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OPINIÓN Búsqueda … Literatura “SER PERIODISTA ES ARMAR COMUNIDAD” Entrevista a Hinde Pomeraniec, por Sol Leguizamón 27 de julio de 2023

FacebookWhatsAppTwitterEmailCopy Link Se dedica al periodismo cultural y político, entrevista todos los lunes a referentes literarios en su programa de radio Vidas Prestadas, se formó en Letras, pero le gustaría estudiar Historia del Arte. Hinde Pomeraniec charla con Urbe acerca de sus inicios inesperados en este rubro, menciona algunos de sus artistas y autores favoritos, sobre todo mujeres, y relata acerca de la influencia que tuvieron sus maestros, sus orígenes familiares y su padre en el camino profesional que tomó.

Abre la puerta de su casa, dirige el camino minado de libros excusándose del desorden y explicando que le llegan de todos lados: autores jóvenes hambrientos por publicar su primera novela, reediciones de clásicos infaltables, otros con dedicatorias, libros que desde la primera leída intuye que son algo más, textos sobre los que escribe en su columna de Cultura y Política en Infobae, escritos de autores que más tarde entrevistará en su podcast de literatura Vidas Prestadas. Hinde Pomeraniec parece ser de esas personas que siempre están ocupadas pero nunca te dicen que no.

Licenciada en Letras (UBA), periodista, editora, mamá, docente, hija, feminista, escritora, amante del arte, lectora voraz. Realizó numerosas entrevistas a intelectuales y políticos, pero no hay mucho sobre ella, no le gusta ser explícitamente autobiográfica. El periodismo le llega relativamente tarde, a sus 29 años, justo antes de atravesar un divorcio. “Pensé, tengo que ganarme la vida con algo. ¿Qué puedo hacer? Bueno, sé escribir”, relata. Comenzó como colaboradora en Clarín escribiendo reseñas culturales. A partir de ahí, se abrió camino hasta llegar a ser prosecretaria, es decir, una de las editoras internacionales del diario. “Empecé a escribir en otras secciones, a hacer horas extras. Por ejemplo, me acuerdo cuando hice guardias durante el secuestro de Mauricio Macri. Esas cosas que nadie quería hacer, las hice yo”.

Su voz es tal cual la que se escucha en la radio, en la tele, en Spotify. Tanguera, gruesa, amable, fragmentada por momentos porque la pausa es necesaria para luego ser doblemente asertiva. Lo prudente sólo intensifica el efecto de sus palabras.

Premio Konex de Platino 2017, miembro de la Academia Nacional de Periodismo, una de las organizadoras de #NiUnaMenos, autora de ocho libros. Y el principio del hilo de Ariadna fueron un profesor de literatura brillante, y la biblioteca de su papá.

—¿Qué te impulsó a estudiar Letras?

Cuando era chica pensaba que iba a ser maestra jardinera, y cuando fui creciendo creía que iba a hacer algo con la educación. Tuve algunas maestras muy buenas, supongo que eso tuvo que haber influido. Pero, en el año 77 yo iba al Liceo 5, una escuela pública sólo de chicas en Flores, y cuando vino el golpe se fue la rectora que estaba en ese momento y vino un exmilitar. La cosa se puso pesada y como yo por entonces estaba bastante cerca del Partido Comunista por mi papá, me empezaron a poner amonestaciones por pavadas. Yo no era una piba con mal comportamiento, entonces el rector le dio a entender a mis papás que lo mejor era que me sacaran del colegio, porque si me echaban después iba a ser difícil conseguir entrar a otro. A un año y medio de que me egresara, terminamos con mi hermana en una escuela que no era buena, pero donde tuve un profesor de Literatura alucinante. Yo a esta altura no sé si era tan brillante él, o si era distinto a todo lo que conocía. Era actor, homosexual sin decirlo, apasionado, tenía la elegancia marica que es tan atractiva, con una lengua aceitada para la maldad. Al mismo tiempo, te volvías completamente loco de escucharlo leer, o nos invitaba a sus funciones de teatro. Una persona extraordinaria en cuanto a la influencia que tuvo en nosotros, en mí ni te cuento. Se llama Rubén Sendín y era maravilloso, y creo que le debo sino todo, mucho de haber estudiado Literatura.

