- LA PAUSA - Ya la dedicatoria es intrigante, dice "A los esenciales" al leer el prólogo entendí que hacía referencia a las profesiones y personas que han demostrado ser esenciales en una sociedad. Rescato a los integrantes de los equipos de salud, a las enfermeras. ¿Vos en quién pensarías?
- Isabel Allende. Ciudadana chilena (aunque nació en Perú) vive en EEUU. Escritora consagrada. Tiene una fundación que promueve a mujeres y niñas. Dice Isabel, estamos viviendo un presente distópico. Esta es una oportunidad única para ajustar los valores.
- La coincidencia en la analogía de la maratón, esto viene para largo. La pandemia como una lupa en el plano nacional los países flexibles salto para adelante. Lo mismo en el nivel de las personas. Personas que las vimos florecer. Los que tenían problemas la pandemia los excaserbnó.
- Pausa", un repaso por aquellas entrevistas a personalidades del mundo en este período de cuarentena. Ellos opinaron sobre el mundo de la postpandemia.
La Raiz de todos los males- https://www.youtube.com/watch?v=rjZZYWloeM0 En la fábula de la hormiga y la guitarra, en Argentina gana la cigarra.
PAUSA DOS- A los indispensables- https://www.lanacion.com.ar/ideas/como-sera-nuestra-vida-cuando-superemos-la-pandemia-nid30102021/ A PENSAR CON LOS QUE MÁS SABEN En Pausa 2. 25 referentes mundiales piensan cómo será nuestra nueva vida (Planeta), Hugo Alconada Mon reúne entrevistas a referentes en disciplinas diversas alrededor del fenómeno de la pandemia, así como del mundo que la humanidad debe reconstruir. Estos diálogos fueron publicados en este diario y se suman a los de Pausa, editado el año pasado.
- La pandemia resultó una lupa que agigantó todo lo bueno y lo malo que ya estaba allí. Nos obligó a examinarnos mejor. Si éramos solidarios, optimistas, flexibles, generosos, el Covid-19 nos llevó a serlo aún más. Pero si ya descollábamos por egoístas, pesimistas, rígidos o tacaños… cada uno sabrá cómo se comportó durante este período.
- Lo mismo ocurrió entre las comunidades y naciones. En aquellos países que ya afrontaban problemas de pobreza, recesión, desigualdad, xenofobia, inseguridad, intolerancia, racismo, brecha educativa o autoritarismo político, la pandemia potenció esos flagelos. Pero aquellos que ya eran innovadoras, que apostaban a la ciencia y la tecnología, que eran flexibles, vieron surgir nuevas oportunidades para prosperar.
- Ese es uno de los motivos que explican Pausa 2. 25 referentes mundiales piensan cómo será nuestra nueva vida (Planeta), libro que reúne entrevistas a figuras muy disímiles publicadas en este diario. La diversidad de miradas ofrece una perspectiva más abarcadora, en un mosaico enriquecedor. Se trata de mujeres y hombres de edades muy dispares de Europa, las Américas, Medio Oriente y Asia, con vivencias, estudios y perspectivas muy variados.
- Greta Thunberg es una estudiante adolescente, por ejemplo, mientras que Alain Touraine y Jane Goodall son nonagenarios con doctorados; algunos como Ángeles Mastretta cuentan cómo lidian con su miedo a morir, mientras que André Comte-Sponville plantea, orillando los 70 años, que le preocupa más el futuro de sus hijos y de sus nietos que su propia salud. Y la visión del chino Yanzhong Huang, una de las mentes más lúcidas sobre los desafíos de la salud global, es muy diferente de la de Tawakkol Karman, la “Madre de la Revolución” en Medio Oriente, hoy en el exilio.
- Todos son figuras globales y reconocidas por motivos muy distintos. Hay sociólogos, activistas, emprendedores, escritores, sociólogos, educadores, primatólogos, periodistas, psicólogos, abogados, neurocientistas, politólogos, exjefes de Estado, chefs, historiadores y filósofos.
- “Toda crisis es una oportunidad” es una frase remanida que la analista Michele Wucker nos invita a reformular: “Una crisis es algo terrible de desperdiciar”. Si ya estamos en el baile, ¿qué podemos extraer que nos sea útil y beneficioso? ¿Qué podemos –y debemos– aprovechar?
- Avancemos otro paso con las preguntas, que a menudo resultan más enriquecedoras que las respuestas fáciles. La expresidenta de Finlandia Tarja Halonen plantea: “Lo que estamos viviendo ahora es un entrenamiento para el futuro”. Si es así, ¿qué enseñanzas y herramientas podemos extraer de estos casi dos años de pandemia que nos resulte útil para nuestras vidas?
- Cambiar no es fácil. Pero la pandemia significó un replanteo de las reglas de juego que nos puede ayudar a modificar nuestras prácticas laborales, nuestros métodos educativos, nuestros hábitos de consumo, nuestras costumbres sociales y mucho más.
- La científica rusa Sonja Lyubomirsky sabe de eso. Con décadas encima estudiando la conducta humana, tiene clara una premisa: “Sólo perdurarán los cambios en nuestras vidas que sean estructurales”. Es decir, profundos, sistémicos. ¿Estamos dispuestos a eso?
- “La pandemia es un buen momento para pensar en lo que realmente importa”, remarca Daniel Goleman, que de inteligencia emocional sabe. “Lo que vivimos es una oportunidad para pensar en el significado y el propósito de nuestras vidas”.
- si afrontamos desafíos que perdurarán durante años o, incluso, décadas, entonces los desafíos nos exceden. Involucran a nuestros hijos y nuestros nietos. ¿Qué mundo les estamos dejando, sabiendo que, como dice Fareed Zakaria, “esta pandemia es más global que cualquier evento que hayamos experimentado antes”?
- Greta Thunberg recuerda que “debemos comenzar a tratar la crisis climática como una crisis y a tomar medidas para detenerla”. Y Jane Goodall se ilusiona: “La gente comienza a comprender que tanto la pandemia como el cambio climático son causados por nuestra absoluta falta de respeto al medio ambiente”.
- El sociólogo francés Alain Touraine aborda otra arista que debemos replantearnos pensando en las siguientes generaciones. Plantea que debemos “retornar a una democracia donde se dé la prioridad a la sociedad civil por encima de los Estados”. Pero, ¿estamos priorizando a las personas y, en particular, a los que más necesitan ayuda? O dicho de otro modo, cuando llegue nuestro final, ¿habremos dejado un mundo –el que nos rodea en lo inmediato– mejor que el que nos recibió?
- La pandemia nos deja tareas pendientes que nos tienen como protagonistas en beneficio o perjuicio de quienes más amamos. “Si no actuamos ahora”, alerta el Nobel de la Paz Kailash Satyarthi, “les habremos fallado a nuestros hijos en el momento en que más nos necesitan”.
- Confío, pues, que esta segunda serie de entrevistas nos ofrezca otra oportunidad para reflexionar sobre lo que vivimos y lo que se avecina. Porque afrontamos una nueva oportunidad. Y depende de nosotros. Así lo plasma la poetisa nicaragüense Gioconda Belli:
- “Porque mientras quede uno
- dispuesto a salvar a otro
- no se rendirá la vida
- la ciudad
- la humanidad
- y bajo un cielo lavado
- habrá que recomenzar”.
EL TEMA DE LA CONFIANZA
- Fareed Zakaria- Definió los confinamientos masivos como “una señal de fracaso”. ¿Por qué? –Lo comprendí tras dialogar con el vicepresidente taiwanés. Taiwán probablemente obtenga la medalla de oro por su manejo del Covid-19. Con 24 millones de habitantes registró siete muertes. El estado de Nueva York, donde vivo, tiene 19 millones de personas y registró casi 4000 muertes por Covid-19. La tasa de mortalidad por esta pandemia en Estados Unidos es 2000 veces mayor per cápita que la de Taiwán, aunque los taiwaneses gastan en atención médica un tercio de lo que gasta Estados Unidos. Es un éxito asombroso. La clave es aislar a los contagiados, por lo que no se trata solo de testear, ni rastrear quiénes están potencialmente infectados, sino aislarlos. Al hacerlo de manera inteligente, el otro 99 por ciento de la población pudo continuar con sus actividades como siempre. Taiwán nunca ordenó un bloqueo general de ningún tipo. Corea del Sur y Singapur, tampoco. Por el contrario, es fascinante ver cómo no hemos tenido la disciplina en Occidente para hacer esto. Requiere un gobierno muy inteligente, que actúa temprano, y cierta confianza entre el gobierno y la gente. Ese es un problema en el mundo occidental: hemos perdido esa confianza en el gobierno.
- –¿Cuáles son las preguntas que deberíamos hacernos ahora?
- –La pregunta fundamental es cuál es el equilibrio correcto entre velocidad y estabilidad, velocidad y protección, velocidad y algunas redes de seguridad, cuando por ejemplo desregulamos masivamente las finanzas globales. Recordemos cuántas crisis económicas hemos tenido desde la década de 1990, cuántas crisis geopolíticas como el 11 de septiembre, cuántas crisis naturales. Tenemos un mundo muy inestable, que se mueve muy rápido. Me preocupa que la próxima sea la crisis climática.
- Daniel Goleman.”Es el momento de pensar en lo que importa” “Sentido de propósito”. Es decir, para qué vivimos, para qué trabajamos, cuál es nuestro objetivo profundo, real, que nos moviliza. Ese, puede decirse, es el objetivo que en estos tiempos de coronavirus y crisis nos invita a buscar Daniel Goleman, el psicólogo que está por alcanzar un hito. El libro que cambió su vida, Inteligencia emocional, cumplió veinticinco años.
- “La pandemia es un buen momento para pensar en lo que realmente importa”, dice Goleman desde las afueras de Nueva York. A los 75 años, encara nuevos proyectos y ayuda a quienes puede en estos tiempos complicados. En particular, al personal sanitario que afronta un estrés superlativo. “Me inquieta la resiliencia entre las personas más estresadas”, explica, mientras marca una distinción: aquellos que tienen un objetivo más allá de ellos mismos son más resilientes.
- –Menciona la resiliencia. ¿Por qué es tan relevante en estos días? –Resiliencia significa qué tan rápido nos recuperamos de emociones como estar molestos, preocupados, ansiosos o temerosos Algunas personas son más resilientes y otras no lo son en absoluto. Una forma de saber que no eres muy resiliente es si te despiertas preocupado por algo en medio de la noche. Es una señal de que no puedes desconectarte de tus preocupaciones. Eso implica que hay una relación en el cerebro que debe fortalecerse. Le explico: la corteza prefrontal, es decir, justo detrás de la frente, es el llamado “centro ejecutivo” del cerebro. El lado izquierdo de la corteza prefrontal tiene un conjunto o circuito de células cerebrales que pueden inhibir o decir “no” a la activación del estrés. En las personas que son muy resilientes, ese circuito es aproximadamente tres veces más poderoso que en las personas que tienen una resiliencia muy baja. Pero hay formas de mejorar la resiliencia y la meditación generalmente es una forma de fortalecer ese circuito.
- Cuáles son las preguntas que deberíamos hacernos ahora? –Una pregunta es ¿qué no estoy percibiendo? O ¿qué estoy ignorando? Al principio de la pandemia, pudo haber sido el riesgo que representaba el virus. Ahora puede ser la injusticia sistémica. ¿Por qué algunos no reciben el tratamiento adecuado? ¿Por qué otros sufren la injusticia económica? ¿Por qué la pobreza se transmite de generación en generación? ¿Cómo es que la forma en que vivo y lo que compro y uso está contribuyendo a la degradación de la vida en el planeta? Para mí, esas son las preguntas más interesantes.
- JANE GOODALL “No podemos seguir así, ¿verdad?”, interroga la legendaria Jane Goodall desde su casa familiar en la campiña de Inglaterra. “A medida que salgamos de esta pandemia, tenemos que encontrar una nueva economía verde que no solo dependa del desarrollo económico. De hecho, no podemos tener un desarrollo económico global ilimitado en un planeta con recursos naturales finitos y una población en constante crecimiento”.
- Octava persona –y primera mujer– en obtener un doctorado en la Universidad de Cambridge sin un título de grado previo, Goodall confía en que la humanidad se encuentra a tiempo de revertir su debacle. Pero eso, afirma, dependerá de cada uno de nosotros, incluso en estos tiempos de coronavirus. Y, en particular, de los jóvenes. Confía en ellos. “Parecen estar –dice– a la altura del desafío”.
- –¿Qué es lo que más le preocupa de esta pandemia global? Mi mayor temor es que sigamos adelante como si nada, que continuemos con esta codiciosa destrucción de los recursos naturales del planeta. En ciertos lugares estamos consumiendo esos recursos más rápido de lo que la naturaleza puede reponerlos, mientras aumenta la población humana y todos aspiran al mismo estilo de vida insostenible que existe en el mundo desarrollado. Ahora somos 7200 millones de personas, se estima que para 2050 seremos 9700 millones. Tenemos que aliviar la pobreza, tenemos que reducir el estilo de vida insostenible del resto y tenemos que pensar cómo será el crecimiento de la población durante las próximas décadas.
- –¿Hay motivos para la esperanza? –Sí. Los jóvenes parecen estar a la altura del desafío. Son muy decididos. No estoy hablando solo de marchar y exigir a los políticos y las empresas que instrumenten cambios. Me refiero a jóvenes, como los que se suman a nuestro “Raíces y Brotes”, que salen a plantar árboles y levantar basura, abordando el problema de la contaminación plástica. Se han levantado ante una desesperada necesidad y están llenos de entusiasmo y determinación.
- Y otra razón por la que soy optimista es que muchos directores ejecutivos de grandes corporaciones están cambiando. En parte porque responden a la demanda de los consumidores, que han comenzado a mostrar una conciencia mayor sobre el cambio climático. Si la gente dice, “Bueno, no voy a comprar este producto porque se fabricó de una manera que daña el medio ambiente y aumenta el cambio climático”, eso hace que una empresa cambie. A eso se suma que muchos de estos directores ejecutivos tienen hijos, que les hacen planteos.
- Lo mismo con los políticos que quieren impulsar una nueva “economía verde”, que se dan cuenta de que tenemos que invertir dinero y esfuerzo para abordar el cambio climático, para apoyar la energía renovable. Estos políticos más conscientes de los desafíos que afrontamos deberían empezar a marcar la diferencia. Y a esta se suma, claro, la resiliencia de la naturaleza. Hay lugares que hemos destruido por completo pero que pueden regenerarse.
MALVINAS- VISITA DE HUGO ALCONADA MON- https://www.youtube.com/watch?v=uCbnL5IsXeA Aprender de Grandes- https://www.youtube.com/watch?v=uCbnL5IsXeA Hace un tiempo, conversé con Hugo Alconada Mon y acá les comparto una parte de la conversación que me gustó mucho. Hugo es un periodista muy reconocido y premiado por hacer periodismo de investigación. ¡No se lo pierdan!
Episodio completo: https://youtu.be/k22H1xn4hRM
22.11.2022
- Luego de siete libros de investigación sobre la vida política nacional, el periodista se zambulle en una novela histórica que dialoga con muchos problemas del presente.
- Sergio Carreras
- Viernes, 30 de septiembre de 2022
No es una novedad que Hugo Alconada Mon es un periodista de investigación obsesivo. Mientras habla desde su casa, en la ciudad de La Plata, confiesa que tiene colgado un mapa cuadrado de 1,50 metros donde fue marcando cada puente, cada prostíbulo, cada laguna que existía en la ciudad a fines del siglo XIX.
- Simultáneamente construyó una línea del tiempo para ir ordenando el recorrido de los personajes que protagonizan La ciudad de las ranas, su primera novela histórica, que acaba de publicar Planeta, en la que se zambulle, por primera vez, en las aguas de la ficción.
- Luego de siete exitosos libros de investigación periodística, en los que se dedicó a desnudar la corrupción del kirchnerismo, hace cinco años tomó la decisión de repetir el salto que han dado muchos periodistas hacia la literatura. Tan bien le ha resultado este cambio de aires que admite ya estar trabajando en su segunda novela histórica, al mismo tiempo que tiene en marcha otro libro periodístico: imposible descuidar la actualidad argentina.
- UN PANTANO LLENO DE RANAS
- El germen de esta novela, que recrea la fundación de la ciudad de La Plata en el marco de las batallas políticas de la época, nació –cuenta Alconada Mon– cuando trabajó como cronista de la sección Información General para el diario platense El Día, desde 1999 hasta 2001.
- El nombre de la novela alude a la expresión despectiva que tuvo el presidente Julio Argentino Roca hacia el proyecto de fundación de La Plata al que se había lanzado el gobernador bonaerense Dardo Rocha, con la intención de sucederlo al frente de la Casa Rosada. En 1880, el Congreso de la Nación había aprobado la federalización de la ciudad de Buenos Aires, y Rocha tenía la secreta intención de construir otra capital, La Plata, para convertirla en la capital nacional cuando fuera presidente y así devolverles Buenos Aires a los porteños.
- La novela hunde su mirada en la rivalidad entre esos dos grandes políticos, al mismo tiempo que desarrolla la historia de los inmigrantes, principalmente italianos, que fueron la mano de obra que levantó la actual capital bonaerense. Como toda novela, la historia da vida a muchos personajes de ficción, y como toda novela histórica incluye también a caracteres reales como Julio V. Mansilla, Eduardo Wilde, José Ingenieros, el Perito Moreno, es decir, la Generación del ’80 en su momento de esplendor, cuando pensaba que estaban dando nacimiento a un país nuevo y moderno.
- No es una novedad que Hugo Alconada Mon es un periodista de investigación obsesivo. Mientras habla desde su casa, en la ciudad de La Plata, confiesa que tiene colgado un mapa cuadrado de 1,50 metros donde fue marcando cada puente, cada prostíbulo, cada laguna que existía en la ciudad a fines del siglo XIX. Simultáneamente construyó una línea del tiempo para ir ordenando el recorrido de los personajes que protagonizan La ciudad de las ranas, su primera novela histórica, que acaba de publicar Planeta, en la que se zambulle, por primera vez, en las aguas de la ficción.
Luego de siete exitosos libros de investigación periodística, en los que se dedicó a desnudar la corrupción del kirchnerismo, hace cinco años tomó la decisión de repetir el salto que han dado muchos periodistas hacia la literatura. Tan bien le ha resultado este cambio de aires que admite ya estar trabajando en su segunda novela histórica, al mismo tiempo que tiene en marcha otro libro periodístico: imposible descuidar la actualidad argentina.
UN PANTANO LLENO DE RANAS El germen de esta novela, que recrea la fundación de la ciudad de La Plata en el marco de las batallas políticas de la época, nació –cuenta Alconada Mon– cuando trabajó como cronista de la sección Información General para el diario platense El Día, desde 1999 hasta 2001.
Hugo Alconada Mon (La Voz del Interior, Archivo) Hugo Alconada Mon: A los corruptos los pone locos la exposición “Fueron los días en los que más conocí sobre la ciudad”, dice, mientras se reconoce como un platense nacido y criado, hincha de Estudiantes, fiel seguidor de las filosofías futboleras bilardista y zubeldiana, y con una raigambre familiar local que se estira hasta sus bisabuelos.
La novela histórica de Hugo Alconada Mon, editada por Planeta. La novela histórica de Hugo Alconada Mon, editada por Planeta. El nombre de la novela alude a la expresión despectiva que tuvo el presidente Julio Argentino Roca hacia el proyecto de fundación de La Plata al que se había lanzado el gobernador bonaerense Dardo Rocha, con la intención de sucederlo al frente de la Casa Rosada. En 1880, el Congreso de la Nación había aprobado la federalización de la ciudad de Buenos Aires, y Rocha tenía la secreta intención de construir otra capital, La Plata, para convertirla en la capital nacional cuando fuera presidente y así devolverles Buenos Aires a los porteños.
La novela hunde su mirada en la rivalidad entre esos dos grandes políticos, al mismo tiempo que desarrolla la historia de los inmigrantes, principalmente italianos, que fueron la mano de obra que levantó la actual capital bonaerense. Como toda novela, la historia da vida a muchos personajes de ficción, y como toda novela histórica incluye también a caracteres reales como Julio V. Mansilla, Eduardo Wilde, José Ingenieros, el Perito Moreno, es decir, la Generación del ’80 en su momento de esplendor, cuando pensaba que estaban dando nacimiento a un país nuevo y moderno.
- “La novela –dice Alconada Mon– tiene dos o tres niveles. Primero está el de la política, la vida pública y sus altas esferas. Toda esa parte es cien por ciento real, documentado. Consulté más de 200 libros y papers académicos, entrevisté a historiadores, antropólogos, arquitectos. Los diálogos que reflejo entre Roca y Rocha los tomé de la correspondencia que se escribieron entre ellos o que escribieron a terceros, pero aludiéndose. La batalla, la masacre, la quema de templos masónicos, la muerte de obreros, todo lo que cuento realmente pasó”.
- “En otro nivel –continúa el autor– hay personajes que sí fueron reales, pero a los cuales les invento una historia. Por ejemplo, el escritor Edmundo De Amicis estuvo en La Plata, pero recreo los personajes con los que interactuó.
- En un tercer nivel están los personajes que son completamente ficticios. Salvando las enormes distancias, intenté hacer algo parecido a lo que hicieron Félix Luna en Soy Roca y Tomás Eloy Martínez en Santa Evita: generar un relato en el cual el lector no tiene claro hasta dónde llega la realidad y hasta dónde alcanza la ficción”. TENGO EL OJO ENTRENADO PARA ESO”
- –¿Hasta qué punto tu trabajo como periodista de investigación se refleja en la historia de la novela?
- –Hay mucho de eso. Mucho de lo que he ido absorbiendo de la política argentina, la forma de moverse por detrás de los telones, los operadores judiciales, las trampas de campaña. Cuando abordo la fundación de La Plata y veo que los amigos del gobernador Rocha, mientras él construye la ciudad, le reforman su casa simplona y le arman un castillo rococó, obviamente pienso que son los amigos de la patria contratista que le devuelven la gentileza con la construcción de una casa.
- Ver que el hermano de Roca, mientras él está en la Campaña del Desierto, es proveedor del Ejército…. y bueno, tengo el ojo entrenado para eso. Veía quiénes habían sacado los créditos en el banco oficial y me reía a carcajadas. Lo mismo cuando leía sobre la compra de periodistas, me cagaba de risa. No aprendemos más. Este libro abreva mucho en lo que he ido aprendiendo en estos años de periodismo.
- No es una novedad que Hugo Alconada Mon es un periodista de investigación obsesivo. Mientras habla desde su casa, en la ciudad de La Plata, confiesa que tiene colgado un mapa cuadrado de 1,50 metros donde fue marcando cada puente, cada prostíbulo, cada laguna que existía en la ciudad a fines del siglo XIX. Simultáneamente construyó una línea del tiempo para ir ordenando el recorrido de los personajes que protagonizan La ciudad de las ranas, su primera novela histórica, que acaba de publicar Planeta, en la que se zambulle, por primera vez, en las aguas de la ficción.
Luego de siete exitosos libros de investigación periodística, en los que se dedicó a desnudar la corrupción del kirchnerismo, hace cinco años tomó la decisión de repetir el salto que han dado muchos periodistas hacia la literatura. Tan bien le ha resultado este cambio de aires que admite ya estar trabajando en su segunda novela histórica, al mismo tiempo que tiene en marcha otro libro periodístico: imposible descuidar la actualidad argentina.
UN PANTANO LLENO DE RANAS El germen de esta novela, que recrea la fundación de la ciudad de La Plata en el marco de las batallas políticas de la época, nació –cuenta Alconada Mon– cuando trabajó como cronista de la sección Información General para el diario platense El Día, desde 1999 hasta 2001.
Hugo Alconada Mon (La Voz del Interior, Archivo) Hugo Alconada Mon: A los corruptos los pone locos la exposición “Fueron los días en los que más conocí sobre la ciudad”, dice, mientras se reconoce como un platense nacido y criado, hincha de Estudiantes, fiel seguidor de las filosofías futboleras bilardista y zubeldiana, y con una raigambre familiar local que se estira hasta sus bisabuelos.
La novela histórica de Hugo Alconada Mon, editada por Planeta. La novela histórica de Hugo Alconada Mon, editada por Planeta. El nombre de la novela alude a la expresión despectiva que tuvo el presidente Julio Argentino Roca hacia el proyecto de fundación de La Plata al que se había lanzado el gobernador bonaerense Dardo Rocha, con la intención de sucederlo al frente de la Casa Rosada. En 1880, el Congreso de la Nación había aprobado la federalización de la ciudad de Buenos Aires, y Rocha tenía la secreta intención de construir otra capital, La Plata, para convertirla en la capital nacional cuando fuera presidente y así devolverles Buenos Aires a los porteños.
La novela hunde su mirada en la rivalidad entre esos dos grandes políticos, al mismo tiempo que desarrolla la historia de los inmigrantes, principalmente italianos, que fueron la mano de obra que levantó la actual capital bonaerense. Como toda novela, la historia da vida a muchos personajes de ficción, y como toda novela histórica incluye también a caracteres reales como Julio V. Mansilla, Eduardo Wilde, José Ingenieros, el Perito Moreno, es decir, la Generación del ’80 en su momento de esplendor, cuando pensaba que estaban dando nacimiento a un país nuevo y moderno.
“La novela –dice Alconada Mon– tiene dos o tres niveles. Primero está el de la política, la vida pública y sus altas esferas. Toda esa parte es cien por ciento real, documentado. Consulté más de 200 libros y papers académicos, entrevisté a historiadores, antropólogos, arquitectos. Los diálogos que reflejo entre Roca y Rocha los tomé de la correspondencia que se escribieron entre ellos o que escribieron a terceros, pero aludiéndose. La batalla, la masacre, la quema de templos masónicos, la muerte de obreros, todo lo que cuento realmente pasó”.
“En otro nivel –continúa el autor– hay personajes que sí fueron reales, pero a los cuales les invento una historia. Por ejemplo, el escritor Edmundo De Amicis estuvo en La Plata, pero recreo los personajes con los que interactuó. En un tercer nivel están los personajes que son completamente ficticios. Salvando las enormes distancias, intenté hacer algo parecido a lo que hicieron Félix Luna en Soy Roca y Tomás Eloy Martínez en Santa Evita: generar un relato en el cual el lector no tiene claro hasta dónde llega la realidad y hasta dónde alcanza la ficción”.
“TENGO EL OJO ENTRENADO PARA ESO” –¿Hasta qué punto tu trabajo como periodista de investigación se refleja en la historia de la novela?
–Hay mucho de eso. Mucho de lo que he ido absorbiendo de la política argentina, la forma de moverse por detrás de los telones, los operadores judiciales, las trampas de campaña. Cuando abordo la fundación de La Plata y veo que los amigos del gobernador Rocha, mientras él construye la ciudad, le reforman su casa simplona y le arman un castillo rococó, obviamente pienso que son los amigos de la patria contratista que le devuelven la gentileza con la construcción de una casa. Ver que el hermano de Roca, mientras él está en la Campaña del Desierto, es proveedor del Ejército…. y bueno, tengo el ojo entrenado para eso. Veía quiénes habían sacado los créditos en el banco oficial y me reía a carcajadas. Lo mismo cuando leía sobre la compra de periodistas, me cagaba de risa. No aprendemos más. Este libro abreva mucho en lo que he ido aprendiendo en estos años de periodismo.
Hugo Alconada Mon y el arte de entrevistar: “Una vez preparé 750 preguntas para Woody Allen”
- –¿Cómo fueron las primeras reacciones que recibiste al dar el salto hacia la ficción?
- –Sí, hubo cierta sorpresa. Mucha gente no lo esperaba. Yo la jugué de callado. Hay gente que no me imaginaba escribiendo ficción y me chicaneaba, me decía; “Al fin blanqueaste que siempre escribías ficción”, ja. Cada uno tiene que hacer su propio recorrido. Este lo estoy disfrutando más que los siete libros anteriores. Aun cuando fueron bestsellers y que hubo dos que fueron número uno en ventas en el país, debieron ser analizados por abogados, pasar un examen, porque no podés patinar con un dato ni correr riesgo de que te metan una demanda y te llamen a tribunales… Este libro fue puro disfrute. Las devoluciones de los lectores y las lectoras son increíbles, me quedo sorprendido.
- –No vamos a spoilear el final de la novela, pero la historia termina en un lugar muy caro a algunos casos de la actualidad política nacional.
- –Es nuestra cultura. El libro está lleno de datos reales. Pasé años leyendo cómo vivían los inmigrantes italianos en aquella época, analicé censos, balances contables, registros bancarios. Busqué y leí cartas de inmigrantes, leí sobre la historia de la moda argentina para saber cómo se vestía, tuve que aprender qué es un paletó, un miriñaque, qué tipo de carruajes había, qué se comía. Investigué a qué distancia llegaban los proyectiles de las armas que había, qué diferenciaba a un Mauser de otro. Fue un proceso de exploración y aprendizaje que para mí fue hermoso porque, en definitiva, habla de nuestros abuelos, de nuestros padres, de muchas de nuestras costumbres familiares, sobre la forma de educarnos. Todo eso viene de aquella época. La historia de la novela es sobre la fundación de La Plata, pero también habla de una cultura del trabajo, del esfuerzo, del sacrificio que hicieron miles de inmigrantes que nunca más volvieron a ver sus casas ni a sus familias. Esa cultura generó nuestra cultura.
- –En alguna medida, tu novela es un homenaje a la ciudad. ¿Cuál ha sido el rol de La Plata en la historia argentina? Vista desde Córdoba, al menos, aparece como una urbe desdibujada, sin una identidad muy clara.
- –La Plata es la ciudad que no fue, un proyecto trunco. Es el sueño de la Generación del ’80 que no se completó, que está pendiente. Es la ciudad que iba a ser el trampolín de Dardo Rocha a la presidencia, para mostrarse como el gran hacedor de la Argentina moderna. Roca detecta esa intención y se la impide, porque si no, era volver a reforzar la dicotomía entre Buenos Aires y las provincias, era haber sangrado en guerras para nada.
