos si la voz anónima pertenecía a alguno de los infaltables gorilas de las embajadas de la dictadura, o a algún exiliado convertido al galtierismo. Con variantes, la anécdota se repitió en todos los países del exilio.

No traigo a la memoria estos datos por afán anecdótico o por dejar al margen mi propia responsabilidad o la de algún grupo. Así fueron las cosas y ésta me parece una manera verídica y eficaz de contarlas. Lo esencial, respecto a este tipo de comportamiento de los argentinos ante la dictadura, es reflexionar sobre nuestra propia responsabilidad y la de nuestros dirigentes políticos. Saber si Juan José Sebreli tiene razón cuando dice:

«La historia argentina de los últimos cuarenta años nos lleva a la conclusión de que esa sociedad es esencialmente antidemocrática, autoritaria, violenta, prejuiciosa, represiva, irracional; en una palabra: fascista. Uno de los rasgos característicos que nos permiten definirla como tal, es la unanimidad, la uniformidad –todos juntos será más fácil– la falta de sentido crítico, de oposición, de pluralidad, de tolerancia; la disidencia vista como locura o crimen. El unanimismo, que provoca esas frecuentes explosiones de peste emocional, desde el entierro de Carlos Gardel al Mundial de fútbol, se da en momentos históricos claves, como 1973, pero llegó al punto culminante en la guerra de las Malvinas, donde prácticamente desapareció toda forma de oposición«.5

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¿Hacia la democracia?

Estas son reflexiones parciales, en cierto modo dispersas, sobre la forma en que los exiliados argentinos trabajamos y el modo en que algunos percibimos la situación. Van insertas en el prólogo de un libro originalmente destinado a otro público, que sólo puede ser editado en nuestro país porque, una vez más, intentamos echar las bases de un sistema democrático y estable. A los lectores francófonos les sirvió de información; ojalá en nuestro país sirva a la memoria. Toda la encuesta testimonial partió del hecho represivo militar, pero estuvo orientada a mirar hacia atrás, hacia esos años inmediatamente anteriores a la barbarie. El propósito es que estos testimonios resulten una contribución para la indispensable tarea de escarbar en los remotos orígenes de nuestra desgracia, sin cuya comprensión jamás saldremos adelante, porque ninguna historia se hace con jirones del pasado, sino asumiendo y sintetizando su totalidad.

Ya que en realidad, ¿dónde comienza la historia de la barbarie argentina? ¿Con la dudosa muerte de Moreno? ¿Con el fusilamiento de Dorrego; el rosismo; el exterminio de indígenas; la guerra de la Triple Alianza; la Semana Trágica? ¿Con el golpe del 6 de setiembre de 1930? La forma más artera del cretinismo argentino no se manifestó durante el mundial de fútbol o la guerra de las Malvinas, ni en la prepotencia y el orgullo que nuestros turistas y exiliados exhiben en América Latina, España o Italia (que es humildad, sumisión y hasta obsecuencia en Inglaterra, Francia y los Estados Unidos), sino que está reservada a la manera de mirar –o no mirar– nuestra propia historia; en la persistencia en creer que ésta comienza cada vez de cero, que es la manera en que hasta ahora nunca hemos podido reconocernos en una historia.

Ahora, ese cretinismo se manifiesta en que una mayoría abrumadora de la clase política y los “formadores de opinión” (periodistas, intelectuales, artistas) sigue aceptando el discurso militar sobre “la subversión”; excusándose a cada rato de “no apoyar a la subversión», de «no ser subversivo» o “no incurrir en actos subversivos” porque dice o hace esto, aquello o lo otro. No se oyen casi voces que intenten hacer el distingo entre “subversión” –tal y como la entienden los militares; es decir, todo lo que se oponga a sus reglas y designios– y terrorismo. Y respecto al terrorismo, es asombroso que casi nadie abra la boca para decir que las organizaciones que derivaron hacia el terrorismo nacieron alrededor de 1970, al cabo de 40 años de golpes de Estado, proscripciones, fraudes, represión y “parlamentarismo negro”6. Es notable que nadie recuerde que las organizaciones armadas peronistas y marxistas gozaron del beneplácito –o al menos la aprobación tácita– de importantes sectores y muchos líderes de los partidos políticos y parte de la opinión pública durante la lucha contra la dictadura de Onganía, Levingston y Lanusse; que abandonaron la lucha armada o decretaron una tregua durante el gobierno de Héctor Cámpora, antes de reincidir y derivar hacia el extravío político definitivo. Es singular que casi todo el mundo acepte que “hubo caos” en el país durante el gobierno peronista y le eche la culpa a “la subversión”, olvidando la historia golpista de la mayoría de nuestros dirigentes políticos; la dudosa renuncia de Cámpora –seguida de la arbitraria elección de Lastiri, la reinstauración de toda la legislación represiva y el comienzo del terrorismo paraestatal–; la masacre de Ezeiza y la destitución de un gobernador por un coronel de policía con el consentimiento de Juan Perón, entonces presidente de la República o, entre otras muchísimas violaciones a los deberes y leyes de la democracia, la cobarde actitud de la mayoría de nuestros parlamentarios cuando las patotas sindicales invadían el Congreso.7

En un estudio reciente, Ricardo Sidicaro escribió:

“los dirigentes de los partidos políticos, que en general se resignaron a las frecuentes interrupciones de la continuidad institucional por las fuerzas armadas, se interrogan por primera vez sobre la manera de impedir a los militares retomar el control del poder político, tal como lo han hecho sistemáticamente en el curso de las últimas décadas. Sobre este punto, es interesante señalar que, por asombroso que parezca, para la mayor parte de los dirigentes de los partidos políticos, así como para los jefes de empresa, sindicalistas, intelectuales, etc., el hecho de que los militares asumieran ¡legalmente el control del Estado era criticable únicamente en la medida en que el tipo de política aplicada no les convenía, y no en virtud de la idea que ellos se hacen sobre la manera en que deben funcionar las instituciones. En esas condiciones, es natural que la perversa forma de alternancia entre civiles y militares no haya sido criticada más que a posteriori, y que las fuerzas armadas hayan podido instalarse en el poder beneficiándose de la neutralidad, incluso del apoyo relativo, de sectores que, luego, con el tiempo se transformaron en opositores”.