—¿Cuál fue tu primera biblioteca?

En mi casa la biblioteca la fue construyendo mi papá que pertenecía a esa generación de hijos de inmigrantes que fue a la universidad a finales de los años 50. Muchos coinciden en que hubo en Argentina en esa época un periodo cultural esplendoroso donde tuvieron mucho que ver los hermanos Frondizi. El hermano del expresidente, Risieri Frondizi, era rector de la UBA, donde estudiaron mi viejo y su hermano. Ambos resultaron muy lectores, iban en sintonía con las bibliotecas populares que salían de los kioskos y que publicaba el Centro Editor de América Latina. En mi casa estaban todas las colecciones. Cuando mis viejos se separaron, mi papá se fue y me apropié de casi toda la biblioteca.

—¿Y con el periodismo cómo empezaste?

Fue más raro. Cuando estudiaba Letras empecé a conocer gente que era periodista y yo decía: “Yo ya me perdí de esto, es tarde para mí”. Me encantaba el periodismo, pero creía que no me daba para las dos cosas. Llegó relativamente tarde, cuando tenía 29 años y me estaba separando del papá de mi hijo mayor. Pensé: “Tengo que ganarme la vida con algo, ¿qué puedo hacer? Bueno, sé escribir”.

—Si hoy tuvieras que elegir otra profesión, ¿qué harías?

Estudiaría Arte. Es lo que siento que me gusta, pero de lo que sé menos. Eso surgió siendo editora de las páginas diarias de cultura. Así empecé a tener intercambios con críticos de arte muy buenos como Ana Battistozzi. Los años en los que trabajé para Clarín fueron muy ricos en todos los sentidos. Nos pagaban bien, había plata para viajar, tenía grandes jefes.

—Si me tenés que mencionar a mujeres que admires en el Arte y las Letras, ¿A quiénes tenés en mente?

Hoy, por ejemplo, me llegó la biblioteca de Silvina Ocampo que Penguin reeditó. Silvina es una infaltable, hoy y siempre. También, me gusta mucho Gabriela Cabezón Cámara, que además estamos todos expectantes por su última novela. Estoy fascinada con el último Premio Nobel de escritura, Annie Ernaux. Es una autora que me resulta completamente magnética, así como Svetlana Aleksiévich, porque soy periodista y ella consigue hacer literatura con los testimonios reales. Vivian Gornick, Rachel Cusk, Natalia Ginzburg. En su momento, Marguerite Duras, la había leído completa. No sé ahora. A veces pasa que cuando sos grande tenés un tema con eso, ¿sabés? Porque volvés a lo que te había entusiasmado muchísimo y ya no te pasa exactamente lo mismo, la cosmovisión y el sentido común cambian.

—Fui a ver la muestra de Emilia Gutiérrez en Fundación Fortabat después de leer la nota que escribiste al respecto. Me fascinó.

Qué lindo, ¿viste lo que es?

—Particularmente me hizo acordar mucho a Silvina Ocampo. Sentí que sus libros perfectamente podrían estar ilustrados por Emilia.

Se conocían, ¿sabés? Pero sí, completamente.

—Además las dos tenían voces que para su época no eran escuchadas.

Bueno, las voces de las mujeres en general no eran muy escuchadas.

—Es verdad. Ambas también trataron el tema de lo doméstico. Un aura de extrañamiento, oscura e infantil. Tenían una súper intuición, eran medio brujas. A Emilia, por ejemplo, los colores le hablaban.