- La Plata es la hermana ninguneada de la Gran Metrópoli. Quedó como un satélite más del Área Metropolitana de Buenos Aires y su identidad quedó desdibujada por su cercanía con Buenos Aires. Rocha llegó a la conclusión de que, si hubiera tenido que fundar de nuevo la ciudad capital, la habría llevado a un lugar más alejado, donde pudiera desarrollar una identidad propia. La Plata ha perdido parte de su razón de ser, su identidad, su entidad.Por eso algunos la denominan “ciudad dormitorio”. La impronta mayor que tiene es ser una ciudad universitaria. Cuando la política le quitó su apoyo, la educación le dio su razón de ser.
LA CIUDAD DE LAS RANAS
- Un viaje en el tiempo hacia la ciudad mejor diagramada y más disputada del siglo XIX.
La Argentina de fines del siglo XIX pujó entre el orden y el colapso, el progreso y las revoluciones mientras buscaba consolidar una identidad política. La fundación de La Plata en 1882 concentró, en ese contexto, las ilusiones y disputas de un grupo de hombres al que se conocería como la Generación del 80, aunque sus principales figuras no se veían a sí mismas como un bloque. Lucharon por el poder, se espiaron, tejieron acuerdos transitorios y conspiraron cada día, unos contra otros, en medio de una tensión social que amenazaba con arrasarlo todo. Este es el país que retrata de manera precisa y sutil La ciudad de las ranas, con personajes estelares: Julio Roca; su aliado y rival, Dardo Rocha; Eduardo Wilde y la jovencísima Guillermina de Oliveira Cézar; Miguel Juárez Celman, Ramón Falcón, católicos y masones, y los inmigrantes italianos, los grandes y anónimos protagonistas de la construcción de una ciudad llamada a ser referencia mundial. Entre esos inmigrantes, un muchacho llamado Íñigo Rocamora se erigió en líder. La urbe que nacía moldeó su destino, entre un amor improbable, la Masacre de San Ponciano, los prejuicios de la clase dominante y la Batalla de Ringuelet. Hugo Alconada Mon ha escrito una novela histórica apasionante y contundente.
- El amor clandestino de Julio Argentino Roca con Guillermina de Oliveira Cézar, la esposa de su mejor amigo
- De los amores de personajes políticos de nuestra historia, hubo uno secreto que trascendió lo privado y se transformó en una pasión comentada y murmurada a media voz. Fue el que mantuvieron el político con la esposa del prestigioso médico y sanitarista Eduardo Wilde, íntimo del militar y quien siempre se comportó como si nada pasara
- A Julio Argentino Roca se le conocieron varios romances. Cuando contaba 26 años dejó embarazada a Ignacia Robles, luego de “secuestrarla” durante una semana porque la futura suegra no quería saber nada de la relación. Fruto de ese fugaz idilio, nacería Carmen, que años después se le aparecería en su casa. El mayordomo le dijo a Roca: “Hay una mujer que dice que es su hija, y la verdad es que es igual a usted”. En el velorio del ex presidente era fácilmente distinguirla, era la que lloraba desconsoladamente. “Es una hija de papá”, explicaba otra de sus hijas.
- A su esposa, la cordobesa Clara Funes, la conoció cuando estuvo destinado al sur de Córdoba en la lucha contra el indio Roca. Tuvieron seis hijos: un varón, Julio, quien sería vicepresidente de Agustín P. Justo y cinco mujeres. Clara fallecería muy joven, a los 36 años.
- Roca tenía un entrañable amigo, Eduardo Faustino Wilde, a quien conocía desde sus tiempos de pupilos en el Colegio Nacional de Concepción del Uruguay, dirigido por el francés Alberto Larroque.
¿Que podés comentarle a la audiencia sobre el personaje histórico de Guillermina María Mercedes de Oliveira Cézar y Diana que fue el amor clandestino de Dardo Rocha, y con los años, ya viuda de Wilde creó la reconocida escuela de enfermería de la Cruz Roja?
- Guillermina de Oliveira Cézar había nacido en Montevideo el 25 de junio de 1870. Había estudiado en el Colegio Americano, donde trabajaba la irlandesa Mary Elizabeth Conway, una de las maestras que había traído Domingo Faustino Sarmiento.
- Wilde aceptó la propuesta. Convertido en una figura por demás impopular para la iglesia, debió sortear otro escollo. Cuando fijó 1885 como fecha para su matrimonio con la jovencísima Guillermina, de tan solo 15 años, la iglesia no lo quiso casar. Es que además era un abierto ateo y un masón.
- Fue el propio Roca el que decidió cortar la relación. Nombró a su viejo amigo, que estaba a cargo del Departamento Nacional de Higiene como ministro plenipotenciario primero en Estados Unidos y luego en Bélgica y Holanda
- Guillermina permaneció en Europa y luego de un tiempo prudencial, regresó a Buenos Aires. No tuvo hijos. En 1920, siendo presidenta del Comité Central de Damas de la Cruz Roja, impulsó la creación de las escuelas de enfermería. Una de sus hermanas, Angela, alcanzaría notoriedad por haber sido una de las principales promotoras de la erección del monumento al Cristo Redentor, en Mendoza, que fue inaugurado el 13 de marzo de 1904.
- Guillermina falleció a los 66 años en la ciudad de Buenos Aires el 29 de mayo de 1936. Y se llevó consigo una historia de amor, de esas que no se repiten.
- Su padre la ofreció en matrimonio sin rodeos y con éxito. “¿Por qué no se casa con una de mis hijas?”, le dijo a uno de los prominentes personajes de la generación del 80: Eduardo Wilde, célebre médico higienista, amigo y ministro de Roca, mentor de la salubridad en Buenos Aires y propulsor de la enseñanza laica y el matrimonio civil.
- Wilde era viudo y tenía 42 años. Guillermina era una adolescente de 15. El padrino de la boda fue el presidente Julio Argentino Roca y los testigos Carlos Pellegrini y Victorino de la Plaza.
- La indiferencia inicial de Roca hacia aquella adolescente cambió cuando el matrimonio volvió de Europa después de una estadía de diez años. Ella tenía 25 años y el 52 cuando iniciaron un extenso romance que tomó estado público y fue “la comidilla” de la sociedad porteña ante la pasividad de Wilde. La revista “Caras y Caretas”, con caricaturas en su portada, certifica la publicidad que alcanzó aquel vínculo.
- Una escueta biografía de Guillermina indica que se interesó por la asistencia social de las minorías desfavorecidas y que al año siguiente de aquel episodio de las alhajas creó una escuela de enfermeras. También integró la Sociedad de Beneficencia e hizo publicar las obras completas de Wilde, cuyos derechos donó a la Universidad de Medicina para destinarlo a un premio anual.
- En la sesión del seis de mayo de 1920, el consejo Supremo de la Institución, autorizo al Comité Central de Damas, presidido por la Sra. Guillermina Oliveira Cezar de Wilde, para instalar Escuelas de Enfermería, dando así lugar a la creación, en el tiempo, de 37 Institutos Escuela diseminados en todo el territorio nacional.
- El periodista y escritor habla de su primera novela, La ciudad de las ranas, y analiza algunos rasgos de la Generación del 80; cómo juzgarían a la Argentina actual aquellos hombres que soñaron el país- Luciano Román-LA NACION- 10 de septiembre de 2022
- La ciudad de las ranas es un viaje en varias direcciones. Es, en principio, el viaje de un gran periodista de investigación (apegado a los documentos y a los hechos) al territorio mágico de la ficción. Es también el viaje de un hombre sensible y curioso a las profundidades y misterios de su propio terruño. Es el viaje a una época y a una generación que soñó la Argentina con ambición, con talento y con coraje, pero que no fue inmaculada ni perfecta. Es un viaje por la historia, la política, la cultura y los sueños de una ciudad y de un país que fueron más de lo que son.
- La ciudad de las ranas es la primera novela de Hugo Alconada Mon. Consagrado como periodista de investigación, Hugo no necesita presentación ante los lectores de LA NACION. Ha sido autor de resonantes y rigurosas investigaciones periodísticas; ha buceado en los sótanos del poder y ha seguido, con implacable meticulosidad, complejas tramas locales e internacionales de corrupción. Es autor de varios libros periodísticos, tanto de investigación como de entrevistas. Pero con el mismo espíritu y el mismo valor que se necesitan para ejercer el periodismo de investigación, Hugo se ha animado a explorar otro mundo, el de la ficción y la novela de aventuras. Para eso se sumergió en la historia de La Plata, la ciudad en la que nació, en la que se formó y en la que forjó una hermosa familia. La misma ciudad en la que dio sus primeros pasos como periodista, y a la que está indisolublemente unido por lazos familiares que se remontan a sus antepasados hasta llegar a sus padres, Ana e Isidoro.
- "La Generación del 80, con sus luces y sus sombras, alumbró la ley 1420 que educó a todo un país y terminó convirtiendo a la Argentina en la nación más educada de América Latina"
- La ciudad de las ranas (en alusión a sus bañados y su fauna) fue la forma despectiva en la que Julio Argentino Roca se refirió a La Plata cuando su diseño urbano recién empezaba a perfilarse. Esa ironía filosa expresaba, de algún modo, sus tensiones y rispideces con Dardo Rocha, el gobernador bonaerense que fundó la capital de la provincia y quiso pero nunca pudo sucederlo.
- De esos hombres y de ese tiempo habla Hugo Alconada Mon en esta entrevista. Pero también habla del presente a la luz de aquella historia.
- –¿Cómo fue el salto de un periodista de investigación, apegado a la rigurosidad de los datos, “esclavo” de las pruebas y de los documentos, al mundo de la imaginación, la novela y la ficción?
- –Fue una cuestión de necesidad y de ilusión. Este libro comenzó a gestarse cuando yo trabajaba en el diario El Día, hace ya más de veinte años. ¿Por qué? Porque soy nacido y criado en La Plata, donde vivo. Pero los dos años y medio que pasé en el diario El Día me aportaron una información valiosa; fue el tiempo en el que más conocí la ciudad de La Plata, porque el mismo trabajo te lleva a conocer a personas distintas, historiadores, lugares que de otro modo no conocerías. Y me quedó la idea de que ahí había algo mucho más atractivo de lo que usualmente sabemos. Entonces desde aquel tiempo fui leyendo, pero lo hacía de manera salpicada. En los últimos años empecé a meterle velocidad y ritmo, y la primera idea fue escribir una historia pequeña de la ciudad de La Plata en el período fundacional. Y empecé a trabajar como cuando hago mi trabajo de no ficción: una línea cronológica, un documento madre con toda la información, un listado de fuentes y de citas. Lo tengo armado.
- Pero, a medida que lo iba escribiendo, empecé a preguntarme cómo abordar ciertos temas históricos y a ver que me faltaban piezas del rompecabezas. Consulté a muchas fuentes, hablé con el presidente de la Academia Nacional de la Historia y busqué datos por todos lados. Pero había momentos en los cuales las piezas no encastraban. Y ahí empecé a jugar con la imaginación. A medida que iba completando el rompecabezas, me fui embalando, cubriendo los huecos. En un momento la ficción se superpuso sobre la historia real. Y entonces me empecé a divertir, y la pasé genial. Fue en medio de la pandemia, cuando estábamos encerrados, y esta era una manera, si querés, hasta de volar. Hay muchos personajes de la novela que son reales, pero hay otros que son totalmente inventados.
- "La Plata era la ciudad que encarnaba el ideal de progreso, de iluminismo, de racionalismo de una generación que quería impulsar el desarrollo de una nación"
- La ciudad de las ranas es un viaje en varias direcciones. Es, en principio, el viaje de un gran periodista de investigación (apegado a los documentos y a los hechos) al territorio mágico de la ficción. Es también el viaje de un hombre sensible y curioso a las profundidades y misterios de su propio terruño. Es el viaje a una época y a una generación que soñó la Argentina con ambición, con talento y con coraje, pero que no fue inmaculada ni perfecta. Es un viaje por la historia, la política, la cultura y los sueños de una ciudad y de un país que fueron más de lo que son.
- La ciudad de las ranas es la primera novela de Hugo Alconada Mon. Consagrado como periodista de investigación, Hugo no necesita presentación ante los lectores de LA NACION. Ha sido autor de resonantes y rigurosas investigaciones periodísticas; ha buceado en los sótanos del poder y ha seguido, con implacable meticulosidad, complejas tramas locales e internacionales de corrupción. Es autor de varios libros periodísticos, tanto de investigación como de entrevistas. Pero con el mismo espíritu y el mismo valor que se necesitan para ejercer el periodismo de investigación, Hugo se ha animado a explorar otro mundo, el de la ficción y la novela de aventuras. Para eso se sumergió en la historia de La Plata, la ciudad en la que nació, en la que se formó y en la que forjó una hermosa familia. La misma ciudad en la que dio sus primeros pasos como periodista, y a la que está indisolublemente unido por lazos familiares que se remontan a sus antepasados hasta llegar a sus padres, Ana e Isidoro.
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La ciudad de las ranas es un viaje en varias direcciones. Es, en principio, el viaje de un gran periodista de investigación (apegado a los documentos y a los hechos) al territorio mágico de la ficción. Es también el viaje de un hombre sensible y curioso a las profundidades y misterios de su propio terruño. Es el viaje a una época y a una generación que soñó la Argentina con ambición, con talento y con coraje, pero que no fue inmaculada ni perfecta. Es un viaje por la historia, la política, la cultura y los sueños de una ciudad y de un país que fueron más de lo que son.
La ciudad de las ranas es la primera novela de Hugo Alconada Mon. Consagrado como periodista de investigación, Hugo no necesita presentación ante los lectores de LA NACION. Ha sido autor de resonantes y rigurosas investigaciones periodísticas; ha buceado en los sótanos del poder y ha seguido, con implacable meticulosidad, complejas tramas locales e internacionales de corrupción. Es autor de varios libros periodísticos, tanto de investigación como de entrevistas. Pero con el mismo espíritu y el mismo valor que se necesitan para ejercer el periodismo de investigación, Hugo se ha animado a explorar otro mundo, el de la ficción y la novela de aventuras. Para eso se sumergió en la historia de La Plata, la ciudad en la que nació, en la que se formó y en la que forjó una hermosa familia. La misma ciudad en la que dio sus primeros pasos como periodista, y a la que está indisolublemente unido por lazos familiares que se remontan a sus antepasados hasta llegar a sus padres, Ana e Isidoro.
"La Generación del 80, con sus luces y sus sombras, alumbró la ley 1420 que educó a todo un país y terminó convirtiendo a la Argentina en la nación más educada de América Latina"
La ciudad de las ranas (en alusión a sus bañados y su fauna) fue la forma despectiva en la que Julio Argentino Roca se refirió a La Plata cuando su diseño urbano recién empezaba a perfilarse. Esa ironía filosa expresaba, de algún modo, sus tensiones y rispideces con Dardo Rocha, el gobernador bonaerense que fundó la capital de la provincia y quiso pero nunca pudo sucederlo.
De esos hombres y de ese tiempo habla Hugo Alconada Mon en esta entrevista. Pero también habla del presente a la luz de aquella historia.
La litografía que ilustra el acto fundacional de La Plata; fueron incluidos Roca y Sarmiento, aunque no estuvieron La litografía que ilustra el acto fundacional de La Plata; fueron incluidos Roca y Sarmiento, aunque no estuvieron ArcHivo Histórico
–¿Cómo fue el salto de un periodista de investigación, apegado a la rigurosidad de los datos, “esclavo” de las pruebas y de los documentos, al mundo de la imaginación, la novela y la ficción?
–Fue una cuestión de necesidad y de ilusión. Este libro comenzó a gestarse cuando yo trabajaba en el diario El Día, hace ya más de veinte años. ¿Por qué? Porque soy nacido y criado en La Plata, donde vivo. Pero los dos años y medio que pasé en el diario El Día me aportaron una información valiosa; fue el tiempo en el que más conocí la ciudad de La Plata, porque el mismo trabajo te lleva a conocer a personas distintas, historiadores, lugares que de otro modo no conocerías. Y me quedó la idea de que ahí había algo mucho más atractivo de lo que usualmente sabemos. Entonces desde aquel tiempo fui leyendo, pero lo hacía de manera salpicada. En los últimos años empecé a meterle velocidad y ritmo, y la primera idea fue escribir una historia pequeña de la ciudad de La Plata en el período fundacional. Y empecé a trabajar como cuando hago mi trabajo de no ficción: una línea cronológica, un documento madre con toda la información, un listado de fuentes y de citas. Lo tengo armado. Pero, a medida que lo iba escribiendo, empecé a preguntarme cómo abordar ciertos temas históricos y a ver que me faltaban piezas del rompecabezas. Consulté a muchas fuentes, hablé con el presidente de la Academia Nacional de la Historia y busqué datos por todos lados. Pero había momentos en los cuales las piezas no encastraban. Y ahí empecé a jugar con la imaginación. A medida que iba completando el rompecabezas, me fui embalando, cubriendo los huecos. En un momento la ficción se superpuso sobre la historia real. Y entonces me empecé a divertir, y la pasé genial. Fue en medio de la pandemia, cuando estábamos encerrados, y esta era una manera, si querés, hasta de volar. Hay muchos personajes de la novela que son reales, pero hay otros que son totalmente inventados.
"La Plata era la ciudad que encarnaba el ideal de progreso, de iluminismo, de racionalismo de una generación que quería impulsar el desarrollo de una nación"
–¿Cómo lidiaste con tu trabajo cotidiano de periodista de investigación y esta otra “vida” como novelista?
–Son dos mundos distintos. Por supuesto que utilicé muchas técnicas de investigación para reconstruir aquella época. Pero hay una diferencia insoslayable: en periodismo, solo se publica lo que está verificado y es de interés público. Punto. Y así es como algunas investigaciones toman años. Pero como escritor, pude jugar, seguir los senderos que sentí más atractivos, sin limitantes. Es un océano de diferencia.
–En la trama parece haber dos ejes paralelos, el de una historia de amor y de aventuras, y el de la historia política. En la historia política, ¿cuánto hay de ficción y cuánto de realidad pura?
–Ahí no hay nada de ficción. Todo lo que sostengo sobre Roca, Rocha, la Generación del 80, Wilde, Sarmiento, los documentos históricos, las citas, todo eso es real. Cuando en un momento recreo un diálogo entre Roca y Rocha, me apoyo en las cartas que mutuamente se enviaban. Con lo cual ni siquiera es que estoy poniendo en la boca de Roca, algo que Roca jamás dijo. Lo dijo y lo escribió. Lo que yo hago es que se digan cara a cara lo que en un momento se habían escrito.
–En este libro conviven, entonces, un libro de historia con uno de ficción…
–Exacto. La compra de periodistas, por ejemplo, es real. Rocha contrata a un medio que se llamaba El Mosquito durante dos años. Eso está escrito en un libro de historia. La masacre de San Ponciano es real y la batalla de Ringuelet es real. Incluso hay frases, por ejemplo, en una carta que la muchacha de la novela le envía a Iñigo, uno de los protagonistas, que están extraídas de una carta real de Guillermina de Oliveira Cézar a otra persona. Entonces me apoyo mucho en lo real y después vuelo. Pero la quema de los templos masónicos en la ciudad de La Plata es real, las pujas entre masones y católicos son reales, lo mismo que entre criollos e inmigrantes. Es real el caso de un italiano al que intentaron secuestrar para que no pudiera competir en las elecciones. La historia es muy rica y, al mismo tiempo, sin pretender compararme, nos podemos permitir jugar como hacen Félix Luna en Soy Roca, o Tomás Eloy Martínez en La novela de Perón y Santa Evita, donde uno se pregunta ¿esto es real o no? Te dejo con la duda…
–Para escribir este libro vos hiciste un viaje al pasado, a los finales del siglo XIX. ¿Cómo se ve la Argentina de hoy desde aquel paisaje histórico?
–Creo que, al vernos, la Generación del 80 se agarraría los dedos con la puerta, pero al mismo tiempo dirían “esto era lo que nosotros esperábamos”. ¿Por qué te digo esto? Por un lado, creo que se frustrarían porque ellos soñaron otro país. Con sus luces y sus sombras. Ellos soñaron un país que, por un lado, alumbró la ley 1420, pero por otro lado le decían a todo un pueblo “ustedes juegan hasta acá; nosotros somos lo que lideramos, nosotros somos los que mandamos”. Entonces, yo creo que vivirían algunos aspectos con frustración, diciendo ‘cómo pudieron dejar que este país se desgastara y declinara tanto’, pero al mismo tiempo que dirían: ‘Era previsible’. Era previsible porque incluso ellos, al alumbrar la ley 1420, por un lado, quieren educar al pueblo, pero a la vez vislumbran que si vos educás y fomentás el desarrollo, todas esas personas en algún momento dirán “momentito”, “yo ya quiero tener voz y voto”. Entonces eso explica en parte por qué algunos sectores de aquel grupo, aquella generación, después terminaron en la Liga Patriótica. Ellos se consideraban la sal, lo cualitativo, y sabían que iban a ser superados por lo cuantitativo. Entonces, Rocha, por ejemplo, hubiera dicho “esto era previsible, por eso nosotros queríamos promover la Liga Patriótica”. Ahora, sobre la ciudad en sí, ya no sobre la Argentina sino sobre la ciudad de La Plata, yo creo que nos agarran a patadas a todos. Es triste ver cómo hemos ido demoliendo o devorando el patrimonio urbano de esta ciudad, desde edificios hermosísimos que hemos dejado caer hasta que nos la pasamos asfaltando adoquines históricos. Alguien puede decir que eso es menor, pero es sintomático de un pueblo que no tiene memoria.
- –Está claro que te ha atraído la historia de La Plata porque tiene que ver con tus raíces, y tal vez por esa sensibilidad que nos inspira nuestro propio terruño, ¿pero también ves que el destino de La Plata expresa, de algún modo, una metáfora de la Argentina?
- –Sí, es la metáfora de un país, reflejada en una ciudad que quiso ser, que pudo ser y que no logró ser. Que puede recuperar su destino, pero que al mismo tiempo lo boicotea. Insisto: esta generación, con sus luces y sus sombras, alumbró la ley 1420 que educó a todo un país y terminó convirtiendo a la Argentina en la nación más educada de América Latina.
- "La Generación del 80, con sus luces y sus sombras, alumbró la ley 1420 que educó a todo un país y terminó convirtiendo a la Argentina en la nación más educada de América Latina"
- La ciudad de las ranas (en alusión a sus bañados y su fauna) fue la forma despectiva en la que Julio Argentino Roca se refirió a La Plata cuando su diseño urbano recién empezaba a perfilarse. Esa ironía filosa expresaba, de algún modo, sus tensiones y rispideces con Dardo Rocha, el gobernador bonaerense que fundó la capital de la provincia y quiso pero nunca pudo sucederlo.
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La ciudad de las ranas es un viaje en varias direcciones. Es, en principio, el viaje de un gran periodista de investigación (apegado a los documentos y a los hechos) al territorio mágico de la ficción. Es también el viaje de un hombre sensible y curioso a las profundidades y misterios de su propio terruño. Es el viaje a una época y a una generación que soñó la Argentina con ambición, con talento y con coraje, pero que no fue inmaculada ni perfecta. Es un viaje por la historia, la política, la cultura y los sueños de una ciudad y de un país que fueron más de lo que son.
La ciudad de las ranas es la primera novela de Hugo Alconada Mon. Consagrado como periodista de investigación, Hugo no necesita presentación ante los lectores de LA NACION. Ha sido autor de resonantes y rigurosas investigaciones periodísticas; ha buceado en los sótanos del poder y ha seguido, con implacable meticulosidad, complejas tramas locales e internacionales de corrupción. Es autor de varios libros periodísticos, tanto de investigación como de entrevistas. Pero con el mismo espíritu y el mismo valor que se necesitan para ejercer el periodismo de investigación, Hugo se ha animado a explorar otro mundo, el de la ficción y la novela de aventuras. Para eso se sumergió en la historia de La Plata, la ciudad en la que nació, en la que se formó y en la que forjó una hermosa familia. La misma ciudad en la que dio sus primeros pasos como periodista, y a la que está indisolublemente unido por lazos familiares que se remontan a sus antepasados hasta llegar a sus padres, Ana e Isidoro.
"La Generación del 80, con sus luces y sus sombras, alumbró la ley 1420 que educó a todo un país y terminó convirtiendo a la Argentina en la nación más educada de América Latina"
La ciudad de las ranas (en alusión a sus bañados y su fauna) fue la forma despectiva en la que Julio Argentino Roca se refirió a La Plata cuando su diseño urbano recién empezaba a perfilarse. Esa ironía filosa expresaba, de algún modo, sus tensiones y rispideces con Dardo Rocha, el gobernador bonaerense que fundó la capital de la provincia y quiso pero nunca pudo sucederlo.
De esos hombres y de ese tiempo habla Hugo Alconada Mon en esta entrevista. Pero también habla del presente a la luz de aquella historia.
La litografía que ilustra el acto fundacional de La Plata; fueron incluidos Roca y Sarmiento, aunque no estuvieron La litografía que ilustra el acto fundacional de La Plata; fueron incluidos Roca y Sarmiento, aunque no estuvieron ArcHivo Histórico
–¿Cómo fue el salto de un periodista de investigación, apegado a la rigurosidad de los datos, “esclavo” de las pruebas y de los documentos, al mundo de la imaginación, la novela y la ficción?
–Fue una cuestión de necesidad y de ilusión. Este libro comenzó a gestarse cuando yo trabajaba en el diario El Día, hace ya más de veinte años. ¿Por qué? Porque soy nacido y criado en La Plata, donde vivo. Pero los dos años y medio que pasé en el diario El Día me aportaron una información valiosa; fue el tiempo en el que más conocí la ciudad de La Plata, porque el mismo trabajo te lleva a conocer a personas distintas, historiadores, lugares que de otro modo no conocerías. Y me quedó la idea de que ahí había algo mucho más atractivo de lo que usualmente sabemos. Entonces desde aquel tiempo fui leyendo, pero lo hacía de manera salpicada. En los últimos años empecé a meterle velocidad y ritmo, y la primera idea fue escribir una historia pequeña de la ciudad de La Plata en el período fundacional. Y empecé a trabajar como cuando hago mi trabajo de no ficción: una línea cronológica, un documento madre con toda la información, un listado de fuentes y de citas. Lo tengo armado. Pero, a medida que lo iba escribiendo, empecé a preguntarme cómo abordar ciertos temas históricos y a ver que me faltaban piezas del rompecabezas. Consulté a muchas fuentes, hablé con el presidente de la Academia Nacional de la Historia y busqué datos por todos lados. Pero había momentos en los cuales las piezas no encastraban. Y ahí empecé a jugar con la imaginación. A medida que iba completando el rompecabezas, me fui embalando, cubriendo los huecos. En un momento la ficción se superpuso sobre la historia real. Y entonces me empecé a divertir, y la pasé genial. Fue en medio de la pandemia, cuando estábamos encerrados, y esta era una manera, si querés, hasta de volar. Hay muchos personajes de la novela que son reales, pero hay otros que son totalmente inventados.
"La Plata era la ciudad que encarnaba el ideal de progreso, de iluminismo, de racionalismo de una generación que quería impulsar el desarrollo de una nación"
–¿Cómo lidiaste con tu trabajo cotidiano de periodista de investigación y esta otra “vida” como novelista?
–Son dos mundos distintos. Por supuesto que utilicé muchas técnicas de investigación para reconstruir aquella época. Pero hay una diferencia insoslayable: en periodismo, solo se publica lo que está verificado y es de interés público. Punto. Y así es como algunas investigaciones toman años. Pero como escritor, pude jugar, seguir los senderos que sentí más atractivos, sin limitantes. Es un océano de diferencia.
–En la trama parece haber dos ejes paralelos, el de una historia de amor y de aventuras, y el de la historia política. En la historia política, ¿cuánto hay de ficción y cuánto de realidad pura?
–Ahí no hay nada de ficción. Todo lo que sostengo sobre Roca, Rocha, la Generación del 80, Wilde, Sarmiento, los documentos históricos, las citas, todo eso es real. Cuando en un momento recreo un diálogo entre Roca y Rocha, me apoyo en las cartas que mutuamente se enviaban. Con lo cual ni siquiera es que estoy poniendo en la boca de Roca, algo que Roca jamás dijo. Lo dijo y lo escribió. Lo que yo hago es que se digan cara a cara lo que en un momento se habían escrito.
–En este libro conviven, entonces, un libro de historia con uno de ficción…
–Exacto. La compra de periodistas, por ejemplo, es real. Rocha contrata a un medio que se llamaba El Mosquito durante dos años. Eso está escrito en un libro de historia. La masacre de San Ponciano es real y la batalla de Ringuelet es real. Incluso hay frases, por ejemplo, en una carta que la muchacha de la novela le envía a Iñigo, uno de los protagonistas, que están extraídas de una carta real de Guillermina de Oliveira Cézar a otra persona. Entonces me apoyo mucho en lo real y después vuelo. Pero la quema de los templos masónicos en la ciudad de La Plata es real, las pujas entre masones y católicos son reales, lo mismo que entre criollos e inmigrantes. Es real el caso de un italiano al que intentaron secuestrar para que no pudiera competir en las elecciones. La historia es muy rica y, al mismo tiempo, sin pretender compararme, nos podemos permitir jugar como hacen Félix Luna en Soy Roca, o Tomás Eloy Martínez en La novela de Perón y Santa Evita, donde uno se pregunta ¿esto es real o no? Te dejo con la duda…
–Para escribir este libro vos hiciste un viaje al pasado, a los finales del siglo XIX. ¿Cómo se ve la Argentina de hoy desde aquel paisaje histórico?
