- Nestor Borri
- Néstor Borri: “Las antinomias que ordenaban nuestro discurso están agotadas”
- Por: Alejo Vivacqua
- 23/06/2025
https://revistabache.com.ar/sociedad/nestor-borri-entrevista/
- Hablamos con el militante, cofundador del Centro Nueva Tierra y teólogo cercano al pensamiento del Papa Francisco sobre el presente, el humor social y la búsqueda de trascendencia. ¿Qué hacemos con lo progre y lo anti-progre? ¿Cómo se recompone el abismo entre la sociedad y la política? ¿Por qué la indignación es una zona de confort?
- Se habla de una vuelta de la juventud a la religión. ¿Vos cómo lo ves?
- Dado que otros proveedores de símbolos para orientar la vida no le encuentran la vuelta, y que el mercado se la encuentra para proveer pero no para ofrecer nada de fondo, hay una búsqueda de muchos pibes que tiene mucho, no sé si de religión, pero sí de espiritualidad. También hasta hace unos años teníamos la idea de que desde la política podíamos proveer el marco para que la juventud se expresara, y que la única juventud existente era la que se expresaba ahí. Y que la otra, que ya existía, no importaba. Casi una ceguera. Lo espiritual existió siempre, pero muchas veces no sabemos interpretarlo desde la política. Ahí veo una tarea de recodificación de la pertenencia religiosa y de la espiritualidad.
- Después, ¿cuánto está sucediendo realmente?
- Todos tenemos la intuición de que muchas cosas que parecían soluciones, no terminan de serlo. Si vos hablás con gente que está en política, y que puede tomar cierta distancia, muchos te dicen que hay un vacío ahí. Y si ahí también falta un poco de sustancia espiritual, tampoco hay modo de sostenerse siquiera en la política.
- Solés hacer hincapié en la autoestima de los argentinos. ¿Cómo relacionás eso con nuestro presente?
- Se trata de encontrar nuestra medida. El argentino es alguien que busca su medida. De ahí surgen las exageraciones, por eso nuestra fama de vanidosos, o en el otro extremo, lo de denigrar al país, “este es un país de mierda”, etcétera. Me parece que es posible ver en Francisco una medida de lo que somos en el mundo y para nosotros mismos. En una lectura más inmediata, Pedro Saborido dice que “metimos un Papa” (risas). A mí me gusta retrucar con que fue “el primero de los Papas argentinos”. Pero es ver qué lugar tenemos en la historia, cómo se conformó nuestra sociedad, qué fue la historia del siglo XX, qué fue la idea de pueblo en Argentina. Eso es lo que Francisco puso en discusión. Después hay otra cosa de sociología cultural o de marketing que es por qué sucede que nuestro país, con escasos 45 millones de habitantes, saca figuras globales como las que saca. El Che, Maradona, Mafalda, Messi y el Papa, por nombrar algunos. Estadísticamente es demasiado.
- Hoy se ve en muchos canales de streaming y en redes sociales mucha frasecita nacionalista de cartón, medio caricaturesca…
- Sí, hay cierta emblematización, que genera un trazo grueso y tiene una función didáctica, pero que también empobrece. Son como capturas estereotipantes. Quedan en el mercado de las efigies, pero se desperdicia sustancia. Es como usar a la figura solo para confirmar lo nuestro. Por ejemplo, hace un tiempo leí: “No te pierdas a Grabois leyendo el Evangelio en Gelatina”. Yo tomé la frase literal: el tipo lee el Evangelio en gelatina (risas). No es nada contra ese canal de streaming, por supuesto, pero es un ejemplo. Hay muchas figuras que tienen una lectura autoconfirmatoria. Está bueno, porque en parte te tiene que confirmar, pero también te tiene que cuestionar. Es perder medida: estimar que lo único que tiene de bueno es lo que me confirma a mí en lo que creo que soy, cuando lo interesante es poder ver lo que te cuestionan.
- El 24 de marzo pasado publicaste en tu Instagram un texto sobre por qué no te surgía ir a la marcha. Decías que para vos hay un ciclo terminado en la manera en la que abordamos los derechos humanos en Argentina. “No hay que buscar entre los muertos lo que está vivo”, escribiste. ¿Qué significa?
- Es un tema delicado de exponer, para mí mismo y con otros. Pero quise expresar algo franco, sin que sea ninguna claudicación ética. La pregunta central es: ¿hubo acaso, desde la perspectiva de derechos humanos, un riesgo de considerar que hay unas muertes más importantes que otras? Ahí está nuestro nudo. A lo largo del camino, el movimiento de derechos humanos dio muchos pasos hacia adelante, con mucha valentía y pacifismo —como decía Mario Wainfeld, la “dimensión raigal de lo pacífico de nuestra lucha”. Pero junto con eso está la dimensión sacrificial de la lucha de los 70, donde la víctima se vuelve el juez moral de los demás. Y ahí hay algo que entiendo a nivel lucha por los derechos humanos pero que tiene un límite político e invita a hacerse una interrogación ética y espiritual. Creo que nos haría bien, y haría más efectiva a nuestra lucha, verlo por ese lado.
