Nora Bar Cuyo apellido, en realidad se pronuncia Ber porque es de orígen aleman, pero la familia ya lo argentinizó. Es una reconocidísima periodista científica, editora de la Sección Ciencia/Salud del diario LA NACION y conductora del programa «El Arcón, ciencia, salud y tecnología» en Radio Cultura FM 97.9, los viernes de 12 a 13. Integra la Academia Nacional de Periodismo y la Red Argentina de Periodistas Científicos. Y a escrito varios libros de los cuales espero tengamos tiempo para hablar. Fue maestra, y estudió Letras y traductorado de francés en la Universidad de Buenos Aires.Tiene cuatro hijos. Y es por estos aspectos no tan conocidos que podríasmos comenzar, ¿cómo llegaste de la docencia al periodismo y cómo ha sido tu vida tan comprometida con tu profesión y con cuatro hijos? Bueno, ahora dos nietos. Pero eso será para otro programa.

Nació en Buenos Aires. Fue maestra, y estudió Letras y traductorado de francés en la Universidad de Buenos Aires. Fue jurado y directora de tesis sobre periodismo científico. Es docente invitada en diversas universidades y conferencista en congresos internacionales. Además de una larga lista de premios, en 1997, 2007 y 2017 obtuvo el diploma al mérito en divulgación científica otorgado por la Fundación Konex. En 2002, se Tiene cuatro hijos.

Nació en Banfield, provincia de Buenos Aires. Es una reconocida periodista científica. Desarrolló su carrera en el diario La Nación, donde comenzó a colaborar en la revista, y luego como redactora del suplemento Ciencia; en la actualidad, es editora de la sección Ciencia y Salud. Conduce el programa semanal El arcón. Ciencia, salud y tecnología, por Radio Cultura FM 97.9.

NOTA ESCRITA POR NORA BAR: Hermanos para toda la vida

Mi mamá fue la última de ¡once hermanos!, todos varones. El dato surgía invariablemente entre el puñado de recuerdos que configuraron nuestra infancia en Banfield. Los otros eran una casa de dos pisos en un pueblito campestre del norte de Alemania, cercano a la frontera con Holanda y a una playa sobre el Atlántico cuyas olas se congelaban en invierno; el orgullo por sus años en el Gymnasium (la escuela secundaria, que a principios del siglo XX era un privilegio infrecuente para las mujeres).

Ni ella ni mi papá eran muy dados a revisitar el pasado, tal vez porque se lo habían arrancado de la peor manera cuando, para evitar las atrocidades de la guerra, se vieron forzados a embarcarse hacia un lejano país sudamericano con un par de valijas de cartón y algunos marcos en el bolsillo.

Esa gran casa alborotada de chicos y jóvenes se me hacía como de fantasía. Mi mamá debe haber advertido que cuando volvía a contarnos sobre sus días de juventud me brillaban los ojos al imaginar semejante maravilla, porque se apresuraba a agregar, con un dejo de nostalgia: “Cuando nací, mis padres ya estaban cansados. Fue mi hermano mayor, que me llevaba 20 años, el que se ocupó de mí”.

En estos tiempos de familias reducidas a veces se nos escapa el valor de ese vínculo intenso y multifacético que nos une con nuestros hermanos, un hilo de oro que se mantiene inalterable a pesar del tiempo y de la distancia, de los malentendidos y hasta de las naturales diferencias que surgen de experiencias individuales. Con ellos compartimos no sólo una historia común, sino también ese mundo de la memoria que abarca los primeros años de escuela y la construcción de castillos en el arenero de la plaza.

Mi madre trabajó durante una década en una oficina con tanto entusiasmo que probablemente no hubiera optado por la maternidad (una decisión que la llevó a abandonar su empleo) a no ser por la insistencia de mi papá. Nos tuvo a mi hermano y a mí casi “en tiempo de descuento”.