–Creo que, al vernos, la Generación del 80 se agarraría los dedos con la puerta, pero al mismo tiempo dirían “esto era lo que nosotros esperábamos”. ¿Por qué te digo esto? Por un lado, creo que se frustrarían porque ellos soñaron otro país. Con sus luces y sus sombras. Ellos soñaron un país que, por un lado, alumbró la ley 1420, pero por otro lado le decían a todo un pueblo “ustedes juegan hasta acá; nosotros somos lo que lideramos, nosotros somos los que mandamos”. Entonces, yo creo que vivirían algunos aspectos con frustración, diciendo ‘cómo pudieron dejar que este país se desgastara y declinara tanto’, pero al mismo tiempo que dirían: ‘Era previsible’. Era previsible porque incluso ellos, al alumbrar la ley 1420, por un lado, quieren educar al pueblo, pero a la vez vislumbran que si vos educás y fomentás el desarrollo, todas esas personas en algún momento dirán “momentito”, “yo ya quiero tener voz y voto”. Entonces eso explica en parte por qué algunos sectores de aquel grupo, aquella generación, después terminaron en la Liga Patriótica. Ellos se consideraban la sal, lo cualitativo, y sabían que iban a ser superados por lo cuantitativo. Entonces, Rocha, por ejemplo, hubiera dicho “esto era previsible, por eso nosotros queríamos promover la Liga Patriótica”. Ahora, sobre la ciudad en sí, ya no sobre la Argentina sino sobre la ciudad de La Plata, yo creo que nos agarran a patadas a todos. Es triste ver cómo hemos ido demoliendo o devorando el patrimonio urbano de esta ciudad, desde edificios hermosísimos que hemos dejado caer hasta que nos la pasamos asfaltando adoquines históricos. Alguien puede decir que eso es menor, pero es sintomático de un pueblo que no tiene memoria.
–Está claro que te ha atraído la historia de La Plata porque tiene que ver con tus raíces, y tal vez por esa sensibilidad que nos inspira nuestro propio terruño, ¿pero también ves que el destino de La Plata expresa, de algún modo, una metáfora de la Argentina?
–Sí, es la metáfora de un país, reflejada en una ciudad que quiso ser, que pudo ser y que no logró ser. Que puede recuperar su destino, pero que al mismo tiempo lo boicotea. Insisto: esta generación, con sus luces y sus sombras, alumbró la ley 1420 que educó a todo un país y terminó convirtiendo a la Argentina en la nación más educada de América Latina.
–Y La Plata fue un símbolo de esa Argentina: “La Atenas de América”, la llamó el escritor Pedro Henríquez Ureña…
- De esos hombres y de ese tiempo habla Hugo Alconada Mon en esta entrevista. Pero también habla del presente a la luz de aquella historia.
- La litografía que ilustra el acto fundacional de La Plata; fueron incluidos Roca y Sarmiento, aunque no estuvieron
La litografía que ilustra el acto fundacional de La Plata; fueron incluidos Roca y Sarmiento, aunque no estuvieron ArcHivo Histórico
–¿Cómo fue el salto de un periodista de investigación, apegado a la rigurosidad de los datos, “esclavo” de las pruebas y de los documentos, al mundo de la imaginación, la novela y la ficción?
–Fue una cuestión de necesidad y de ilusión. Este libro comenzó a gestarse cuando yo trabajaba en el diario El Día, hace ya más de veinte años. ¿Por qué? Porque soy nacido y criado en La Plata, donde vivo. Pero los dos años y medio que pasé en el diario El Día me aportaron una información valiosa; fue el tiempo en el que más conocí la ciudad de La Plata, porque el mismo trabajo te lleva a conocer a personas distintas, historiadores, lugares que de otro modo no conocerías. Y me quedó la idea de que ahí había algo mucho más atractivo de lo que usualmente sabemos. Entonces desde aquel tiempo fui leyendo, pero lo hacía de manera salpicada. En los últimos años empecé a meterle velocidad y ritmo, y la primera idea fue escribir una historia pequeña de la ciudad de La Plata en el período fundacional. Y empecé a trabajar como cuando hago mi trabajo de no ficción: una línea cronológica, un documento madre con toda la información, un listado de fuentes y de citas. Lo tengo armado. Pero, a medida que lo iba escribiendo, empecé a preguntarme cómo abordar ciertos temas históricos y a ver que me faltaban piezas del rompecabezas. Consulté a muchas fuentes, hablé con el presidente de la Academia Nacional de la Historia y busqué datos por todos lados. Pero había momentos en los cuales las piezas no encastraban. Y ahí empecé a jugar con la imaginación. A medida que iba completando el rompecabezas, me fui embalando, cubriendo los huecos. En un momento la ficción se superpuso sobre la historia real. Y entonces me empecé a divertir, y la pasé genial. Fue en medio de la pandemia, cuando estábamos encerrados, y esta era una manera, si querés, hasta de volar. Hay muchos personajes de la novela que son reales, pero hay otros que son totalmente inventados.
"La Plata era la ciudad que encarnaba el ideal de progreso, de iluminismo, de racionalismo de una generación que quería impulsar el desarrollo de una nación"
- La ciudad de las ranas es un viaje en varias direcciones. Es, en principio, el viaje de un gran periodista de investigación (apegado a los documentos y a los hechos) al territorio mágico de la ficción. Es también el viaje de un hombre sensible y curioso a las profundidades y misterios de su propio terruño. Es el viaje a una época y a una generación que soñó la Argentina con ambición, con talento y con coraje, pero que no fue inmaculada ni perfecta. Es un viaje por la historia, la política, la cultura y los sueños de una ciudad y de un país que fueron más de lo que son.
La ciudad de las ranas es la primera novela de Hugo Alconada Mon. Consagrado como periodista de investigación, Hugo no necesita presentación ante los lectores de LA NACION. Ha sido autor de resonantes y rigurosas investigaciones periodísticas; ha buceado en los sótanos del poder y ha seguido, con implacable meticulosidad, complejas tramas locales e internacionales de corrupción. Es autor de varios libros periodísticos, tanto de investigación como de entrevistas. Pero con el mismo espíritu y el mismo valor que se necesitan para ejercer el periodismo de investigación, Hugo se ha animado a explorar otro mundo, el de la ficción y la novela de aventuras. Para eso se sumergió en la historia de La Plata, la ciudad en la que nació, en la que se formó y en la que forjó una hermosa familia. La misma ciudad en la que dio sus primeros pasos como periodista, y a la que está indisolublemente unido por lazos familiares que se remontan a sus antepasados hasta llegar a sus padres, Ana e Isidoro.
"La Generación del 80, con sus luces y sus sombras, alumbró la ley 1420 que educó a todo un país y terminó convirtiendo a la Argentina en la nación más educada de América Latina"
La ciudad de las ranas (en alusión a sus bañados y su fauna) fue la forma despectiva en la que Julio Argentino Roca se refirió a La Plata cuando su diseño urbano recién empezaba a perfilarse. Esa ironía filosa expresaba, de algún modo, sus tensiones y rispideces con Dardo Rocha, el gobernador bonaerense que fundó la capital de la provincia y quiso pero nunca pudo sucederlo.
De esos hombres y de ese tiempo habla Hugo Alconada Mon en esta entrevista. Pero también habla del presente a la luz de aquella historia.
La litografía que ilustra el acto fundacional de La Plata; fueron incluidos Roca y Sarmiento, aunque no estuvieron La litografía que ilustra el acto fundacional de La Plata; fueron incluidos Roca y Sarmiento, aunque no estuvieron ArcHivo Histórico
–¿Cómo fue el salto de un periodista de investigación, apegado a la rigurosidad de los datos, “esclavo” de las pruebas y de los documentos, al mundo de la imaginación, la novela y la ficción?
–Fue una cuestión de necesidad y de ilusión. Este libro comenzó a gestarse cuando yo trabajaba en el diario El Día, hace ya más de veinte años. ¿Por qué? Porque soy nacido y criado en La Plata, donde vivo. Pero los dos años y medio que pasé en el diario El Día me aportaron una información valiosa; fue el tiempo en el que más conocí la ciudad de La Plata, porque el mismo trabajo te lleva a conocer a personas distintas, historiadores, lugares que de otro modo no conocerías. Y me quedó la idea de que ahí había algo mucho más atractivo de lo que usualmente sabemos. Entonces desde aquel tiempo fui leyendo, pero lo hacía de manera salpicada. En los últimos años empecé a meterle velocidad y ritmo, y la primera idea fue escribir una historia pequeña de la ciudad de La Plata en el período fundacional. Y empecé a trabajar como cuando hago mi trabajo de no ficción: una línea cronológica, un documento madre con toda la información, un listado de fuentes y de citas. Lo tengo armado. Pero, a medida que lo iba escribiendo, empecé a preguntarme cómo abordar ciertos temas históricos y a ver que me faltaban piezas del rompecabezas. Consulté a muchas fuentes, hablé con el presidente de la Academia Nacional de la Historia y busqué datos por todos lados. Pero había momentos en los cuales las piezas no encastraban. Y ahí empecé a jugar con la imaginación. A medida que iba completando el rompecabezas, me fui embalando, cubriendo los huecos. En un momento la ficción se superpuso sobre la historia real. Y entonces me empecé a divertir, y la pasé genial. Fue en medio de la pandemia, cuando estábamos encerrados, y esta era una manera, si querés, hasta de volar. Hay muchos personajes de la novela que son reales, pero hay otros que son totalmente inventados.
"La Plata era la ciudad que encarnaba el ideal de progreso, de iluminismo, de racionalismo de una generación que quería impulsar el desarrollo de una nación"
–¿Cómo lidiaste con tu trabajo cotidiano de periodista de investigación y esta otra “vida” como novelista?
–Son dos mundos distintos. Por supuesto que utilicé muchas técnicas de investigación para reconstruir aquella época. Pero hay una diferencia insoslayable: en periodismo, solo se publica lo que está verificado y es de interés público. Punto. Y así es como algunas investigaciones toman años. Pero como escritor, pude jugar, seguir los senderos que sentí más atractivos, sin limitantes. Es un océano de diferencia.
–En la trama parece haber dos ejes paralelos, el de una historia de amor y de aventuras, y el de la historia política. En la historia política, ¿cuánto hay de ficción y cuánto de realidad pura?
–Ahí no hay nada de ficción. Todo lo que sostengo sobre Roca, Rocha, la Generación del 80, Wilde, Sarmiento, los documentos históricos, las citas, todo eso es real. Cuando en un momento recreo un diálogo entre Roca y Rocha, me apoyo en las cartas que mutuamente se enviaban. Con lo cual ni siquiera es que estoy poniendo en la boca de Roca, algo que Roca jamás dijo. Lo dijo y lo escribió. Lo que yo hago es que se digan cara a cara lo que en un momento se habían escrito.
- –En este libro conviven, entonces, un libro de historia con uno de ficción…
- –Exacto. La compra de periodistas, por ejemplo, es real. Rocha contrata a un medio que se llamaba El Mosquito durante dos años. Eso está escrito en un libro de historia. La masacre de San Ponciano es real y la batalla de Ringuelet es real. Incluso hay frases, por ejemplo, en una carta que la muchacha de la novela le envía a Iñigo, uno de los protagonistas, que están extraídas de una carta real de Guillermina de Oliveira Cézar a otra persona. Entonces me apoyo mucho en lo real y después vuelo. Pero la quema de los templos masónicos en la ciudad de La Plata es real, las pujas entre masones y católicos son reales, lo mismo que entre criollos e inmigrantes. Es real el caso de un italiano al que intentaron secuestrar para que no pudiera competir en las elecciones. La historia es muy rica y, al mismo tiempo, sin pretender compararme, nos podemos permitir jugar como hacen Félix Luna en Soy Roca, o Tomás Eloy Martínez en La novela de Perón y Santa Evita, donde uno se pregunta ¿esto es real o no? Te dejo con la duda…
- –Para escribir este libro vos hiciste un viaje al pasado, a los finales del siglo XIX. ¿Cómo se ve la Argentina de hoy desde aquel paisaje histórico?
- –Creo que, al vernos, la Generación del 80 se agarraría los dedos con la puerta, pero al mismo tiempo dirían “esto era lo que nosotros esperábamos”. ¿Por qué te digo esto? Por un lado, creo que se frustrarían porque ellos soñaron otro país. Con sus luces y sus sombras. Ellos soñaron un país que, por un lado, alumbró la ley 1420, pero por otro lado le decían a todo un pueblo “ustedes juegan hasta acá; nosotros somos lo que lideramos, nosotros somos los que mandamos”. Entonces, yo creo que vivirían algunos aspectos con frustración, diciendo ‘cómo pudieron dejar que este país se desgastara y declinara tanto’, pero al mismo tiempo que dirían: ‘Era previsible’
- Era previsible porque incluso ellos, al alumbrar la ley 1420, por un lado, quieren educar al pueblo, pero a la vez vislumbran que si vos educás y fomentás el desarrollo, todas esas personas en algún momento dirán “momentito”, “yo ya quiero tener voz y voto”.
- Entonces eso explica en parte por qué algunos sectores de aquel grupo, aquella generación, después terminaron en la Liga Patriótica. Ellos se consideraban la sal, lo cualitativo, y sabían que iban a ser superados por lo cuantitativo. Entonces, Rocha, por ejemplo, hubiera dicho “esto era previsible, por eso nosotros queríamos promover la Liga Patriótica”.
Ahora, sobre la ciudad en sí, ya no sobre la Argentina sino sobre la ciudad de La Plata, yo creo que nos agarran a patadas a todos. Es triste ver cómo hemos ido demoliendo o devorando el patrimonio urbano de esta ciudad, desde edificios hermosísimos que hemos dejado caer hasta que nos la pasamos asfaltando adoquines históricos. Alguien puede decir que eso es menor, pero es sintomático de un pueblo que no tiene memoria.
En el libro, en la página 283, hablás del patio Nazarí, una réplica del Patio de Los Leones de la Alahambra que trajo Don Diego Pantaleón Arana. Justamente, mi compañera de colegio Sarita Arana, me dijo que la Casa Arana es un patrimonio que la ciudad no preserva y que el conflicto entre herederos y autoridades pone en peligro a esta pieza arquitectónica única en el continente¿Pensás que tu libro y tus comentarios al respecto pueden movilizar a la ciudadanía platense para cuidar y preservar su patrimonio?
Construida en 1883, meses después de la creación de La Plata, perteneció al suegro de Dardo Rocha, fundador de la capital bonaerense. En su interior conserva una réplica del célebre Patio de los Leones de la Alhambra pero su estado es calamitoso. Sus herederos iniciaron un juicio millonario contra el fisco: piden que sea expropiada y se los indemnice por cercenar sus derechos.https://www.infobae.com/sociedad/2022/02/28/casa-arana-el-conflicto-entre-herederos-y-autoridades-que-pone-en-peligro-a-una-pieza-arquitectonica-unica-en-el-continente/
- Pablo Morosi- 28 de Febrero de 2022
- La Plata era la ciudad que encarnaba el ideal de progreso, de iluminismo, de racionalismo de toda una generación que quería impulsar el desarrollo de una nación, con sus luces y sus sombras, con cosas con las que estoy de acuerdo y otras con las que no, pero que tenían claro que había que darle para adelante. Tenían, por supuesto, sus pujas de poder, sus diferencias, por ejemplo, con la Iglesia, y por eso tenían los encontronazos que tenían por el control del Registro Civil, del cementerio, de la educación… Pero que al mismo tiempo decían “vamos para allá”. Después se mataban entre ellos, porque se mataban: se espiaron, muchos eran corruptos, hacían negocios…
- –En la novela vos hacés una pintura de esa clase dirigente, atravesada por los peores vicios de la política y por graves tensiones en la convivencia, marcada por la desconfianza, las zancadillas, el espionaje... Para citar uno de tus libros anteriores, ¿viste ahí “la raíz” de algo que después se ha ido exacerbando en la dirigencia política argentina?
- –En algunos aspectos sí ¿Por qué te digo esto? El libro también fue para mí una forma de explorar una generación que conocía poco. Y al conocerlos en sus mejores aspectos, pero también en sus miserias, terminé queriéndolos más. A mí no me gustan los superhéroes que parecen impolutos y todopoderosos. No me gusta Superman, me gusta el Chapulín Colorado, que es cobarde, que se asusta, pero que, aun así, va para adelante. Superman es de piedra, ¿cómo va a tener miedo? Al mismo tiempo, tendemos siempre a olvidar algunos aspectos incómodos y recordar lo mejor.
- Es cierto y es bueno, pero no nos impide reconocer que la Generación del 80 tuvo grandes logros, pero también tuvo sus miserias. Eran picantes, eran agresivos y se intentaron boicotear, se espiaron y algunos eran corruptos... Pero lo bueno es que, aun así, lograron impulsar algunas de las mejores medidas de este país. A su vez, también tuvieron sus dobleces, generaron la crisis de 1890. Hay un libro de Julián Martel que se llama La Bolsa, que es extraordinario, y demuestra la timba financiera en la cual habían caído.
- Es decir, funcionarios que sacaban créditos a sola firma de los bancos públicos, no los pagaban, se daban vuelta e invertían ese dinero en la bolsa, ganaban fortunas y ¡viva la Pepa! Y sí, hay algunas vetas de aquellos años que continuamos: en las luces, porque todavía hoy me da la sensación de que cosechamos algunos de los frutos tardíos de aquella educación pública que lograron impulsar en ese tiempo. Vos y yo somos egresados de la universidad pública, y eso es un mérito de aquella generación. No tuvimos que pagar para que nos educaran. Y en las sombras, también hoy hay mucho de aquel pasado.Hay reminiscencias de aquella puja entre Roca y Rocha, que yo me reía: parecían Menem y Duhalde. Y después hay comentarios sobre corrupción, que vos decís: “No cambiamos mucho”.
- –Quizá la diferencia esté en las proporciones. Luces y sombras encontraremos en cualquier individualidad y en cualquier período histórico que analicemos, pero la cuestión radica en cuánto de luces y cuánto de sombras…
- –Y también el grado de sofisticación… Vos ves, por ejemplo, a Ataliva Roca, uno de los hermanos de Julio Roca, y decís “no podía ser tan salvaje”… Hoy ves algunos que son más sofisticados, y otros que son igual de groseros…
- 13
La ciudad de las ranas es un viaje en varias direcciones. Es, en principio, el viaje de un gran periodista de investigación (apegado a los documentos y a los hechos) al territorio mágico de la ficción. Es también el viaje de un hombre sensible y curioso a las profundidades y misterios de su propio terruño. Es el viaje a una época y a una generación que soñó la Argentina con ambición, con talento y con coraje, pero que no fue inmaculada ni perfecta. Es un viaje por la historia, la política, la cultura y los sueños de una ciudad y de un país que fueron más de lo que son.
La ciudad de las ranas es la primera novela de Hugo Alconada Mon. Consagrado como periodista de investigación, Hugo no necesita presentación ante los lectores de LA NACION. Ha sido autor de resonantes y rigurosas investigaciones periodísticas; ha buceado en los sótanos del poder y ha seguido, con implacable meticulosidad, complejas tramas locales e internacionales de corrupción. Es autor de varios libros periodísticos, tanto de investigación como de entrevistas. Pero con el mismo espíritu y el mismo valor que se necesitan para ejercer el periodismo de investigación, Hugo se ha animado a explorar otro mundo, el de la ficción y la novela de aventuras. Para eso se sumergió en la historia de La Plata, la ciudad en la que nació, en la que se formó y en la que forjó una hermosa familia. La misma ciudad en la que dio sus primeros pasos como periodista, y a la que está indisolublemente unido por lazos familiares que se remontan a sus antepasados hasta llegar a sus padres, Ana e Isidoro.
"La Generación del 80, con sus luces y sus sombras, alumbró la ley 1420 que educó a todo un país y terminó convirtiendo a la Argentina en la nación más educada de América Latina"
La ciudad de las ranas (en alusión a sus bañados y su fauna) fue la forma despectiva en la que Julio Argentino Roca se refirió a La Plata cuando su diseño urbano recién empezaba a perfilarse. Esa ironía filosa expresaba, de algún modo, sus tensiones y rispideces con Dardo Rocha, el gobernador bonaerense que fundó la capital de la provincia y quiso pero nunca pudo sucederlo.
De esos hombres y de ese tiempo habla Hugo Alconada Mon en esta entrevista. Pero también habla del presente a la luz de aquella historia.
La litografía que ilustra el acto fundacional de La Plata; fueron incluidos Roca y Sarmiento, aunque no estuvieron La litografía que ilustra el acto fundacional de La Plata; fueron incluidos Roca y Sarmiento, aunque no estuvieron ArcHivo Histórico
–¿Cómo fue el salto de un periodista de investigación, apegado a la rigurosidad de los datos, “esclavo” de las pruebas y de los documentos, al mundo de la imaginación, la novela y la ficción?
–Fue una cuestión de necesidad y de ilusión. Este libro comenzó a gestarse cuando yo trabajaba en el diario El Día, hace ya más de veinte años. ¿Por qué? Porque soy nacido y criado en La Plata, donde vivo. Pero los dos años y medio que pasé en el diario El Día me aportaron una información valiosa; fue el tiempo en el que más conocí la ciudad de La Plata, porque el mismo trabajo te lleva a conocer a personas distintas, historiadores, lugares que de otro modo no conocerías. Y me quedó la idea de que ahí había algo mucho más atractivo de lo que usualmente sabemos. Entonces desde aquel tiempo fui leyendo, pero lo hacía de manera salpicada. En los últimos años empecé a meterle velocidad y ritmo, y la primera idea fue escribir una historia pequeña de la ciudad de La Plata en el período fundacional. Y empecé a trabajar como cuando hago mi trabajo de no ficción: una línea cronológica, un documento madre con toda la información, un listado de fuentes y de citas. Lo tengo armado. Pero, a medida que lo iba escribiendo, empecé a preguntarme cómo abordar ciertos temas históricos y a ver que me faltaban piezas del rompecabezas. Consulté a muchas fuentes, hablé con el presidente de la Academia Nacional de la Historia y busqué datos por todos lados. Pero había momentos en los cuales las piezas no encastraban. Y ahí empecé a jugar con la imaginación. A medida que iba completando el rompecabezas, me fui embalando, cubriendo los huecos. En un momento la ficción se superpuso sobre la historia real. Y entonces me empecé a divertir, y la pasé genial. Fue en medio de la pandemia, cuando estábamos encerrados, y esta era una manera, si querés, hasta de volar. Hay muchos personajes de la novela que son reales, pero hay otros que son totalmente inventados.
"La Plata era la ciudad que encarnaba el ideal de progreso, de iluminismo, de racionalismo de una generación que quería impulsar el desarrollo de una nación"
–¿Cómo lidiaste con tu trabajo cotidiano de periodista de investigación y esta otra “vida” como novelista?
–Son dos mundos distintos. Por supuesto que utilicé muchas técnicas de investigación para reconstruir aquella época. Pero hay una diferencia insoslayable: en periodismo, solo se publica lo que está verificado y es de interés público. Punto. Y así es como algunas investigaciones toman años. Pero como escritor, pude jugar, seguir los senderos que sentí más atractivos, sin limitantes. Es un océano de diferencia.
–En la trama parece haber dos ejes paralelos, el de una historia de amor y de aventuras, y el de la historia política. En la historia política, ¿cuánto hay de ficción y cuánto de realidad pura?
–Ahí no hay nada de ficción. Todo lo que sostengo sobre Roca, Rocha, la Generación del 80, Wilde, Sarmiento, los documentos históricos, las citas, todo eso es real. Cuando en un momento recreo un diálogo entre Roca y Rocha, me apoyo en las cartas que mutuamente se enviaban. Con lo cual ni siquiera es que estoy poniendo en la boca de Roca, algo que Roca jamás dijo. Lo dijo y lo escribió. Lo que yo hago es que se digan cara a cara lo que en un momento se habían escrito.
–En este libro conviven, entonces, un libro de historia con uno de ficción…
–Exacto. La compra de periodistas, por ejemplo, es real. Rocha contrata a un medio que se llamaba El Mosquito durante dos años. Eso está escrito en un libro de historia. La masacre de San Ponciano es real y la batalla de Ringuelet es real. Incluso hay frases, por ejemplo, en una carta que la muchacha de la novela le envía a Iñigo, uno de los protagonistas, que están extraídas de una carta real de Guillermina de Oliveira Cézar a otra persona. Entonces me apoyo mucho en lo real y después vuelo. Pero la quema de los templos masónicos en la ciudad de La Plata es real, las pujas entre masones y católicos son reales, lo mismo que entre criollos e inmigrantes. Es real el caso de un italiano al que intentaron secuestrar para que no pudiera competir en las elecciones. La historia es muy rica y, al mismo tiempo, sin pretender compararme, nos podemos permitir jugar como hacen Félix Luna en Soy Roca, o Tomás Eloy Martínez en La novela de Perón y Santa Evita, donde uno se pregunta ¿esto es real o no? Te dejo con la duda…
–Para escribir este libro vos hiciste un viaje al pasado, a los finales del siglo XIX. ¿Cómo se ve la Argentina de hoy desde aquel paisaje histórico?
–Creo que, al vernos, la Generación del 80 se agarraría los dedos con la puerta, pero al mismo tiempo dirían “esto era lo que nosotros esperábamos”. ¿Por qué te digo esto? Por un lado, creo que se frustrarían porque ellos soñaron otro país. Con sus luces y sus sombras. Ellos soñaron un país que, por un lado, alumbró la ley 1420, pero por otro lado le decían a todo un pueblo “ustedes juegan hasta acá; nosotros somos lo que lideramos, nosotros somos los que mandamos”. Entonces, yo creo que vivirían algunos aspectos con frustración, diciendo ‘cómo pudieron dejar que este país se desgastara y declinara tanto’, pero al mismo tiempo que dirían: ‘Era previsible’. Era previsible porque incluso ellos, al alumbrar la ley 1420, por un lado, quieren educar al pueblo, pero a la vez vislumbran que si vos educás y fomentás el desarrollo, todas esas personas en algún momento dirán “momentito”, “yo ya quiero tener voz y voto”. Entonces eso explica en parte por qué algunos sectores de aquel grupo, aquella generación, después terminaron en la Liga Patriótica. Ellos se consideraban la sal, lo cualitativo, y sabían que iban a ser superados por lo cuantitativo. Entonces, Rocha, por ejemplo, hubiera dicho “esto era previsible, por eso nosotros queríamos promover la Liga Patriótica”. Ahora, sobre la ciudad en sí, ya no sobre la Argentina sino sobre la ciudad de La Plata, yo creo que nos agarran a patadas a todos. Es triste ver cómo hemos ido demoliendo o devorando el patrimonio urbano de esta ciudad, desde edificios hermosísimos que hemos dejado caer hasta que nos la pasamos asfaltando adoquines históricos. Alguien puede decir que eso es menor, pero es sintomático de un pueblo que no tiene memoria.
–Está claro que te ha atraído la historia de La Plata porque tiene que ver con tus raíces, y tal vez por esa sensibilidad que nos inspira nuestro propio terruño, ¿pero también ves que el destino de La Plata expresa, de algún modo, una metáfora de la Argentina?
–Sí, es la metáfora de un país, reflejada en una ciudad que quiso ser, que pudo ser y que no logró ser. Que puede recuperar su destino, pero que al mismo tiempo lo boicotea. Insisto: esta generación, con sus luces y sus sombras, alumbró la ley 1420 que educó a todo un país y terminó convirtiendo a la Argentina en la nación más educada de América Latina.
–Y La Plata fue un símbolo de esa Argentina: “La Atenas de América”, la llamó el escritor Pedro Henríquez Ureña…
–La Plata era la ciudad que encarnaba el ideal de progreso, de iluminismo, de racionalismo de toda una generación que quería impulsar el desarrollo de una nación, con sus luces y sus sombras, con cosas con las que estoy de acuerdo y otras con las que no, pero que tenían claro que había que darle para adelante. Tenían, por supuesto, sus pujas de poder, sus diferencias, por ejemplo, con la Iglesia, y por eso tenían los encontronazos que tenían por el control del Registro Civil, del cementerio, de la educación… Pero que al mismo tiempo decían “vamos para allá”. Después se mataban entre ellos, porque se mataban: se espiaron, muchos eran corruptos, hacían negocios…
–En la novela vos hacés una pintura de esa clase dirigente, atravesada por los peores vicios de la política y por graves tensiones en la convivencia, marcada por la desconfianza, las zancadillas, el espionaje... Para citar uno de tus libros anteriores, ¿viste ahí “la raíz” de algo que después se ha ido exacerbando en la dirigencia política argentina?
–En algunos aspectos sí ¿Por qué te digo esto? El libro también fue para mí una forma de explorar una generación que conocía poco. Y al conocerlos en sus mejores aspectos, pero también en sus miserias, terminé queriéndolos más. A mí no me gustan los superhéroes que parecen impolutos y todopoderosos. No me gusta Superman, me gusta el Chapulín Colorado, que es cobarde, que se asusta, pero que, aun así, va para adelante. Superman es de piedra, ¿cómo va a tener miedo? Al mismo tiempo, tendemos siempre a olvidar algunos aspectos incómodos y recordar lo mejor. Es cierto y es bueno, pero no nos impide reconocer que la Generación del 80 tuvo grandes logros, pero también tuvo sus miserias. Eran picantes, eran agresivos y se intentaron boicotear, se espiaron y algunos eran corruptos... Pero lo bueno es que, aun así, lograron impulsar algunas de las mejores medidas de este país. A su vez, también tuvieron sus dobleces, generaron la crisis de 1890. Hay un libro de Julián Martel que se llama La Bolsa, que es extraordinario, y demuestra la timba financiera en la cual habían caído. Es decir, funcionarios que sacaban créditos a sola firma de los bancos públicos, no los pagaban, se daban vuelta e invertían ese dinero en la bolsa, ganaban fortunas y ¡viva la Pepa! Y sí, hay algunas vetas de aquellos años que continuamos: en las luces, porque todavía hoy me da la sensación de que cosechamos algunos de los frutos tardíos de aquella educación pública que lograron impulsar en ese tiempo. Vos y yo somos egresados de la universidad pública, y eso es un mérito de aquella generación. No tuvimos que pagar para que nos educaran. Y en las sombras, también hoy hay mucho de aquel pasado. Hay reminiscencias de aquella puja entre Roca y Rocha, que yo me reía: parecían Menem y Duhalde. Y después hay comentarios sobre corrupción, que vos decís: “No cambiamos mucho”.