Puesto que se trata de mirar de frente y analizar la historia, es interesante preguntarse si esta “perversa forma de alternancia” entre civiles y militares no explica que, mientras en Chile los militares asesinaron a Salvador Allende y a otros altos dirigentes y encarcelaron u obligaron al exilio a la mayoría de los restantes, en la Argentina la represión sobre este sector fue mínima y extremadamente selectiva. “Lo único bueno que hizo este gobierno fue librarnos de la subversión”, declaró Alvaro Alsogaray a la revista “Somos”, en 1981. Nada más cierto, si se comparte el criterio de que los miles de asesinados, desaparecidos o encarcelados y las decenas de miles de argentinos actualmente “fuera de juego” en el país y en exilio, constituyen una generación completa de cuadros intermedios políticos, sindicales, estudiantiles, profesionales e intelectuales, la mayoría de los cuales poco o nada tuvo que ver con la lucha armada propiamente dicha. Puesto que los interlocutores siguen siendo prácticamente los mismos, ¿seguirá funcionando ahora la “perversa alternancia”?

En todo caso, hoy que las llagas del país están tan abiertas y son tan profundas que el cuerpo entero parece fuera a explotar y mancharnos a todos aún más de sangre e inmundicia; cuando en esta situación desesperada muchos parecemos estar de acuerdo en que hay que echar de una vez por todas las bases de la democracia, es fundamental recordar que nunca la tuvimos, que los argentinos no la conocemos, porque los chispazos jamás fueron fuego. Asumir que otra de las formas del cretinismo nacional es la justificación de la perversa alternancia: “la subversión y el caos” cuando es el turno de los militares; “la vuelta a la democracia” para el paso de los civiles por el gobierno.

Alain Rouquié señaló, en mayo de este año 1983, que:

“la clase política, apenas levantada la interdicción a los partidos y anunciadas las elecciones generales, se lanzó frenéticamente a la reorganización partidaria. Campañas de afiliación, maniobras internas por las candidaturas, todo se hace según las reglas del juego fijadas por la Junta (militar). Mientras el país se descompone y los militares preparan su propio futuro, los políticos son ganados por un “electoralismo neroniano”. Nadie sabe cuáles son los programas de los partidos: la batalla por las candidaturas moviliza todas las energías. Una opinión pública exasperada y escéptica, en particular las jóvenes generaciones, comprende con dificultad la actitud de subordinación de los dirigentes políticos hacia los militares en derrota. Los sondeos parecen probar que el foso que separa a la clase política de los electores no cesa de aumentar”.

Esta opinión está lejos de ser aislada o “venir del extranjero”. Liliana Heker escribió:

“La falta de espíritu polémico se advierte también en ciertos dirigentes políticos (…) No se discute, por ejemplo, la eficacia de un sistema social o económico en relación a otro –milagrosamente, en cuanto a consignas, parece haber una coincidencia casi absoluta: democracia, justicia social, libertad de expresión–; pero estas consignas son demasiado generales como para indicar un compromiso o dar al pueblo una posibilidad de opción”.9

La amnesia histórica, la ausencia de debate de ideas y de renovación de cuadros; la aceptación de las reglas de juego militares por la clase política, son la esencia, el requisito de la “perversa alternancia”. Todos deberemos comprender y aceptar esto, si queremos romper el círculo y construir una sociedad y un Estado verdaderamente democrático y justo; si queremos evitarnos el trauma de la guerra civil, la única salida visible para una sociedad bloqueada desde hace más de cincuenta años, si fracasamos otra vez.

Este libro no tiene la menor pretensión de ensayo o trabajo científico; tampoco la de justificar crímenes de ningún tipo ni bando. Solamente, a partir de las reflexiones de los entrevistados sobre sus sueños, esperanzas y frustraciones, sobre sus actividades profesionales y políticas, ampliar la perspectiva hacia un momento determinado de la historia argentina, cuyo análisis está hoy deliberadamente reducido a una grosera simplificación. A partir de marzo de 1976, los militares argentinos, apoyados tácita o explícitamente –y con pocas excepciones– por la clase política, la iglesia, ciertos intelectuales y una parte considerable de la opinión pública, trataron de justificar el horror alegando una “guerra sucia”. Sin embargo, es evidente que jamás hicieron la distinción entre los que combatían con las armas en la mano (e incluso para ellos, ¿no había leyes?) y los que, desde todos los sectores y clases sociales, conspiraban decididamente contra las intromisiones en el poder de los militares y la oligarquía; contra los intereses extranjeros que expolian al país y, en buena medida, contra una clase política que en los últimos cincuenta años se mostró globalmente indigna de la calificación de democrática.

Porque en algo tenían razón los militares golpistas del 76 y quienes los apoyaron: al cabo de cinco décadas de golpes de Estado, represión y crímenes impunes; de corrupción y entrega; de mojigatería y censura; de injusticias sociales y económicas; de complacencia interesada y servil de la mayoría de los dirigentes políticos y sindicales y de no pocos intelectuales, hubo un momento en que todos nos hicimos subversivos.

París-Montreal, julio de 1983.

*

NOTAS:

1. Si las razones económicas, de Estado y geopolíticas permiten entender, aunque no justificar, la actitud de la URSS, la del PCA, cuyo análisis político debe centrarse en datos de la situación interna, es de todo punto de vista inadmisible. El hecho de que el PCA se opusiera firmemente a la política económica de Martínez de Hoz, o que apoyara a alguna de las organizaciones por los derechos humanos en la Argentina, muestra las contradicciones a que lo sometía esta línea política (visibles en el embarazo con que sus militantes la llevaban a cabo, o en la dispar acogida que recibió de parte de los PC de otros países), pero no lo eximen de la responsabilidad de haber apoyado a la Junta Militar durante el período de Videla y aun el de Viola. 2. Sobre esta línea de análisis, ver “Retorno y derrumbe: el último gobierno peronista”, de Liliana de Riz. Folios Ediciones, México, 1981. Debe precisarse, recordarse, que a los demócratas peronistas no les fue ahorrada la represión. Al contrario, la política oficial que siguió al desplazamiento de Cámpora apuntó en primer lugar a “poner orden en la casa”, en el marco de una voluntad de cambiar radicalmente el rumbo político e ideológico del Estado y del conjunto de la sociedad. 3. “Los mundiales de fútbol”, por José Pablo Feinmann, “Superhumor”, Buenos Aires, Marzo de 1983. 4. Durante la guerra de las Malvinas, las mismas razones geopolíticas, económicas y de Estado, determinaron esa vez una actitud positiva de la URSS, que con extrema prudencia –dictada por sus responsabilidades de potencia mundial– apoyó a la Argentina. En América Latina, fueron los gobiernos revolucionarios de Cuba y Nicaragua los que proclamaron su apoyo al pueblo argentino, con lo que la correlación de fuerzas se invirtió –quizá por largo tiempo– en contra de los Estados Unidos en el sistema interamericano y, en lo inmediato, se desactivó la participación de los militares argentinos en las actividades contrarrevolucionarias en América Central. Pero el PCA, una vez más, faltó a sus responsabilidades de pretendida vanguardia de los intereses populares. Del mismo modo que durante el período de Videla alentó la imposible ilusión de separar una política económica expresamente asumida por la Junta militar, de la represión que fue su requisito indispensable, en la guerra de las Malvinas supuso que el hipotético triunfo conduciría a la democratización del país y a una nueva orientación progresista. Si en el plano internacional la gran paradoja resultó que el país más proimperialista de América Latina fuera apoyado con mayor firmeza por gobiernos revolucionarios, en el interno fue la derrota –mal que nos pese– la que precipitó la crisis de la dictadura y la apertura política. Dadas las motivaciones que impulsaron a los militares a esa guerra, y en las condiciones en que ésta se hizo, una victoria sólo era imaginable con la abstención de los EE.UU. (o su apoyo a la Argentina), con lo que hubiéramos tenido dictadura por muchos años, el pacto militar-sindical hubiera marchado como sobre rieles y campeado el macartismo más feroz. Era difícil, por cierto, “oponerse” a la aventura, pero esa era la trampa. ¿Y para qué están los partidos democráticos, progresistas y revolucionarios si no es para desarmar –o intentar al menos– con lucidez y coraje las que tiende una dictadura? Esta actitud no fue, por cierto, privativa de los comunistas. Si se la señala (así como respecto a los derechos humanos) es porque el PCA es hoy el único partido con cierta representatividad de la diezmada izquierda argentina, y por el peso de sus alianzas internacionales, lo que aumenta su responsabilidad. Un ejemplo ilustra el comportamiento de la “prensa seria e independiente” argentina: el 18 de julio de 1982, la Agencia France Presse distribuyó un cable, en el que se reproducían párrafos de un “enérgico comunicado” de la Asociación de Entidades Periodísticas Argentinas (ADEPA, los patrones de la prensa nacional), en el que ésta criticaba “la desinformación oficial (durante la guerra) que hizo creer al pueblo, hasta pocas horas antes, que la marcha de las acciones bélicas favorecían a nuestro país”. ¿Y los miembros de ADEPA, qué hicieron? Es para creer que esos veteranos y experimentados periodistas no tenían acceso a las agencias y a la prensa internacionales… 5 “Argentina: la democracia fue asesinada”. Reportaje a Juan José Sebreli. ALAI, Agencia Latinoamericana de Información, Año 7, N° 39. Montreal, Canadá, 10 de junio de 1983. 6. “Parlamentarismo negro”: según José Nun, en “El control obrero y el problema de la organización”, citado por Liliana de Riz (obra citada), el derrocamiento de Perón en 1955 abrió una época de “parlamentarismo negro”, ya que el peronismo negociaba extrainstitucionalmente con el poder. 7. « Permanence et transformation du systéme des partis politiques » (en la Argentina), por Ricardo Sidicaro, en « Problèmes d’Amérique Latine »; La Documentation Française, N° 68. Paris, 13 de mayo de 1983. (La traducción y los subrayados son nuestros). 8. «Le départ des militaires: fin d’un cycle politique ou péripetie?», por Alain Rouquié, en el mismo volumen de la Documentation Française –dedicado a la Argentina– arriba citado. 9 “Para defender las ideas”, por Liliana Heker. “Clarín”, Buenos Aires, 19 de julio de 1983. Share this:


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Presentación que hace de él Hinde Pomeraniec en una entrevista en Infobae cuyo link paso abajo y es mejor que un CV (falta mencionar que fue militante del ERP y, como la entrevista es de hace unos años, falta el último libro “Enemigos” que escribió con un ex militar y al cual me refiero extensamente más abajo): Carlos Gabetta tiene un nombre bien ganado en la historia del periodismo argentino. Nacido en Rosario en 1943, es uno de los más prestigiosos analistas de la realidad nacional y también del devenir internacional. La dictadura lo obligó a vivir en diversos países como México, España y Francia, donde trabajó en la Agencia France. Ya de vuelta luego del regreso de la democracia, fue director del semanario El Periodista entre 1984 y 1998 y luego de la edición Cono Sur de Le Monde diplomatique, cuyo timón condujo entre 1999 y 2011. Fue columnista del diario El País, de Madrid, y en la actualidad su mirada sobre la realidad local y la del mundo se vuelca regularmente en diversas publicaciones de actualidad. Es autor de más de una docena de libros. El último fue ¿Tiene futuro el socialismo?, escrito en coautoría con el filósofo y científico Mario Bunge. Gabetta, una persona que con más de 50 años de periodismo a cuestas no le teme a las palabras

Nota de 2021 sobre su trayectoria: https://www.miradorprovincial.com/?m=interior&id_um=285918-el-periodismo-segun-carlos-gabetta-de-rosario-al-mundo

Libro: “Enemigos” Dos protagonistas reflexionan hoy sobre la violencia de los 70 (Eudeba, 2018) Programa Radio Nacional con los dos autores del libro, muy interesante: https://www.radionacional.com.ar/enemigos-el-objetivo-de-cerrar-un-capitulo-negro-de-la-argentina/

Notas sobre el libro “Enemigos”:

https://www.clarin.com/cultura/enemigos-dialogo-militante-militar-anos-70_0_H1p9_6XRM.html https://www.lacapital.com.ar/politica/enemigos-un-libro-los-70-dos-autores-visiones-muy-diferentes-n1618140.html