Con cuatro años más, mi hermano fue el héroe de mi niñez. Excelente estudiante y lector voraz, no sólo me guió en el camino al universo de los libros, sino que me protegió de sinsabores infantiles y desventuras familiares, y también de mis propias inseguridades. Respaldó cada una de las decisiones que tomé con una lealtad por la que todavía estoy en deuda.

Siempre me había cautivado la idea de una mesa larga rodeada de hijos. Tuve cuatro que hicieron de mi juventud una aventura maravillosa. Verlos crecer, los más chicos aprendiendo de los que los precedían, y los más grandes, supliéndonos, a medida que se sentían fuertes, como maestros y confidentes, o percibir el cariño que los unía y sigue haciéndolo siempre fue y es una fiesta, a pesar de las lógicas y muchas veces abruptas subidas y bajadas en la montaña rusa de sus vidas cotidianas.

Como a muchas mujeres, alguna vez mi primera hija me llevó al borde del ataque de nervios con su inagotable energía. Ella necesitaba desesperadamente un compañero de juegos, pero de su tamaño. Afortunadamente, llegó su hermana. Tras unos días de asombro que no hicieron más que encender su curiosidad, enseguida la convirtió en socia voluntaria (o involuntaria) de sus incipientes tareas escolares y de sus travesuras. Algo que, como una escala musical, se repitió con la llegada del varón y luego de la más pequeña de la familia. Después crecieron y atravesábamos la ciudad en colectivo para dejar a uno y otro en sus actividades extraescolares, y los pasábamos a recoger para volver a casa, cansados pero estimulados por nuevas vivencias. A veces, cuando tenía que entregar una nota, los llevaba al edificio de LA NACION en la calle Bouchard y me esperaban sentados en un rincón, como una pequeña tribu, adelantando los deberes del día siguiente.

En esas épocas pensábamos que siempre tendríamos la mesa rodeada de la algarabía de los cuatro críos, pero el flujo de la vida es inexorable. Ahora, algunos faltan por exigencias laborales, otros por compromisos sociales, y hasta hay uno que vive del otro lado del Atlántico. Entonces y ahora, estoy segura, hubo confesiones, desdichas y alegrías de las que fuimos excluidos, porque sólo se comentan entre ellos.

Por eso, cuando escucho hablar sobre las dificultades que presenta la crianza del “hijo único”, especialmente en la gran ciudad, me permito sugerir la solución más amorosa y resistente al paso del tiempo: hermanos.


ENTREVISTA DE PABLO ESTEBAN la Red Argentina de Género, Ciencia y Tecnología (RAGCyT) tiene su origen un taller sobre Género, Ciencia y Tecnología en América Latina organizado por el Programa Universitario de Estudios de Género (PUEG) de la Universidad Nacional Autónoma de México,

-Pienso que mi hermano influyó mucho. Pero también a mi madre -que falleció a los 102 años- siempre le interesó la idea de estudiar, aunque la Guerra Mundial truncó cualquier aspiración y debió migrar hacia Argentina. Siempre pensé que si le hubieran dado a elegir y si hubiera nacido en otro contexto histórico, no hubiera tenido hijos porque en verdad le encantaba trabajar. Como en aquella época no se combinaba muy bien el trabajo y la casa, se dedicó a cuidarnos a nosotros.-¿Por qué la influencia de su hermano? -Arnaldo es un lector y un escritor muy voraz, tanto que cuando era adolescente ganó un concurso literario en la escuela secundaria. Me lleva cuatro años y como era tan buen alumno, me críe a su sombra. Quería copiarlo en todo. Me encantaba la literatura así que arranqué Letras, aunque no la terminé. Era una época muy complicada para la Facultad porque implicaba estudiar en plena dictadura. Con tanta incomodidad social, ser universitario significaba realmente un lujo.

-No estoy muy orgullosa de esa entrevista. Era demasiado joven, estaba nerviosa y creo que le podría haber sacado más jugo. Él estaba muy viejito, nos recibió en el departamento de Maipú y recuerdo que fui por mi cuenta porque no me la había encargado nadie, aunque finalmente se publicó en la revista Vosotras. Por suerte fui autodidacta en el periodismo y pude progresar. Así que arranqué con personajes de la cultura, pero me gustaba tanto leer revistas extranjeras sobre divulgación científica que un buen día se me ocurrió hacer lo mismo pero con investigadores de Argentina.