–Quizá la diferencia esté en las proporciones. Luces y sombras encontraremos en cualquier individualidad y en cualquier período histórico que analicemos, pero la cuestión radica en cuánto de luces y cuánto de sombras…
–Y también el grado de sofisticación… Vos ves, por ejemplo, a Ataliva Roca, uno de los hermanos de Julio Roca, y decís “no podía ser tan salvaje”… Hoy ves algunos que son más sofisticados, y otros que son igual de groseros…
- –En la fundación de La Plata, donde tuvo tanta preeminencia la obra pública, ¿hubo un Lázaro Báez?
- –Hubo varios. Y hay un enorme signo de pregunta, que lo planteo con el mayor de los respetos y espero que los descendientes de Rocha no me quieran ahorcar en una plaza pública: Dardo Rocha tenía una casa bonita, un solar en la calle Lavalle al 800 de la ciudad de Buenos Aires; era un solar de los tiempos de la colonia, en el que habían vivido sus padres, sus abuelos… una casa típica, con una sola planta, con ventanas piso- techo, puerta, nada más. Tengo la foto. Pero se viene a vivir a La Plata y los amigos le hacen (también en Buenos Aires) un palacete rococó de dos plantas, que adentro tenía de todo, con un mensaje escrito en piedra en la puerta que decía: “A Rocha, sus amigos”.
- Y lo que no pude reconstruir es si “los amigos” eran los constructores de la ciudad de La Plata. Si fuera así, sería el actual delito de dádivas. No lo escribí porque no hay pruebas. Es una pregunta que no pude responder. Y mirá que busqué: averigüé en el Registro de la Propiedad Inmueble, consulté a historiadores, a la Academia Nacional de la Historia. Fui y volví, fui y volví…La casa la demolieron. José Claudio Escribano llegó a entrar, habló con las hijas de Rocha y me cuenta que era extraordinaria: adentro había cuadros de Rubens, vajilla visigoda…
- –Lo que también parece una constante histórica, y lo vemos en estos días, es la pelea entre porteños y bonaerenses. ¿Identificás ahí una raíz de los desencuentros argentinos?
- –Sí, y también muestra otra de las aristas por las cuales La Plata no llegó a ser la que pudo ser. El plan original de Rocha era, primero construir la ciudad, que fuera el gran ejemplo de lo que él podía hacer. Su ilusión era ganar la presidencia, apoyado en esta ciudad como trampolín, y ya como presidente, convertir a La Plata en la capital federal y que la Ciudad de Buenos Aires volviera a ser la capital de la provincia de Buenos Aires. Él era porteño. Él había sido discípulo de Carlos Tejedor. Y Fray Mocho, al morir, lo define como el último porteño
- Y después se mezclan otras cosas, como una que les pasa a muchos presidentes: recién se están sentando en el sillón de Rivadavia y sienten que ya les están respirando en la nuca. Eso siente con Rocha. Por eso Roca se enoja y escribe una carta en la que dice: “Ni se acomodó allá como gobernador y ya me está queriendo sacar el lugar”.
- Por eso yo pongo mucho énfasis en el Teatro Princesa de La Plata porque el Teatro Princesa encarnó, justamente, el espíritu de “juntos podemos”. La idea de que, si unimos las fuerzas, vamos a llegar más lejos. Y si unimos las fuerzas podemos construir algo que nos va a trascender a nosotros. El Princesa representó eso: fue un teatro, después un cine, un espacio donde iban personas a cantar y donde se daban clases magistrales. Edmundo de Amicis dio una conferencia y fue elegido uno de los padrinos de Unione e Fratellanza.
- –Pero uno pasa hoy por la puerta del Teatro Princesa y lo ve convertido en una ruina que no podemos ni siquiera mantener en pie. Entonces ahí parece haber también una metáfora de la impotencia argentina…
–Sí, lo que ves son arrestos y esfuerzos individuales, algunos que, por distintas circunstancias, han fracasado. Hubo proyectos privados muy interesantes, que por cosas del destino quedaron en suspenso. Pero de parte del Estado solo hay declaraciones formales. Mientras tanto, el patrimonio se está cayendo a pedazos.
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La ciudad de las ranas es un viaje en varias direcciones. Es, en principio, el viaje de un gran periodista de investigación (apegado a los documentos y a los hechos) al territorio mágico de la ficción. Es también el viaje de un hombre sensible y curioso a las profundidades y misterios de su propio terruño. Es el viaje a una época y a una generación que soñó la Argentina con ambición, con talento y con coraje, pero que no fue inmaculada ni perfecta. Es un viaje por la historia, la política, la cultura y los sueños de una ciudad y de un país que fueron más de lo que son.
La ciudad de las ranas es la primera novela de Hugo Alconada Mon. Consagrado como periodista de investigación, Hugo no necesita presentación ante los lectores de LA NACION. Ha sido autor de resonantes y rigurosas investigaciones periodísticas; ha buceado en los sótanos del poder y ha seguido, con implacable meticulosidad, complejas tramas locales e internacionales de corrupción. Es autor de varios libros periodísticos, tanto de investigación como de entrevistas. Pero con el mismo espíritu y el mismo valor que se necesitan para ejercer el periodismo de investigación, Hugo se ha animado a explorar otro mundo, el de la ficción y la novela de aventuras. Para eso se sumergió en la historia de La Plata, la ciudad en la que nació, en la que se formó y en la que forjó una hermosa familia. La misma ciudad en la que dio sus primeros pasos como periodista, y a la que está indisolublemente unido por lazos familiares que se remontan a sus antepasados hasta llegar a sus padres, Ana e Isidoro.
"La Generación del 80, con sus luces y sus sombras, alumbró la ley 1420 que educó a todo un país y terminó convirtiendo a la Argentina en la nación más educada de América Latina"
La ciudad de las ranas (en alusión a sus bañados y su fauna) fue la forma despectiva en la que Julio Argentino Roca se refirió a La Plata cuando su diseño urbano recién empezaba a perfilarse. Esa ironía filosa expresaba, de algún modo, sus tensiones y rispideces con Dardo Rocha, el gobernador bonaerense que fundó la capital de la provincia y quiso pero nunca pudo sucederlo.
De esos hombres y de ese tiempo habla Hugo Alconada Mon en esta entrevista. Pero también habla del presente a la luz de aquella historia.
La litografía que ilustra el acto fundacional de La Plata; fueron incluidos Roca y Sarmiento, aunque no estuvieron La litografía que ilustra el acto fundacional de La Plata; fueron incluidos Roca y Sarmiento, aunque no estuvieron ArcHivo Histórico
–¿Cómo fue el salto de un periodista de investigación, apegado a la rigurosidad de los datos, “esclavo” de las pruebas y de los documentos, al mundo de la imaginación, la novela y la ficción?
–Fue una cuestión de necesidad y de ilusión. Este libro comenzó a gestarse cuando yo trabajaba en el diario El Día, hace ya más de veinte años. ¿Por qué? Porque soy nacido y criado en La Plata, donde vivo. Pero los dos años y medio que pasé en el diario El Día me aportaron una información valiosa; fue el tiempo en el que más conocí la ciudad de La Plata, porque el mismo trabajo te lleva a conocer a personas distintas, historiadores, lugares que de otro modo no conocerías. Y me quedó la idea de que ahí había algo mucho más atractivo de lo que usualmente sabemos. Entonces desde aquel tiempo fui leyendo, pero lo hacía de manera salpicada. En los últimos años empecé a meterle velocidad y ritmo, y la primera idea fue escribir una historia pequeña de la ciudad de La Plata en el período fundacional. Y empecé a trabajar como cuando hago mi trabajo de no ficción: una línea cronológica, un documento madre con toda la información, un listado de fuentes y de citas. Lo tengo armado. Pero, a medida que lo iba escribiendo, empecé a preguntarme cómo abordar ciertos temas históricos y a ver que me faltaban piezas del rompecabezas. Consulté a muchas fuentes, hablé con el presidente de la Academia Nacional de la Historia y busqué datos por todos lados. Pero había momentos en los cuales las piezas no encastraban. Y ahí empecé a jugar con la imaginación. A medida que iba completando el rompecabezas, me fui embalando, cubriendo los huecos. En un momento la ficción se superpuso sobre la historia real. Y entonces me empecé a divertir, y la pasé genial. Fue en medio de la pandemia, cuando estábamos encerrados, y esta era una manera, si querés, hasta de volar. Hay muchos personajes de la novela que son reales, pero hay otros que son totalmente inventados.
"La Plata era la ciudad que encarnaba el ideal de progreso, de iluminismo, de racionalismo de una generación que quería impulsar el desarrollo de una nación"
–¿Cómo lidiaste con tu trabajo cotidiano de periodista de investigación y esta otra “vida” como novelista?
–Son dos mundos distintos. Por supuesto que utilicé muchas técnicas de investigación para reconstruir aquella época. Pero hay una diferencia insoslayable: en periodismo, solo se publica lo que está verificado y es de interés público. Punto. Y así es como algunas investigaciones toman años. Pero como escritor, pude jugar, seguir los senderos que sentí más atractivos, sin limitantes. Es un océano de diferencia.
–En la trama parece haber dos ejes paralelos, el de una historia de amor y de aventuras, y el de la historia política. En la historia política, ¿cuánto hay de ficción y cuánto de realidad pura?
–Ahí no hay nada de ficción. Todo lo que sostengo sobre Roca, Rocha, la Generación del 80, Wilde, Sarmiento, los documentos históricos, las citas, todo eso es real. Cuando en un momento recreo un diálogo entre Roca y Rocha, me apoyo en las cartas que mutuamente se enviaban. Con lo cual ni siquiera es que estoy poniendo en la boca de Roca, algo que Roca jamás dijo. Lo dijo y lo escribió. Lo que yo hago es que se digan cara a cara lo que en un momento se habían escrito.
–En este libro conviven, entonces, un libro de historia con uno de ficción…
–Exacto. La compra de periodistas, por ejemplo, es real. Rocha contrata a un medio que se llamaba El Mosquito durante dos años. Eso está escrito en un libro de historia. La masacre de San Ponciano es real y la batalla de Ringuelet es real. Incluso hay frases, por ejemplo, en una carta que la muchacha de la novela le envía a Iñigo, uno de los protagonistas, que están extraídas de una carta real de Guillermina de Oliveira Cézar a otra persona. Entonces me apoyo mucho en lo real y después vuelo. Pero la quema de los templos masónicos en la ciudad de La Plata es real, las pujas entre masones y católicos son reales, lo mismo que entre criollos e inmigrantes. Es real el caso de un italiano al que intentaron secuestrar para que no pudiera competir en las elecciones. La historia es muy rica y, al mismo tiempo, sin pretender compararme, nos podemos permitir jugar como hacen Félix Luna en Soy Roca, o Tomás Eloy Martínez en La novela de Perón y Santa Evita, donde uno se pregunta ¿esto es real o no? Te dejo con la duda…
–Para escribir este libro vos hiciste un viaje al pasado, a los finales del siglo XIX. ¿Cómo se ve la Argentina de hoy desde aquel paisaje histórico?
–Creo que, al vernos, la Generación del 80 se agarraría los dedos con la puerta, pero al mismo tiempo dirían “esto era lo que nosotros esperábamos”. ¿Por qué te digo esto? Por un lado, creo que se frustrarían porque ellos soñaron otro país. Con sus luces y sus sombras. Ellos soñaron un país que, por un lado, alumbró la ley 1420, pero por otro lado le decían a todo un pueblo “ustedes juegan hasta acá; nosotros somos lo que lideramos, nosotros somos los que mandamos”. Entonces, yo creo que vivirían algunos aspectos con frustración, diciendo ‘cómo pudieron dejar que este país se desgastara y declinara tanto’, pero al mismo tiempo que dirían: ‘Era previsible’. Era previsible porque incluso ellos, al alumbrar la ley 1420, por un lado, quieren educar al pueblo, pero a la vez vislumbran que si vos educás y fomentás el desarrollo, todas esas personas en algún momento dirán “momentito”, “yo ya quiero tener voz y voto”. Entonces eso explica en parte por qué algunos sectores de aquel grupo, aquella generación, después terminaron en la Liga Patriótica. Ellos se consideraban la sal, lo cualitativo, y sabían que iban a ser superados por lo cuantitativo. Entonces, Rocha, por ejemplo, hubiera dicho “esto era previsible, por eso nosotros queríamos promover la Liga Patriótica”. Ahora, sobre la ciudad en sí, ya no sobre la Argentina sino sobre la ciudad de La Plata, yo creo que nos agarran a patadas a todos. Es triste ver cómo hemos ido demoliendo o devorando el patrimonio urbano de esta ciudad, desde edificios hermosísimos que hemos dejado caer hasta que nos la pasamos asfaltando adoquines históricos. Alguien puede decir que eso es menor, pero es sintomático de un pueblo que no tiene memoria.
–Está claro que te ha atraído la historia de La Plata porque tiene que ver con tus raíces, y tal vez por esa sensibilidad que nos inspira nuestro propio terruño, ¿pero también ves que el destino de La Plata expresa, de algún modo, una metáfora de la Argentina?
–Sí, es la metáfora de un país, reflejada en una ciudad que quiso ser, que pudo ser y que no logró ser. Que puede recuperar su destino, pero que al mismo tiempo lo boicotea. Insisto: esta generación, con sus luces y sus sombras, alumbró la ley 1420 que educó a todo un país y terminó convirtiendo a la Argentina en la nación más educada de América Latina.
–Y La Plata fue un símbolo de esa Argentina: “La Atenas de América”, la llamó el escritor Pedro Henríquez Ureña…
–La Plata era la ciudad que encarnaba el ideal de progreso, de iluminismo, de racionalismo de toda una generación que quería impulsar el desarrollo de una nación, con sus luces y sus sombras, con cosas con las que estoy de acuerdo y otras con las que no, pero que tenían claro que había que darle para adelante. Tenían, por supuesto, sus pujas de poder, sus diferencias, por ejemplo, con la Iglesia, y por eso tenían los encontronazos que tenían por el control del Registro Civil, del cementerio, de la educación… Pero que al mismo tiempo decían “vamos para allá”. Después se mataban entre ellos, porque se mataban: se espiaron, muchos eran corruptos, hacían negocios…
–En la novela vos hacés una pintura de esa clase dirigente, atravesada por los peores vicios de la política y por graves tensiones en la convivencia, marcada por la desconfianza, las zancadillas, el espionaje... Para citar uno de tus libros anteriores, ¿viste ahí “la raíz” de algo que después se ha ido exacerbando en la dirigencia política argentina?
–En algunos aspectos sí ¿Por qué te digo esto? El libro también fue para mí una forma de explorar una generación que conocía poco. Y al conocerlos en sus mejores aspectos, pero también en sus miserias, terminé queriéndolos más. A mí no me gustan los superhéroes que parecen impolutos y todopoderosos. No me gusta Superman, me gusta el Chapulín Colorado, que es cobarde, que se asusta, pero que, aun así, va para adelante. Superman es de piedra, ¿cómo va a tener miedo? Al mismo tiempo, tendemos siempre a olvidar algunos aspectos incómodos y recordar lo mejor. Es cierto y es bueno, pero no nos impide reconocer que la Generación del 80 tuvo grandes logros, pero también tuvo sus miserias. Eran picantes, eran agresivos y se intentaron boicotear, se espiaron y algunos eran corruptos... Pero lo bueno es que, aun así, lograron impulsar algunas de las mejores medidas de este país. A su vez, también tuvieron sus dobleces, generaron la crisis de 1890. Hay un libro de Julián Martel que se llama La Bolsa, que es extraordinario, y demuestra la timba financiera en la cual habían caído. Es decir, funcionarios que sacaban créditos a sola firma de los bancos públicos, no los pagaban, se daban vuelta e invertían ese dinero en la bolsa, ganaban fortunas y ¡viva la Pepa! Y sí, hay algunas vetas de aquellos años que continuamos: en las luces, porque todavía hoy me da la sensación de que cosechamos algunos de los frutos tardíos de aquella educación pública que lograron impulsar en ese tiempo. Vos y yo somos egresados de la universidad pública, y eso es un mérito de aquella generación. No tuvimos que pagar para que nos educaran. Y en las sombras, también hoy hay mucho de aquel pasado. Hay reminiscencias de aquella puja entre Roca y Rocha, que yo me reía: parecían Menem y Duhalde. Y después hay comentarios sobre corrupción, que vos decís: “No cambiamos mucho”.
–Quizá la diferencia esté en las proporciones. Luces y sombras encontraremos en cualquier individualidad y en cualquier período histórico que analicemos, pero la cuestión radica en cuánto de luces y cuánto de sombras…
–Y también el grado de sofisticación… Vos ves, por ejemplo, a Ataliva Roca, uno de los hermanos de Julio Roca, y decís “no podía ser tan salvaje”… Hoy ves algunos que son más sofisticados, y otros que son igual de groseros…
–En la fundación de La Plata, donde tuvo tanta preeminencia la obra pública, ¿hubo un Lázaro Báez?
–Hubo varios. Y hay un enorme signo de pregunta, que lo planteo con el mayor de los respetos y espero que los descendientes de Rocha no me quieran ahorcar en una plaza pública: Dardo Rocha tenía una casa bonita, un solar en la calle Lavalle al 800 de la ciudad de Buenos Aires; era un solar de los tiempos de la colonia, en el que habían vivido sus padres, sus abuelos… una casa típica, con una sola planta, con ventanas piso- techo, puerta, nada más. Tengo la foto. Pero se viene a vivir a La Plata y los amigos le hacen (también en Buenos Aires) un palacete rococó de dos plantas, que adentro tenía de todo, con un mensaje escrito en piedra en la puerta que decía: “A Rocha, sus amigos”. Y lo que no pude reconstruir es si “los amigos” eran los constructores de la ciudad de La Plata. Si fuera así, sería el actual delito de dádivas. No lo escribí porque no hay pruebas. Es una pregunta que no pude responder. Y mirá que busqué: averigüé en el Registro de la Propiedad Inmueble, consulté a historiadores, a la Academia Nacional de la Historia. Fui y volví, fui y volví…La casa la demolieron. José Claudio Escribano llegó a entrar, habló con las hijas de Rocha y me cuenta que era extraordinaria: adentro había cuadros de Rubens, vajilla visigoda…
–Lo que también parece una constante histórica, y lo vemos en estos días, es la pelea entre porteños y bonaerenses. ¿Identificás ahí una raíz de los desencuentros argentinos?
–Sí, y también muestra otra de las aristas por las cuales La Plata no llegó a ser la que pudo ser. El plan original de Rocha era, primero construir la ciudad, que fuera el gran ejemplo de lo que él podía hacer. Su ilusión era ganar la presidencia, apoyado en esta ciudad como trampolín, y ya como presidente, convertir a La Plata en la capital federal y que la Ciudad de Buenos Aires volviera a ser la capital de la provincia de Buenos Aires. Él era porteño. Él había sido discípulo de Carlos Tejedor. Y Fray Mocho, al morir, lo define como el último porteño. Él lo que quería era decir “gano, devuelvo la ciudad de Buenos Aires a su legítimo dueño y la ciudad de La Plata, como ha sido Brasilia en Brasil, o Washington en Estados Unidos, es la capital federal: no es de nadie y es de todos. No tiene antecedentes históricos por los cuales alguien la reclame…”. Y Roca, en esa puja entre porteños y el interior, dice: “si esto ocurre, y ocurre demasiado rápido, vamos a tener otra vez estun gran desbalance entre porteños e interior y habremos combatido contra Carlos Tejedor en 1880 para nada; nos habremos desangrado para nada”. Y ese es uno de los motivos por los cuales le pisa las ilusiones a Rocha y alienta las ilusiones de (Miguel) Juárez Celman, que además de ser su concuñado, es cordobés. Y después se mezclan otras cosas, como una que les pasa a muchos presidentes: recién se están sentando en el sillón de Rivadavia y sienten que ya les están respirando en la nuca. Eso siente con Rocha. Por eso Roca se enoja y escribe una carta en la que dice: “Ni se acomodó allá como gobernador y ya me está queriendo sacar el lugar”.
–Y así nace la maldición de Dardo Rocha, que ha perseguido a todos los gobernadores de la provincia de Buenos Aires que han intentado llegar a la presidencia: ninguno pudo hacerlo a través de elecciones.
–Ahí tenés dos partes, la que es mito y la que es realidad. La realidad es que ninguno lo logró. Y al mismo tiempo, es comprensible que las otras provincias vean a Buenos Aires como un gigante, como una amenaza. Eso explica discusiones que tenemos hoy, por ejemplo, sobre la coparticipación federal o sobre si debemos o no volver al colegio electoral. Son distintas aristas de la misma inquietud.
–Íñigo, uno de los protagonistas centrales de la novela, se encarga de escribirles a otros inmigrantes las cartas a sus familias. En un momento dice: “Algunas cartas eran más largas que otras. Pero todas hablaban de sueños, de esperanzas... de trabajo duro, de gastar poco y ahorrar lo posible. De ilusiones de tener una casa propia… De un futuro mejor”. Si hiciéramos el ejercicio de imaginar las cartas que escribirían hoy los jóvenes de esta Argentina, ¿tendrían esa carga de entusiasmo y de ilusión por el futuro?
–Diría que, si hoy fueran escritas en la ciudad de La Plata, tendrían un tono agridulce. Quizás en otros lugares de la propia Argentina, expresarían mayor esperanza, porque hay lugares luminosos de la Argentina. Hay lugares donde todavía hoy existe la sensación del progreso, la sensación de “tenemos destino”, “tenemos futuro”. Este país tiene lugares increíbles, hermosos, donde la gente labura y progresa… Todo eso es muy bueno. Incluso aquí, ¿por qué yo digo agridulce? Porque creo que Iñigo podría estar escuchando a aquellos que tienen la ilusión de poder educarse, de poder ir a la universidad, de poder ir al Colegio Nacional… Pero creo que también tendrías a un Iñigo escribiendo, por ejemplo, sobre la inseguridad, aunque también eso ocurría en aquel momento: los inmigrantes, por temor a que les robaran o los golpearan, se juntaban e iban en grupos por las zonas oscuras hacia Tolosa para comprar alimentos. Entonces, creo que las cartas de Iñigo en la actualidad serían similares a las que escribió en la segunda fase de la novela; la fase en la cual los inmigrantes iban conociendo también las aristas más grises y la decepción.
–Iñigo también representa un perfil que parece muy desdibujado en la Argentina actual: el de la educación de calidad asociada a las clases más vulnerables. Es un inmigrante pobre que escucha a Verdi y lee Los Miserables, que es capaz de recitar de memoria a grandes poetas y que disfruta la ópera…
–Yo también ahí prefiero los matices, porque creo que hay muchos que quieren progresar, que quieren avanzar y mejorar. Es la pobreza aspiracional. En estos días leímos en el diario una historia extraordinaria, la del muchacho que está entre los diez mejores estudiantes del mundo. Es para emocionarse. Un pibe que le mete garra, garra y garra; su padre es obrero de la construcción, una de sus hermanas está estudiando ingeniería y él está estudiando tres carreras. Eso te muestra lo bueno. Ahora, la de nuestros abuelos y bisabuelos era una generación que, aun cuando vinieran con lo puesto, podían construir un futuro. Mi bisabuelo Mon vino a los 16 y durmió sobre la barra de una pulpería, en Pehuajó. No volvió nunca más a España. Acá llegó a ser peluquero y, deslomándose, pudo tener un par de casas en Pehuajó y mandar a sus hijos a estudiar. Mi abuelo fue ingeniero, y el día que se recibió, el padre le cortó los víveres, diciéndole “ya llegaste mucho más lejos de lo que jamás he llegado yo”. Era esta cultura aspiracional, esto de decir “vamos pa’lante”. Por eso yo pongo mucho énfasis en el Teatro Princesa de La Plata porque el Teatro Princesa encarnó, justamente, el espíritu de “juntos podemos”. La idea de que, si unimos las fuerzas, vamos a llegar más lejos. Y si unimos las fuerzas podemos construir algo que nos va a trascender a nosotros. El Princesa representó eso: fue un teatro, después un cine, un espacio donde iban personas a cantar y donde se daban clases magistrales. Edmundo de Amicis dio una conferencia y fue elegido uno de los padrinos de Unione e Fratellanza.
–Pero uno pasa hoy por la puerta del Teatro Princesa y lo ve convertido en una ruina que no podemos ni siquiera mantener en pie. Entonces ahí parece haber también una metáfora de la impotencia argentina…
–Sí, lo que ves son arrestos y esfuerzos individuales, algunos que, por distintas circunstancias, han fracasado. Hubo proyectos privados muy interesantes, que por cosas del destino quedaron en suspenso. Pero de parte del Estado solo hay declaraciones formales. Mientras tanto, el patrimonio se está cayendo a pedazos.
–Vos subrayás y describís en el libro el rol de la masonería en la fundación y el diseño de La Plata. Para muchos que no conocemos ese universo, la masonería suena como algo misterioso y hermético. ¿Qué descubriste de ese mundo?
- –Para mí también era un gran misterio. Fue un viaje de exploración y descubrimiento. Y fue muy interesante. La Plata es una ciudad masónica, desde su diseño hasta infinidad de edificios. Esta ciudad no se explica sin la masonería. Rocha era masón, (Pedro) Benoit (el que planificó la ciudad) era masón, 29 de los 36 miembros del Departamento de Ingenieros eran masones. Los otros siete, no es que no lo hayan sido, sino que no lo pude confirmar, con lo cual puede que el número sea incluso mayor. También había sacerdotes masones, porque la masonería no es una antítesis de la Iglesia. Es una forma de impulsar lo que hablábamos antes, el iluminismo, las ideas liberales, ese tipo de cuestiones.
- Y como en cualquier otro grupo humano, hubo facciones, pujas de poder. Y así como tenías la masonería especulativa y la operativa, había también distintas logias masónicas que eran la del laburante, la del italiano, la del inmigrante francés, y después tenés otras más de clase media alta, donde estaba Benoit, que no se cruzaban entre ellas. Incluso hubo peleas de egos, por ejemplo, por ver quién concretaba la primera logia en la ciudad.
- –¿Y creés que en La Plata sobrevive algo de ese espíritu de la masonería?
- Creo que mucho del legado tiene que ver con eso, incluso en la universidad. La ciudad se llama La Plata por un masón, Hernández. Hernández fue, junto con otros, uno de los que impulsó la Universidad Nacional de La Plata, casa que tenía una enorme carga masónica que a su vez tenía esa impronta: adscriben a la idea del racionalismo, de impulsar el debate de ideas. Ahora tenemos algunas facultades que no promueven eso y, por el contrario, persiguen al disidente. Recordemos que el rectorado, en la esquina de 7 y 47, tiene un árbol y al lado tiene un pequeño monolito de los masones. Está puesto ahí.
- Para un platense, la novela es un viaje fascinante, porque nos lleva a nuestras raíces y nos descubre secretos de nuestro propio terruño. ¿Por qué sería interesante para alguien que no es de La Plata y que no necesariamente está familiarizado con esta historia?
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La ciudad de las ranas es un viaje en varias direcciones. Es, en principio, el viaje de un gran periodista de investigación (apegado a los documentos y a los hechos) al territorio mágico de la ficción. Es también el viaje de un hombre sensible y curioso a las profundidades y misterios de su propio terruño. Es el viaje a una época y a una generación que soñó la Argentina con ambición, con talento y con coraje, pero que no fue inmaculada ni perfecta. Es un viaje por la historia, la política, la cultura y los sueños de una ciudad y de un país que fueron más de lo que son.
La ciudad de las ranas es la primera novela de Hugo Alconada Mon. Consagrado como periodista de investigación, Hugo no necesita presentación ante los lectores de LA NACION. Ha sido autor de resonantes y rigurosas investigaciones periodísticas; ha buceado en los sótanos del poder y ha seguido, con implacable meticulosidad, complejas tramas locales e internacionales de corrupción. Es autor de varios libros periodísticos, tanto de investigación como de entrevistas. Pero con el mismo espíritu y el mismo valor que se necesitan para ejercer el periodismo de investigación, Hugo se ha animado a explorar otro mundo, el de la ficción y la novela de aventuras. Para eso se sumergió en la historia de La Plata, la ciudad en la que nació, en la que se formó y en la que forjó una hermosa familia. La misma ciudad en la que dio sus primeros pasos como periodista, y a la que está indisolublemente unido por lazos familiares que se remontan a sus antepasados hasta llegar a sus padres, Ana e Isidoro.
"La Generación del 80, con sus luces y sus sombras, alumbró la ley 1420 que educó a todo un país y terminó convirtiendo a la Argentina en la nación más educada de América Latina"
La ciudad de las ranas (en alusión a sus bañados y su fauna) fue la forma despectiva en la que Julio Argentino Roca se refirió a La Plata cuando su diseño urbano recién empezaba a perfilarse. Esa ironía filosa expresaba, de algún modo, sus tensiones y rispideces con Dardo Rocha, el gobernador bonaerense que fundó la capital de la provincia y quiso pero nunca pudo sucederlo.
De esos hombres y de ese tiempo habla Hugo Alconada Mon en esta entrevista. Pero también habla del presente a la luz de aquella historia.
La litografía que ilustra el acto fundacional de La Plata; fueron incluidos Roca y Sarmiento, aunque no estuvieron La litografía que ilustra el acto fundacional de La Plata; fueron incluidos Roca y Sarmiento, aunque no estuvieron ArcHivo Histórico
–¿Cómo fue el salto de un periodista de investigación, apegado a la rigurosidad de los datos, “esclavo” de las pruebas y de los documentos, al mundo de la imaginación, la novela y la ficción?