Muy buen reportaje de Hinde Pomeraniec a Gabetta: https://www.infobae.com/politica/2017/04/08/carlos-gabetta-hebe-fue-una-heroina-hoy-me-la-imagino-en-el-poder-y-se-me-ponen-los-pelos-de-punta/

Nota sobre su actividad en el ERP: https://www.infobae.com/sociedad/2020/02/01/metralla-y-sangre-en-un-asado-sospechoso-el-dia-que-una-patrulla-policial-casi-extermina-a-los-lideres-del-ptr-erp/

Notas de Gabetta en Perfil: 3/22 sobre actualidad internacional: https://www.perfil.com/noticias/columnistas/de-la-humana-sinrazon-por-carlos-gabetta.phtml 2/22 sobre la falta de respuesta de la Iglesia a las denuncias por abusos: https://www.perfil.com/noticias/columnistas/no-saben-no-contestan-por-carlos-gabetta.phtml 1/22 sobre actualidad política nacional:

12/21 sobre las elecciones en Chile: https://www.perfil.com/noticias/columnistas/una-cordillera-politico-cultural.phtml 11/21 sobre decadencia del sistema democrático: https://www.perfil.com/noticias/columnistas/un-problema-grave-que-se-agrava-por-carlos-gabetta.phtml dato de color: matrimonio con Charo López: https://www.rtve.es/television/20220306/charo-lopez-matrimonios-parejas-jesus-garcia-duenas-carlos-gabetta/2300780.shtml


06-03-2022 05:52 DIARIO PERFIL

escandinavos. El problema, para todos, es la fase actual del desarrollo capitalista, que tan bien anticipó Marx en El Capital y otros trabajos. Muy sintéticamente, que “el capitalismo llegará a una fase de su propio desarrollo en el que sus fuerzas productivas –la forma en que produce– entrarán en contradicción antagónica, es decir insoluble dentro de su propia lógica, con sus relaciones de producción, o sea la forma en que distribuye la plusvalía”. Y en eso estamos hoy: la oferta supera en cantidad y velocidad de reproducción a la demanda, afectada por las máquinas y tecnologías que reemplazan trabajo humano y la caída salarial de los que aún conservan sus empleos; con las excepciones del caso. Con Mario Bunge y otros autores tratamos a fondo el tema en el libro ¿Tiene porvenir el socialismo? (Eudeba, 2013). En suma: o el capitalismo realiza cambios estructurales en su forma de distribuir la plusvalía –o sea, adopta formas socialistas– o va camino de repetir, como ya está ocurriendo, los nacionalismos y guerras comerciales, que se prolongan en guerras regionales y acaban en un enfrentamiento generalizado, como ha ocurrido tantas veces. La última, a partir de 1929. La gran diferencia ahora es que una guerra mundial será radioactivo-químico-bacteriológica y dejaría el planeta inhabitable; acabaría con todos nosotros. O sea, no es posible hoy “reordenar el Estado” ni cualquier otra cosa, sin cambios económicos estructurales que garanticen que esos estados y sus sociedades puedan vivir libremente y en paz. No es cuestión de “todos iguales”, sino “de cada cual según su capacidad a cada cual según su necesidad”, como propuso Don Karl. Es la hora del socialismo democrático. Otra cosa es si la humanidad sabrá aprovecharla. La “sinrazón” es pues ¿por qué el mundo no se socializa y, al contrario, deviene cada vez más violento? Vaya uno a saber. En este crucial asunto, hoy somos neardentales con internet. Solo queda reiterar aquello de Gramsci: “pesimismo de la inteligencia; optimismo de la voluntad”… *Periodista y escritor.

No saben, no contestan

20-02-2022 02:17 DIARIO PERFIL

América Latina, donde reside una enorme proporción de fieles, se destaca por ser la que tiene la menor tasa de denuncias, apenas un millar, según una investigación de la ONU. O sea que del Tercer Mundo poco se sabe, pero es posible imaginar lo peor, por no hablar de todo lo que debe haber ocurrido con niños, niñas y “hermanas” en los siglos previos a la Ilustración y luego, hasta finales del siglo pasado, cuando el cambio de costumbres acabó dando paso a las denuncias masivas. El encubrimiento eclesiástico es histórico y está probado; reconocido incluso por algunos sacerdotes y obispos. No obstante, la Iglesia sigue encubriendo a miles de pedófilos en todo el mundo. Las declaraciones del presidente de la Conferencia de Obispos de Francia, Eric de Moulins-Beaufort, respecto de las conclusiones de la comisión investigadora, de que “el secreto de confesión es más fuerte que las leyes de la República”, suscitaron un escándalo (Le Monde, 8-1021). Pero las investigaciones se basaron en denuncias de las víctimas, no en violaciones al “secreto confesión”… Resulta evidente, además de necesario, que la Justicia republicana debe intervenir en todos los casos, incluso de oficio. La ONU y otros organismos internacionales deberían ir más allá de declaraciones de condena. ¿Acaso el Vaticano no es un Estado y la Santa Sede no es reconocida por la ONU? Ante el recrudecimiento de las denuncias y el escándalo mundial, el actual “Santo Padre”, el argentino Francesco, dispuso otorgar más poder a la repartición que las investiga, reformando la Congregación para la Doctrina de la Fe, pero de inmediato asociaciones de víctimas de agresión eclesiástica lanzaron una campaña en Italia para pedir una investigación independiente, ya que “el tema sigue siendo tabú para la Iglesia” (Clarín, 15-2-22 y 16-2-22). Así, y según un estudio realizado por el Pew Research Center en 18 países latinoamericanos, el principal reservorio del catolicismo, entre 1970 y 2014 los católicos pasaron del 92% al 69%. En el mismo período, los protestantes subieron de 4% a 19%. (…) el 66% de los católicos latinoamericanos propone permitir el divorcio y los anticonceptivos (https://bit.ly/cambios-religion-america-latina). Y así en todo el mundo.

*Periodista y escritor.


