Sociologia De La Muerte




de esta.




La idea de la muerte, el miedo que ocasiona, acosa al animal humano como ninguna otra cosa. Es causa principal de la actividad humana, diseñada, en su mayor parte, para evitar la fatalidad de la muerte, para superarla negando de algún modo que es el destino final de la persona. La muerte y el miedo a la muerte. (…) Este es el estrato de nuestra verdad y de nuestra ansiedad animal básica, el terror que llevamos con nosotros en el fondo de nuestro corazón.

Mientras el ser humano sea una creatura ambigua, nunca podrá acabar con su ansiedad; lo que puede hacer en su lugar es utilizarla como una fuente eterna de inspiración para crecer en nuevas dimensiones de pensamiento y de confianza.

Lo primero que hemos de hacer con el heroísmo es poner al descubierto su parte oculta, mostrar lo que da a la heroicidad humana su naturaleza específica y su ímpetu. (…) El heroísmo es un reflejo del terror a la muerte. (…) Cuando vemos a una persona afrontando con entereza su propia extinción, es como si ensayáramos la mayor victoria que podamos imaginar.

Lo que es y ha sido siempre la sociedad: un sistema de acción simbólico, una estructura de statu quo y papeles, de costumbres y normas de comportamiento diseñadas para servir de vehículo al heroísmo terrenal. (…) Es un sistema mítico al que la gente se somete para adquirir un sentimiento de valor primordial


UNA DISCUSIÓN SOBRE EL ESTUDIO DEL RITUAL COMO “ESPEJO” PRIVILEGIADO DE LA CULTURA1 A discussion about the study of ritual as a special cultural “mirror”

presupuesto de ciertas teorías antropológicas de que el ritual constituye una suerte de espejo privilegiado que condensa metonímicamente el conjunto de la sociedad o de la cultura, y que por ello supone una vía privilegiada para abordarlas. Revisando críticamente los postulados de cuatro autores clásicos en el estudio del ritual -Edmund Leach, Max Gluckman, Victor Turner y Clifford Geertz-, el texto desarrolla un argumento que explora los presupuestos y categorías subyacentes que han condicionado este tipo de enfoque ligado a un particular acercamiento teórico al estudio del “Otro” en antropología- Mail: David_lorente_fernandez@hotmai.com


Lejos de situarse en el ocaso de la vida, la muerte está presente en cada uno de nuestros actos, decisiones y sentimientos.


NOTAS REUNIÓN EvaGiberti

REFLEXIONES SOBRE LA MUERTE

RITUALES DE LA MUERTE




“gran vejez”.Un estudio comparativo. Paula Pochintesta.

Resumen

El objetivo de este artículo es describir la percepción que los individuos tienen de la muerte en las distintas etapas de sus biografías. Los datos se basan en el Estudio CEVI - Cambios y Eventos en el Curso de la Vida, cuyo objetivo es comparar los cambios y transiciones personales de individuos situados en diferentes posiciones en el curso de la vida. El cuestionario fue aplicado a una muestra de 572 varones y mujeres, distribuidos en cinco grupos de edad. Los hallazgos más relevantes se refieren a la identificación creciente de la presencia de la muerte a lo largo de la existencia, mostrando que las esferas de la vida involucradas en los cambios personales van modificándose en función de la etapa atravesada. La muerte es percibida como una transición significativa independientemente de la cohorte de pertenencia.




EXPERIENCIAS CERCANAS A LA MUERTE- Experiencias despúes de la muerte





ni con los enfermos moribundos.


DEL LIBRO DE FLORA PROVERBIO


ÍNDICE DE TEMAS A DESARROLLAR


LAS DOULAS DEL FINAL DE LA VIDA O DOULAS DE LA MUERTE

NOMBRES QUE RECIBEN

DEFINICIÓN Y FUNCIONES

PAÍSES QUE RECONOCEN SOCIALMENTE EL ROL DE LA DOULA DE LA MUERTE

EN LATINOAMÉRICA

* Chile: En Chile, la presencia de las doulas del final de la vida está comenzando a ser reconocida. Algunas organizaciones y grupos de apoyo ofrecen capacitación y recursos para las doulas del final de la vida, y colaboran con instituciones de salud y cuidados paliativos para brindar acompañamiento y apoyo a las personas en su proceso de morir.

