Teología y Vida, Vol. XLVII (2006), 190 - 208
Sociología de la felicidad: lo incomunicable Aldo Mascareño
Académico del Departamento de Ciencias Sociales de la Universidad Alberto Hurtado
La amistad no es menos misteriosa que el amor o que cualquiera de las otras faces de esta confusión que es la vida. He sospechado alguna vez que la única cosa sin misterio es la felicidad, porque se justifica por sí sola. (El informe de Brodie. Jorge Luis Borges).http://www.bibliomsk.ru/library/global.phtml?mode=10&dirname=borges_es&filename=org01003.phtml
- Las reflexiones siguientes se inician en una doble paradoja: por un lado, se trata de comunicar sobre lo incomunicable, sobre la incomunicabilidad de la felicidad; por otro, la propia escritura comunica que se comunicará sobre lo que no se puede comunicar.
- Según Durkheim, las sociedades de solidaridad mecánica y de una conciencia colectiva altamente extendida y de contenido religioso, como son las sociedades premodernas, no deben entenderse como represión de las pulsiones. En ellas, los hombres aceptan la legitimidad de la obligación y rara vez su conducta normativa descansa en el miedo a la sanción. Hay satisfacción también en el cumplimiento de la norma (10). Durkheim, seguramente, no habría supuesto en ello la unidad de sociedad y felicidad, pues precisamente construía su teoría en oposición contra este motivo utilitarista del siglo XVIII. Pero la conciencia colectiva en tanto 'sociedad en nosotros', dejaba poco espacio para suponer que el individuo podía ser infeliz si cumplía con los requisitos que ella le planteaba. Bajo el influjo de una fuerte conciencia colectiva, la distinción felicidad/infelicidad tiende a absolutizarse y a ser inobservable al interior de la propia sociedad: feliz solo se puede estar dentro, pero el que está dentro no ve el lado externo de la felicidad, no se la puede representar como distinción, está epistemológicamente impedido de hacerlo. Solo el que se mueve hacia los intersticios de la conciencia colectiva, el anómico, podría observar por un segundo la contingencia del mundo, antes de ser devorado por la selva o expulsado al limbo por toda la eternidad.
- Esta protosecularización de la sociedad con medios antiguos hizo necesario reafirmar la imposibilidad del hombre de comprender los caminos del Espíritu Santo; la vida se hacía demasiado contingente para que a cada acción y a cada vivencia se le tuviera que construir la genealogía de su origen divino. Sin embargo, la semántica de inicios del siglo XVIII seguía exigiendo la unidad no contradictoria entre la luz natural de la felicidad temporal y la luz sobrenatural de la felicidad eterna: "Dios ha concedido al hombre dos luces para obtener estas dos felicidades; ciertamente tienen muchas diferencias también, pero nunca se contradicen ni pueden contraponerse" (14). La época es la expresión de una tensión entre el antiguo y el nuevo orden.
- Una autonomización más radical del individuo tiene como antecedente la diversificación confesional del sistema religioso en la primera mitad del siglo XVIII, especialmente en el puritanismo y el pietismo. La relación del individuo con Dios sufre un proceso de desinstitucionalización, lo que radicaliza su soledad. Como es sabido, Max Weber ha vinculado esto con el origen del espíritu capitalista, es decir, con la emergencia de uno de los pilares de la modernidad (15), aunque por cierto son los utilitaristas en el siglo XVIII los que ven en la individualidad representada en la felicidad la primera forma secular de bienestar general: "la mejor acción es aquella que procura la mayor felicidad al mayor número y la peor acción la que, del mismo modo, otorga miseria" (16). La nueva época había logrado un resultado paradójico: que la felicidad del individuo se transformara en un principio de socialidad aparentemente generalizable. Con ello, la sociedad comienza a ser mirada desde el punto de vista del individuo: su felicidad puede traducirse en felicidad de la sociedad, siempre y cuando una mayoría sea feliz. Al respecto señala Luhmann: "Sobre esta base se asocia la autorreferencia con felicidad y finalmente con sensaciones agradables. Felicidad y placer participan al mismo tiempo en la universalidad antropológica de la autorreferencia y son extraídas [herausabstrahiert] del sistema de estratos [...] La felicidad se transforma en la primera fórmula de inclusión de la sociedad moderna, en el primer postulado de la incorporación [Einbeziehung] de la población entera en oportunidades de vida incrementadas a través de socialidad" (17).
- Pero el organicismo del siglo XIX y su principio fundante: el todo es más que la suma de las partes, no permitirían que esta paradoja de una sociedad compuesta de individuos autorreferentes continuara por mucho tiempo.
- La novela de Mary Shelley lo había advertido con dramatismo. Si el engendro de Frankenstein no adquiría vida al juntar piernas, brazos, tronco y cabeza, si faltaba el destello de los dioses para darle su unidad, entonces hay un 'algo' que no se reduce a las partes. La sociedad es emergencia, no la suma de individuos, no la suma de felicidades o infelicidades. Es un organismo de cuerpos diferenciados relacionados por funciones interdependientes, dirá Spencer (18). Con ello, los individuos conquistaron mayor individualidad y la felicidad se transformó en el símbolo de su autorreferencia y autonomía, dejó de ser la medida de socialidad con la que había sido investida en el siglo XVIII
SONRÍE O MUERE
Relevamiento del libro "Sonríe o Muere. La trampa del pensamiento positivo" de Bárbara Ehrenreich.Claudio Alvarez Teran https://www.youtube.com/watch?v=kb9fpscybL0
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