DIARIO PERFIL

El 05–09–2021, expresando “las ideas de muchos ciudadanos comunes”, decíamos: “…La primera, que todos los dirigentes y funcionarios honestos del país dejen de lado las posiciones partidarias y se aboquen a hacer un diagnóstico global y profundo de la situación, con la ayuda de expertos. Lo de “honestos” va de suyo, ya que la corrupción en todos los niveles, a comenzar por el Estado, es uno de los más graves problemas a resolver. Quizá el primero, ya que ningún programa político, económico y social, por sensato y apropiado que fuese, saldría adelante con ese tumor canceroso en las entrañas” ( HYPERLINK “https://bit.ly/unidad-republicana-gabetta)” https://bit.ly/unidad-republicana-gabetta).

El 19-9-21, al cabo de las primarias: “…después de la estruendosa derrota peronista, comienza “la interna” en ambos bandos; en medio de una crisis grave para el peronismo y de una euforia que deberá serenarse para apagar personalismos, mantener la unidad y formular un programa concreto, para la oposición. Pero al país le esperan dos años durante los que las dificultades no harán más que agravarse. Si no se radicaliza ahora, lo que está por verse, el peronismo lo hará antes o después, sobre todo si pierde las elecciones de noviembre.

*Periodista y escritor.


Metralla y sangre en un “asado sospechoso”: el día que una patrulla policial casi extermina a los líderes del PTR-ERP