Las dos muy encerradas, ¿no? Esos descubrimientos son increíbles, se podría hacer perfectamente un trabajo con una y con otra. En los últimos años descubrí a Aída Carballo y Mildred Burton, son muy buenas y conviven perfectamente. Después, Berthe Morisot y Mary Cassatt también son muy domésticas. Bueno, y otra que me encanta es Georgia O’Keeffe, norteamericana, pionera del modernismo estadounidense.

—Hilma af Klint, sueca y anterior a O’Keefe, tiene una estética similar a esta, pero con un trasfondo mucho más espiritual, era médium y pionera de la abstracción.

Qué impresionante. Remedios Varo también tiene un universo mítico inmenso… Leonora Carrington, Christine de Pizan, Lavinia Fontana. Son redescubrimientos, ¿viste? Las minas están reapareciendo ahora, ese es el tema. Yo soy más de la obra figurativa, debo reconocer. Me encanta también la retratista Alice Neel, es expresionismo de los años 70.

—¿Estás preocupada por nuestra generación? ¿Sentís que no leemos, que estamos abducidos por las redes sociales? Yo tengo 22 años y tenemos mala reputación en ese sentido. Quiero saber la opinión de una persona que leyó toda su vida y tiene hijos jóvenes.

No, no estoy preocupada. Además, trato de seguir lo que siempre decían escritoras como Graciela Montes o Laura Devetach, en relación a que los chicos leen distinto, son modos de lectura. Mi hija por ejemplo, lo que más lee son fanfictions, y es una gran lectora. En el caso de los periodistas muy jóvenes sí lo que me preocupa es que no van a buscar. El vértigo y la necesidad de cubrir todos los agujeros rápido es tal que no se chequea. Algo que influía mucho antes era el hecho de que fuera en papel. Si nos confundíamos sabíamos que íbamos a tener que convivir con ese error para siempre. En cambio, ahora está la posibilidad de editar. Está cambiando el vínculo con la verdad. Hay fake news que no son deliberadas, se empiezan a instalar porque todo el mundo reproduce, reproduce, reproduce. Por ejemplo, recientemente salió en muchos medios que va a publicarse el diario inédito de la esposa de Vladimir Nabokov, ¿no? Cuando miro dice que la novela cuenta la historia de un profesor obsesionado con su alumna. Eso no es así, Lolita es la hija de su mujer, su hijastra. Y todos los medios repitieron el mismo error, que no es un detalle.

—¿Crees que para corregir ese tipo de errores puede ayudar el Chat GPT?

Tengo la mala idea de que el chat sólo va a servir para amplificar esos errores. Hasta donde yo sé está mejorado cuestiones de estilo. Están entrenando distintas clases de chat para reproducir estilos que cada medio considere mejor, dándoles los insumos de determinados autores. Por ejemplo, le das todas las novelas de Nabokov para que las lea y te escriba como él. Creo que justamente el trabajo más importante que va a tener el humano es al revés, corregir al chat. Al mismo tiempo, algo que noto en las generaciones más jóvenes es que no tienen pudor ante la falta de conocimiento. Hay una jactancia de la ignorancia. Tipo, bueno, “yo puedo escribir sin leer”. Y no hermano, vos no podés escribir sin leer. Sí. O sea podés escribir, lo que vas a escribir va a ser malo.

Otra de las cosas que trae el chat ahora es que reemplaza el trabajo que antes hacía un asistente. Entonces, lo que empieza a ocurrir es que se pierde el vínculo del principiante con el que sabe, como también se está perdiendo en las redacciones porque estamos todos en home office.

—Se pierde lo que contabas al principio, esa relación casi sagrada entre maestro y aprendiz.

Sí, la falta de presencialidad te quita mucho de la mística. A veces es mejor que nada, que es distinto. A mí lo que me pasa con tu generación es que todavía recuerdan algo del preinternet. Creo que somos las últimas generaciones que vamos a poder corregir porque conocimos lo que era el mundo antes. Yo me formé con Beatriz Sarlo, leí mucho antes. Es verdad que había menos para leer en el sentido de que ahora publica todo el mundo en cualquier lado. O publicas sólo, o en eBook, o por Amazon. Si vos hoy querés tener un libro, lo tenés. Se publica muchísimo más de lo que se debería en términos de calidad.