-Escribí una nota sobre las lagunas bonaerenses y se la ofrecí a la revista de La Nación. Les gustó tanto que la colocaron en la tapa. Comencé a proponer más temas y me escabullí en ese vacío. Se trataba de un nicho que no estaba demasiado explorado. Más tarde colaboré con otras revistas y realicé guiones para una serie de científicos argentinos. A mediados de los noventa, Escribano -en aquel entonces Jefe de Redacción- me ofreció ingresar al diario y casi se me cae el pelo, porque tenía cuatro hijos y no sabía bien cómo mantener un trabajo de esa envergadura.

-Fue algo mágico, no me lo esperaba porque había estado durante muchos años vagando por los suplementos. Estar en el diario caliente era como estar en el Olimpo.-¿Qué es lo que más le gusta de ser periodista? -Tener un trabajo que me permite conversar con los “Einstein” de hoy es impagable. Los periodistas científicos tenemos un privilegio muy grande al dialogar con las personas que construyen el conocimiento. Y todos los días surge un tema nuevo, por ello me produce mucha felicidad ir a trabajar. A menudo, mis hijos son los que ponen los límites, porque todo el tiempo les cuento a quién entrevisté y todo lo que aprendí. Me pongo pesada. Ni siquiera cuando era editora del suplemento dejé de escribir notas porque me apasiona salir de la redacción, ir a los laboratorios, cruzar mundos y contar historias. Ser periodista de ciencia me produce la misma felicidad y entusiasmo que cuando tenía 20 años.-A menudo los periodistas científicos preguntan para qué pueden ser utilizadas las investigaciones.

-Cuando comencé a trabajar en el periodismo, los científicos eran vistos como sujetos que derramaban la verdad sobre el resto de la sociedad y los periodistas oficiábamos de traductores. En la actualidad, el concepto que tenemos es muy distinto. En principio, porque sabemos muy bien que el conocimiento se construye entre todos. Ya no vale la pena dividir el esquema entre iluminados y plebe. En segundo lugar, porque sabemos que la comunidad científica es humana como cualquier otra, así que hay buenos y malos, santos y villanos, envidia y solidaridad, trabajos brillantes y fraudes. Nuestra labor, desde aquí, es vital para fomentar el pensamiento crítico. Las opiniones deben estar basadas en argumentos sólidos porque la información errónea circula con mucha velocidad. En síntesis, tenemos una responsabilidad muy importante, sobre todo, porque la gente les cree a los que trabajan con seriedad. Entre las que me incluyo, por supuesto.-El fraude constituye una fibra sensible para todo el sistema científico.

-Exacto. Hace tiempo que dejamos de ser traductores para adoptar una actitud de auditoría frente a lo que se lee y escucha. Por mi parte, trato de confrontar opiniones divergentes, verificar los trabajos científicos a partir de sus fuentes primarias y de respetar un criterio de rigor.

-Bueno, no soy física cuántica, ni inmunóloga ni cosmóloga, pero hace tantos años que converso con especialistas en campos tan diversos que he construido un marco de referencia que me permite poder interactuar con criterio. Es cierto que en algunos temas avanzo un poco más porque me gustan. Ocurre con las neurociencias, de tanto leer y dialogar ya no me sorprendo si me hablan de conceptos como “dopamina”, “neurotransmisor”, “neurona”, “sustancia blanca” e “hipófisis”.-

-Porque creo que es fundamental, del mismo modo que es necesario conocer el método científico y el método de investigación clínica con sus fases de desarrollo. No es lo mismo probar una vacuna que requiere de miles de pacientes, que chequear una droga en Alzheimer. Del ratón al ser humano hay un abismo. Por eso hay que ser muy cauteloso con lo que señalan los científicos.