Por Eduardo AnguitayDaniel Cecchini 1 de Febrero de 2020 INFOBAE Carlos Gabetta y María Elena Amadio militaban en el área de Inteligencia del PRT-ERP. A mediados de marzo de 1976, cuando se oía el ruido de tambores y disparos de FAL en toda la Argentina, tuvieron como misión instalarse en la quinta La Pastoril, ubicada en la avenida Monsegur, a pocas cuadras de la estación La Reja del Ferrocarril Sarmiento, en el oeste boanerense. Debían hacerlo junto a otra pareja que simularan ser gente de buen pasar. El predio tenía una casa muy grande de dos plantas, pileta, quincho y, a unos 200 metros de la residencia principal, vivían el casero con esposa y su hijo. El dueño de La Pastoril había alquilado la quinta a una persona que, por supuesto, ocultó los verdaderos motivos. No era, como decía, para descansar junto a otros amigos, sino para una actividad del PRT-ERP que requería un altísimo grado de secreto. Una vez que Gabetta y su compañera llegaron a la quinta, el jefe del Logística del ERP, Carlos “el Elefante” Marcet, les narró el plan. -Se va a llevar a cabo una reunión de la Junta Coordinadora Revolucionaria (integrada por el PRT-ERP, el MIR chileno, el ELN boliviano y el MLN Tupamaros de Uruguay), convocada por el Comité Central del partido y habrá también invitados de Montoneros. Gabetta, que trabajaba de periodista desde muy joven en su Rosario natal, sabía que el país estaba bajo absoluto control. Como además su labor era de Inteligencia, al igual que María Elena, no le era ajeno que si se filtraba cualquier dato sobre semejante juntada de dirigentes, les caería encima toda la represión. -Para la seguridad del encuentro habrá una escuadra de contención - agregó el Elefante. Se refería a una docena de guerrilleros cuya misión sería quedarse a combatir y permitir la evacuación de los asistentes en caso de que la reunión fuese descubierta. -¿El casero es del Partido? –preguntó Gabetta al Elefante. La respuesta, insólita, fue breve: -No. Entre la noche del viernes 26 y el sábado 27 de marzo llegarían, en vehículos acondicionados, los participantes de la reunión del Comité Central para que durante los dos días subsiguientes se dieran los informes de cada área y tomar las decisiones para los próximos meses. Un momento difícil El escenario, para la organización marxista político-militar con 6 años de acciones guerrilleras urbanas y alguna experiencia en la zona montañosa de Tucumán, no podía ser más delicado. Tres meses atrás habían sufrido la derrota más grande de su historia en el intento de copamiento del Batallón de Arsenales 601 ubicado en Monte Chingolo, el sur bonaerense. Allí, la acción de un infiltrado –Jesús “el Oso” Ranier”- concluyó con la muerte en combate y ejecución sumaria de casi un centenar de miembros del PRT-ERP. Algunos cayeron dentro del cuartel, otros en las inmediaciones como parte de los grupos de contención. Pese a ese golpe tremendo, el propio Mario Santucho, antes de ese encuentro en La Pastoril había escrito una temeraria proclama titulada “Argentinos, a las armas”. Su tesis fundamental era que el golpe de Estado de Videla-Massera y Agosti debía ser frenado con la violencia popular. Santucho estimaba que el pueblo iba a sumarse a la acción armada del ERP y Montoneros. Iba a leer el texto en ese encuentro y saldría en el periódico El Combatiente el martes 30 de marzo, al igual que miles de panfletos que se repartirían masivamente. El Comité Central Daniel De Santis se había ganado un lugar en el Comité Central por su persistencia en las luchas obreras. Si bien provenía de un hogar de clase media, se había “proletarizado” en Propulsora Siderúrgica y en los conflictos sindicales de mediados de 1975 contra el Rodrigazo había tenido un lugar protagónico. A De Santis, como a otros tantos, lo había pasado a buscar una combi por la avenida Gaona. Cuando estaba dentro de La Pastoril se sumó a un picadito de fútbol. El partido era una manera de ocultar el verdadero propósito de los asistentes. Eran nueve contra nueve: pero casi ninguno tenía pantalón corto ni zapatillas. Tras el fulbito, se sentaron a comer unos fideos. Ya habían llegado la mayoría de los dirigentes y una docena de combatientes del ERP que formaban la escuadra de contención. Esos debían estar con un uniforme verde oliva, algo extraño en las reglas de mimetizarse con la población por parte de los guerrilleros. La ropa militar era para darle más aspecto marcial a esa reunión. Mario Santucho y los otros 6 del Buró Político fueron los últimos en llegar. Uno de ellos, Domingo Mena, se acercó a De Santis y le contó con preocupación algunos datos sobre cómo los había golpeado la represión en la cúpula de la organización: -De los 28 titulares y los 11 suplentes del Comité Central elegidos en agosto de 1975, ha caído el 30 por ciento de los compañeros, entre muertos y presos. -¿Y eso cómo se va a solucionar? –preguntó De Santis. -Bueno, los suplentes que quedan pasan a ser titulares y para cubrir las suplencias, el Buró decidió agregar otros compañeros –respondió Mena, quien le presentó a Edgardo Enríquez, que había quedado al frente del MIR chileno tras la caída de su fundador y líder, su hermano Miguel. Tanto el MIR chileno, como Tupamaros de Uruguay y el ELN boliviano estaban muy golpeados, con dictaduras militares en sus países. Mena sostenía que en la Argentina a los militares les costaría mucho: -Acá ya estábamos en la resistencia desde antes del golpe. Mena le dijo que las filas de la organización, aunque golpeadas, contaban con bastantes integrantes. -Tenemos alrededor de 5.000 compañeros. Eso debía incluir militantes, aspirantes, combatientes y simpatizantes organizados. Mena le dijo que cuando fundaron el ERP, en julio de 1970, el PRT tenía unos 300 miembros. También le dijo que Montoneros les habían prestado plata por la escasez de fondos. Pero lo más delicado era la falta de armamento después del fracaso de Monte Chingolo, donde esperaban llevarse mucho material bélico. La proclama revolucionaria La noche del domingo 28, en La Pastoril durmieron un poco incómodos, amontonados. Al otro día, las actividades empezaron temprano tras un mate cocido con pan caliente y mermelada. El living era grande y se sentaron como podían. Primero, José Manuel Carrizo, el jefe de estado mayor, izó una bandera del ERP y una argentina; después informó cómo era el plan de fuga y cuáles eran las prioridades en caso de una retirada forzada: -Si llega el enemigo, primero sale el grupo A, que son los compañeros invitados del MIR, el ELN, los Tupamaros y los Montoneros. Luego el grupo B, el Buró Político más algunos del Comité Ejecutivo; después se retira el C, que son el resto de los compañeros del Comité Central; por último, saldría el grupo D, los compañeros de logística. Los compañeros de contención, ataviados de verde oliva, salen en último lugar. Los únicos con armas eran los miembros del buró y los 12 uniformados destinados a cubrir la eventual retirada. Entonces fue el turno de Santucho, quien insistió con que la resistencia popular sería aguerrida. Eduardo Castello, responsable de la regional Córdoba, se distanció de Santucho: -Pero quizás el impacto del golpe provoque un reflujo en las masas. -Sí, es posible que marque un retraimiento momentáneo, pero el auge va a seguir y hay que prever una ofensiva revolucionaria, tanto en la lucha de masas como en la actividad guerrillera –contestó el jefe. A continuación, ante un silencio estruendoso, todos escucharon de la boca de Benito Urteaga, el segundo del PRT-ERP, el texto donde Santucho llamaba al pueblo a sumarse a la lucha armada. Ese lunes 29 de marzo debía ser el último de esa reunión destinada a cohesionar a los dirigentes para que estos luego pudieran contagiar ánimo al resto. Al mediodía hicieron una pausa, comieron canelones y, tras un rato de descanso debían pasar a la última parte del encuentro. Fallas de seguridad Ya era el lunes 29 de marzo. Carlos Gabetta y María Elena Amadio estaban alarmados no solo por el contexto y los golpes recibidos. Carlos y María Elena no entendían cómo el Elefante no se daba cuenta que el casero podía ver los movimientos de medio centenar de personas como algo sospechoso. Cuando le insistió sobre el riesgo, al ver que por las ventanas podía verse que en el interior había numerosas personas, notó que, al rato, las ventanas eran tapadas con papel de diario desde el interior de la casa. Gabetta se dio cuenta que eso era rudimentario, improvisado. Carlos y María Elena no participaban de las deliberaciones del Comité Central. Sí estuvieron presentes para contribuir al informe de situación que coordinaba el jefe de Inteligencia, Juan “Pepe” Mangini. Gabetta ya tenía 32 años y desde los 20 hacía periodismo. En ese momento, como parte de su tarea de Inteligencia, era jefe de Redacción de un quincenario de orientación conservadora que, precisamente, le permitía estar al tanto de los planes del golpe de Estado. Incluso, había advertido que el derrocamiento de María Estela Martínez de Perón estaba cifrado para el 11 de marzo. Sus previsiones solo fallaron por 13 días. Más allá de su entrega diaria, sentía el peso de lo que para él no eran solo pequeños detalles sino lo que percibía como una pérdida de rumbo. En un momento, mientras adentro seguían las actividades, Carlos y María Elena estaban en el parque de la quinta y coincidieron en que no podían dejar de sentir el desgaste y que, así, les resultaba difícil sostener el alto grado de compromiso que, desde hacía años, tenían dentro del PRT-ERP. Acordaron en dejar la organización en cuanto concluyese esa reunión. La sorpresa Pero mientras ellos planeaban cómo hacer frente a la dictadura, al mediodía, el casero de La Pastoril, con su mujer y a su hijo, se fue hasta la estación de La Reja y desde un teléfono público le dijo a su patrón que los inquilinos eran muchos y hacían cosas extrañas. El dueño de la quinta, sin más, llamó a la Policía Federal que, a su vez, derivó la sospecha a la Bonaerense y ésta dio parte a la comisaría de Moreno, que envió un patrullero y una camioneta con una decena de efectivos al tiempo que desde otras unidades enviaban refuerzos. -¡¡Alarmaaaa!! ¡¡Compañeros, preparen la retirada!! –escuchó De Santis y vio cómo una puerta volaba de lo que debía ser un escopetazo. Eran las dos y media de la tarde. En instantes el panorama era dramático: tiros por todas partes, vidrios rotos, gritos. La guardia se enfrentaba a la policía. La confusión era grande y el plan de escape quedó mezclado entre metralla y sangre.