—En relación a esto de la presencia corporal, ¿te pasa lo mismo con las obras de arte? Viste que ahora están en auge los NFT. ¿Vos crees que se pierde la contemplación plena de una obra si no hay presencialidad?

A mí lo que no me gusta son las muestras inmersivas. Entiendo de qué se trata. No creo que sea del todo cierto esa voluntad de llevar a la gente al arte a través de eso. Me parece que es un argumento que usan quienes hacen el negocio. Me puede parecer tan lindo como ver un buen papel de decoración. Que algunos son preciosos, sinceramente. En cuanto a lo de ver, Internet te ofrece muy buena calidad. Podés entender un poco de qué va, pero no se puede comparar con ver la pincelada, el brillo propio, el detalle. Me tocó estar en el Rijksmuseum en Ámsterdam cuando estaba por empezar la restauración de Ronda Nocturna, un cuadro enorme, uno de los más famosos del pintor Rembrandt. Tuvimos suerte porque a los que nos llevaron nos habilitaron el museo a las seis de la tarde para nosotros. Son esas obras donde habitualmente hay veinticinco mil personas delante tuyo, pero en este caso lo teníamos todo para nosotros. Y son cosas como… Muy impresionantes. Yo no soy experta en arte, ni mucho menos, pero lo de poder acercarte, poder mirar el ojo, poder mirar un Vermeer, poder mirar… No sé. No se compara con nada. Lo mismo, tengo por ahí los catálogos de Emilia, pero verlos es distinto. Y ahí empezás a tener también idea de lo que es una puesta, de lo que es un montaje, de lo que es una curaduría, qué, cómo y dónde. Los museos que consiguen salir a la comunidad son los más interesantes. Pero lo del NFT, como lo de las muestras inmersivas, qué sé yo, uno se irá adaptando a todo, como el chat, te vas a ir adaptando y lo usarás en la medida en que todavía esté activo.

—El auge de las muestras inmersivas quizás tenga que ver con que, con los nuevos modos de lectura en las redes sociales, perdimos un poco la capacidad de concentración y de salirnos del lugar de protagonistas.

Puede ser, no lo discuto. Pero, a mí me parece que lo primero que pesa son las formas del kitsch. Tengo un amigo que escribió una biografía maravillosa de Federico Klemm. Klemm era puro kitsch. Y al mismo tiempo hay gente que defiende muchísimo eso como forma de arte y está súper bien. Pero, no tengo problema en decir que para mí las muestras inmersivas son resultado del marketing, un marketing que funciona. No me convence cuando te dicen, “bueno, pero vas con los chicos, la pasan bien y es una manera de acercarlos al arte”. No, los chicos la pasan bien, y punto. Además, en muchos museos tenemos espacios especiales para los chicos, con lo cual si tu voluntad es acercarlos al arte hay muchos que tienen los fines de semana horarios especiales con muestras guiadas para ellos. Tenemos en el Fortabat un Turner, un Brueghel. O qué sé yo, un Monet, un Van Gogh, un Modigliani en el Bellas Artes. ¿Me entendés? Y la gente no sabe.

—¿El arte te parece útil?

No, no creo que tenga que ser útil. Es arte. Si una imagen que se hizo en términos artísticos termina utilizándose para una causa, es otra cosa. No me parece que ningún artista tenga que pensar en la utilidad de lo que está construyendo.

—¿Y el arte de denuncia?

Depende del momento en el que uno esté puede haber artistas que hacen denuncia. Las pinturas de Carlos Alonso, de la dictadura, pero Alonso era artista antes de que secuestraran a su hija. O sea, por supuesto que el artista está siempre tomado por su momento, por su tiempo. O El Guernica. Pero, Picasso era Picasso antes, y fue después.