UNIÓN EUROPEA Y CULTURAS ORIENTALES COMO CHINA Y JAPÓN

Unión Europea:






Es psicóloga clínica especializada en psicooncología y cuidados paliativos y su experiencia acompañando a pacientes diagnosticados con enfermedades terminales y a sus familias le demostró cómo el final de la vida, más allá de la tristeza y el dolor, puede ser también una etapa de gran luminosidad y trascendencia.


www.frontiersin.org/articles/10.3389/fnagi.2022.813531/full

www.commonwealmagazine.org/end-life-dreams


LA EUTANASIA Y EL SUICIDIO ASISTIDO






The Politics of Loneliness- https://noreena.com/the-politics-of-loneliness/ Listen to the Talking Politics podcast here.

David Runciman talks to economist and author Noreena Hertz about loneliness and its impact on all our lives, the themes around her new book The Lonely Century.

How does the experience of loneliness shape contemporary democracy? What kind of politics could make us feel more connected? Can technology bring us together or is it driving us further apart?

Plus they discuss the consequences of the pandemic for the future of work and the possibility of building a better world.


OLIVIA LAING

― Olivia Laing, The Lonely City: Adventures in the Art of Being Alone


Un estudio del papel de la muerte en los cambios y eventos biográficos. Revista de Ciencias Sociales, 30(40), 129-150. http://www.scielo.edu.uy/scielo.php?script=sci_arttext&pid=S0797- 55382017000100007&lng=es&tlng=es


Eben Alexander pasó siete días en coma profundo y al despertar contó cómo fue su "experiencia en el cielo". ¿Cómo es la vida después de la muerte?


Eutanasia, el nuevo gran test para Occidente

Seis meses después, destrozada por el sufrimiento, la madre decidió en secreto administrarle un fuerte barbitúrico que volvió a sumergir al joven en coma profundo y obligó a internarlo en un servicio de reanimación. El 26 de septiembre de 2003, después de una reunión colegial y con acuerdo de la madre, el médico suspendió todas las medidas de reanimación: invocando los principios de “compasión y humanidad” aceptó inyectarle una dosis de cloruro de potasio para provocar la muerte del paciente, un gesto que abrió un proceso que duró hasta abril de 2005.

Ese dramático episodio, que generó enardecidas polémicas y mantuvo a Francia en suspenso durante cinco años, produjo el electroshock social que permitió al diputado Jean Leonetti hacer aprobar en abril de 2005 una primera ley púdicamente denominada “sobre el derecho de los enfermos al final de vida”. Un segundo texto fue aprobado en 2016. Sin admitir la eutanasia ni la ayuda al suicidio, la ley Leonetti define un marco para que los pacientes puedan solicitar la suspensión de ciertos tratamientos y prohíbe la “obstinación irrazonable” o “encarnizamiento terapéutico”, una práctica que –con cierta hipocresía– en español se denomina “atención médica inútil” y en inglés “futile medical care”.

Desde ese momento, ese debate crucial se desarrolla en una nube semántica de ambigüedades por las reminiscencias nazis que envuelve el término eutanasia, y de intransigencias originadas en principios religiosos e ideológicos ancestrales que tocan la esencia misma del ser humano. A pesar de las reservas, esa discusión se convirtió –por varias razones– en el problema científico, legal, ético y moral más importante que deberá resolver el mundo en los próximos años para abordar razonablemente la forma de muerte que desea cada ser humano en pleno siglo XXI. Para entrar en esta nueva fase de modernidad, que de todos modos será cuestionada dentro de algunos años por nuevas convulsiones, Occidente debió superar otras tormentas igualmente desgarradoras cuando abolió la pena de muerte, legalizó el divorcio, despenalizó el aborto o aceptó el matrimonio homosexual. Pero ahora se trata de elegir la forma más inteligente de abordar esa cuestión existencial que Vladimir Nabokov definió como “un destello de luz entre dos eternidades de tinieblas”.

El final de la vida –y la posibilidad de controlar los contornos de la propia muerte– no suscita en pleno siglo XXI los mismos pavores, tormentos y supersticiones que existían en la Edad Media. Con la ventaja de que los progresos de la ciencia y la madurez de los médicos ahora permiten sortear la amenaza de entrar en un túnel de suplicios y sufrimientos intolerables. “La muerte no debe ser considerada como una interrupción traumática de la existencia, sino como parte natural de la vida”, decía la británica Cicely Saunders, que con su práctica en el hospicio Saint Christopher de Londres definió a partir de 1967 los criterios de la medicina paliativa para que el paciente desahuciado tuviera una “buena muerte”. Otro gran precursor del cambio fue el sacerdote francés Patrick Verspieren, profesor de ética biomédica en el Centro Oncológico de Bicetre. En un célebre artículo publicado en 1984 en la revista jesuita Etudes, desgarró el velo que ocultaba la “eutanasia clandestina” practicada por algunos médicos para mitigar los atroces sufrimientos que padecen en particular los enfermos de cáncer en la fase terminal. Ese texto de ética científica abrió el camino para que la medicina francesa pudiera prescindir de la morfina y recurrir sin remordimientos a los cócteles líticos, como el DLP, que mezcla tres drogas sedativas: dolosal (petidina), largactil (clorhidrato de clorpromazina) y fenergan (prometazina).