De Santis se la jugó y corrió como pudo hasta llegar a una ligustrina que tenía alambre tejido. Era un tipo atlético. Después se encontró con otra valla y también se las arregló, aunque en el salto había perdido un mocasín. De inmediato, se topó con otro compañero y siguieron viaje juntos. Los disparos se escuchaban en todos lados. Al pasar por un barrio humilde, estos tres evadidos lograron que una señora les diera unas zapatillas chicas para Daniel y ropa común para la mujer. Como pudieron, llegaron hasta el cementerio de Moreno y decidieron separarse. Se escuchaban sirenas por todas partes. Gabetta y la muerte de María Elena Cuando les llegó el turno -formaban parte del grupo D, el penúltimo, que debía salir antes de la guardia-, Carlos tomó de la mano a María Elena y encararon la carrera para salir del infernal tiroteo. A poco andar, María Elena cayó al pasto. Carlos se tiró a su lado, sin darse cuenta de que ella tenía un balazo en la espalda. Se quedó allí, sin tomar dimensión de lo que pasaba. María Elena le pedía que se fuera, pero él sin percatarse de que el disparo era mortal, trataba de ayudarla a levantarse y huir. En ese momento se le acercó Juan Domingo Del Gesso, jefe de la guardia del ERP, que estaba de uniforme y con una escopeta Itaka en las manos. -Allá hay una compañera con un bebé. Andá a ayudarla que no puede cruzar el alambrado -le dijo-. Andá que yo me quedo con la compañera. Gabetta, ex jugador de rugby, preguntó a Del Giesso: “¿Vos la sacás?”. “Sí, yo me ocupo”, fue la respuesta. Carlos dejó la mano de María Elena y corrió a ayudar a la mujer a pasar una cerca, le alcanzó el bebé y pasó del otro lado. -De no haber sido que tenía que ayudar a alguien creo que me hubiera quedado ahí, al lado de María Elena. Luego ayudé a la compañera a saltar el alambrado y tiré al bebé de un año y medio para el otro lado, donde lo atajó la mamá. Años después supe que era Diana Cruces, prestigiosa psicoanalista, hoy fallecida –cuenta Gabetta. Al cabo de un correr un rato, Gabetta fue alcanzado por una compañera de la guardia que también había logrado retirarse. Ella estaba con uniforme verde oliva. De inmediato, llegaron a un barrio muy humilde. Se encontraron con una pareja que salió a recibirlos y les pidieron ayuda. -La mujer, resuelta, agarró a la compañera, la llevó a su casa y le dio ropa. El hombre me lavó la cabeza en una bomba de agua, porque tenía sangre, quizá de un raspón de una rama de un árbol. Luego me dio una camisa limpia aunque me quedaba muy chica. La mía tenía muchas manchas de sangre. Cuando nos íbamos le dije que se deshiciera de mi ropa y del uniforme de la mujer que estaba conmigo. Él me dijo: “No se haga problemas, compañero”, relata Gabetta. Años después La mayoría de los asistentes a aquella reunión en La Pastoril logró escapar. Sin embargo, hubo 12 víctimas fatales, la mayoría fueron capturados vivos y continúan siendo detenidos desaparecidos. Gabetta logró salir del país y en Francia, a la par que trabajaba en France Presse participó activamente en la campaña por el esclarecimiento de lo que sucedía en la Argentina. A su vuelta al país dirigió el semanario El Periodista de Buenos Aires y la edición de Le Monde Diplomatique para el sur de América latina. Sigue trabajando de periodista. Del Gesso, el hombre que le dijo a Gabetta que ayudara a otra mujer a saltar el cerco, murió en combate ese 29 de marzo de 1976. De Santis se exilió en Italia. Volvió a la Argentina y trabajó como profesor de Física y Química. Publicó varios libros con documentos y análisis de los setentas, entre los que se destacan A vencer o morir – Historia del PRT ERP (en dos volúmenes). -Años después volví al lugar donde nos habían dado ropa para agradecer a esa pareja-dice Gabetta. Lo hizo junto a Manuel Gaggero cuya hermana, Susana Gaggero, también murió en La Pastoril. La señora que les brindó auxilio en aquel momento, había tenido un ataque cerebral, pero estaba lúcida. Su marido, en cambio, había fallecido. Gabetta le contó que él era el muchacho al que habían ayudado. “¿Usted qué hacía ahí tiroteándose con la policía?”, preguntó la señora, ante lo cual Gabetta le dijo que era largo de contar, que eran militantes políticos. Aprovechó para sacarse la duda: -¿Y usted por qué nos ayudó? -Por eso, porque los perseguía la policía –contestó ella con una gran sonrisa.


Carlos Gabetta: "Hebe fue una heroína. Hoy me la imagino en el poder y se me ponen los pelos de punta" El prestigioso periodista habló acerca de la izquierda en América latina, cuestionó el supuesto progresismo del kirchnerismo y repudió el uso político de los derechos humanos. “¿Por qué seguir con la cifra de 30 mil? ¿Por qué mantener algo que hoy es un mito?”, se preguntó