- ¿Qué nos pasa a quienes adherimos a la lucha de los derechos humanos? Creo que nos cuesta conectarnos con los muertos de hoy, porque los muertos de los 70 son más importantes. Es duro como lo digo, pero estoy diciendo que nos cuesta, no me excluyo. Y la respuesta siempre es después. O nuestro problema también para procesar el problema de la seguridad, por ejemplo. Siempre lo ponemos después. Daniel Santoro tiene una frase genial sobre esto. Analizando un encuentro que se hizo en la Facultad de Sociales hace un tiempo, donde la comisión se llamaba “JUSTICIA, DERECHOS HUMANOS Y SEGURIDAD” dijo: “¿Por qué tiene que haber dos peajes para llegar a ‘seguridad’?”. Son dos peajes… ¿históricos, morales, de inercia discursiva? Todo eso hace viables mentiras que se dicen de los derechos humanos, “El curro de los derechos humanos”, “la casta de los derechos humanos”. Uno podría preguntarse: ¿y por qué habremos de estar exentos de cierta burocratización? ¿Desde cuándo somos superhombres? Si lo pensás, es la advertencia central de Jesús: “Ustedes, que son los elegidos, no se crean los elegidos”. ¿Qué responsabilidad ética hay en ser “el pueblo elegido”? ¿Qué significa suponer que uno es poseedor de una verdad? Vale tanto para las vanguardias políticas como para los católicos o para el sionismo, en todo su devenir. Soy portador de la revelación, ¿entonces qué me corresponde hacer?
- ¿Ves algo positivo en este momento de nuestra historia?
- Es un momento oportuno y exigente para reconsiderar nuestras hipótesis. “La cosa es más importante que la idea”, decía Francisco. Estamos en un momento en donde las cosas están tan feroces en cuanto a ser una cosa y no dejarse nombrar del todo por las palabras a las que estamos acostumbrados, que nos invita a replantearnos otra vez las interpretaciones. El peronismo no es lo que parecía ser, el pueblo no es lo que parecía ser, la grieta no es lo que parecía ser. Ahí hay un diálogo entre la grieta, la casta y el abismo que se abrió entre la clase política y la gente. Una cosa es saldar una grieta, otra cosa es reconciliar una casta y otra cosa es tender un puente sobre el abismo. Nos toca esa tercera. El tema de la grieta se puede resolver con ingeniería electoral y marketing, ponele. Lo de la casta es más difícil, pero pongamósle que también. Ahora, la tarea verdaderamente política es tender un puente sobre ese abismo que se abrió. Es difícil, pero lo positivo es que está más a la mano para quien lo quiera reconocer. Y también entra en juego todo lo que nos aferramos a nuestras comodidades. Es angustiante porque lo que está puesto frente a nosotros es la intemperie de la historia.
- ¿Y con la indignación qué hacemos?
- Es una zona de confort. Producir indignados es lo más fácil del mundo y es un lugar habitable. Somos muchos, es all inclusive. En general es correlativo a la parálisis. Y la enganchamos con superioridad moral, porque ya que me indigno soy el tipo de persona que señala, “¡qué barbaridad!”. Pero todo eso es recuperado por el otro lado para reproducir el ciclo. Es bastante cómodo, ojo, yo me quedaría… Salvo que perdemos. Entonces, ¿cómo me parece que se puede abordar? Con amor pedagógico. Porque nadie está exento, todos pasamos por un momento de indignación, y para el trabajo político, cultural y comunicacional que tenemos por delante la duda es cómo usar esa indignación no como hotel, crucero o country, pero sí como un primer umbral para pensar qué hacemos con eso que nos indigna, cómo salimos de ahí, cómo la usamos para apalancarnos. Porque la indignación es una energía, una emoción. La historia argentina tiene momentos de referencia de esos saltos como los que tenemos que dar ahora, lo que pasa es que no son justamente las franjas que más memorizamos. El peronismo, en su totalidad pero sobre todo en su inicio, es saltar y saltar sobre este tipo de cosas.
- ¿Qué te dice la palabra progresista?
- De mínima diría que es un tope, funciona como un tope. No me gusta hacer el discurso anti-progre, porque el progre y el anti-progre son el mismo switch. Como los que trabajan de criticar a La Cámpora. Es fácil. Ser anti-Cámpora es lo mismo que ser Cámpora. El problema que tenemos es que las antinomias que ordenaban nuestro discurso están agotadas. Milei es lo que la gente usó para darnos esa señal. Es una señal cara, por eso hay que leerla. Y hay que hacer un esfuerzo creativo y tener un insumo extra para hacerlo. Porque no hay modo: recomponiendo lo mismo siempre da más o menos igual. Como cuando tenés una caja de Rastis, lo podés armar así y asá pero no son infinitas las combinaciones, es siempre lo que podés hacer con esas figuras. Nos falta algo, y eso que falta somos nosotros.
- Pareciera que los roles están un poco confundidos, ¿no? El diputado, el streamer, el intelectual, todos tienen el mismo tono…
- Es el derrumbe de la jerarquía que funcionaba, ¿no? Hay responsabilidades, claro, y cada uno tiene su urgencia. ¿Y cuál es el problema con eso? Yo veo que todos estamos actuando como comentaristas de la realidad. Lo que quizás nos enoja de los políticos hoy es porque también nosotros estamos ahí. Entonces la tarea es salir del modo comment. La gramática de las redes en eso es tremendo, nos encierra ahí. Pero al mismo tiempo, hay que pasarlo. Es lo mismo que con la indignación. Y eso es lo grave de este momento, transformarse en profesionales del comentario. Quien debería ser responsable de la transformación se termina convirtiendo en profesional del comentario. En eso estamos.