—Sí, lo interesante es que se pueda seguir haciendo una relectura más allá del contexto en el que se hizo.

Por supuesto, León Ferrari es otro ejemplo. Pero, no me parece que tenga que ser una función del arte, no debe ser ni de denuncia, ni útil. No, a mi parece que su función es la belleza.

—¿Tenés alguna definición de belleza?

Yo soy muy obvia con la belleza. Me quedo con dos definiciones que me dio José Burucúa, historiador de arte, en una de las entrevistas que le hice. Le pregunté qué era, se quedó pensando y me dijo: “La belleza es como un resplandor”. Y yo me lo apropio porque me parece que es eso, es lo que a uno le provoca una obra, un texto, una película, una pieza de teatro. Y después le pregunté por qué creía que había tanto consenso alrededor de la belleza de las obras impresionistas, históricamente hablando. Y él me dijo que pensaba que tenía que ver con que fue uno de los últimos movimientos figurativos, justamente. A partir de ese momento apareció el arte abstracto con mucha más fuerza.

—La idea del resplandor me hizo acordar a lo que dice Borges en “La muralla y los libros”, que el arte es la inminencia de una revelación.

Hay algo de eso, tiene cierta cosa religiosa.

—De sagrado.

Exactamente. Uno puede encontrar la belleza en cosas naturales, te vuelve loca el color de una flor, por ejemplo. Lo bello en el arte es otra cosa, es una construcción, una búsqueda y un encuentro, que no siempre se da. Está la búsqueda del artista que, a veces, no encuentra a alguien del otro lado que registre ese resplandor. También puede pasar que lo que no fue contemplado en su momento como se debería, se ve después. Como lo que veíamos con Emilia Gutiérrez.

—Platón en Fedro dice que el hombre cayó del cielo a la Tierra y perdió el mundo verdadero de los dioses, y la forma de crecer el plumaje para volver a elevarse era la experiencia de la belleza en el arte. Pero, también es cierto que lo que consideramos arte, por lo menos en el arte contemporáneo, es muy subjetivo. Entonces, ¿es posible clasificar una obra de bella o verdadera?

Lo que hay ahora y siempre existió son los circuitos de legitimación. Es complicado porque tiene que ver con quién determina que algo es bueno. Yo voy, y suponete que no sé de arte, pero me gusta la muestra de Emilia. Tengo cosas en las que apoyarme, como que el curador es Rafael Cippolini. Yo no sé cuánto puedo descubrir por las mías si no hay un curador o un editor que me legitime, por un lado. Por otro lado, están los clubes de amigos que se conforman también en estos circuitos de legitimación. Tanto en la literatura como en las artes visuales, como en el cine, como todo. ¿Y cómo hacer para ir contra eso?

—Es interesante cómo una experiencia tan individual resulta universal, porque quizás a todos nos llama la atención de alguna forma El Guernica, pero no sé sabe muy bien qué es… Si nos remitimos al Arte Antiguo es más fácil porque hay una idea de belleza unido a la enseñanza de la Biblia, por ejemplo, o a las proporciones.

Sí, el tema es el arte contemporáneo. Tiene que ver con el gusto. Y lo que me gusta a mí puede no gustarle al otro, ¿no?

—Lo bello en el arte puede ser algo monstruoso.

Por supuesto, a mí me encantan Francis Bacon, Chaim Soutine…

—En 2019 escribiste Rusos de Putin, postales de una era de orgullo nacional y poder implacable. ¿Qué te llevó a escribir sobre esto?

Cuando pasé de trabajar en la sección de Cultura a Internacionales, traté de buscar aquellos temas que fueran afines a mí, y entre mis orígenes- mi familia es descendiente de inmigrantes judíos provenientes de Rusia y Ucrania-, y el comunismo de mi papá, no había muchas dudas. Viajé, hice coberturas, y me di cuenta que ahí podía ver un libro.

