Oscar Oszlak


Queridos amigos,

Adjunto una propuesta política destinada a mejorar la situación de deformidad (al menos, uno de sus aspectos críticos) que presenta el aparato estatal. Está pensada para que los equipos técnicos que actualmente están trabajando en un plan de gobierno para 2023, incorporen a sus elencos a especialistas en gestión pública para que desarrollen los lineamientos contemplados en la propuesta que les envío.

Por supuesto, agradeceré los comentarios que les merezca sobre su viabilidad y pertinencia. Un abrazo.

Oscar


Oscar Oszlak Investigador Titular Área Política y gestión pública

RECONVERSIÓN DEL ESTADO: PROPUESTA PARA REDUCIR SU DEFORMIDAD Oscar Oszlak

El Problema

Propuesta de política

ESTADO ABIERTO Y ERA EXPONENCIAL

LAS GANANCIAS INESPERADAS

PARA LA NACION

gobierno de estar elaborando un impuesto a las “ganancias inesperadas”. Beneficios extraordinarios, ganancias eventuales, rentas inesperadas son nombres diferentes para designar ingresos que gobiernos de muy diferentes signos y orientaciones políticas convierten en base imponible para intentar capturar, en ciertos momentos históricos, una parte de los beneficios excepcionales que obtienen contribuyentes (generalmente, empresas) debido a circunstancias azarosas o fortuitas y no como resultado del giro normal de sus negocios o actividades.

ganancias como resultado de su política de tasas de interés altas y no -como ella misma adujo- “debido a una mayor eficiencia o un mejor servicio al cliente”.

exacciones no es una cuestión de izquierda o derecha, o de oficialismo u oposición.



junio, 2025

Entre las pocas satisfacciones que la gestión pública puede brindar a un intendente o a un ministro, la inauguración de obras públicas seguramente encabece la lista. El corte de cintas o la primera palada de tierra de un camino o un hospital –símbolos del inicio de las obras– son actos celebratorios: los discursos y fotos de rigor al son de una banda musical documentan esos eventos para la historia. En cambio, jamás se festeja el óptimo mantenimiento de la ruta o del hospital, o sea, el buen desempeño de los organismos responsables de que esa infraestructura no se deteriore.

Los peores enemigos de esos bienes públicos son el tiempo y la indolencia de los gobiernos. El tiempo, porque en su transcurso el uso normal produce inevitablemente su deterioro material. La indolencia, porque los gobiernos no realizan las tareas preventivas y reparadoras que exige el mantenimiento.

Claro, el mantenimiento no genera rédito político. No se ve. Está oculto a los ojos de la ciudadanía, porque los vehículos siguen circulando o el edificio sigue en pie, hasta tanto el deterioro convierta el camino en intransitable y las filtraciones, o un derrumbe, inhabiliten el hospital. Recién entonces se alzarán voces en demanda de actuación gubernamental, especialmente si a raíz del deterioro se producen accidentes y muertes. Y así como quienes inauguraron esas obras pudieron haberse adjudicado el mérito, sumando puntos a su carrera política, nadie puede ser acusado del deterioro: los responsables son siempre “gobiernos anteriores” (entidades anónimas e indiferenciadas), que no realizaron a tiempo las inversiones o abandonaron los controles necesarios. Nos lo recuerda el incendio de Cromañón o la tragedia de la estación Once, cada vez que una nueva catástrofe sacude a la opinión pública.

En todas las jurisdicciones de la administración pública de nuestro país, existen visibles déficits en la infraestructura pública y en la actuación gubernamental. Esta situación viene siendo denunciada desde hace muchos años por especialistas, ONG, organizaciones corporativas y los propios ciudadanos. Pero aplicar la motosierra a ciegas, siguiendo la lógica de “muerto el perro se acabó la rabia”, no resuelve el problema; no hace más que agravarlo. Y eso es lo que puede ocurrir con la campaña de aserramiento institucional emprendida por el actual gobierno.

Señalé en estas páginas que el previo y necesario diagnóstico institucional requiere el uso del microscopio y el bisturí. El microscopio, para conocer en profundidad el valor público de lo que produce cada organismo estatal. El bisturí, para realizar los cortes selectivos que resulten del diagnóstico. Cabe agregar ahora otros instrumentos; el telescopio y la incubadora. El telescopio, para avizorar las futuras necesidades de la gestión; la incubadora, para crear un ambiente controlado para el desarrollo de los recursos humanos y equipos de trabajo que seguramente será necesario incorporar como resultado del diagnóstico. La motosierra es una herramienta demasiado tosca para la necesaria reconstrucción institucional que exige el aparato gubernamental.