-Son personajes fantásticos, los quiero mucho, sobre todo porque creo que me identifico con ellos. En general, son apasionados, les gusta lo que hacen y dedican su vida a ello. Al mismo tiempo, pienso que constituye una falsedad señalar que sus proyectos solo sirven para mirarse el ombligo. No encontré ni a uno solo que no desarrollara una investigación importante. Además, el Conicet es un organismo muy exigente que prevé evaluaciones periódicas, de modo que no sé si es muy simple conservar el empleo sin hacer nada. En síntesis, no creo que sea muy fácil ser ñoqui siendo investigador en el Consejo.

-No tengo un estudio al respecto. Solo te diré algunas impresiones particulares. Para empezar creo que ni afuera está todo bien ni en Argentina todo mal. Contamos con periodistas valiosos, bien formados y que quieren hacer las cosas muy bien. Del mismo modo, he leído innumerables trabajos periodísticos extranjeros que comunican temáticas medulares con argumentos insostenibles. Aunque también debo ser sincera: hay colegas de otros países que desarrollan un nivel de excelencia mayor y cuentan con medios que nosotros ni siquiera podríamos imaginar. Con los recursos que tenemos, lo nuestro es bastante aceptable.-Hasta ahora, la referencia giró en torno a los periodistas y los científicos.

-Las secciones de ciencia son tan lindas y tan variadas que constituyen un espacio distinto al que se observa en otras partes del diario. En mi mente, siempre que escribo, hago el ejercicio de construir un público virtual.

-Está constituido por personas que, al menos, cursaron el colegio secundario. Siempre trato de explicar todos los términos técnicos y los procesos de la mejor manera posible, de utilizar metáforas y todas las herramientas disponibles que tiene la lengua para componer un relato entretenido y atractivo. No obstante, hay cuestiones que no las explico.

-Exacto. No hay que subestimar al público, no se puede tratar a los lectores como si constituyeran un enorme jardín de infantes. Cuando se banaliza el discurso comienzan los problemas. Por eso, trato de no llegar a ese nivel. -

-Tengo una familia muy grande, con un nieto en Argentina y una nieta en Francia, así que cuando puedo los disfruto. La familia es fundamental. Leo muchas biografías porque me producen un placer inmenso. También debo admitir que me capturó Twitter, es que llega tanta información interesante que trato de no perderme nada. Pero como comenté, ser periodista no es un trabajo sino una diversión.Texto: Pablo Esteban Fotos: Paula Villamil


MUJERES CIENTÍFICAS REBELION EN EL LABORATORIO - VIDAS DE MUJERES CIENTIFICAS

En estas páginas, de la mano de Nora Bär, repasan desde los enredos familiares que debieron resolver mientras escribían sus tesis de doctorado y simultáneamente amamantaban a sus hijos, o la exigencia de ausentarse de la familia durante varias semanas para trabajar en el extranjero, hasta sus propias inseguridades y la defensa de sus ideas e investigaciones en diversas situaciones adversas, muchas debido a los prejuicios de sus colegas masculinos.

En un relato delicioso, que aporta buena información sobre el lugar que las mujeres ocupan en el ámbito de las llamadas «ciencias duras», salpicado de anécdotas cotidianas que hacen brillar aun más a sus protagonistas, Nora Bär nos invita a recorrer el sendero que trazaron estas diez científicas notables para avanzar en áreas que, durante mucho tiempo, les eran hostiles con las mujeres. Sin duda, estas historias inspirarán a muchas otras que se enfrentan con esos obstáculos, y a las jóvenes que están decidiendo su futuro o considerando iniciar el mismo camino.

Nora Bär: "Lo importante es atreverse" La periodista entrevistó a diez investigadoras referentes en su campo de estudio, parte de una generación que rompió el molde en un ambiente poco receptivo a las mujeres https://www.pagina12.com.ar/240333-nora-bar-lo-importante-es-atreverse

EnciclopediaRelacionalDinamica: NoraBar (última edición 2021-03-23 19:30:05 efectuada por MercedesJones)