—Tu papá tuvo mucha influencia en tu vida.

Sí, mi papá era médico pero tenía una personalidad intelectual. Estaba muy ideologizado, entonces era difícil que le gustara cualquier cosa, pero era interesante. A mí me llamaba la atención cuando, por ejemplo, se convertía en fan de Philip Roth y pensaba “¿se está convirtiendo en fan de un viejo escritor norteamericano con lo que él odia Estados Unidos?”. O cuando escuchaba Frank Sinatra, yo decía “¿Sinatra? Un mafioso total y encima estadounidense”. Y sin embargo, le gustaba. No escuchaba música rusa ni leía a los rusos. Él podía ir a ver películas de Clint Eastwood, le encantaban. Viejo republicano, recalcitrante, imaginate para él que era comunista. Pero, en aquello que tenía que ver realmente con el arte sí podía entregarse. Sí, fue muy importante para mí.

—¿Te gustaría escribir algo sobre tu vida? ¿Una autobiografía o similar?

No lo veo posible. Calculo que cuando uno se pone a escribir eso tiene también que ver con que se ve cerca del final final. Yo todavía no me siento tan cerca del final final. Sí quiero escribir, sí estoy escribiendo, sí estoy haciendo cosas, sí aparezco yo en el libro de Putin, aparezco yo cuando todavía la literatura del yo y el periodismo del yo no estaba tan instalado. Y soy de escribir en primera persona, no me asusta eso. Lo que pasa es que siempre creo, y esto sí lo trato mucho cuando dicto los talleres, yo creo que la primera persona se puede dar, se tiene que dar, naturalmente en tres instancias. Cuando estás viviendo algo absolutamente excepcional, por ejemplo, viajaste, te secuestraron. Cuando sos alguien excepcional, incluso como periodista te convertiste en alguien excepcional y tu palabra resulta relevante. O cuando lo que estás contando es un yo que en algún sentido es un nosotros. En general, cuando uno escribe sobre los hijos, sobre los padres, sobre experiencias como pueden ser estas de las que estamos hablando, donde estás invitando al otro. Los textos que más me gustan son aquellos que cruzan el periodismo lo más tradicional posible, con de pronto un yo, que es un vos o un nosotros. Detesto profundamente el yo arrogante. No sé si sale, pero yo me cuido mucho de que el yo que aparece en mis textos no sea un yo arrogante y que expulse, sino que, en todo caso, sea un yo que abrace.

—Se me viene a la cabeza Charles Bukowski, él era un escritor más de ficción, pero quizás es muy autobiográfico en cierto punto.

Pero él tenía una vida excepcional y era un momento excepcional e igual, con perdón de Fito Páez y con perdón de todos los grandes lectores de Bukowski, no tiene hoy el sentido que tenía en los ochenta. O sea, hoy no se lo lee como se lo leía en los ochenta. No me parece que sea un clásico que haya sobrevivido al paso del tiempo. ¿Me entendés? Lo mismo Henry Miller antes, en los cincuenta. Yo lo leí a fines de los setenta o a comienzos de los ochenta porque era lo que había leído mi viejo, pero no, me parece que no sobrevivieron.

—No son un Truman Capote, digamos.

Claro. Él renovó. Tom Wolfe, todos ellos, por supuesto.

—Y voy cerrando con una pregunta sobre tu trabajo como editora. ¿Cómo diferenciás un libro novedoso, que quizás llama la atención por un momento y se apaga, de uno que intuís que puede llegar a trascender?