–Fue una cuestión de necesidad y de ilusión. Este libro comenzó a gestarse cuando yo trabajaba en el diario El Día, hace ya más de veinte años. ¿Por qué? Porque soy nacido y criado en La Plata, donde vivo. Pero los dos años y medio que pasé en el diario El Día me aportaron una información valiosa; fue el tiempo en el que más conocí la ciudad de La Plata, porque el mismo trabajo te lleva a conocer a personas distintas, historiadores, lugares que de otro modo no conocerías. Y me quedó la idea de que ahí había algo mucho más atractivo de lo que usualmente sabemos. Entonces desde aquel tiempo fui leyendo, pero lo hacía de manera salpicada. En los últimos años empecé a meterle velocidad y ritmo, y la primera idea fue escribir una historia pequeña de la ciudad de La Plata en el período fundacional. Y empecé a trabajar como cuando hago mi trabajo de no ficción: una línea cronológica, un documento madre con toda la información, un listado de fuentes y de citas. Lo tengo armado. Pero, a medida que lo iba escribiendo, empecé a preguntarme cómo abordar ciertos temas históricos y a ver que me faltaban piezas del rompecabezas. Consulté a muchas fuentes, hablé con el presidente de la Academia Nacional de la Historia y busqué datos por todos lados. Pero había momentos en los cuales las piezas no encastraban. Y ahí empecé a jugar con la imaginación. A medida que iba completando el rompecabezas, me fui embalando, cubriendo los huecos. En un momento la ficción se superpuso sobre la historia real. Y entonces me empecé a divertir, y la pasé genial. Fue en medio de la pandemia, cuando estábamos encerrados, y esta era una manera, si querés, hasta de volar. Hay muchos personajes de la novela que son reales, pero hay otros que son totalmente inventados.
"La Plata era la ciudad que encarnaba el ideal de progreso, de iluminismo, de racionalismo de una generación que quería impulsar el desarrollo de una nación"
–¿Cómo lidiaste con tu trabajo cotidiano de periodista de investigación y esta otra “vida” como novelista?
–Son dos mundos distintos. Por supuesto que utilicé muchas técnicas de investigación para reconstruir aquella época. Pero hay una diferencia insoslayable: en periodismo, solo se publica lo que está verificado y es de interés público. Punto. Y así es como algunas investigaciones toman años. Pero como escritor, pude jugar, seguir los senderos que sentí más atractivos, sin limitantes. Es un océano de diferencia.
–En la trama parece haber dos ejes paralelos, el de una historia de amor y de aventuras, y el de la historia política. En la historia política, ¿cuánto hay de ficción y cuánto de realidad pura?
–Ahí no hay nada de ficción. Todo lo que sostengo sobre Roca, Rocha, la Generación del 80, Wilde, Sarmiento, los documentos históricos, las citas, todo eso es real. Cuando en un momento recreo un diálogo entre Roca y Rocha, me apoyo en las cartas que mutuamente se enviaban. Con lo cual ni siquiera es que estoy poniendo en la boca de Roca, algo que Roca jamás dijo. Lo dijo y lo escribió. Lo que yo hago es que se digan cara a cara lo que en un momento se habían escrito.
–En este libro conviven, entonces, un libro de historia con uno de ficción…
–Exacto. La compra de periodistas, por ejemplo, es real. Rocha contrata a un medio que se llamaba El Mosquito durante dos años. Eso está escrito en un libro de historia. La masacre de San Ponciano es real y la batalla de Ringuelet es real. Incluso hay frases, por ejemplo, en una carta que la muchacha de la novela le envía a Iñigo, uno de los protagonistas, que están extraídas de una carta real de Guillermina de Oliveira Cézar a otra persona. Entonces me apoyo mucho en lo real y después vuelo. Pero la quema de los templos masónicos en la ciudad de La Plata es real, las pujas entre masones y católicos son reales, lo mismo que entre criollos e inmigrantes. Es real el caso de un italiano al que intentaron secuestrar para que no pudiera competir en las elecciones. La historia es muy rica y, al mismo tiempo, sin pretender compararme, nos podemos permitir jugar como hacen Félix Luna en Soy Roca, o Tomás Eloy Martínez en La novela de Perón y Santa Evita, donde uno se pregunta ¿esto es real o no? Te dejo con la duda…
–Para escribir este libro vos hiciste un viaje al pasado, a los finales del siglo XIX. ¿Cómo se ve la Argentina de hoy desde aquel paisaje histórico?
–Creo que, al vernos, la Generación del 80 se agarraría los dedos con la puerta, pero al mismo tiempo dirían “esto era lo que nosotros esperábamos”. ¿Por qué te digo esto? Por un lado, creo que se frustrarían porque ellos soñaron otro país. Con sus luces y sus sombras. Ellos soñaron un país que, por un lado, alumbró la ley 1420, pero por otro lado le decían a todo un pueblo “ustedes juegan hasta acá; nosotros somos lo que lideramos, nosotros somos los que mandamos”. Entonces, yo creo que vivirían algunos aspectos con frustración, diciendo ‘cómo pudieron dejar que este país se desgastara y declinara tanto’, pero al mismo tiempo que dirían: ‘Era previsible’. Era previsible porque incluso ellos, al alumbrar la ley 1420, por un lado, quieren educar al pueblo, pero a la vez vislumbran que si vos educás y fomentás el desarrollo, todas esas personas en algún momento dirán “momentito”, “yo ya quiero tener voz y voto”. Entonces eso explica en parte por qué algunos sectores de aquel grupo, aquella generación, después terminaron en la Liga Patriótica. Ellos se consideraban la sal, lo cualitativo, y sabían que iban a ser superados por lo cuantitativo. Entonces, Rocha, por ejemplo, hubiera dicho “esto era previsible, por eso nosotros queríamos promover la Liga Patriótica”. Ahora, sobre la ciudad en sí, ya no sobre la Argentina sino sobre la ciudad de La Plata, yo creo que nos agarran a patadas a todos. Es triste ver cómo hemos ido demoliendo o devorando el patrimonio urbano de esta ciudad, desde edificios hermosísimos que hemos dejado caer hasta que nos la pasamos asfaltando adoquines históricos. Alguien puede decir que eso es menor, pero es sintomático de un pueblo que no tiene memoria.
–Está claro que te ha atraído la historia de La Plata porque tiene que ver con tus raíces, y tal vez por esa sensibilidad que nos inspira nuestro propio terruño, ¿pero también ves que el destino de La Plata expresa, de algún modo, una metáfora de la Argentina?
–Sí, es la metáfora de un país, reflejada en una ciudad que quiso ser, que pudo ser y que no logró ser. Que puede recuperar su destino, pero que al mismo tiempo lo boicotea. Insisto: esta generación, con sus luces y sus sombras, alumbró la ley 1420 que educó a todo un país y terminó convirtiendo a la Argentina en la nación más educada de América Latina.
–Y La Plata fue un símbolo de esa Argentina: “La Atenas de América”, la llamó el escritor Pedro Henríquez Ureña…
–La Plata era la ciudad que encarnaba el ideal de progreso, de iluminismo, de racionalismo de toda una generación que quería impulsar el desarrollo de una nación, con sus luces y sus sombras, con cosas con las que estoy de acuerdo y otras con las que no, pero que tenían claro que había que darle para adelante. Tenían, por supuesto, sus pujas de poder, sus diferencias, por ejemplo, con la Iglesia, y por eso tenían los encontronazos que tenían por el control del Registro Civil, del cementerio, de la educación… Pero que al mismo tiempo decían “vamos para allá”. Después se mataban entre ellos, porque se mataban: se espiaron, muchos eran corruptos, hacían negocios…
–En la novela vos hacés una pintura de esa clase dirigente, atravesada por los peores vicios de la política y por graves tensiones en la convivencia, marcada por la desconfianza, las zancadillas, el espionaje... Para citar uno de tus libros anteriores, ¿viste ahí “la raíz” de algo que después se ha ido exacerbando en la dirigencia política argentina?
–En algunos aspectos sí ¿Por qué te digo esto? El libro también fue para mí una forma de explorar una generación que conocía poco. Y al conocerlos en sus mejores aspectos, pero también en sus miserias, terminé queriéndolos más. A mí no me gustan los superhéroes que parecen impolutos y todopoderosos. No me gusta Superman, me gusta el Chapulín Colorado, que es cobarde, que se asusta, pero que, aun así, va para adelante. Superman es de piedra, ¿cómo va a tener miedo? Al mismo tiempo, tendemos siempre a olvidar algunos aspectos incómodos y recordar lo mejor. Es cierto y es bueno, pero no nos impide reconocer que la Generación del 80 tuvo grandes logros, pero también tuvo sus miserias. Eran picantes, eran agresivos y se intentaron boicotear, se espiaron y algunos eran corruptos... Pero lo bueno es que, aun así, lograron impulsar algunas de las mejores medidas de este país. A su vez, también tuvieron sus dobleces, generaron la crisis de 1890. Hay un libro de Julián Martel que se llama La Bolsa, que es extraordinario, y demuestra la timba financiera en la cual habían caído. Es decir, funcionarios que sacaban créditos a sola firma de los bancos públicos, no los pagaban, se daban vuelta e invertían ese dinero en la bolsa, ganaban fortunas y ¡viva la Pepa! Y sí, hay algunas vetas de aquellos años que continuamos: en las luces, porque todavía hoy me da la sensación de que cosechamos algunos de los frutos tardíos de aquella educación pública que lograron impulsar en ese tiempo. Vos y yo somos egresados de la universidad pública, y eso es un mérito de aquella generación. No tuvimos que pagar para que nos educaran. Y en las sombras, también hoy hay mucho de aquel pasado. Hay reminiscencias de aquella puja entre Roca y Rocha, que yo me reía: parecían Menem y Duhalde. Y después hay comentarios sobre corrupción, que vos decís: “No cambiamos mucho”.
–Quizá la diferencia esté en las proporciones. Luces y sombras encontraremos en cualquier individualidad y en cualquier período histórico que analicemos, pero la cuestión radica en cuánto de luces y cuánto de sombras…
–Y también el grado de sofisticación… Vos ves, por ejemplo, a Ataliva Roca, uno de los hermanos de Julio Roca, y decís “no podía ser tan salvaje”… Hoy ves algunos que son más sofisticados, y otros que son igual de groseros…
–En la fundación de La Plata, donde tuvo tanta preeminencia la obra pública, ¿hubo un Lázaro Báez?
–Hubo varios. Y hay un enorme signo de pregunta, que lo planteo con el mayor de los respetos y espero que los descendientes de Rocha no me quieran ahorcar en una plaza pública: Dardo Rocha tenía una casa bonita, un solar en la calle Lavalle al 800 de la ciudad de Buenos Aires; era un solar de los tiempos de la colonia, en el que habían vivido sus padres, sus abuelos… una casa típica, con una sola planta, con ventanas piso- techo, puerta, nada más. Tengo la foto. Pero se viene a vivir a La Plata y los amigos le hacen (también en Buenos Aires) un palacete rococó de dos plantas, que adentro tenía de todo, con un mensaje escrito en piedra en la puerta que decía: “A Rocha, sus amigos”. Y lo que no pude reconstruir es si “los amigos” eran los constructores de la ciudad de La Plata. Si fuera así, sería el actual delito de dádivas. No lo escribí porque no hay pruebas. Es una pregunta que no pude responder. Y mirá que busqué: averigüé en el Registro de la Propiedad Inmueble, consulté a historiadores, a la Academia Nacional de la Historia. Fui y volví, fui y volví…La casa la demolieron. José Claudio Escribano llegó a entrar, habló con las hijas de Rocha y me cuenta que era extraordinaria: adentro había cuadros de Rubens, vajilla visigoda…
–Lo que también parece una constante histórica, y lo vemos en estos días, es la pelea entre porteños y bonaerenses. ¿Identificás ahí una raíz de los desencuentros argentinos?
–Sí, y también muestra otra de las aristas por las cuales La Plata no llegó a ser la que pudo ser. El plan original de Rocha era, primero construir la ciudad, que fuera el gran ejemplo de lo que él podía hacer. Su ilusión era ganar la presidencia, apoyado en esta ciudad como trampolín, y ya como presidente, convertir a La Plata en la capital federal y que la Ciudad de Buenos Aires volviera a ser la capital de la provincia de Buenos Aires. Él era porteño. Él había sido discípulo de Carlos Tejedor. Y Fray Mocho, al morir, lo define como el último porteño. Él lo que quería era decir “gano, devuelvo la ciudad de Buenos Aires a su legítimo dueño y la ciudad de La Plata, como ha sido Brasilia en Brasil, o Washington en Estados Unidos, es la capital federal: no es de nadie y es de todos. No tiene antecedentes históricos por los cuales alguien la reclame…”. Y Roca, en esa puja entre porteños y el interior, dice: “si esto ocurre, y ocurre demasiado rápido, vamos a tener otra vez estun gran desbalance entre porteños e interior y habremos combatido contra Carlos Tejedor en 1880 para nada; nos habremos desangrado para nada”. Y ese es uno de los motivos por los cuales le pisa las ilusiones a Rocha y alienta las ilusiones de (Miguel) Juárez Celman, que además de ser su concuñado, es cordobés. Y después se mezclan otras cosas, como una que les pasa a muchos presidentes: recién se están sentando en el sillón de Rivadavia y sienten que ya les están respirando en la nuca. Eso siente con Rocha. Por eso Roca se enoja y escribe una carta en la que dice: “Ni se acomodó allá como gobernador y ya me está queriendo sacar el lugar”.
–Y así nace la maldición de Dardo Rocha, que ha perseguido a todos los gobernadores de la provincia de Buenos Aires que han intentado llegar a la presidencia: ninguno pudo hacerlo a través de elecciones.
–Ahí tenés dos partes, la que es mito y la que es realidad. La realidad es que ninguno lo logró. Y al mismo tiempo, es comprensible que las otras provincias vean a Buenos Aires como un gigante, como una amenaza. Eso explica discusiones que tenemos hoy, por ejemplo, sobre la coparticipación federal o sobre si debemos o no volver al colegio electoral. Son distintas aristas de la misma inquietud.
–Íñigo, uno de los protagonistas centrales de la novela, se encarga de escribirles a otros inmigrantes las cartas a sus familias. En un momento dice: “Algunas cartas eran más largas que otras. Pero todas hablaban de sueños, de esperanzas... de trabajo duro, de gastar poco y ahorrar lo posible. De ilusiones de tener una casa propia… De un futuro mejor”. Si hiciéramos el ejercicio de imaginar las cartas que escribirían hoy los jóvenes de esta Argentina, ¿tendrían esa carga de entusiasmo y de ilusión por el futuro?
–Diría que, si hoy fueran escritas en la ciudad de La Plata, tendrían un tono agridulce. Quizás en otros lugares de la propia Argentina, expresarían mayor esperanza, porque hay lugares luminosos de la Argentina. Hay lugares donde todavía hoy existe la sensación del progreso, la sensación de “tenemos destino”, “tenemos futuro”. Este país tiene lugares increíbles, hermosos, donde la gente labura y progresa… Todo eso es muy bueno. Incluso aquí, ¿por qué yo digo agridulce? Porque creo que Iñigo podría estar escuchando a aquellos que tienen la ilusión de poder educarse, de poder ir a la universidad, de poder ir al Colegio Nacional… Pero creo que también tendrías a un Iñigo escribiendo, por ejemplo, sobre la inseguridad, aunque también eso ocurría en aquel momento: los inmigrantes, por temor a que les robaran o los golpearan, se juntaban e iban en grupos por las zonas oscuras hacia Tolosa para comprar alimentos. Entonces, creo que las cartas de Iñigo en la actualidad serían similares a las que escribió en la segunda fase de la novela; la fase en la cual los inmigrantes iban conociendo también las aristas más grises y la decepción.
–Iñigo también representa un perfil que parece muy desdibujado en la Argentina actual: el de la educación de calidad asociada a las clases más vulnerables. Es un inmigrante pobre que escucha a Verdi y lee Los Miserables, que es capaz de recitar de memoria a grandes poetas y que disfruta la ópera…
–Yo también ahí prefiero los matices, porque creo que hay muchos que quieren progresar, que quieren avanzar y mejorar. Es la pobreza aspiracional. En estos días leímos en el diario una historia extraordinaria, la del muchacho que está entre los diez mejores estudiantes del mundo. Es para emocionarse. Un pibe que le mete garra, garra y garra; su padre es obrero de la construcción, una de sus hermanas está estudiando ingeniería y él está estudiando tres carreras. Eso te muestra lo bueno. Ahora, la de nuestros abuelos y bisabuelos era una generación que, aun cuando vinieran con lo puesto, podían construir un futuro. Mi bisabuelo Mon vino a los 16 y durmió sobre la barra de una pulpería, en Pehuajó. No volvió nunca más a España. Acá llegó a ser peluquero y, deslomándose, pudo tener un par de casas en Pehuajó y mandar a sus hijos a estudiar. Mi abuelo fue ingeniero, y el día que se recibió, el padre le cortó los víveres, diciéndole “ya llegaste mucho más lejos de lo que jamás he llegado yo”. Era esta cultura aspiracional, esto de decir “vamos pa’lante”. Por eso yo pongo mucho énfasis en el Teatro Princesa de La Plata porque el Teatro Princesa encarnó, justamente, el espíritu de “juntos podemos”. La idea de que, si unimos las fuerzas, vamos a llegar más lejos. Y si unimos las fuerzas podemos construir algo que nos va a trascender a nosotros. El Princesa representó eso: fue un teatro, después un cine, un espacio donde iban personas a cantar y donde se daban clases magistrales. Edmundo de Amicis dio una conferencia y fue elegido uno de los padrinos de Unione e Fratellanza.
–Pero uno pasa hoy por la puerta del Teatro Princesa y lo ve convertido en una ruina que no podemos ni siquiera mantener en pie. Entonces ahí parece haber también una metáfora de la impotencia argentina…
–Sí, lo que ves son arrestos y esfuerzos individuales, algunos que, por distintas circunstancias, han fracasado. Hubo proyectos privados muy interesantes, que por cosas del destino quedaron en suspenso. Pero de parte del Estado solo hay declaraciones formales. Mientras tanto, el patrimonio se está cayendo a pedazos.
–Vos subrayás y describís en el libro el rol de la masonería en la fundación y el diseño de La Plata. Para muchos que no conocemos ese universo, la masonería suena como algo misterioso y hermético. ¿Qué descubriste de ese mundo?
–Para mí también era un gran misterio. Fue un viaje de exploración y descubrimiento. Y fue muy interesante. La Plata es una ciudad masónica, desde su diseño hasta infinidad de edificios. Esta ciudad no se explica sin la masonería. Rocha era masón, (Pedro) Benoit (el que planificó la ciudad) era masón, 29 de los 36 miembros del Departamento de Ingenieros eran masones. Los otros siete, no es que no lo hayan sido, sino que no lo pude confirmar, con lo cual puede que el número sea incluso mayor. También había sacerdotes masones, porque la masonería no es una antítesis de la Iglesia. Es una forma de impulsar lo que hablábamos antes, el iluminismo, las ideas liberales, ese tipo de cuestiones. Y como en cualquier otro grupo humano, hubo facciones, pujas de poder. Y así como tenías la masonería especulativa y la operativa, había también distintas logias masónicas que eran la del laburante, la del italiano, la del inmigrante francés, y después tenés otras más de clase media alta, donde estaba Benoit, que no se cruzaban entre ellas. Incluso hubo peleas de egos, por ejemplo, por ver quién concretaba la primera logia en la ciudad.
–¿Y creés que en La Plata sobrevive algo de ese espíritu de la masonería?
–Creo que mucho del legado tiene que ver con eso, incluso en la universidad. La ciudad se llama La Plata por un masón, Hernández. Hernández fue, junto con otros, uno de los que impulsó la Universidad Nacional de La Plata, casa que tenía una enorme carga masónica que a su vez tenía esa impronta: adscriben a la idea del racionalismo, de impulsar el debate de ideas. Ahora tenemos algunas facultades que no promueven eso y, por el contrario, persiguen al disidente. Recordemos que el rectorado, en la esquina de 7 y 47, tiene un árbol y al lado tiene un pequeño monolito de los masones. Está puesto ahí.
–Para un platense, la novela es un viaje fascinante, porque nos lleva a nuestras raíces y nos descubre secretos de nuestro propio terruño. ¿Por qué sería interesante para alguien que no es de La Plata y que no necesariamente está familiarizado con esta historia?
–Primero, porque es una novela de aventuras y se puede leer así. Segundo, porque es una novela histórica y también se puede leer así. Tercero, porque es un viaje al pasado para conocer a aquella generación, una generación muy especial, la de Roca, la de Rocha, la de Sarmiento, la de Wilde… ¿Por qué podría interesarle a un mendocino, por ejemplo? Porque mucho de lo que contamos en este libro explica decisiones y políticas públicas que tuvo este país y que perduran hasta hoy, o cuyos resabios continúan.
- Porque este libro, además, te cuenta, por ejemplo, cómo y por qué nació el radicalismo, qué vacío intentó llenar. Te muestra por qué hubo una revolución en 1890 y otra en 1893. Cómo, a su vez, esto llevó a la ley Sáenz Peña. Cómo llegamos, en definitiva, a la posibilidad de que todos elijamos a través del voto secreto. Entonces hay distintas aristas de lo que fue un período clave para entender la Argentina.
- –Volvamos a esa idea del juicio que haría la generación del 80 sobre el país de hoy. ¿Cómo nos vería aquella dirigencia que pensó y proyectó la Argentina a futuro?
- –Vamos con uno, Sarmiento. ¿Qué te diría? Se alegraría de que sobreviva la educación pública. Estaría contento de ver que incluso algunos presidentes son fruto de la educación pública, que hemos tenido premios Nobel… Pero me imagino que, si entrara a algunas escuelas públicas, cascarrabias como era, probablemente insultaría a unos cuantos. Y creo que se largaría a llorar, porque era un hombre muy sanguíneo.
- De Roca, ¿qué me imagino? Creo que se preguntaría cómo es posible que hayamos permitido que la Argentina sea un país tan Buenos Aires-céntrico, e incluso hasta nos objetaría la eliminación del colegio electoral. Nos diría: “Muchachos, de este modo, lo que generan es un gran desbalance, en el que algunos municipios de la provincia de Buenos Aires pesan más que provincias enteras. Nosotros nos desangramos para evitar justamente eso y buscar un equilibrio distinto de poder”.
- Yo creo que Pellegrini, después de haber capeado la crisis de 1890 y la implosión del Banco Nacional, nos diría: “Muchachos, yo me rompí el alma, casi me muero de un infarto, y ustedes siguen chocando la calesita económica cada seis años…”. Entonces creo que por ese lado se sentirían frustrados.
- Pero al mismo tiempo creo que se sentirían orgullosos, no todos, pero muchos estarían orgullosos, por ejemplo, de la educación que han logrado y lo que todavía hoy representa esa educación que ellos impulsaron a un costo muy alto, porque la ley 1420 no fue gratuita.
- Creo, por otro lado, que a muchos de ellos no les agradarían algunas de las derivaciones del voto universal, y es ahí donde yo tengo las mayores diferencias. Creo que ellos hubieran preferido mantener el régimen oligárquico conservador, con esa idea de “el pueblo llega hasta acá”. De hecho, la ley 4144 que aprobaron en 1902 para poder echar a los anarquistas del país sin intervención del juez, la cotejás con la Constitución y decís “esto no pega ni con Plasticola”. Pero, en definitiva, creo que esa generación, si viera el país de hoy, como mínimo se tomaría algo para el dolor de cabeza.
- –En el libro rescatás algunos hechos históricos que hoy podrían parecer pintorescos, y encuadrarse como pequeñeces, pero que tal vez hablen de los orígenes de algunas distorsiones profundas en la concepción de los asuntos públicos. Uno de ellos es la foto oficial de la fundación de La Plata: aunque Roca y Sarmiento no habían ido al acto de colocación de la Piedra Fundamental, Rocha ordena que se los incluya en la imagen a través de una especie de photoshop de la época. Parece un antecedente de las manipulaciones que vemos hoy para adulterar la realidad e imponer un relato “a medida” de las conveniencias del poder.
- A la vez, Rocha decide fundar la ciudad un 19 de noviembre, porque era el día del cumpleaños de su hijo. Y la otra fecha que había contemplado coincidía con el cumpleaños de su mujer. ¿Ves en esos hechos un síntoma de algo que después se incorporó a la cultura política argentina?
- Veo la confusión entre lo público y lo privado, entre los planes personales y el camino institucional. Algunos lo confundieron en aquel momento y otros lo confunden ahora. Es una confusión que influye en el manejo de los fondos públicos y en el manejo de la información pública como si fuera información privada. O la confusión que había, y todavía hay, de aquellos que son funcionarios y deben considerarse servidores públicos, pero que en realidad se creen emperadores. Todas esas confusiones ya estaban en aquel momento. Vemos cómo se usaban fondos públicos de un modo por lo menos cuestionable, si no delictual.
- Por ejemplo, para la compra de periodistas, o el desvío de fondos del Banco Provincia para el financiamiento de la campaña de Dardo Rocha. Lo mismo hacía Juárez Celman, porque no es que uno fuera Heidi y el otro el Lobo Feroz. Lo mismo vemos ahora. De hecho, algunas de las investigaciones que están en curso, tanto sobre el kirchnerismo como sobre el macrismo, son por financiamiento electoral, por la confusión que hay entre lo público y lo privado
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La ciudad de las ranas es un viaje en varias direcciones. Es, en principio, el viaje de un gran periodista de investigación (apegado a los documentos y a los hechos) al territorio mágico de la ficción. Es también el viaje de un hombre sensible y curioso a las profundidades y misterios de su propio terruño. Es el viaje a una época y a una generación que soñó la Argentina con ambición, con talento y con coraje, pero que no fue inmaculada ni perfecta. Es un viaje por la historia, la política, la cultura y los sueños de una ciudad y de un país que fueron más de lo que son.
La ciudad de las ranas es la primera novela de Hugo Alconada Mon. Consagrado como periodista de investigación, Hugo no necesita presentación ante los lectores de LA NACION. Ha sido autor de resonantes y rigurosas investigaciones periodísticas; ha buceado en los sótanos del poder y ha seguido, con implacable meticulosidad, complejas tramas locales e internacionales de corrupción. Es autor de varios libros periodísticos, tanto de investigación como de entrevistas. Pero con el mismo espíritu y el mismo valor que se necesitan para ejercer el periodismo de investigación, Hugo se ha animado a explorar otro mundo, el de la ficción y la novela de aventuras. Para eso se sumergió en la historia de La Plata, la ciudad en la que nació, en la que se formó y en la que forjó una hermosa familia. La misma ciudad en la que dio sus primeros pasos como periodista, y a la que está indisolublemente unido por lazos familiares que se remontan a sus antepasados hasta llegar a sus padres, Ana e Isidoro.
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"La Generación del 80, con sus luces y sus sombras, alumbró la ley 1420 que educó a todo un país y terminó convirtiendo a la Argentina en la nación más educada de América Latina"
La ciudad de las ranas (en alusión a sus bañados y su fauna) fue la forma despectiva en la que Julio Argentino Roca se refirió a La Plata cuando su diseño urbano recién empezaba a perfilarse. Esa ironía filosa expresaba, de algún modo, sus tensiones y rispideces con Dardo Rocha, el gobernador bonaerense que fundó la capital de la provincia y quiso pero nunca pudo sucederlo.
De esos hombres y de ese tiempo habla Hugo Alconada Mon en esta entrevista. Pero también habla del presente a la luz de aquella historia.
La litografía que ilustra el acto fundacional de La Plata; fueron incluidos Roca y Sarmiento, aunque no estuvieron La litografía que ilustra el acto fundacional de La Plata; fueron incluidos Roca y Sarmiento, aunque no estuvieron ArcHivo Histórico
–¿Cómo fue el salto de un periodista de investigación, apegado a la rigurosidad de los datos, “esclavo” de las pruebas y de los documentos, al mundo de la imaginación, la novela y la ficción?
–Fue una cuestión de necesidad y de ilusión. Este libro comenzó a gestarse cuando yo trabajaba en el diario El Día, hace ya más de veinte años. ¿Por qué? Porque soy nacido y criado en La Plata, donde vivo. Pero los dos años y medio que pasé en el diario El Día me aportaron una información valiosa; fue el tiempo en el que más conocí la ciudad de La Plata, porque el mismo trabajo te lleva a conocer a personas distintas, historiadores, lugares que de otro modo no conocerías. Y me quedó la idea de que ahí había algo mucho más atractivo de lo que usualmente sabemos. Entonces desde aquel tiempo fui leyendo, pero lo hacía de manera salpicada. En los últimos años empecé a meterle velocidad y ritmo, y la primera idea fue escribir una historia pequeña de la ciudad de La Plata en el período fundacional. Y empecé a trabajar como cuando hago mi trabajo de no ficción: una línea cronológica, un documento madre con toda la información, un listado de fuentes y de citas. Lo tengo armado. Pero, a medida que lo iba escribiendo, empecé a preguntarme cómo abordar ciertos temas históricos y a ver que me faltaban piezas del rompecabezas. Consulté a muchas fuentes, hablé con el presidente de la Academia Nacional de la Historia y busqué datos por todos lados. Pero había momentos en los cuales las piezas no encastraban. Y ahí empecé a jugar con la imaginación. A medida que iba completando el rompecabezas, me fui embalando, cubriendo los huecos. En un momento la ficción se superpuso sobre la historia real. Y entonces me empecé a divertir, y la pasé genial. Fue en medio de la pandemia, cuando estábamos encerrados, y esta era una manera, si querés, hasta de volar. Hay muchos personajes de la novela que son reales, pero hay otros que son totalmente inventados.