Imaginemos las posibles consecuencias de un aserramiento indiscriminado. ¿Qué ocurriría si el Senasa dejara de certificar la calidad de los productos cárnicos exportables declarándolos libres de fiebre aftosa; si el INTA abandonara sus programas de investigación y extensión en mejoramiento genético, preservación de recursos naturales, servicios ecosistémicos o buenas prácticas de cultivo; si ARCA dejara de realizar inspecciones a grandes contribuyentes, o no incorporara los avances de la inteligencia artificial en la detección de fraudes tributarios; si no se realizaran las inversiones en construcción de aulas, baños, conexiones a internet o bibliotecas en las escuelas? La pregunta podría repetirse en las decenas de áreas de actuación del Estado interrogando acerca de los impactos que produciría la suspensión de otros tantos servicios públicos, y la respuesta sería la misma: no pasaría “nada”. Nada, al menos, hasta las elecciones de octubre próximo.

Por supuesto, no pasaría nada visible a los ojos de la ciudadanía. Entre las cosas que sí ocurrirían, podríamos enumerar que los ahorros presupuestarios permitirían seguir manteniendo el déficit “0”, con el consiguiente rédito político para el Gobierno. Además, poco a poco, se irían desmantelando en el sector público múltiples equipos de trabajo que costó mucho formar. Miles de exagentes públicos desplazados deberían redirigir sus carreras o considerar migrar al exterior. Y casi imperceptiblemente las estadísticas comenzarían a sumar más analfabetos funcionales, peores índices de salud, menores avances tecnológicos y muchos más accidentados, evasores o pobres.

¿Cómo evitarlo? Primero, reorientando la estrategia de transformación hacia un mejor Estado, en lugar de hacerlo indiscriminadamente hacia un menor (o ningún) Estado. Menos no es igual a mejor. Incluso es posible que el resultado final de la estrategia alternativa termine reduciendo el aparato estatal. Pero sería un Estado diferente, que los expertos han adjetivado como “necesario”, “inteligente”, “atlético”, “sensato”, “modesto”, “reinventado” o “catalítico”. Todos estos términos aluden a un Estado cuya gestión se funda en el valor público que produce cada uno de sus programas y agencias, pero después de analizar y priorizar la naturaleza y el alcance de las demandas o servicios que requiere la ciudadanía, los elencos necesarios, los recursos y tecnologías que hacen falta y las opciones de prestación, centralizada o descentralizada, pública, privada o mixta.

Idealmente, según el modelo de “buena gobernanza” de las Naciones Unidas, ese Estado debería estar imbuido de un ethos profesional y ser transparente, eficiente, justo, equitativo, democrático, tener una visión estratégica y rendir cuentas. Ningún Estado realmente existente reúne todos esos atributos, pero siempre se trata de una cuestión de grados de cercanía o lejanía respecto de esos ideales. En particular, importa destacar los dos últimos: visión estratégica y rendición de cuentas.

Gobierno tras gobierno, en la experiencia de la gestión pública argentina, solo ha importado el presente, el día a día. Tener una visión estratégica supone incorporar el futuro a la gestión, planificar, programar, anticipar riesgos, evaluar contingencias. Y rendir cuentas implica, también, incorporar el pasado, echar una mirada hacia atrás, evaluar resultados e impactos, así como rendir cuentas por la gestión realizada. Porque la gestión pública debería ser una gestión en tres tiempos. La inversión estatal, el mantenimiento de la obra pública, la prestación de servicios, así como la casi totalidad de la actividad de gobernar requieren programación, seguimiento, evaluación y rendición de cuentas, además de gestionar el día a día. Un Estado que no planifica ni rinde cuentas solo confía en el azar, la prueba y el error. Recién cuando la imprevisión y la inimputabilidad tornan visible el desastre la ciudadanía suele patear el tablero y hacer una nueva apuesta.

Por Oscar Oszlak


lunes 3 de noviembre, 2025


Lejos de caer en un optimismo ingenuo, pero también evitando el escepticismo estéril, el autor identifica los avances, sin perder de vista las limitaciones estructurales, culturales y políticas que impiden una implementación efectiva y sostenida. El resultado es una obra indispensable para comprender los desafíos de construir un Estado verdaderamente abierto, capaz de fortalecer la democracia, reducir las desigualdades y acercarse genuinamente a la ciudadanía.


Profesor e investigador de la Universidad Nacional de Quilmes (UNQ) y de la Universidad de Buenos Aires (UBA). https://orcid. org/0000-0002-4859-2194 pablo_bulcourf@yahoo.com.ar