Por respeto de la voluntad divina, las tres grandes religiones monoteístas condenan toda forma de ayuda a la muerte por considerar que se trata de una intervención humana en el proceso natural de vida y de muerte, lo que contradice la voluntad de Dios. El budismo, si bien valora la compasión y la disminución del sufrimiento, acuerda especial importancia al proceso de vida y de muerte, que interpreta como partes de un ciclo kármico. “Un Estado laico no tiene por qué someterse a una interdicción religiosa sobre la muerte”, argumenta el filósofo André Comte-Sponville. El abismo que separa la sociedad moderna de las iglesias domina el debate que abrió el presidente francés, Emmanuel Macron, cuando reunió a 650 personalidades en una Convención Ciudadana encargada de preparar un texto de recomendaciones que será examinado en los próximos meses por el Parlamento.

El actual debate en Francia sobre la “ayuda activa a morir” se inspira en el modelo de “suicidio asistido” vigente desde 1997 en Oregon. Existen otros nueve estados que aceptan la eutanasia, pero la práctica es marginal en comparación con los 390 casos anuales de Oregon. El caso de ese Estado, que desde 2016 admite pacientes de otras regiones, es emblemático porque es tan liberal como Bélgica, pero excluye de oficio los enfermos de patologías neurodegenerativas como Alzheimer, que destruyen memoria y reflexión, y son incapaces de decidir en forma coherente.

La práctica terapéutica de fin de vida también es legal ahora en España, Holanda, Luxemburgo, así como en Canadá, Nueva Zelanda y en el estado norteamericano de Oregon. Bélgica, que aprobó la eutanasia hace 20 años, es el país con la reglamentación más avanzada de Europa, y se especializa incluso en recibir pacientes de otros países europeos menos tolerantes. Durante el violento debate que precedió la adopción de la ley, entre 2000 y 2002, el rey Alberto II pensó en reeditar la astucia empleada por su hermano Balduino, que, en 1988, se hizo declarar “incapaz de reinar” durante 36 horas para no verse obligado a firmar la ley despenalizando el aborto. Pero, en el caso de la eutanasia, el Parlamento rehusó actuar como cómplice de las reservas morales del monarca. Con el tiempo, el campo de aplicación de la ley se extendió en 2014 a los menores sin ninguna restricción de edad, siempre que se trate de afecciones físicas. Desde 2020 también se aceptan las “directivas anticipadas” y ahora el Parlamento debate la posibilidad de aceptar incluso ese régimen para los enfermos de demencia. A pesar de ese liberalismo, la eutanasia solo representa 2,5% de los decesos totales del país, es decir 2500 muertos por año, cifra mucho menor que los 8000 casos de suicidio que –con frecuencia– provocan enormes daños colaterales (explosiones de gas, accidentes ferroviarios, gestos que dañan a inocentes o dramas psiquiátricos múltiples).

Suiza tiene un régimen similar, pero adoptó una actitud más cautelosa con pacientes de otros países europeos para evitar el llamado “turismo de la muerte”.

Cualquiera que sea la definición legal elegida, es imprudente confundir suicidio asistido con eutanasia. La gran diferencia reside en que en la eutanasia el gesto final –una inyección o una bebida– es practicado por un médico, mientras que en el suicidio asistido es el paciente quien absorbe la sustancia, acto que por lo general se realiza en presencia de un médico que “observa, pero no actúa”. Hasta los clínicos más liberales –y con más razón los enfermeros– se rehúsan a “apretar el gatillo”, salvo en casos excepcionales. El juramento hipocrático, que admite varias interpretaciones, no es un obstáculo difícil de superar para los médicos educados en los preceptos humanistas. Pero ningún profesional que estudió entre 7 y 10 años para “curar” se resigna a realizar sin pesar un gesto de fin de vida, aunque también sea en nombre del humanismo.

Especialista en inteligencia económica y periodista

Carlos A. Mutto