"La Plata era la ciudad que encarnaba el ideal de progreso, de iluminismo, de racionalismo de una generación que quería impulsar el desarrollo de una nación"
–¿Cómo lidiaste con tu trabajo cotidiano de periodista de investigación y esta otra “vida” como novelista?
–Son dos mundos distintos. Por supuesto que utilicé muchas técnicas de investigación para reconstruir aquella época. Pero hay una diferencia insoslayable: en periodismo, solo se publica lo que está verificado y es de interés público. Punto. Y así es como algunas investigaciones toman años. Pero como escritor, pude jugar, seguir los senderos que sentí más atractivos, sin limitantes. Es un océano de diferencia.
–En la trama parece haber dos ejes paralelos, el de una historia de amor y de aventuras, y el de la historia política. En la historia política, ¿cuánto hay de ficción y cuánto de realidad pura?
–Ahí no hay nada de ficción. Todo lo que sostengo sobre Roca, Rocha, la Generación del 80, Wilde, Sarmiento, los documentos históricos, las citas, todo eso es real. Cuando en un momento recreo un diálogo entre Roca y Rocha, me apoyo en las cartas que mutuamente se enviaban. Con lo cual ni siquiera es que estoy poniendo en la boca de Roca, algo que Roca jamás dijo. Lo dijo y lo escribió. Lo que yo hago es que se digan cara a cara lo que en un momento se habían escrito.
–En este libro conviven, entonces, un libro de historia con uno de ficción…
–Exacto. La compra de periodistas, por ejemplo, es real. Rocha contrata a un medio que se llamaba El Mosquito durante dos años. Eso está escrito en un libro de historia. La masacre de San Ponciano es real y la batalla de Ringuelet es real. Incluso hay frases, por ejemplo, en una carta que la muchacha de la novela le envía a Iñigo, uno de los protagonistas, que están extraídas de una carta real de Guillermina de Oliveira Cézar a otra persona. Entonces me apoyo mucho en lo real y después vuelo. Pero la quema de los templos masónicos en la ciudad de La Plata es real, las pujas entre masones y católicos son reales, lo mismo que entre criollos e inmigrantes. Es real el caso de un italiano al que intentaron secuestrar para que no pudiera competir en las elecciones. La historia es muy rica y, al mismo tiempo, sin pretender compararme, nos podemos permitir jugar como hacen Félix Luna en Soy Roca, o Tomás Eloy Martínez en La novela de Perón y Santa Evita, donde uno se pregunta ¿esto es real o no? Te dejo con la duda…
–Para escribir este libro vos hiciste un viaje al pasado, a los finales del siglo XIX. ¿Cómo se ve la Argentina de hoy desde aquel paisaje histórico?
–Creo que, al vernos, la Generación del 80 se agarraría los dedos con la puerta, pero al mismo tiempo dirían “esto era lo que nosotros esperábamos”. ¿Por qué te digo esto? Por un lado, creo que se frustrarían porque ellos soñaron otro país. Con sus luces y sus sombras. Ellos soñaron un país que, por un lado, alumbró la ley 1420, pero por otro lado le decían a todo un pueblo “ustedes juegan hasta acá; nosotros somos lo que lideramos, nosotros somos los que mandamos”. Entonces, yo creo que vivirían algunos aspectos con frustración, diciendo ‘cómo pudieron dejar que este país se desgastara y declinara tanto’, pero al mismo tiempo que dirían: ‘Era previsible’. Era previsible porque incluso ellos, al alumbrar la ley 1420, por un lado, quieren educar al pueblo, pero a la vez vislumbran que si vos educás y fomentás el desarrollo, todas esas personas en algún momento dirán “momentito”, “yo ya quiero tener voz y voto”. Entonces eso explica en parte por qué algunos sectores de aquel grupo, aquella generación, después terminaron en la Liga Patriótica. Ellos se consideraban la sal, lo cualitativo, y sabían que iban a ser superados por lo cuantitativo. Entonces, Rocha, por ejemplo, hubiera dicho “esto era previsible, por eso nosotros queríamos promover la Liga Patriótica”. Ahora, sobre la ciudad en sí, ya no sobre la Argentina sino sobre la ciudad de La Plata, yo creo que nos agarran a patadas a todos. Es triste ver cómo hemos ido demoliendo o devorando el patrimonio urbano de esta ciudad, desde edificios hermosísimos que hemos dejado caer hasta que nos la pasamos asfaltando adoquines históricos. Alguien puede decir que eso es menor, pero es sintomático de un pueblo que no tiene memoria.
–Está claro que te ha atraído la historia de La Plata porque tiene que ver con tus raíces, y tal vez por esa sensibilidad que nos inspira nuestro propio terruño, ¿pero también ves que el destino de La Plata expresa, de algún modo, una metáfora de la Argentina?
–Sí, es la metáfora de un país, reflejada en una ciudad que quiso ser, que pudo ser y que no logró ser. Que puede recuperar su destino, pero que al mismo tiempo lo boicotea. Insisto: esta generación, con sus luces y sus sombras, alumbró la ley 1420 que educó a todo un país y terminó convirtiendo a la Argentina en la nación más educada de América Latina.
–Y La Plata fue un símbolo de esa Argentina: “La Atenas de América”, la llamó el escritor Pedro Henríquez Ureña…
–La Plata era la ciudad que encarnaba el ideal de progreso, de iluminismo, de racionalismo de toda una generación que quería impulsar el desarrollo de una nación, con sus luces y sus sombras, con cosas con las que estoy de acuerdo y otras con las que no, pero que tenían claro que había que darle para adelante. Tenían, por supuesto, sus pujas de poder, sus diferencias, por ejemplo, con la Iglesia, y por eso tenían los encontronazos que tenían por el control del Registro Civil, del cementerio, de la educación… Pero que al mismo tiempo decían “vamos para allá”. Después se mataban entre ellos, porque se mataban: se espiaron, muchos eran corruptos, hacían negocios…
–En la novela vos hacés una pintura de esa clase dirigente, atravesada por los peores vicios de la política y por graves tensiones en la convivencia, marcada por la desconfianza, las zancadillas, el espionaje... Para citar uno de tus libros anteriores, ¿viste ahí “la raíz” de algo que después se ha ido exacerbando en la dirigencia política argentina?
–En algunos aspectos sí ¿Por qué te digo esto? El libro también fue para mí una forma de explorar una generación que conocía poco. Y al conocerlos en sus mejores aspectos, pero también en sus miserias, terminé queriéndolos más. A mí no me gustan los superhéroes que parecen impolutos y todopoderosos. No me gusta Superman, me gusta el Chapulín Colorado, que es cobarde, que se asusta, pero que, aun así, va para adelante. Superman es de piedra, ¿cómo va a tener miedo? Al mismo tiempo, tendemos siempre a olvidar algunos aspectos incómodos y recordar lo mejor. Es cierto y es bueno, pero no nos impide reconocer que la Generación del 80 tuvo grandes logros, pero también tuvo sus miserias. Eran picantes, eran agresivos y se intentaron boicotear, se espiaron y algunos eran corruptos... Pero lo bueno es que, aun así, lograron impulsar algunas de las mejores medidas de este país. A su vez, también tuvieron sus dobleces, generaron la crisis de 1890. Hay un libro de Julián Martel que se llama La Bolsa, que es extraordinario, y demuestra la timba financiera en la cual habían caído. Es decir, funcionarios que sacaban créditos a sola firma de los bancos públicos, no los pagaban, se daban vuelta e invertían ese dinero en la bolsa, ganaban fortunas y ¡viva la Pepa! Y sí, hay algunas vetas de aquellos años que continuamos: en las luces, porque todavía hoy me da la sensación de que cosechamos algunos de los frutos tardíos de aquella educación pública que lograron impulsar en ese tiempo. Vos y yo somos egresados de la universidad pública, y eso es un mérito de aquella generación. No tuvimos que pagar para que nos educaran. Y en las sombras, también hoy hay mucho de aquel pasado. Hay reminiscencias de aquella puja entre Roca y Rocha, que yo me reía: parecían Menem y Duhalde. Y después hay comentarios sobre corrupción, que vos decís: “No cambiamos mucho”.
–Quizá la diferencia esté en las proporciones. Luces y sombras encontraremos en cualquier individualidad y en cualquier período histórico que analicemos, pero la cuestión radica en cuánto de luces y cuánto de sombras…
–Y también el grado de sofisticación… Vos ves, por ejemplo, a Ataliva Roca, uno de los hermanos de Julio Roca, y decís “no podía ser tan salvaje”… Hoy ves algunos que son más sofisticados, y otros que son igual de groseros…
–En la fundación de La Plata, donde tuvo tanta preeminencia la obra pública, ¿hubo un Lázaro Báez?
–Hubo varios. Y hay un enorme signo de pregunta, que lo planteo con el mayor de los respetos y espero que los descendientes de Rocha no me quieran ahorcar en una plaza pública: Dardo Rocha tenía una casa bonita, un solar en la calle Lavalle al 800 de la ciudad de Buenos Aires; era un solar de los tiempos de la colonia, en el que habían vivido sus padres, sus abuelos… una casa típica, con una sola planta, con ventanas piso- techo, puerta, nada más. Tengo la foto. Pero se viene a vivir a La Plata y los amigos le hacen (también en Buenos Aires) un palacete rococó de dos plantas, que adentro tenía de todo, con un mensaje escrito en piedra en la puerta que decía: “A Rocha, sus amigos”. Y lo que no pude reconstruir es si “los amigos” eran los constructores de la ciudad de La Plata. Si fuera así, sería el actual delito de dádivas. No lo escribí porque no hay pruebas. Es una pregunta que no pude responder. Y mirá que busqué: averigüé en el Registro de la Propiedad Inmueble, consulté a historiadores, a la Academia Nacional de la Historia. Fui y volví, fui y volví…La casa la demolieron. José Claudio Escribano llegó a entrar, habló con las hijas de Rocha y me cuenta que era extraordinaria: adentro había cuadros de Rubens, vajilla visigoda…
–Lo que también parece una constante histórica, y lo vemos en estos días, es la pelea entre porteños y bonaerenses. ¿Identificás ahí una raíz de los desencuentros argentinos?
–Sí, y también muestra otra de las aristas por las cuales La Plata no llegó a ser la que pudo ser. El plan original de Rocha era, primero construir la ciudad, que fuera el gran ejemplo de lo que él podía hacer. Su ilusión era ganar la presidencia, apoyado en esta ciudad como trampolín, y ya como presidente, convertir a La Plata en la capital federal y que la Ciudad de Buenos Aires volviera a ser la capital de la provincia de Buenos Aires. Él era porteño. Él había sido discípulo de Carlos Tejedor. Y Fray Mocho, al morir, lo define como el último porteño. Él lo que quería era decir “gano, devuelvo la ciudad de Buenos Aires a su legítimo dueño y la ciudad de La Plata, como ha sido Brasilia en Brasil, o Washington en Estados Unidos, es la capital federal: no es de nadie y es de todos. No tiene antecedentes históricos por los cuales alguien la reclame…”. Y Roca, en esa puja entre porteños y el interior, dice: “si esto ocurre, y ocurre demasiado rápido, vamos a tener otra vez estun gran desbalance entre porteños e interior y habremos combatido contra Carlos Tejedor en 1880 para nada; nos habremos desangrado para nada”. Y ese es uno de los motivos por los cuales le pisa las ilusiones a Rocha y alienta las ilusiones de (Miguel) Juárez Celman, que además de ser su concuñado, es cordobés. Y después se mezclan otras cosas, como una que les pasa a muchos presidentes: recién se están sentando en el sillón de Rivadavia y sienten que ya les están respirando en la nuca. Eso siente con Rocha. Por eso Roca se enoja y escribe una carta en la que dice: “Ni se acomodó allá como gobernador y ya me está queriendo sacar el lugar”.
–Y así nace la maldición de Dardo Rocha, que ha perseguido a todos los gobernadores de la provincia de Buenos Aires que han intentado llegar a la presidencia: ninguno pudo hacerlo a través de elecciones.
–Ahí tenés dos partes, la que es mito y la que es realidad. La realidad es que ninguno lo logró. Y al mismo tiempo, es comprensible que las otras provincias vean a Buenos Aires como un gigante, como una amenaza. Eso explica discusiones que tenemos hoy, por ejemplo, sobre la coparticipación federal o sobre si debemos o no volver al colegio electoral. Son distintas aristas de la misma inquietud.
–Íñigo, uno de los protagonistas centrales de la novela, se encarga de escribirles a otros inmigrantes las cartas a sus familias. En un momento dice: “Algunas cartas eran más largas que otras. Pero todas hablaban de sueños, de esperanzas... de trabajo duro, de gastar poco y ahorrar lo posible. De ilusiones de tener una casa propia… De un futuro mejor”. Si hiciéramos el ejercicio de imaginar las cartas que escribirían hoy los jóvenes de esta Argentina, ¿tendrían esa carga de entusiasmo y de ilusión por el futuro?
–Diría que, si hoy fueran escritas en la ciudad de La Plata, tendrían un tono agridulce. Quizás en otros lugares de la propia Argentina, expresarían mayor esperanza, porque hay lugares luminosos de la Argentina. Hay lugares donde todavía hoy existe la sensación del progreso, la sensación de “tenemos destino”, “tenemos futuro”. Este país tiene lugares increíbles, hermosos, donde la gente labura y progresa… Todo eso es muy bueno. Incluso aquí, ¿por qué yo digo agridulce? Porque creo que Iñigo podría estar escuchando a aquellos que tienen la ilusión de poder educarse, de poder ir a la universidad, de poder ir al Colegio Nacional… Pero creo que también tendrías a un Iñigo escribiendo, por ejemplo, sobre la inseguridad, aunque también eso ocurría en aquel momento: los inmigrantes, por temor a que les robaran o los golpearan, se juntaban e iban en grupos por las zonas oscuras hacia Tolosa para comprar alimentos. Entonces, creo que las cartas de Iñigo en la actualidad serían similares a las que escribió en la segunda fase de la novela; la fase en la cual los inmigrantes iban conociendo también las aristas más grises y la decepción.
–Iñigo también representa un perfil que parece muy desdibujado en la Argentina actual: el de la educación de calidad asociada a las clases más vulnerables. Es un inmigrante pobre que escucha a Verdi y lee Los Miserables, que es capaz de recitar de memoria a grandes poetas y que disfruta la ópera…
–Yo también ahí prefiero los matices, porque creo que hay muchos que quieren progresar, que quieren avanzar y mejorar. Es la pobreza aspiracional. En estos días leímos en el diario una historia extraordinaria, la del muchacho que está entre los diez mejores estudiantes del mundo. Es para emocionarse. Un pibe que le mete garra, garra y garra; su padre es obrero de la construcción, una de sus hermanas está estudiando ingeniería y él está estudiando tres carreras. Eso te muestra lo bueno. Ahora, la de nuestros abuelos y bisabuelos era una generación que, aun cuando vinieran con lo puesto, podían construir un futuro. Mi bisabuelo Mon vino a los 16 y durmió sobre la barra de una pulpería, en Pehuajó. No volvió nunca más a España. Acá llegó a ser peluquero y, deslomándose, pudo tener un par de casas en Pehuajó y mandar a sus hijos a estudiar. Mi abuelo fue ingeniero, y el día que se recibió, el padre le cortó los víveres, diciéndole “ya llegaste mucho más lejos de lo que jamás he llegado yo”. Era esta cultura aspiracional, esto de decir “vamos pa’lante”. Por eso yo pongo mucho énfasis en el Teatro Princesa de La Plata porque el Teatro Princesa encarnó, justamente, el espíritu de “juntos podemos”. La idea de que, si unimos las fuerzas, vamos a llegar más lejos. Y si unimos las fuerzas podemos construir algo que nos va a trascender a nosotros. El Princesa representó eso: fue un teatro, después un cine, un espacio donde iban personas a cantar y donde se daban clases magistrales. Edmundo de Amicis dio una conferencia y fue elegido uno de los padrinos de Unione e Fratellanza.
–Pero uno pasa hoy por la puerta del Teatro Princesa y lo ve convertido en una ruina que no podemos ni siquiera mantener en pie. Entonces ahí parece haber también una metáfora de la impotencia argentina…
–Sí, lo que ves son arrestos y esfuerzos individuales, algunos que, por distintas circunstancias, han fracasado. Hubo proyectos privados muy interesantes, que por cosas del destino quedaron en suspenso. Pero de parte del Estado solo hay declaraciones formales. Mientras tanto, el patrimonio se está cayendo a pedazos.
–Vos subrayás y describís en el libro el rol de la masonería en la fundación y el diseño de La Plata. Para muchos que no conocemos ese universo, la masonería suena como algo misterioso y hermético. ¿Qué descubriste de ese mundo?
–Para mí también era un gran misterio. Fue un viaje de exploración y descubrimiento. Y fue muy interesante. La Plata es una ciudad masónica, desde su diseño hasta infinidad de edificios. Esta ciudad no se explica sin la masonería. Rocha era masón, (Pedro) Benoit (el que planificó la ciudad) era masón, 29 de los 36 miembros del Departamento de Ingenieros eran masones. Los otros siete, no es que no lo hayan sido, sino que no lo pude confirmar, con lo cual puede que el número sea incluso mayor. También había sacerdotes masones, porque la masonería no es una antítesis de la Iglesia. Es una forma de impulsar lo que hablábamos antes, el iluminismo, las ideas liberales, ese tipo de cuestiones. Y como en cualquier otro grupo humano, hubo facciones, pujas de poder. Y así como tenías la masonería especulativa y la operativa, había también distintas logias masónicas que eran la del laburante, la del italiano, la del inmigrante francés, y después tenés otras más de clase media alta, donde estaba Benoit, que no se cruzaban entre ellas. Incluso hubo peleas de egos, por ejemplo, por ver quién concretaba la primera logia en la ciudad.
–¿Y creés que en La Plata sobrevive algo de ese espíritu de la masonería?
–Creo que mucho del legado tiene que ver con eso, incluso en la universidad. La ciudad se llama La Plata por un masón, Hernández. Hernández fue, junto con otros, uno de los que impulsó la Universidad Nacional de La Plata, casa que tenía una enorme carga masónica que a su vez tenía esa impronta: adscriben a la idea del racionalismo, de impulsar el debate de ideas. Ahora tenemos algunas facultades que no promueven eso y, por el contrario, persiguen al disidente. Recordemos que el rectorado, en la esquina de 7 y 47, tiene un árbol y al lado tiene un pequeño monolito de los masones. Está puesto ahí.
–Para un platense, la novela es un viaje fascinante, porque nos lleva a nuestras raíces y nos descubre secretos de nuestro propio terruño. ¿Por qué sería interesante para alguien que no es de La Plata y que no necesariamente está familiarizado con esta historia?
–Primero, porque es una novela de aventuras y se puede leer así. Segundo, porque es una novela histórica y también se puede leer así. Tercero, porque es un viaje al pasado para conocer a aquella generación, una generación muy especial, la de Roca, la de Rocha, la de Sarmiento, la de Wilde… ¿Por qué podría interesarle a un mendocino, por ejemplo? Porque mucho de lo que contamos en este libro explica decisiones y políticas públicas que tuvo este país y que perduran hasta hoy, o cuyos resabios continúan. Porque este libro, además, te cuenta, por ejemplo, cómo y por qué nació el radicalismo, qué vacío intentó llenar. Te muestra por qué hubo una revolución en 1890 y otra en 1893. Cómo, a su vez, esto llevó a la ley Sáenz Peña. Cómo llegamos, en definitiva, a la posibilidad de que todos elijamos a través del voto secreto. Entonces hay distintas aristas de lo que fue un período clave para entender la Argentina.
–Volvamos a esa idea del juicio que haría la generación del 80 sobre el país de hoy. ¿Cómo nos vería aquella dirigencia que pensó y proyectó la Argentina a futuro?
–Vamos con uno, Sarmiento. ¿Qué te diría? Se alegraría de que sobreviva la educación pública. Estaría contento de ver que incluso algunos presidentes son fruto de la educación pública, que hemos tenido premios Nobel… Pero me imagino que, si entrara a algunas escuelas públicas, cascarrabias como era, probablemente insultaría a unos cuantos. Y creo que se largaría a llorar, porque era un hombre muy sanguíneo. De Roca, ¿qué me imagino? Creo que se preguntaría cómo es posible que hayamos permitido que la Argentina sea un país tan Buenos Aires-céntrico, e incluso hasta nos objetaría la eliminación del colegio electoral. Nos diría: “Muchachos, de este modo, lo que generan es un gran desbalance, en el que algunos municipios de la provincia de Buenos Aires pesan más que provincias enteras. Nosotros nos desangramos para evitar justamente eso y buscar un equilibrio distinto de poder”. Yo creo que Pellegrini, después de haber capeado la crisis de 1890 y la implosión del Banco Nacional, nos diría: “Muchachos, yo me rompí el alma, casi me muero de un infarto, y ustedes siguen chocando la calesita económica cada seis años…”. Entonces creo que por ese lado se sentirían frustrados. Pero al mismo tiempo creo que se sentirían orgullosos, no todos, pero muchos estarían orgullosos, por ejemplo, de la educación que han logrado y lo que todavía hoy representa esa educación que ellos impulsaron a un costo muy alto, porque la ley 1420 no fue gratuita. Creo, por otro lado, que a muchos de ellos no les agradarían algunas de las derivaciones del voto universal, y es ahí donde yo tengo las mayores diferencias. Creo que ellos hubieran preferido mantener el régimen oligárquico conservador, con esa idea de “el pueblo llega hasta acá”. De hecho, la ley 4144 que aprobaron en 1902 para poder echar a los anarquistas del país sin intervención del juez, la cotejás con la Constitución y decís “esto no pega ni con Plasticola”. Pero, en definitiva, creo que esa generación, si viera el país de hoy, como mínimo se tomaría algo para el dolor de cabeza.
–En el libro rescatás algunos hechos históricos que hoy podrían parecer pintorescos, y encuadrarse como pequeñeces, pero que tal vez hablen de los orígenes de algunas distorsiones profundas en la concepción de los asuntos públicos. Uno de ellos es la foto oficial de la fundación de La Plata: aunque Roca y Sarmiento no habían ido al acto de colocación de la Piedra Fundamental, Rocha ordena que se los incluya en la imagen a través de una especie de photoshop de la época. Parece un antecedente de las manipulaciones que vemos hoy para adulterar la realidad e imponer un relato “a medida” de las conveniencias del poder. A la vez, Rocha decide fundar la ciudad un 19 de noviembre, porque era el día del cumpleaños de su hijo. Y la otra fecha que había contemplado coincidía con el cumpleaños de su mujer. ¿Ves en esos hechos un síntoma de algo que después se incorporó a la cultura política argentina?
–Veo la confusión entre lo público y lo privado, entre los planes personales y el camino institucional. Algunos lo confundieron en aquel momento y otros lo confunden ahora. Es una confusión que influye en el manejo de los fondos públicos y en el manejo de la información pública como si fuera información privada. O la confusión que había, y todavía hay, de aquellos que son funcionarios y deben considerarse servidores públicos, pero que en realidad se creen emperadores. Todas esas confusiones ya estaban en aquel momento. Vemos cómo se usaban fondos públicos de un modo por lo menos cuestionable, si no delictual. Por ejemplo, para la compra de periodistas, o el desvío de fondos del Banco Provincia para el financiamiento de la campaña de Dardo Rocha. Lo mismo hacía Juárez Celman, porque no es que uno fuera Heidi y el otro el Lobo Feroz. Lo mismo vemos ahora. De hecho, algunas de las investigaciones que están en curso, tanto sobre el kirchnerismo como sobre el macrismo, son por financiamiento electoral, por la confusión que hay entre lo público y lo privado.
–¿No hay un riesgo de caer en la idea de que siempre ha sido igual y de que todo es lo mismo? Por eso yo te preguntaba por los porcentajes o las proporciones de las luces y las sombras. Porque alguna interpretación puede ser funcional a las intenciones de igualar todo…
- –No, no… Por eso, yo marco lo de los matices. Creo que en aquellos tiempos hubo gente muy oscura. Yo prefiero mil veces interactuar con la policía hoy, que interactuar con aquella policía de Ramón Falcón. Hoy puedo invocar algunos derechos, tengo algunas garantías constitucionales. No todas, y a determinada hora de la noche, menos. Pero digamos, yo hoy puedo interponer un habeas corpus. En aquel momento, nada. Esas son algunas aristas complicadas de aquella época.
- Hoy también tenés, desde luego, grandes sombras, pero creo que también tenés elementos virtuosos. Lo que ha hecho, por ejemplo, Esteban Bullrich en los últimos tiempos ha sido luminoso. Podés estar de acuerdo o no con sus ideas, pudiste haberlo votado o no en las elecciones de 2017, pero desde que afrontó su enfermedad, mostró lo mejor. Nos mostró un camino, nos mostró una concordia, nos mostró armonía. Y nos mostró paz.
- –Supongo que también ha sido una experiencia interesante situarte en una época en la que el tiempo corría de otra manera, los olores eran otros, el lenguaje era distinto…
- ¿Sabés lo que he hecho? Buscar las fechas de determinados acontecimientos e ir a los lugares en esa fecha, en horarios en los que había poca gente, e imaginar el momento…Yo hablo en el libro de la batalla de Ringuelet, que fue un 8 de agosto. Cada 8 de agosto yo me iba al lugar donde se produjo. Lo he visto con lluvia, con sol, con niebla, con viento… Y me quedaba a escuchar, a oler, a caminar…Todo eso fue enriquecedor. Para comprender mejor tenés que estudiar hasta el miriñaque y la ropa de la época, las costumbres y, por supuesto, las ideas y las corrientes intelectuales dominantes.
- –Si tuvieras que resumirlo en un concepto, ¿qué aprendiste al escribir este libro?
- –Fue un viaje de descubrimiento. Fue un viaje que me permitió conocer más sobre nuestros orígenes como país, sobre los orígenes incluso de mi familia. Porque, aunque no los cito, me los crucé. Me permitió entender mucho de lo que ellos vivieron. Entonces, ante recuerdos sueltos que yo tengo de mi bisabuelo, de mi abuelo, puedo decir: “Ahora te entiendo”. En momentos, incluso, me emocioné pensando en ellos.
LA PRÓXIMA NOVELA
- ¿Será sobre la figura de Juan Vucetich, el primero en crear un sistema para reconocer a las personas por sus huellas digitales?
- En una nota que te hicieron en el Diario El Día, hay una foto tuya en la Plaza Moreno frenta a la Catedral, en tus investigaciones sobre la huella mazónica en la ciudad pudiste verificar que las estatuas de las cuatro estaciones tenían sus dedos (actualmente rotos) haciendo velados gestos de repudio y rechazo hacia la iglesia de la catedral.
https://www.eldia.com/nota/2022-9-10-23-23-54-entre-mitos-y-realidades-septimo-dia
- El personaje de ficción Iñigo Rocamora tiene un vínculo con la joven Guillermina Oliveira Cesar. ¿Qué podés decirnos del personaje histórico real?
NOTAS SOBRE LA DROGA Y ROSARIO
- Dominar la cárcel les permite controlar las calles. Y para dominar las cárceles, el líder de Los Monos, Ariel “Guille” Cantero, necesita grandes sumas de dinero y funcionarios cómplices y “corruptos”. Como el director de Análisis Estratégico del Ministerio de Seguridad de Santa Fe, Horacio Lucchini, que le cobró US$150.000, en diciembre, a cambio de beneficios, rejas adentro.
- En la retórica clásica, la parresía era una manera de «hablar con franqueza o de excusarse por hablar así».1 El término está tomado del griego παρρησία (παν = todo + ρησις / ρημα = locución / discurso) que significa literalmente «decirlo todo» y, por extensión, «hablar libremente», «hablar atrevidamente» o «atrevimiento». Implica no solo la libertad de expresión sino la obligación de hablar con la verdad para el bien común, incluso frente al peligro individual. Sin embargo, para el Diccionario de la Real Academia Española, la parresia (sin tilde) es la apariencia “de que se habla audaz y libremente al decir cosas, aparentemente ofensivas, y en realidad gratas o halagüeñas para aquel a quien se le dicen”
- ¿Por qué no avanza el Lava Jato argentino? | Hugo Alconada Mon
LA CACERIA DE HIERRO
- 12 de agosto, 2024
- La cacería de Hierro (Spanish Edition) Kindle Edition
- Hugo Alconada Mon (Author)
- A veces, los fantasmas están más presentes que los vivos. La nueva novela de Hugo Alconada Mon.
- En 1892, dos niños, Ponciano, de cinco años, y Felisa, de tres, murieron degollados en los campos aledaños al pueblo de Necochea. Los crímenes, que estremecieron al poder, marcaron un punto de inflexión en el desarrollo de un método de identificación que daría la vuelta al mundo.
- Juan Vucetich, un inmigrante dálmata de 33 años que vive en La Plata, es uno de los grandes protagonistas de esta novela apasionante. Su invento, la dactiloscopia, marca el nacimiento de la policía científica y de la criminología moderna. El reconocimiento internacional terminará por convertirlo en leyenda y atrae, también, el interés de un guardiacárcel. Valentín Hierro arrastra la muerte de su madre, asesinada a sangre fría dos años antes, y se ha propuesto dar con los responsables, con la ayuda del primer detective de la provincia de Buenos Aires.
- Hugo Alconada Mon nos vuelve a sorprender con una trama novelesca que abreva en la historia argentina con datos y documentos hasta ahora desconocidos. La cacería de Hierro es el relato fascinante de una gesta en el que la complejidad de las pasiones y de las ambiciones devela lo más oscuro —y lo más admirable— del ser humano.
- Lobería- Presentación Eliana Noelia Segovia. Museóloga-
- El periodista Hugo Alconada Mon presentó «La cacería de hierro» en Lobería y Necochea
- ¿Hay alguna fórmula posible que se pueda seguir para convertirse en un buen novelista?-, le preguntaron a William Faulkner en 1956.