Por Hinde Pomeraniec 8 de Abril de 2017 hpomeraniec@infobae.com Carlos Gabetta tiene un nombre bien ganado en la historia del periodismo argentino. Nacido en Rosario en 1943, es uno de los más prestigiosos analistas de la realidad nacional y también del devenir internacional. La dictadura lo obligó a vivir en diversos países como México, España y Francia, donde trabajó en la Agencia France. Ya de vuelta luego del regreso de la democracia, fue director del semanario El Periodista entre 1984 y 1998 y luego de la edición Cono Sur de Le Monde diplomatique, cuyo timón condujo entre 1999 y 2011. Fue columnista del diario El País, de Madrid, y en la actualidad su mirada sobre la realidad local y la del mundo se vuelca regularmente en diversas publicaciones de actualidad. Es autor de más de una docena de libros. El último fue ¿Tiene futuro el socialismo?, escrito en coautoría con el filósofo y científico Mario Bunge. Gabetta, una persona que con más de 50 años de periodismo a cuestas no le teme a las palabras, estuvo en el estudio de Infobae y habló de lo que sabe. -Desde siempre llamarse de izquierda o de derecha era pararse en determinado lugar frente a las cosas que ocurren en el mundo. ¿Qué significa hoy reconocerse de izquierda, como es tu caso? -En primer lugar hay que precisar dónde estamos: si Occidente o los países árabes o China, no es lo mismo. El tema entonces sería qué es ser de izquierda hoy en América Latina. En esta región hay una serie de gobiernos que se han autotitulado de izquierda pero que en realidad no son otra cosa que populistas y el populismo es, tal como yo lo veo, un puro ejercicio de poder. Esa es la razón por la cual puede haber un populismo de extrema derecha y un populismo de izquierda y eso explica por qué un mismo populismo puede ser a la vez de derecha y poco tiempo después de centro y poco tiempo después de izquierda. El peronismo es la mejor expresión de esto. Ser de izquierda hoy en América latina es justamente sacar los pies de ese espejismo porque el populismo es siempre un espejismo. -¿El kirchnerismo fue de izquierda? Hay mucha gente de izquierda que así lo cree. -En absoluto, todo lo contrario, creo que fue reaccionario, incluso. No hay más que ver el estado en que dejó el país, las cifras de pobreza, falsificó el INDEC para ocultarlas: ¿qué tiene de progresista eso? Nada. Están los que apoyaron y aún lo hacen sinceramente, esos que no han sacado ningún beneficio personal -y son muchos- y esto obedece al hecho de que la izquierda en general está en un momento de gran confusión. La gran esperanza soviética se ha desvanecido, desapareció; la dictadura del proletariado se reveló como lo que era: una contradicción en sí misma. El socialismo, que se supone que es un grado altísimo de evolución de la conciencia social y política, no puede ser un socialismo que lleve el calificativo de dictadura: eso fracasó. Yo no soy populista pero tampoco soy liberal; me he convertido -y digo "me he convertido" porque en su momento apoyé la lucha armada en el país, en los años 70-, en un socialdemócrata, en un hombre que cree que el mundo debe avanzar hacia una forma de reparto de la renta distinta de la que se ha practicado desde que el capitalismo existe. Siempre en un marco democrático y apelando a la conscientización de grandes sectores. -¿Durante el kirchnerismo te separó de mucha gente la famosa fisura ideológica que llaman grieta? -Sí, sí, incluso de algún familiar. De todos modos, los amigos de los que me he visto separado no pertenecen a esa masa kirchnerista que es leal porque recibió un empleo o una asignación familiar, algo que está bien hecho, yo no estoy en contra de esas cosas pero creo que hay que administrar bien la economía y no robar para que no resulten imposibles al cabo de poco tiempo. Volviendo a mis amigos, es gente que creyó en el kirchnerismo y aún cree justamente por el fracaso de la izquierda. Porque necesitan aferrarse a algo: se cae la ex Unión Soviética, la socialdemocracia que sería la alternativa está aplicando políticas liberales, entonces al primer demagogo o demagoga que aparece, le creemos… -Hay muchos que de buena fe sostienen que la política de derechos humanos de los gobiernos kirchneristas es lo que los acerca, lo viven como la consolidación de aquello en lo que siempre creyeron. -Estoy en total desacuerdo con el uso político que se ha hecho en nuestro país del tema de los derechos humanos. No hay más que ver a Hebe de Bonafini, que fue una verdadera heroína en su momento, una mujer de gran coraje: le hice de traductor en Francia un par de veces, cuando estaba exiliado. Entonces la admirábamos por eso que hizo. Hoy por hoy es una energúmena: me la imagino con poder y se me paran los pelos de punta. Es como la famosa cifra de los desaparecidos. Entonces se dijo que eran 30 mil como se podía haber dicho con buen criterio 20 mil o 40 mil pero hoy, 40 años después, ha habido una Conadep, a continuación aparecieron nuevas denuncias, andaremos en los once o doce mil: ¿por qué seguir con la cifra de 30 mil? ¿Por qué mantener algo que hoy es un mito? En aquel momento era una posibilidad real, concreta, una consigna política, pero hoy es un mito. -¿Tiene sentido discutir esa cifra? -Es que en la Argentina aún no hemos resuelto este problema, políticamente hablando. Y digo esto porque emocionalmente no se resuelve nunca: las desapariciones y las muertes son algo que no se van a resolver, van a estar siempre ahí. Pero el Juicio de Nüremberg, con todo lo que ocurrió -que supongo que reconoceremos que fue infinitamente más grave- duró unos meses. Nadie dice que en lugar de ser 6 millones de judíos (los asesinados por los nazis) son 18 millones. Nosotros, en cambio, estamos triplicando la cifra: ¿por qué seguimos con eso? Y, además, la grieta también es parte de eso. Hay gente, como yo, que dice: "Mirá, yo tengo una mujer y muchos amigos desaparecidos, pero no se me ocurre decir que son 30 mil porque sé que son once, doce, trece mil, pero no más". ¿No es bastante grave eso? Conclusión: lo que se está haciendo es un uso político descarado de todo esto. OTRAS FRASES DE LA ENTREVISTA "Lo que se vivió en nuestro país entre 1951 y 1955, cuando fue derrocado Perón, fue muy parecido a lo que está ocurriendo hoy en Venezuela, solo que en Venezuela es bastante más grave". "El capitalismo produce más y más rápidamente, con menos puestos de trabajo humanos. Aumenta la oferta pero como echa gente del mercado de trabajo disminuye la demanda y ¿quién consume eso? Entonces hay una crisis". "El primer gobierno de Rafael Correa fue progresista, pero luego empezó a evidenciar todas las fallas del populismo: mal manejo económico, hay muchísima corrupción". "Hoy en Alemania, en materia de distribución del ingreso y, aunque sigue siendo un país capitalista, gente abandonada casi no hay". "Lo raro no es que haya sindicalistas corruptos, lo raro es que a los trabajadores no les llame la atención en absoluto que el señor Luis Barrionuevo que lleva 30 años al frente de los gastronómicos, haya celebrado su cumpleaños en Parque Norte en una fiesta para 350 invitados". "En los años 30 hubo una crisis de otras características similar, pero aquella tenía solución. Esta de ahora, en términos capitalistas no tiene solución". "Antes aparecieron Hitler, Franco y Mussolini. Ahora aparece con una crisis similar pero más grave porque es estructural aparece el proteccionismo y la ultraderecha xenófoba". "Este es un país europeo, mirás la arquitectura, ves la cartelera de teatros y te creés en París. Y después ves gente recogiendo basura en la calle, no lo podés creer…"

EnciclopediaRelacionalDinamica: CarlosGabetta (última edición 2022-08-23 19:23:41 efectuada por MercedesJones)