Desde hace más de cincuenta años, Oscar Oszlak viene analizando la compleja relación entre el Estado y la sociedad en sus diferentes dimensiones. No se trata solamente de una cuestión científica, sino que a lo largo de su amplia Oscar pudo atravesar los diferentes laberintos que conforman el entramado de relaciones sociales que conforman esta relación, ejerciendo diferentes roles. Esto, a lo largo de tanto tiempo, enriqueció su mirada adoptando una perspectiva que ha logrado captar los cambios más significativos del vínculo.Oszlak realizó su carrera profesional de grado en la Facultad de Ciencias Económicas, donde se graduó como contador público, especializándose en temas impositivos. Esto le permitió ingresar en la Dirección General Impositiva (DGI), llevándolo a efectuar estudios de posgrado sobre la temática en la Universidad de Harvard. Con el golpe militar de la “Revolución Argentina” en 1966 se trasladó con su familia a los EE. EE. UU. para realizar su máster y doctorado en ciencia política en la Universidad de California en Berkeley. Como él mismo ha señalado en varias oportunidades, pasó de ser contador público a contador de lo público (Oszlak, 2015) A su regreso a la Argentina, formó parte, junto a otros especialistas que habían realizado también sus posgrados en el exterior, del Centro de Investigación en Administración Pública (CIAP), dentro del Instituto Di Tella. En 1975, algunos de ellos, entre los que se encontraban Guillermo O’Donnell, Elizabeth Jelín, Horacio Boneo y Marcelo Cavarozzi, crearon el Centro de Estudios sobre Estado y Sociedad (CEDES). Esta institución se conformó como uno de los centros más relevantes de las ciencias sociales en América Latina. A pesar de la dictadura militar que se implantó con pocos meses de posterioridad, Oszlak y O’Donnell desarrollaron el enfoque histórico-estructural, uno de los aportes más originales de la ciencia política argentina al mundo, estableciendo un diálogo fecundo entre la producción regional y los grandes debates que se estaban produciendo en los países centrales. El impacto de estos especialistas fue tan amplio durante décadas que introdujeron el análisis de políticas de corte lassweliano en Latinoamérica sin perder su sentido crítico y reflexivo (Oszlak y O’Donnell, 2008; Bulcourf, 2023). En este contexto, se producirá uno de los textos más significativos de Oszlak: La formación del Estado argentino, obra que construye un puente entre la ciencia política y la historia. Desde su publicación original hasta la fecha ha habido dos ediciones y seis impresiones (Oszlak, 2024).

asesor del propio presidente Raúl Alfonsín. Entre sus actividades institucionales más destacadas se encuentran la creación de la Maestría en Administración Pública de la Universidad de Buenos Aires y la Sociedad Argentina de Análisis Político, de la que fue su primer presidente. Su experiencia como consultor internacional abarcó acciones en varios continentes trabajando en organizaciones como el BID, el PNUD y el CLAD. Entre 2016 y 2023, dirigió en el Instituto Nacional de la Administración Pública (INAP) la revista científica-académica Estado Abierto.

La tecnología no es más que una herramienta que abre nuevas oportunidades para que los Estados adquieran mayor capacidad y sean más eficientes. Pero al amplificar de modo exponencial el poder de los datos, su impacto sobre el bienestar de las sociedades y sobre la naturaleza del régimen político pasa a depender del uso de ese poder. A lo largo de toda la historia de la humanidad, la coerción, el dinero o la ideología han sido empleados como instrumentos dedominación y sojuzgamiento; hoy, la información —como recurso de poder— también puede serlo. En términos potenciales, la acelerada evolución de estas herramientas informativas hace posible utilizarlas —y ya hay suficiente evidencia de ello— para marginar poblaciones discriminadas en virtud de una “decisión logarítmica”, para “guiar” las decisiones de consumidores y votantes conociendo sus gustos y preferencias, o para perseguir y encarcelar a opositores políticos (Oszlak, 2020, p. 239).

gestión pública dentro del contexto de la “era exponencial”, que reconfigura de forma exponencial los alcances potenciales de estos recursos. El libro Abrir el Estado, ¿quién tiene la llave?, está estructurado con un prólogo y cinco capítulos, el último siendo similar a un epílogo. El primero, confeccionado por Joan Subirats, catedrático en la Universidad de Barcelona, que ejerció también varios cargos públicos en su país, entre ellos el Ministerio de Universidades español; y fue también uno de los principales referentes del campo de la administración y las políticas públicas en Iberoamérica. Este capítulo está centrado en el desarrollo de la conceptuación histórica del “gobierno abierto” y el “Estado abierto”, del cual nuestro autor fue creador en 2013 durante el XVIII Congreso Internacional del CLAD sobre la Reforma del Estado y la Administración Pública, realizado en la ciudad de Montevideo.

UU. Barack Obama, orientando su gestión hacia construir un gobierno abierto, participativo y colaborativo, así surgió la concepción de open government. Esta concepción sobre la forma de gobernar modifica el vínculo entre la toma de decisiones de última instancia y la ciudadanía. Si bien no podríamos establecer una correlación directa, estas nuevas tecnologías (TIC) pueden facilitar instrumentalmente las posibilidades reales de una implementación efectiva.

promotores, pretende ir más allá de las acciones del poder ejecutivo y se extiende hacia el legislativo y el judicial en un sentido funcional. A su vez, expresa una ampliación conceptual en sentido territorial, ya que se extiende hacia las unidades subnacionales, ya sean “estados” dentro de un país, provincias o municipios. Poco a poco estas ideas han ido ganando terreno no solo desde un plano analítico, sino principalmente en un