Y el genio respondió:
- -Noventa y nueve por ciento de talento... Noventa y nueve por ciento de disciplina... Noventa y nueve por ciento de trabajo. Nunca hay que estar satisfecho con lo que se hace. Nunca es tan bueno como podría serlo. Siempre hay que soñar y apuntar más alto de lo que es posible hacer. No hay que preocuparse simplemente por ser mejor que los contemporáneos o que los predecesores. Hay que tratar de ser mejor que uno mismo.
- En eso estoy. Jamás llegaré a pisarle los cordones a Mister Faulkner, lo sé, pero a meterle garra no me van a ganar. “La cacería de Hierro” que muchos tienen ya en sus manos, es la OCTAVA versión del mismo borrador, que escribí, imprimí, edité, reescribí, imprimí, edité, y así seguí hasta que sentí que había llegado el momento de soltarlo.
- En las imágenes pueden comparar uno de los tantos borradores en plena edición (izquierda) con la versión final (derecha)… ¡que hoy seguiría tachando! ¡Ja!
- También subo en este post (foto 2) los croquis de la casa de la madre de Valentín (abajo, izquierda), del caso histórico de Necochea (izquierda arriba), de personajes y lugares tentativos en La Plata (derecha, arriba) y de la manzana donde estaba la casa de la madre de Valentín en La Plata (derecha, abajo).
¿La foto 3 de este post? Mapas de Necochea en 1892, y de la región (donde consta dónde quedaba ubicado el “cuartel III” de Necochea, donde ocurrió el doble crimen).
Todo ese material me resultó CLAVE durante la construcción de la novela. Y si lo desean, en futuros posteos les mostraré un poco de la “cocina” de la trama argumental y de los personajes (cómo definí sus nombres, rasgos y otras yerbas).
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- Nos dimos el gusto y presentamos "La cacería de Hierro" en Necochea, a sala llena, en el Centro Cultural y Biblioteca Popular. ¡Y la pasamos genial!
- Gracias a las más de 160 personas que participaron, a pesar de la tormenta. ¡Espero que hayan disfrutado tanto como yo de la conversación con los historiadores Alejandro Andersen y Martín Petersen!
- Y gracias, por supuesto, a quienes se pusieron el evento al hombro por el @centroculturalnecochea y por @uroboroslibros. ¡Gracias!
¡Volveremos a vernos!
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LOBERÍA FUNDACIÓN: La fecha oficial de fundación del pueblo es el 31 de enero de 1891.
- Según los resultados definitivos del censo de 2022 la población del partido alcanza los 18.243 habitantes
- Hugo Alconada Mon: “el periodismo de investigación es una maratón”
- 04/10/2016
- El valor de las fuentes. La confesión que llevó a la máquina de hacer billetes. Y la importancia de tener buenos zapatos. De todo un poco: el periodista Hugo Alconada Mon dialogó con estudiantes de la UCA y reconstruyó, entre anécdotas, cómo es su metodología de trabajo como periodista de investigación.
“Si el periodismo cotidiano son 100 metros llanos, el periodismo de investigación es una maratón”, así abrió la lista de recomendaciones para llevar adelante una investigación. Luego, explicó cómo el desarrollo de fuentes a largo plazo es un aspecto muy importante a tener en cuenta. La clave para él está en dedicarle tiempo a la relación con la fuente, ya que en principio hay todo un proceso de ablandamiento a partir del cual se construye un vínculo. Otro punto se centró en los distintos abordajes que deben tener las preguntas que el periodista debe realizar constantemente; sean abiertas, cerradas, capciosas o inducidas, el periodista debe ir alternándolas para completar los espacios libres de la investigación.
Uno de los aspectos mencionados durante la charla fue la importancia de las fuentes anónimas, dónde sentenció que “hay un abuso del off the record en el periodismo cotidiano”. En las recomendaciones que siguieron, habló de la calidad que brinda a una investigación la búsqueda exhaustiva de documentos que sostengan lo que uno está queriendo probar. “Hay que pedir todos los documentos posibles”- agregó.
img-20160930-wa0003Hugo Alconada Mon es abogado y periodista. En el 2002 ingresó a trabajar al diario La Nación. En la actualidad, se desempeña como Prosecretario de Redacción, y está enfocado mayormente en investigaciones sobre corrupción. También es miembro del International Consortium of Investigative Journalists (ICIJ), con el cual recientemente participó de la publicación de los documentos de sociedades offshore, conocidos como Panamá Papers. Publicó cuatro libros hasta el momento, Los secretos de la valija (2009), Las coimas del gigante alemán (2011), Boudou, Ciccone y la Máquina de Hacer Billetes (2013) y La Piñata (2015). Todos ellos basados en investigaciones que revelaron los entretejidos de la corrupción en nuestro país.
Su tercer libro, Boudou, Ciccone y la Máquina de Hacer Billetes se basó en el escándalo de corrupción que involucra al ex vicepresidente de la Nación, Amado Boudou.
libro
En mayo de 2011, en reunión con un informante, este le comentó, mientras tomaban un café, como si fuera algo menor, la primera pista sobre el entramado del caso Ciccone: “¡Hugo! ¡Me olvidaba! Sabes que el socio de Boudou anda diciendo que para qué va a seguir pidiendo coimas si se va a quedar con la máquina de hacer billetes”. Alconada Mon agrega: “Cuando me dijo esto, yo ya tenía todo guardado, le digo ¿cómo? ¿qué dijiste? Y me volví a sentar. Lo primero que me salió fue: pero si la Casa de la Moneda es una sociedad del Estado, tiene que privatizar para llevársela. ‘No Hugo, con Ciccone’- respondió la fuente”. Después de esta importante revelación, cuenta que pidió dos cafés más y que siguió la charla. “Escuché que hay un tipo que se llamaba Vanderbroele, no sabía ni cómo se escribía, así que lo anoté como si fuera un jugador de fútbol de Holanda”, comentó anecdóticamente.
A raíz de esta investigación, comenzó a desentrañar muchas incógnitas que rodeaban al caso y se encontró con trabas que supo derribar junto a uno de sus colegas con quien comparte la pasión por la profesión y con quien compite sanamente. “A veces te pasa que estas nadando por debajo de la superficie mientras que armas tu rompecabezas y viene alguien y te encarajina todo, en este caso fue Nico Wiñazki. A Nico yo no lo conocía, hoy lo puedo putear con cariño porque somos amigos.”
Al momento de las preguntas, uno de los alumnos le preguntó cuando se hizo posible la publicación de la investigación. Alconada Mon cuenta que se dio gracias al testimonio de una de las llamadas “viudas del poder” que, por resentimiento, confirmó aquello que todavía no podían sacar a la luz los medios. “Laura Muñoz, ex mujer de Alejandro Vanderbroele, confirmaba, en Radio Mitre con Lanata, on the record lo que off the record ya tenía Clarín y La Nación.”
También habló sobre la importancia de desarrollar proyectos a corto y a largo plazo y comentó que mantiene múltiples investigaciones simultáneas. “La investigación más larga que tengo en marcha lleva siete años y hasta ahora no publiqué ni una línea.”
Hacia el final, Alconada Mon dio su último consejo reproduciendo los dichos de Bob Woodward –uno de los periodistas que investigó el caso Watergate– haciendo alusión a la constancia que el periodista de investigación tiene que tener para conseguir todas sus fuentes: “Get good shoes.”
- Hugo Alconada Mon
(La Plata, 15 de junio de 1974) abogado (UNLP), autor y periodista de investigación argentino. Es prosecretario de Redacción en La Nación. Tiene una Maestría en Artes Liberales de la Universidad de Navarra. Es Profesor visitante en la Universidad Austral, en la Universidad de Misuri y en la Universidad de Columbia. Además, es Becario de la Universidad Stanford y Eisenhower Fellowships. Integra el Consorcio Internacional de Periodistas de Investigación (ICIJ). Premios (algunos): Adepa (2000 y 2012), “Pedro Joaquín Chamorro” (Sociedad Interamericana de Prensa, 2009). Grupo de Diarios de América (GDA, 2012). Cruz del Sur (2013)4. Transparencia Internacional -IPYS a la mejor investigación periodística en América Latina (2011 y 2014; menciones de honor 2009, 2010, 2013 y 2016). Recibió el diploma a la trayectoria y el compromiso social de la Cámara de Diputados de la Nación (2014). Fue finalista del “Daniel Pearl Award” a una de las mejores cinco investigaciones del mundo del bienio 2008-20094. Premio FOPEA por el mejor libro de investigación periodística (2015) y por periodismo de investigación nacional (2016). Premio Santa Clara de Asís (2017). YMCA (2017). Premio Konex (2017). Premio Maria Moors Cabot (2018) Libros: Los secretos de la valija: del caso Antonini Wilson a la petrodiplomacia de Hugo Chávez. Planeta (2009) Las coimas del gigante alemán: la historia secreta de Siemens, los DNI y los gobiernos argentinos hasta los Kirchner. Planeta (2011) Boudou-Ciccone y la máquina de hacer billetes. Planeta (2013) La piñata. El ABC de la corrupción, de la burguesía nacional kirchnerista y del "capitalismo de amigos". Planeta (2015) Va link a la vista previa de las primeras páginas: https://books.google.com.ar/books/about/La_pi%C3%B1ata.html?id=G6qBCgAAQBAJ&printsec=frontcover&source=kp_read_button&hl=es-419&redir_esc=y#v=onepage&q&f=false La raíz (de todos los males). Cómo el poder montó un sistema para la corrupción y la impunidad en la Argentina. Planeta (2018) Va link a la vista previa de las primeras páginas: https://books.google.com.ar/books/about/La_ra%C3%ADz_de_todos_los_males.html?id=JgxtDwAAQBAJ&printsec=frontcover&source=kp_read_button&hl=es-419&redir_esc=y#v=onepage&q&f=false Pausa y Pausa 2 La ciudad de las ranas (Novela). Planeta (2022) La cacería de Hierro (Novela). Planeta (2024)
* Vista previa del libro (alrededor de 20 páginas): https://www.google.com.ar/books/edition/La_cacer%C3%ADa_de_Hierro/X5oREQAAQBAJ?hl=es-419&gbpv=1&printsec=frontcover
* Acá presentación del libro por la Editorial y acceso a leer un fragmento: https://www.planetadelibros.com.ar/libro-la-caceria-de-hierro/400989
* Nota Infobae sobre el libro: https://www.infobae.com/cultura/2024/07/05/ninos-asesinados-y-huellas-digitales-hugo-alconada-mon-presenta-una-novela-sobre-un-caso-real/
* Nota Diario El día de La Plata con video de la entrevista: https://www.eldia.com/nota/2024-7-25-19-56-0-la-caceria-de-hierro-la-novela-de-hugo-alconada-mon-basada-en-un-caso-real-la-ciudad
* Notas recientes destacadas de Hugo: - 4/8 investigación sobre Santiago Caputo: https://www.lanacion.com.ar/politica/santiago-caputo-el-consultor-que-cruzo-la-linea-y-se-convirtio-en-el-monje-negro-de-javier-milei-nid04082024/ - 6/8 sobre chats de la Secretaria de Alberto Fernández relacionados con Fredy Lijo, hermano del candidato a la Corte Suprema: https://www.lanacion.com.ar/politica/chats-explosivos-la-secretaria-de-alberto-fernandez-su-marido-broker-y-un-negocio-trunco-con-freddy-nid06082024/ - Excelente entrevista a Ernesto Tenenbaum acerca de su libro sobre Milei: https://www.lanacion.com.ar/conversaciones-de-domingo/ernesto-tenembaum-la-de-milei-es-una-gran-historia-con-un-personaje-digno-de-una-novela-pero-que-nid28072024/#/ - Acceso a esas y otras notas en LN: https://www.lanacion.com.ar/autor/hugo-alconada-mon-97/
Santiago Caputo, el consultor que cruzó la línea y se convirtió en el “monje negro” de Javier Milei Cordial, inteligente y mesurado, algunos lo definen como un “chico Starbucks”, aunque levanta resistencias dentro y fuera del Gobierno por el crecimiento de su poder e influencia • 4 de agosto de 2024 • 03:40 • 12 minutos de lectura Hugo Alconada Mon LA NACION Hay dos Santiago Caputo. Uno es simpático, mesurado y accesible. Está casado, tiene 39 años, es obsesivo, fuma mucho y discute poco. Sus amigos lo definen como un “chico Starbucks”: tranquilo, urbano y cosmopolita, con su laptop a cuestas. El otro se mueve en el mundo virtual con agresividad, entre serpientes y pistolas, es asertivo, lanza exabruptos y busca canalizar el enojo ciudadano a favor de su mayor cliente: Javier Milei. Es uno de esos “ingenieros del caos” a los que el sociólogo Giuliano da Empoli dedicó un libro. Ahora, ambos Santiagos ocupan un lugar que jamás imaginaron: son poder. Los Santiagos acumulan amores y chisporroteos. Por su visión estratégica y su capacidad resolutoria los adoran el Presidente –que lo definió como “el verdadero arquitecto” de su triunfo, la noche misma del balotaje- y su hermanísima Karina. Pero suma roces con las ministras de Capital Humano, Sandra Pettovello, y de Seguridad, Patricia Bullrich, como antes los acumuló con quien era jefe de Gabinete, Nicolás Posse. También Mauricio Macri lo tiene entre ceja y ceja, aunque el Caputo mesurado lo elogie. “Tengo una excelente opinión del presidente Macri. Conmigo en particular siempre ha sido extremadamente generoso. Creo que sentó las bases para que la Argentina finalmente pudiera cambiar”, dijo Caputo a TN en la única entrevista que concedió hasta ahora. LA NACION procuró contactarlo para este perfil, pero no contestó. Prefiere dialogar, lejos de los micrófonos, con gobernadores, diputados, senadores, empresarios y funcionarios, que a menudo le responden a él antes que a sus superiores en el organigrama de la administración pública. Pasa con el dos del Ministerio de Justicia, Sebastián Amerio, o con Sergio Neiffert, el “señor 5″ de la Secretaría de Inteligencia (SIDE), entre otros. El recorrido formal de Caputo es lo de menos. Estudió en el colegio Manuel Belgrano, pero los Maristas lo invitaron a retirarse. Rumbeó hacia el Esquiú, pero por sus pésimos resultados académicos terminó libre el secundario. Después cursó varios años de Ingeniería en Informática en la Universidad de la Defensa Nacional, pero la colgó. Según dejó trascender, su ilusión era ser espía hasta que conoció a un verdadero espía local y se desencantó. Intentó entonces con la carrera de Ciencias Políticas, que tampoco concluyó. Le faltaban cuatro materias, pero ya trabajaba con Jaime Durán Barba y no paró más. Bajo la égida de Santiago Nieto y Roberto Zapata, primero, y luego de la consultora “Move Group”, asesoró a candidatos y funcionarios en la Argentina y en el exterior –de El Salvador a Paraguay, y de Chile a Uruguay-, aunque el punto de inflexión fue cuando conoció a un economista de pelo enmarañado. “Santiago es muy inteligente y tiene una gran lectura de la situación. Hace más de tres años nos dijo que Milei iba a ser Presidente y por qué. Obviamente, se armó un ida y vuelta interesante, como imaginarás… En ese momento Milei no medía y otros plantearon que iba a ganar Bullrich, o esto o lo otro… pero él mantuvo su posición. Lo que nos dijo entonces, se dio casi al pie de la letra”, cuenta uno de sus interlocutores más asiduos durante los últimos años a LA NACION, que para este perfil consultó a una docena de amigos, funcionarios, allegados y clientes, y analizó algunos de sus libros de cabecera. Abocada a la comunicación pública, la asesoría política y la gestión de campañas electorales, Move Group es en los papeles una sociedad cuyos accionistas eran Tomás Vidal y Guillermo Garat. En los hechos, se convirtió una plataforma común de servicios en la que confluyeron varios discípulos de Durán Barba, dispuestos a trabajar para todo el espectro político. Así fue como en 2023 vivieron una situación singular: Derek Hampton asesoró a Bullrich, por el PRO, y Garat le dio una mano a Eduardo “Wado” de Pedro, por el kirchnerismo, mientras que Caputo conversaba con Milei, según reveló LA NACION durante aquella campaña presidencial. “Todos los de ‘Move Group’ tienen el perfil de consultores y lobistas ‘a la americana’”, contó un experto en comunicación que interactúa con ellos desde 2011 y que recuerda que en sus oficinas de la calle Arenales al 2100 de la ciudad de Buenos Aires, los libros en inglés se mezclaban con los posters de una campaña demócrata. “Hacen encuestas, focus groups, ‘mailing’, publicidad digital, gestionan campañas y buscan negocios”, detalló, para de inmediato aclarar el último eje: “No buscan negocios para quedárselos, al estilo kirchnerista, sino que acercan ‘puntas’ y cobran por esa gestión”. Algunas figuras kirchneristas tienen, sin embargo, algo para decir sobre algunos de ellos. Daniel Filmus todavía mastica bronca contra Durán Barba, Garat –hoy responsable de Relaciones Institucionales de YPF- y Rodrigo Lugones –al que muchos consideran “el distinto” o “el genio”- por la campaña sucia desde un call center que afrontó durante la campaña de 2011. Con Lugones, hoy en Madrid, pero en contacto permanente con el resto del círculo aúlico, Caputo escribió un ensayo. Lo titularon “De Gutenberg a Zuckerberg. Una nueva revolución política”. Hoy es inhallable. Como inhallable es la moto Café Racer, tan clásica como farolera, con la que Caputo se rompió varios huesos en 2021. Mañana de sábado decembrino, Avenida del Libertador, encierro torpe y un vuelo que pudo costarle la vida. “Resuelve quilombos” Caputo llegó a Milei a través de Ramiro Marra, al que conocía del Manuel Belgrano, aunque los separan tres años lectivos. El hoy legislador porteño por La Libertad Avanza hizo más que eso: también le presentó a Daniel Parisini, un médico genetista pediátrico más conocido en las redes como “El Gordo Dan”, y a Agustín Romo, actual diputado bonaerense y director de Comunicación Digital de la campaña libertaria. Caputo le expuso al economista libertario todo lo que pensaba. Se mostró muy crítico de la presidencia Macri, sin licuar sus objeciones porque Luis “Toto” Caputo, primo de su padre, fue una figura clave de aquella gestión. Y le martilló la cabeza a Milei para que compitiera en 2023, convencido que tenía una oportunidad clarísima para ganar la Presidencia, como también que le planteó que era un grave error medrar en las provincias, como pregonaba Carlos Kikuchi. “Santiago es un tipo muy racional, muy moderado, con ideas entre liberales y libertarias. Por eso pegó onda con Javier, al que además le dio algo fundamental: orden”, cuenta un allegado a ambos. “Dicen que Santiago es un ‘monje negro’, pero la verdad es más simple: él resolvió quilombos durante la campaña y ahora lo hace en la gestión, ocupando lugares que nadie ocupa y asumiendo roles que nadie asume”. Durante la campaña presidencial, el vínculo entre el candidato y su sólo-amigo-todavía-no-consultor-formal llegó a ser tan fuerte, que cuando murió el padre de Santiago, en julio de 2023, Milei canceló toda su agenda para acompañarlo. La relación con Claudio Caputo, quien ganó la presidencia del Colegio de Escribanos porteño en 2017, había registrado momentos buenos y no tan buenos, pero los amigos cuentan que pocas veces lo vieron tan golpeado a Santiago como durante aquellas horas aciagas. La campaña presidencial, sin embargo, no les dio tregua. Y Caputo se abocó de lleno a Milei, que le reconoció su capacidad para leer la situación. Eso es fruto de su experiencia acumulada en muchísimas campañas, con los candidatos más variados, a veces ganando; otras, no. Y a esa experiencia, Caputo le sumó herramientas digitales que lo ayudan a vislumbrar tendencias en las conversaciones públicas que se desarrollan en las redes sociales. Y también sus lecturas, que incluyen a Peter Sloterdijk, el filósofo alemán que en “Ira y tiempo” escribió sobre los “bancos de ira”. Es decir, la bronca y la frustración acumuladas por millones de ciudadanos ante el estado de situación y la falta de resultados de los gobiernos tradicionales. Todo ese enojo es como energía en estado gaseoso, plantea Sloterdijk, asequible para quien logre canalizarlo. Lo lograron Donald Trump, en Estados Unidos, y Jair Bolsonaro, en Brasil, y Caputo estaba convencido que Milei podía lograrlo en la Argentina. Las urnas le dieron la razón. ¿Resultado? Milei confía en él sin matices, en un rol que desde diciembre de 2023 excede el de un asesor. Los indicios están allí. Caputo pasa hasta 17 horas diarias dentro de la Casa Rosada. Y cuando no está allí, puede estar en el Congreso junto al actual jefe de Gabinete, Guillermo Francos, destrabando alguna iniciativa oficialista. O con Eduardo “Lule” Menem sellando acuerdos en los distritos para 2025. Y su teléfono celular corre como el viento entre los pesados del círculo rojo o, como los denuesta el Presidente, “de la casta”. “Santiago es así, obsesivo en todo lo que le importa”, cuenta uno de sus amigos más cercanos. “En un momento, se obsesionó con los tatuajes de la mafia rusa y no paró hasta tatuarse unos cuantos. En otro momento se le dio por estudiar finanzas y se leyó todo de [el inversor estadounidense] Benjamin Graham. Pero además podías ir a su oficina y tenía mamotretos sobre su escritorio que parecían las viejas guías telefónicas, pero eran los reportes financieros cuatrimestrales de las empresas en las que evaluaba invertir. En todo lo que le interesa es así”. ¿Un ejemplo? Fanático del guionista Aaron Sorkin, Caputo vio la serie “The West Wing”, completa, entre siete y nueve veces. Pero además le sugirió a la cúpula de Move Group que quien quisiera ingresar a la consultora debía ver la serie como condición ineludible. “Para él, todo lo que aborda la política está allí”, resume un memorioso. ¿Otro ejemplo? Hubo tiempos en que juegos de combate simulados con pistolas de aire comprimido Airsoft lo absorbieron tanto que los fines de semana se iba a sesiones de entrenamiento. “Eran como juegos de paintball, pero él se compenetraba como si fuera un soldado de las fuerzas especiales infiltrándose detrás de las filas enemigas”, cuenta un amigo. Como en el videojuego “Counter Strike”, completa otro, pero en la vida real. Construir el mito Algo de eso subyace en los perfiles de cuentas de Twitter que dentro del Gobierno le adjudican al otro Caputo, al más “picante”. Como ese que al parecer se presentaba como “@SnakeDocLives”, en alusión tácita a otro videojuego, “Metal Gear Solid”, en el que el jugador asume el rol de un soldado de élite, experto en tácticas de combate, supervivencia y sigilo, cuyo nombre en clave durante el operativo es, justamente, “Snake”. “@SnakeDocLives” duró poco. La red social de Elon Musk suspendió la cuenta por violar los códigos de conducta. Entre otros motivos, porque subió fotos de armas y mensajes violentos contra un político y un funcionario. Tampoco duró mucho “@NicolaBrandeis”, con la que su enigmático dueño aludía al seudónimo que usaba el estratego del Vladimir Putin en “El mago del Kremlin”, la otra novela de Giuliano da Empoli. Antes de evaporarse, sin embargo, quien estuvo detrás de la cuenta “@NicolaBrandeis” dejó frases para el recuerdo. Como, por ejemplo, que “la democracia argentina es una cáscara vacía de contenido cuya función es evitar los cambios que el país requiere para salir adelante. Ese es el verdadero problema argentino”. Caputo, claro está, evita confirmar o desmentir que él haya estado detrás de esas cuentas. Sus amigos también callan. Lo cual alimenta el mito. Tal y como el protagonista de “El mago del Kremlin” le explica a un adláter: “Nuestros primeros propagandistas serán precisamente los que nos acusen de conspirar contra la democracia […]. Ellos serán quienes construyan el mito de nuestro poder […]. Todo lo que haga creer que eres fuerte aumenta tu fortaleza”. Y en eso está Caputo, satisfecho con el aura mítica que lo rodea. Filtra a ciertos periodistas, a los que llama “punteros mediáticos”, que él es el único que puede entrar y salir de las reuniones de Gabinete cuando quiere. O que puede participar en encuentros reservados sin dejar su teléfono celular en la antesala. O que él sobrevuela a los “influencers” libertarios, a los que alude como “punteros digitales”. “En Twitter se descarga y se divierte, es como un personaje que no es él”, dice alguien que lo conoce hace muchos años, sin confirmar tampoco sus cuentas. “Además, no olvidemos que las redes son un reflejo más de la sociedad, donde el nivel de agresividad no es administrable. Pero Santiago es cero intolerante en el mano a mano. Nada que ver”. Hoy, el Caputo público que tiene dos hijos sigue siendo afable, no levanta la voz y transmite sus ideas con tranquilidad. Y el privado, es más efusivo, más tajante. Pero ambos coinciden en un punto: el consultor mutó en creyente de la causa libertaria. Avizora un largo recorrido para Milei y para La Libertad Avanza, en un ecosistema nuevo de partidos y de medios, con las oportunidades que ofrecen las redes sociales, y donde, como el kirchnerismo, hay que estar más atento al fondo que a las formas. Porque como plantea el autor de “Los ingenieros del caos” y de “El mago del Kremlin”, la clave pasa por administrar el enojo de los ciudadanos, y a veces en alimentarlo contra terceros, los enemigos del día, pero jamás en combatirlo. Porque “en un sistema político enfermo, elegir a un loco, a un excéntrico, a un distinto, se convierte en una elección racional”. Y los dos Caputos están compenetrados con el “loco” que hoy ocupa la Casa Rosada. Hugo Alconada Mon
Niños asesinados y huellas digitales: Hugo Alconada Mon presenta una novela sobre un caso real El nuevo libro del periodista devela la sangrienta muerte de dos chicos en 1892 y el posterior avance en la identificación criminal. Así empieza “La cacería de Hierro” El renombrado periodista Hugo Alconada Mon ha lanzado su nueva novela histórica titulada La cacería de Hierro, ambientada en Argentina a fines del siglo XIX. La obra, publicada por Planeta, se centra en un acontecimiento criminal que conmocionó a la región de Necochea en 1892. La trama aborda el sangriento asesinato de dos niños, Ponciano y Felisa, cuyas muertes llevaron a un significativo avance en la criminología. La dactiloscopia, un método de identificación a través de las huellas dactilares, es desarrollada por Juan Vucetich, inmigrante dálmata establecido en La Plata. Este invento marcó el inicio de la policía científica moderna. Vucetich, de 33 años, se convierte en una figura central en la novela, cuyo reconocimiento internacional redefinió las técnicas de identificación criminal. En paralelo, se narra la historia de Valentín Hierro, un guardiacárcel afectado por el asesinato de su madre dos años antes, quien busca justicia con la ayuda del primer detective de la provincia de Buenos Aires. Alconada Mon utiliza datos y documentos históricos inéditos para construir un relato que explora las profundidades de las pasiones y ambiciones humanas. En su narrativa, desvela tanto la oscuridad como la admiración que pueden suscitar los actos de los individuos. La cacería de Hierro ofrece precisión histórica y también una conexión entre el avance científico y la lucha personal de sus personajes, combinando suspense con una rica contextualización histórica. La cacería de Hierro (fragmento) A fines de la década de 1880, una pareja que vivía en los campos aledaños al pueblo de Necochea tuvo dos hijos. En 1892, Ponciano, de 5 años, y Felisa, de 3, murieron degollados. La resolución del doble crimen marcó el nacimiento de la policía científica y de la criminología moderna, y le reportó reconocimiento mundial a un inmigrante dálmata de 33 años que vivía en La Plata. Lo llamaron «sabio». Se convirtió en leyenda. 1. —¿Cómo está? —¿Quién, señor? Levantó una mano, con la ficha dactilar 5492 entre los dedos índice y mayor, como un cigarro. —Ella. Sentado frente a su escritorio, Juan Vucetich repasó los datos volcados en la ficha, ajeno a la mirada del guardicárcel que se había presentado en su oficina y permanecía de pie, atento. Orillaba el mediodía del sábado en La Plata, pero quedaba mucho por hacer en el Departamento de Antropometría de la Jefatura Central de Policía. —Le hice una pregunta. —En Dolores, señor. Rojas anduvo entre la cárcel y el hospital varias veces; veremos si acá mejora un poco de salud. Vucetich le hizo un ademán al guardiacárcel para que se retirase y volvió a enfocarse en las diez huellas dactilares y los datos volcados en la ficha. Aportaban poco, pero tampoco los necesitaba. La trama de Necochea perduraba fresca en su memoria. «Francisca Rojas de Caraballo», «causa de detención: doble infant.», exponía. La habían completado horas antes con precisiones que lo envolvieron en recuerdos de hacía siete años, de cuando aquella tragedia signó su vida para siempre. «El hecho ha sido cometido en 1892. Sumario levantado por el inspector D. E. M. Álvarez». Vucetich sonrió, como cada vez que lo visitaba la sombra de aquel sabueso singular. Cuando pocos confiaban en él y en su trabajo, Álvarez se había jugado el resto. —¿Qué hace todavía acá? —le espetó al guardiacárcel, al ver que seguía junto al escritorio, en posición de firme. —Quiero saber. Se dice tanto sobre ella y sobre usted que… Vucetich no quiso oír el resto. Estaba harto del morbo que solía rodearlo, de la prensa amarillista que se regodeaba en el chapoteo de sangre, de los vampiros que lo lisonjeaban en los mejores salones de La Plata para quedarse en la anécdota, sin enterarse de que lo suyo era ciencia y método. Ya tenía suficiente con recibir a los invitados que le mandaban sus superiores, como el príncipe Luis Felipe De Orleans y Bragance, para lidiar también con mediocres que consumían su tiempo, por ignorancia o interés, y lo desgastaban más que los envidiosos. —Retírese. Pero el guardiacárcel no se movió. El cadáver que arrastraba desde hacía dos años pesaba demasiado. Dos años de dolor, de búsquedas torpes y estériles, de frustraciones; dos años detrás de una oportunidad que ni siquiera tenía claro cuál era. Hasta esa mañana del sábado 15 de abril de 1899 cuando el destino le permitió conocer a la leyenda. —Me expresé mal, señor —se disculpó y jugó otra baza—. Lo que quiero es aprender. De usted. Vucetich se quitó los anteojos de lectura, con cierta coquetería, y se fijó en el guardiacárcel por primera vez. Flaco y fibroso, no era más que un muchacho. Debía rondar, con mucho, los 20 años. El uniforme le quedaba apretado, un talle demasiado corto, aunque lo llevaba con aplomo, y tenía la mirada despierta, alerta a lo que ocurría a su alrededor. La leyenda no pudo consigo mismo y se preguntó en que categoría de delincuente lo encuadraría su amigo Cesare Lombroso. ¿Criminaloide o habitual? ¿Y Alphonse Bertillon? ¿Qué diría sobre él? —¿Por qué quiere aprender? —Porque hay demasiados crímenes sin resolver y lo que usted hace es el futuro —dijo, y señaló los ficheros y los empleados—. Ustedes resuelven acá más casos que muchos policías en las calles. Una mueca asomó debajo de la barba rojiza del hombre llegado de orillas lejanas. El muchacho sabía expresarse, debía reconocerle, aunque no bastaba. Con los años había aprendido que, a menudo, detrás de las motivaciones declamadas se ocultaba la causa verdadera. —Y dígame… —Valentín, Valentín Hierro. —Dígame, Valentín, ¿cómo es que usted terminó trayéndome la ficha de Rojas? El muchacho le devolvió la mueca. —Me moví para que así fuera. Rojas llegó ayer de Dolores. La trajo el oficial Antonio Maliandi y quedó alojada en la Cárcel de calle 14 —precisó—. Hoy le tomaron las huellas y como los cocheros están de huelga, me ofrecí a traer las fichas de las nuevas reclusas… para entregarle en mano la de Rojas. Vucetich se reclinó en su silla. Algo en el muchacho no terminaba de cuadrarle, pero no tenía claro qué. ¿Su forma de hablar? ¿Su locuacidad? Mantenía como premisa que todos tenemos algo que callar, pero ¿estaba cayendo en el prejuicio, algo que detestaba cuando lo padecía? Decidió probarlo. —¿Por qué debería dedicarle tiempo, que no me sobra? —Porque quiero aprender. —Ya me lo dijo; no es suficiente. Vucetich notó la demora, mínima, en la respuesta. —Llevo más de un año yendo a sus conferencias, comprando cada nuevo número de la Revista de Policía de los porteños, preguntándole sobre su trabajo a los policías y guardiacárceles que conozco, y leyendo todo lo que aparece en los diarios sobre usted y esta oficina —dijo el muchacho, que con una mano apuntó a los ficheros repletos de huellas dactilares, y a los empleados que mecanografiaban pedidos de informes o respondían a otras reparticiones—. Llevo meses aprendiendo por las mías sobre la dactiloscopia, pero sé que apenas araño la superficie, y esta es la primera oportunidad de pedírselo: enséñeme. El planteo del muchacho era válido, pero similar al de otros aspirantes, calibró Vucetich, aunque el tono en que lo había expresado tenía algo de impertinente. Eso le agradó. No cualquiera flirteaba con una sanción disciplinaria en pos de aprender. Le daría una oportunidad, resolvió. Una sola. Como a él se la había dado el jefe de Policía, Guillermo Nunes, cuando no era más que un inmigrante sin título, sin renombre y sin logros, y con apenas tres años como «meritorio» en la fuerza. —Si de verdad quiere aprender, lo espero mañana a las nueve en mi casa —lo emplazó, y le pareció ver que un chispazo de satisfacción cruzaba por los ojos del muchacho—. Sea puntual. —¿Dirección, señor? —Infórmese. Ahí tiene su primera lección.