Me cuesta mucho diferenciar mi laburo como editora de libros de mi laburo como editora de textos en general. Un editor busca entregar al lector aquello que el lector no sabe que estáqueriendo, no sabe que está necesitando. Una cosa que sí me pasa con tu generación es que cuesta mucho que te lleven sumarios, por ejemplo. Y no terminan de darse cuenta lo importante que es hacer una selección. Porque te mandan correos en donde te dicen “bueno, propongo hacerle una entrevista a Hinde”. ¿Para qué? ¿Por qué? ¿Cuál es tu idea? “Ah, le voy a hacer una entrevista a Dolina”. Todos en una época le hacían entrevistas a Dolina. Sí, hay miles. ¿Qué vas a hacer de distinto? ¿Por qué va a ser mejor que le hagas una entrevista a Dolina a que le hagas una entrevista a Carlitos, mi farmacéutico, que es el farmacéutico del barrio, que todo el mundo lo ama porque es el tipo que te quita el dolor con el remedio que estabas buscando. Si de pronto ahí tenés una nota mejor que la décimo quinta nota de Dolina en el día. Así que a mí básicamente me resulta muy interesante ver la propuesta, tanto en un libro como en una nota. En el caso de los libros de no ficción, muchas veces son libros para el momento, incluso aunque sean muy buenos. El libro que escribimos con Raquel San Martín, Refugiados: La crisis que hace temblar a Europa, es un libro que quedó viejo y del que sigo estando orgullosísima. Pero en 2016 era una cosa y hoy completamente otra. Pero bueno, los libros entre periodísticos y de Ciencias Sociales tienen eso, son work in progress, ¿viste? El de Putin también. En cambio en la literatura, yo creo distinguir cuando hay algo… También es un resplandor. No te sabría decir muy bien. Me ha pasado muchas veces que me llega un libro temprano e inmediatamente digo “esto es otra cosa”. Me enorgullezco en dos casos más bien recientes. Me pasó con Cometierra. Yo leí Cometierra y la entrevisté a Dolores Reyes antes que nadie. Y con El salto de papá, el libro de Martín Sivak, que es no ficción.

—Cometierra es un éxito.

Salió la continuación ahora, Miseria. Pero, básicamente es eso. Cuando leíste mucho, es como si se te armara una serie. Podés darte cuenta de que esto se parece a esto otro, esto y esto. Por ejemplo, yo soy fan de Saer y de Benedetto, entonces de antemano si un autor tiene una pluma similar en algún punto, sé que va a gustarme.

—Claro, ya es un universo.

Es un universo. Pero, en el caso de Cometierra ahí lo que había era algo muy distinto. Era un momento, 2017. Hacía dos años había sido Ni Una Menos. Las mujeres empezaron a hablar, el tema femicidio se convertía ya no en algo de pocos, sino en una palabra que no había que explicar qué era, y aparece esta piba que a través de comer tierra puede rastrear qué pasó con las chicas que desaparecieron o las mujeres que desaparecieron. Era algo muy distinto. No se parecía a nada.

—Y también es una intuición súper trabajada.

Sí, igual cualquier editor que te diga que tiene claro cuándo un libro le va a ir bien, te miente. Porque si lo supieras le irían bien a todos los libros. Así que no. Son riesgos que uno corre siempre.

—¿Es un trabajo sociológico también? Nunca sabes cómo va a tomarlo la audiencia.

Bueno, también depende si tenés claro a qué público te estás dirigiendo. Yo en general, como periodista, siempre trabajé en medios grandes. Y al trabajar en medios grandes la audiencia es vastísima. Entonces, en general no te podés quedar con una cosa muy chiquitita, no podés escribir para poquitos. Y siempre me resultó muy fascinante lo de construir audiencias. Lo de salir a buscar al público. ¿Me entendés? Invitándolos a partir de las lecturas, como invitándolos a partir de una muestra. A mí viene alguien y me dice “fui a ver la muestra de Emilia Gutiérrez por vos”, y para mí ya valió la pena la nota.

—Sí, construir comunidad.

Sí, es armar eso. Armar comunidad. Definitivamente.

EnciclopediaRelacionalDinamica: HindePomeraniec (última edición 2024-03-18 21:15:28 efectuada por MercedesJones)