Hugo Alconada Mon: “Si la literatura no es el invento más grande de la humanidad, le pega en el poste” El reconocido periodista de investigación, que acaba de publicar “La cacería de Hierro”, habla de todo: la historia argentina, el género policial, el particular club de lectura que integra y la satisfacción de escribir una novela: “hablo de ella y me sonrío. Esto es oxígeno”, define PorLuciano Sáliche - INFOBAE
A paso raudo, Hugo Alconada Mon entra al Café Vicente López con la mochila colgada de un hombro. Afuera hace un frío atroz pero el sol lo maquilla todo. Saluda con un fuerte apretón de manos y esboza una sonrisa tierna, casi infantil. El mismo contraste que se forma entre el sobretodo estilo Chesterfield, el pullover liso y el pantalón recto y las zapatillas de lona blancas. Deja el abrigo en el respaldo de la silla, pide un cortado y suspira, como si se sacara de encima la rutina, como si se sacudiera la solemnidad del periodista de investigación para dejar en carne viva lo que ahora es: un novelista apasionado. En 2022 publicó su primera novela, La ciudad de las ranas, y fue un éxito de ventas. Este año, hace apenas una semana, tal vez dos, llegó a las librerías la segunda: La cacería de Hierro. Sobre la mesa redonda del café brilla este artefacto de 239 páginas. Es un policial de época. La historia se monta sobre la muerte de dos nenes —Ponciano, de cinco años; Felisa, de tres— en las afueras de Necochea, un lugar que hoy es turístico pero que en 1892, cuando ocurrió este crimen, es apenas un pueblo rural con vista al mar. Los dos nenes murieron degollados. El presunto asesino también degolló a la madre, pero no: ella sobrevive, y lo señala como culpable. La policía le pide que confiese y, pese a los días de golpes y tortura, el hombre lo niega. ¿Cómo comprobarlo? En La Plata, un inmigrante inteligentísimo de nombre Iván Vučetić —rebautizado en Argentina como Juan Vucetich— está construyendo un método efectivo a partir de las huellas dactilares. La novela se inicia cuando el otro protagonista, el guardiacárceles Valentín Hierro —personaje de ficción que Alconada Mon introduce en la trama verídica—, va a ver a Vucetich para que le enseñe todo lo que sabe. Su madre murió dos años atrás y necesita esclarecer el crimen. Dos vidas distintas, dos pasados distintos, pero un interés común: surfear la ola del positivismo criminológico que baña a la Argentina.
—¿Cómo te topaste con la historia de La cacería de Hierro? ¿Cuándo entendiste que podía ser una novela? —Llegó durante el proceso de investigación de la anterior novela, La ciudad de las ranas. Ambas, Ranas... y La cacería de Hierro, están centradas en un mismo periodo histórico, entre 1880 y 1900, ese abanico de veinte años, y más o menos la misma ubicación geográfica, La Plata. La fundación de La Plata. Mientras buscaba material para La ciudad de las ranas me encontré con esto que ya es un caso relativamente conocido. De hecho Federico Andahazi, con el cual hablé el otro día, ha publicado una novela que se llama Las huellas del mal. No es que estoy publicando algo que es completamente novedoso, pero ahí me lo topo por primera vez, y como me parecía atractivo, ya en Ranas... meto a Juan Vucetich y aludo al caso Francisco Rojas. Mientras iba avanzando con aquella novela le iba pidiendo a los mismos investigadores, académicos, museólogos y archivistas por esto: ‘Pero ya que está, ¿no tenés esto otro?’ Empecé a acumular tanta información que, claro, a Ranas... la terminé en cinco años, y a La cacería de Hierro la liquidé en un año y medio, porque ya venía con el material acumulado. Y si bien están relacionadas, una no es la continuación de la otra. Se puede leer una sin leer la otra. Pero hay cosas en común, personajes en común. De hecho acá ya hay datos para otra novela. Digamos que me gusta ese periodo histórico. —De alguna forma estás construyendo una gran novela. —Si fuera pretencioso, te diría que estoy jugando algo parecido a lo que hizo Carlos Ruiz Zafón con El cementerio de los libros olvidados, una tetralogía —compuesta por La sombra del viento, El juego del ángel, El prisionero del cielo y El laberinto de los espíritus— sobre Barcelona ambientada en los años 20 y 30 del siglo XX y que cada novela la podés leer por separado y se entiende perfecto. Eso me parece espectacular: podés leer cualquiera de las cuatro novelas en cualquier orden y también se entiende perfecto, y las cuatro juntas arman como un tetris que hacen clac y encastra todo. Pero yo no soy Ruiz Zafón —y se echa a reír. —En la novela hay toda una discusión de fondo, muy de la época, sobre qué es un criminal, si hay patrones comunes, si hay una esencia, las ideas de Pietro Gori, Cesare Lombroso. ¿Por qué te interesó traer este gran tema a la actualidad? —Porque creo que hemos afrontado en Argentina, durante tantos años, una suerte de idealización de la generación del 80: por un lado, fue brillante, pero por otro lado, fue muy oscura. No es una cuestión contradictoria: todos tenemos luces y sombras. Esa generación del 80, por ejemplo, le abrió las puertas de la Argentina a millones de inmigrantes, entre ellos mis abuelos. Pero por otro lado era: ‘vení, trabaja, cerrá la boca, no tenés derechos laborales, no tenés derecho político, no tenés derechos sociales’. Si allá en Europa tenías hambre, acá no, pero ‘cerrá la boca’. Eso se trasluce en el ámbito inmigratorio, en el ámbito social, en el ámbito judicial. Por ejemplo, no podían determinar quién es delincuente. Lombroso lo definía por la forma de la cabeza o de la nariz. Lo que decía en ese método era: te vamos a medir el tamaño de la nariz, si tenés tatuajes, si tenés una verruga, el color de tus ojos, la forma de tus orejas, si son pegadas, si son despegadas, si tenés un dedo lastimado. Pero hay otro tipo que tiene el mismo tipo de dedo que yo, y si no tiene el mismo color de ojos vas a tener una confusión sobre cuál de los dos fue. En ese contexto, lo que hace Vucetich es genial: permite aplicar las huellas dactilares para identificar a las personas. En ese momento ya se sabía que cada uno tiene sus propias huellas dactilares y que son para toda la vida, y que podemos identificar a la persona incluso después de muerta. La dificultad era sistematizar las huellas de 45 millones de personas, poque si yo después te traigo una huella, ¿cómo hacés para encontrarla entre 45 millones? Y ahí es donde Vucetich logra un sistema basado en cuatro ejes y de una manera tan sencilla que incluso un vigilante de la campiña bonaerense en el medio de la nada y analfabeto, lo podía utilizar: recoger las huellas, volcarlas en una ficha e identificar a los asesinos. Además, si vos llegabas a la Argentina con tres muertos sobre tus espaldas y decías que te llamabas Juan Pérez, entrabas y hacías una nueva vida. Entonces, de repente, aparece este sistema de identificación que dice: ‘No, no, no, un momentito’. Hay un caso que yo seguí mucho, el del matrimonio ruso espía que simulaban ser argentinos. Ella se llama María Rosa Mayer Muños; él es Ludwig Gischh. Se nacionalizaron, se casaron, tuvieron dos pibes y se fueron a Eslovenia. Los detuvieron allá, acusados de ser espías rusos: topos. Ahora están detenidos, acusados de espionaje, y eventualmente condenados a ocho años de prisión. Lgraron confirmarlo por las huellas dactilares. Todavía aquello de Juan Vucetich se aplica. —¿O sea que la sistematización fue argentina? Qué increíble que ese avance tan fundamental se hizo en este rincón del mundo. —Sí, eso fue impresionante, porque en aquel periodo histórico el hemisferio norte era el centro y el hemisferio sur, la periferia. Y en ese contexto lo que surge es algo completamente fortuito, porque Juan Vucetich en realidad se llama Iván Vučetić, que hoy lo definiríamos como dálmata, pero los croatas lo definen como que es de ellos y se cuelgan la medalla. El lugar donde nació era italiano, pero después fue del Imperio Austrohúngaro. En su pasaporte decía que era austrohúngaro y vino a la Argentina sin nada. Llegó con veintimuchos y empezó siendo músico callejero. Después pasó a ser jefe de una cuadrilla de Obras Sanitarias y logró entrar a la Policía de la Provincia de Buenos Aires, donde lo designan como meritorio, porque sabía leer y escribir. Y fue totalmente fortuito. El jefe de Policía, que se llamaba Guillermo Nunes, cuenta que se reúne con un amigo que tenía una revista francesa que se la olvidó en el despacho. Y como sabía que Vucetich estaba tratando de adaptar el sistema de identificación que hablábamos antes, la nariz, los ojos, etcétera, lo llama y le dice: ‘tome, acá tiene esto, usted, que sabe varios idiomas; creo que esto le puede servir’. En esa revista hay un artículo sobre una conferencia donde estuvieron discutiendo cómo desarrollar un sistema que permita aplicar las huellas dactilares. Vucetich puso el trasero en una silla, lo inventó y lo logró. —¿Creés que esta historia tendría tal impacto si no se contara desde la ficción, desde la novela? —No. Me pasó algo parecido con La ciudad de las ranas: hay múltiples piezas del rompecabezas que faltan. Cuando yo arranco a investigar para La ciudad de las ranas, mi idea era que si crece la historia de la fundación de mi ciudad iba a ser un libro de no ficción. Mi idea era escribir no ficción. Te voy a exagerar otra vez: yo quería seguir el camino de Truman Capote en A sangre fría o de Rodolfo Walsh en Operación Masacre o tantos otros que siguieron el camino de la no ficción, de escribir no ficción con técnicas literarias. Pero había piezas que faltaban: el expediente del crimen desapareció. Hay piezas sueltas: la copia de la sentencia de primera instancia, hay dos cartas de este primer detective en la historia de la Policía, Eduardo Álvarez, una que le escriba al jefe de Policía y la otra que le escribe a Vucetich. Y después, a su vez, yo reconstruí con la ayuda de varios archivistas e investigadores otras piezas del rompecabezas, pero que si yo las tiro arriba de la mesa podemos armar una estructura madre, pero te va a faltar este pedazo, este otro. Y lo que hice fue jugar, contar qué pudo haber pasado e incluso después qué me hubiera gustado que pasara. Como Tomás Eloy Martínez en Santa Evita o en La novela de Perón, donde varios pegaron la patinada de preguntarse por qué Perón dijo tal cosa, y ahí Tomás Eloy, en vida, decía: ‘no, no, momentito, esa es mía’. —Hay una cuestión clara con el género: es una novela policial. Pero hay otra cosa: es una novela escrita por un periodista. Y eso se nota. ¿Te interesaban esos rasgos? —Llevo 25 años en este baile. Hay mucho de la forma en que yo escribo que está acá. Y también hay vivencias que yo vuelco en Eduardo Álvarez, el detective, o en Valentín Hierro, el protagonista. Spoileo un segundo pero no arruino la historia: hay un momento en el cual Valentín entra a un inmueble con Álvarez, y Álvarez le dice: ‘pisá donde yo piso’. Esa frase me la dijo a mí un comisario cuando entramos juntos en una escena del crimen. Yo iba caminando donde él pisaba. Y este comisario me decía ‘mirá esto, mirá esto, eso significa esto otro’. Y yo iba caminando y mirando por encima del hombro de este comisario. Estuvimos tres horas y fue como una clase particular de criminalística, una clase privada. Yo me muevo a todos lados con una libreta, que es lo que lleva Eduardo Álvarez, que a su vez es una enseñanza que me dio un viejo maestro de periodismo: ‘adonde vayas, lapicera’. Aunque me voy de vacaciones, la tengo. Hay guiños a viejos maestros, fiscales, jueces, periodistas que me enseñaron. Y decidí aplicar algunos de los trucos de una novela policial, porque La ciudad de las ranas es más novela histórica, ésta más novela policial. —Pienso que para el lector es muy diferente leer esta historia como una novela que como un libro de no ficción. No solo cambia el libro, también la experiencia de lectura. —Sí, mucho. Pero te voy a decir una cosa: yo escribo para mí. Ojalá que venda, y parece que está vendiendo, que ya es bestseller, me encanta y me infla el ego más todavía, pero yo escribo para mí. Con La ciudad de las ranas mi idea era hacer una copia y dársela a mi mujer: que la leyera y tirarla al fuego. Y un amigo mío, Nacho Iraola, se enteró y me dijo: ‘dámela’. La leyó y me dijo: ‘acá hay algo’. Me pone con una editora, que me fue guiando, orientando, corrigiendo y salimos. Esto a mí me hace bien, lo disfruto. Me encanta que haya lectores que se enganchan y se entretengan, me llena el ego, pero es para mí esto. Vos tenés chicos chiquitos, ahora estás atajando penales, hacés lo que podés cuando podés. Mis chicos, en cambio, ya están más grandes. Además, yo soy fanático de Estudiantes de La Plata y me pasa que veo los partidos de Estudiantes o de la Selección Argentina y me la paso con el teléfono, taca, taca, taca, laburando, haciendo cosas, respondiendo, y no me logro desenchufar. Uno de los pocos momentos en los cuales sí logro es cuando escribo. —Cuando escribís ficción. Con las notas, con las investigaciones para el diario, no te pasa, ¿no? —No, no. Son otra cosa. Mis amigos me han dicho que cuando yo escribo en el diario se me arma una línea acá —se señala la frente, frunce el ceño y simula mirar el monitor de una computadora—; así me pongo. Y yo te hablo de la novela y me sonrío. Esto es oxígeno. En la casa de Hugo Alconada Mon había una biblioteca gigante. Los custodios de ese gran manantial eran su padre y su abuela. “Dos lectores ávidos y además muy generosos. No de los lectores que dicen: ‘no me molestes’. Sino de los lectores que te dicen: ‘¿Querés leer? Leé ésto, y si no te engancha dejalo a un costado, no importa. ¿Por qué no te interesó? ¿Por ésto? Probemos con ésto’”, recuerda. A los nueve años ya estaba comprometido con cada libro que abría, de Chesterton, a Graham Greene. “Conocí a Arturo Pérez Reverte gracias a mi abuela”. Como estudió inglés de chico, aparecieron las lecturas en otra lengua. Luego llegó la adolescencia, las decisiones de la adultez, la vida que se abre nueva, difícil, extraña, enorme. “En realidad quería ser periodista. Estudié Derecho ya sabiendo que mi objetivo era el periodismo”, cuenta. Se recibió en la Universidad Nacional de La Plata. Empezó en el diario El Día de su ciudad y, desde 2002, trabaja en La Nación donde hoy es prosecretario de redacción. Da clases en varias universidades, es becario de otras tantas, Publicó varios libros de investigación como Boudou-Ciccone y la máquina de hacer billetes y La raíz (de todos los males). Pero desde que se lanzó a la ficción las cosas cambiaron un poco. El primer miércoles de cada mes sale a tocar con su banda. En general, el escenario es algún bodegón perdido de la zona sur del conurbano. Mucha comida y cerveza en cantidad. Hay psicólogos, músicos, un director de escuela, una científica, abogados. ¿Qué hacen? Leen. Son un club de lectura. “Un club de lectura de vagos y vagas”, corrige. Ahora Alconada Mon scrollea en WhatsApp para mostrar el nombre del grupo: “Patachula, se llama”, dice con la risa cortada: un chiste interno sobre un personaje de Los vencejos de Fernando Aramburu. La foto de perfil es de una historieta basada en un libro de Kurt Vonnegut. “Al principio nos reuníamos en casas de familia, pero el que jugaba de local estaba más pendiente del asado que de sentarse con los demás. Entonces decidimos hacerlo en fondas de barrio. Y la gente al final se ríe porque, imagínate, en una fonda en Tolosa, en las afueras de La Plata, en un barrio ferroviario, caemos nosotros, nos instalamos y empezamos a poner pilas de libros arriba de la mesa, a tomar cerveza, a comer pizza, a reírnos a carcajadas. Incluso hay gente que se nos acerca y nos dice: ‘Perdón, ¿puedo sumarme?’”, cuenta En cada encuentro, alguien propone un libro. El año pasado leyeron cincuenta títulos en total. En un bloc de notas tiene la lista completa. “Leemos de todo: un popurrí que te abre. Algunos no te gustan, claro, pero te sirve para saber qué no te gusta. Ahí me encontré con maravillas”, y nombra a tres, como para recomendar títulos que no fallan: Claus y Lucas de Agota Kristof, Un caballero en Moscú de Amor Towles y Hamnet de Maggie O’Farrell. —¿Cuánto cambiaste desde Los secretos de la valija, tu primer libro? ¿Cómo ves el proceso en retrospectiva? —Este es el noveno. Lo que siento es que en cada libro fui soltándome más. En cada uno de esos libros fui aplicando de manera más intensa técnicas literarias y narrativas, pero con estas dos novelas fue un piletazo total. Las dos son fruto de la pandemia. —¿Te ves en algún futuro cercano abocándote directamente a la novela? —Me encantaría. —Tendrías que cerrar un poco la otra faceta, la del periodista. —¿Vamos a divagar juntos? Te diría que sí, que mi sueño dorado es seguir la huella de Jorge Fernández Díaz o incluso de Arturo Pérez Reverte, que arrancó en el periodismo, hizo veinte años de periodismo profesional, después empezó a dedicarse cada vez más a la literatura y que hoy se define como escritor pero tiene alma de periodista. Todavía tiene una columna semanal en la revista más leída de España. Ahí despunta el vicio de la escritura de actualidad con un texto cada semana y después se dedica a literatura. Una cosa así me gustaría. Además, yo ya tengo cincuenta años. ¿Cuántos años más tengo en el periodismo? Realmente, de corazón, ¿cuántos años más? Hay un momento en el cual vos tenés que decir ‘hasta acá llegué' o sino alguien te dice ‘hasta acá llegaste’. Eventualmente, un plan de retiro voluntario. ¿Cuándo va a pasar? A mí esto me gusta. No es que lo hago por desesperación o por necesidad. Lo hago porque lo disfruto. ¿Yo tengo un hermano que toca la guitarra: lo hace porque quiere. Cada tanto con sus amigos toca en un bar: es la frutilla del postre. Pero el disfrute está en juntarse con los amigos a zapar. Esto es lo mismo para mí. El disfrute no es el libro, es el recorrido. Con este libro disfruté la etapa de investigación, buscar los papeles, entrevistar historiadores. Me fui a Necochea en temporada baja: más solo que Kung Fu. Fueron días mágicos. Busqué el lugar donde eventualmente pudo haber ocurrido el crimen. El regreso desde ahí hasta Necochea me tomó cuatro horas porque lo hice por caminos de tierra, caminos rurales. Te insisto: mis chicos ya están grandes: no es que mi mujer está llamándome y diciéndome ‘volvé, atorrante, que tengo los pibes, que hay que cambiarle los pañales’. Mi mujer me ve feliz. Lo que vos ves acá —y señala La cacería de Hierro— es el octavo borrador. Yo disfruto editar, reescribir, corregir. Disfruto hasta cuando imprimo los borradores. Voy a un local específico de La Plata que conozco de cuando estudiaba Derecho, hace treinta años. Los tipos son de recontra confianza. Le doy el pendrive y me voy a la vuelta, que hay una librería. Después de un largo rato, vuelvo, me dan las copias y el tipo de la fotocopiadora me dice: ‘Hugo, lo leí. Es buenísimo. Es mucho mejor que el otro libro’. E —Imagino que seguir en el periodismo, con todo lo que está ocurriendo, las polarizaciones, las redacciones cada vez más chicas, la precarización, también es una batalla. —La verdad que sí. No sé cuánto me queda en el periodismo. Acá la pasás mucho mejor. —¿Cómo estás viviendo el momento que atraviesa el gremio? —A mí me gusta lo que hago: el periodismo me atrae. Pero esto me oxigena, que es distinto. Al periodismo lo hago compenetrado, pero al mismo tiempo para mí es un esfuerzo. Mirá cómo me cambió el semblante —y se señala el ceño—, porque para mí es como meterme en una cloaca. Yo no entrevisto presidentes, empresarios, no voy a cócteles. Yo estoy en el trabajo sucio de tener que decir: ‘Disculpame, ¿vos tenés una cuenta bancaria?’ O: ‘Encontré esto’. O: ‘Hay un arrepentido que dice que vos cobraste una coima’. Entonces todo lo mío con el periodismo es desagradable, salvo ese periodo en el cual hice las entrevistas. —Pausa, los dos libros de entrevistas. —Sí. Eso sí fue enriquecedor. Eso sí fue un disfrute, porque era tener clases particulares con genios de todo el mundo. Esto es desgastante porque además publicás cosas que son incómodas, que generan que alguien llore, que alguien tenga un infarto, que alguien va en cana, que alguien es embargado, y la cantidad de gente que te insulta. Esto es como una bocanada de aire fresco que me permite continuar con lo otro: estoy en las cloacas, salgo, tomo aire y vuelvo a entrar en las cloacas. No sé si es lo mejor, pero hay que hacerlo. También te digo que si me mandás a cubrir un partido de fútbol y al tercer día el diario me tiene que echar por inútil. Dejame que yo haga investigación. Al mismo tiempo, cuando publico una investigación, salgo a la calle y puede pasar cualquier cosa. Yo todavía hoy no tengo conectados a mis hijos en redes sociales. No vas a encontrar fotos de mi mujer. Trato de mantener completamente separada a mi familia de mí. No han ido a premios nunca, bajo ninguna circunstancia. El día que me nombraron miembro de número de la Academia Nacional de Periodismo, yo pregunté: ¿es a puerta cerrada? Si es a puerta abierta no voy a llevar a mi familia por razones de seguridad. Es un contexto de mierda. Ahora Alconada Mon se deja llevar por las imágenes que se le vienen a fondo en una estampida lenta. Recuerda unas recientes vacaciones en Valeria del Mar: sol, ruido a viento, olor a mar. Se sienta en la reposera, pasan diez minutos y nota que hay un hombre que se le acerca. “Perdón, no lo quiero molestar...” Lo saluda, le dice su nombre, se presenta. En esas vacaciones serán tres escenas similares, casi calcadas. “Un muchacho de 35 de Capital, una mujer de 60 de Santa Fe, uno de Córdoba de 80″. Los tres estaban leyendo La ciudad de las ranas, los tres se me acercaron con una sonrisa”, y las iris celestes de sus ojos son rodeadas por un brillo rosado. “Fue increíble. Si estoy de vacaciones y me querés hablar de Milei o de Macri o de Cristina... no, estoy de vacaciones. El señor de Córdoba de 80 años se sentó y se emocionó recordando a su abuelo muerto que se llamaba Pietro Liberati; me quedó grabado de por vida. El tipo se había emocionado leyendo mi novela, recordando un hombre que ha muerto hace 50 años. El tipo me pedía disculpas y yo le decía que es lo más lindo que me ha había pasado en mucho tiempo”, dice con los ojos emocionados. La última pregunta es esta: ¿Para qué sirve la literatura? Pero Alconada Mon sigue afectado por el recuerdo último. Sigue con los pies en la arena y no quiere irse de esa playa. Entonces mira un punto fijo en el aire, piensa la respuesta, vuelve al pasado, bien atrás, a su infancia, a sus primeras lecturas: “Yo les agradezco a mi abuelo, a mi papá y a mi abuela que me abrieron las puertas de la pasión de los libros”, dice. “¿Para qué sirve la literatura? Para aprender, para reflexionar, para enriquecerte, para viajar, para disfrutar, para gozar, para reír, para llorar. Si la literatura no es el invento más grande de la humanidad, le pega en el poste”. Lleva puesta una sonrisa amplia, inalterable. “La literatura puede ser una bocanada de oxígeno, puede ser un salvavidas”, concluye.
Hugo Alconada Mon presenta "La Cacería de Hierro", sobre un emblemático caso policial necochense 27/07/2024 15:12 | En 1892, Necochea fue escenario de un horrendo asesinato que conmocionó a la comunidad. El periodista e investigador Hugo Alconada Mon narra cómo este crimen llevó al desarrollo del método de identificación de huellas dactilares por Juan Vucetich, dando inicio a la criminología moderna. Este viernes estará en nuestra ciudad.
El próximo viernes 2 de agosto a las 19:00 horas, el destacado periodista Hugo Alconada Mon presentará su nueva novela, La Cacería de Hierro, en el Centro Cultural de Necochea. La entrada es libre y gratuita, y durante el evento, Alconada Mon dialogará con el profesor Martín Petersen sobre los detalles de esta apasionante historia. La obra, publicada por Planeta, se centra en un horrendo asesinato que conmocionó a la región de Necochea en 1892: el brutal crimen de dos niños, Ponciano y Felisa. Este trágico acontecimiento no solo impactó a la comunidad, sino que también impulsó un avance significativo en el campo de la criminología, gracias al innovador trabajo de Juan Vucetich, quien desarrolló la dactiloscopia como método de identificación a través de las huellas dactilares, marcando el inicio de la policía científica moderna. Alconada Mon, quien ha dedicado parte de su vida profesional al periodismo de investigación, visitó Necochea para sumergirse en la historia detrás de su novela. Durante su estancia, exploró el museo y archivo local, conversó con historiadores y recorrió diversos lugares emblemáticos de la ciudad. “Caminar por Necochea me ayudó a entender el contexto del crimen y a conectar con la historia de una manera única”, comentó el autor. En La Cacería de Hierro, Alconada Mon ofrece una narrativa rica en detalles históricos, entrelazando elementos de suspense con la lucha personal de sus personajes, lo que promete mantener al lector al borde de su asiento. La presentación de La Cacería de Hierro será una ocasión especial para explorar el vínculo entre el crimen, la ciencia y la historia de Necochea. Quién es Hugo Alconada Mon Hugo Alconada Mon, es abogado, autor y periodista. Actualmente es prosecretario de Redacción del Diario La Nación. También es columnista del diario El País de España. Es maestro de la Fundación Gabo y miembro de la Academia Nacional de Periodismo. Ganó varios premios a nivel nacional e internacional y participó en los Wikileaks, los Panamá Papers y los Uber Files entre otras investigaciones periodísticas de alto impacto. Es autor de 8 libros y la Cacería de Hierro es su novena obra y la segunda de ficción junto con La ciudad de las ranas. Fuente: NdeN