Marc Augé (Poitiers, 2 de septiembre de 1935-24 de julio de 2023)1 fue un antropólogo francés especializado en etnología. Como docente, impartió clases de antropología y etnología en la Escuela de Estudios Superiores en Ciencias Sociales de París (EHESS por sus siglas en francés), de la que fue director entre 1985 y 1995. También fue responsable y director de diferentes investigaciones en el Centro Nacional para la Investigación Científica (CNRS de sus siglas en francés).
Augé, M. (2000) «Los no lugares. Espacios del anonimato. Una antropología de la sobremodernidad.» Barcelona. Gedisa
Acuñó el concepto de "no lugares" Leer el texto aquí: https://designblog.uniandes.edu.co/blogs/dise2609/files/2009/03/marc-auge-los-no-lugares.pdf
Asimismo, creó el concepto de "sobremodernidad" a partir de una reflexión sobre la identidad del individuo en función de su relación con los lugares cotidianos y la presencia de la tecnología.
Silvina Friera- 26 de julio de 2023- para Página 12- https://www.pagina12.com.ar/571260-marc-auge-el-antropologo-de-lo-cotidiano
- Adiós al etnólogo y ensayista francés-Marc Augé, el antropólogo de lo cotidiano
- Tenía los gestos de un niño travieso, una indómita curiosidad y una sonrisa contagiosa. Acuñó el concepto de "no lugar", pero en sus textos hay todo un universo a explorar, incluyendo sus preocupaciones para imaginar el futuro cuando todo parece puro presente.
- “Escribir es morir un poco, pero un poco menos solo”, planteó Marc Augé al final de “Autobiografía y etnología de sí mismo”, incluido en El tiempo sin edad (Adriana Hidalgo). El etnólogo y antropólogo francés, que murió el lunes a los 87 años en Poitiers, ciudad del centro de Francia donde había nacido el 2 de septiembre de 1935, fue mucho más que el ideólogo del “no lugar”, un concepto acuñado en uno de sus libros que se volvió curiosamente popular en la década del 90 para dar cuenta de esos espacios donde los individuos están en tránsito, como los aeropuertos, las autopistas o los supermercados.
- Antes de esa “fama” inesperada, exploró el comportamiento de los alladian en Costa de Marfil, anotó detalles, preguntó a sus informantes, convivió con ellos durante la década del setenta. Luego de esa experiencia, a fines de los 80, decidió rumbear hacia América Latina, donde conoció a los Ya-Ruro-Pumé de Venezuela y a un grupo de mujeres umbanda de los barrios de Belem, en Brasil. Su objeto de interés pendulaba del universo pagano de África –las prácticas de brujería, los profetas sanadores y los fetiches- a la observación y el estudio de las sociedades occidentales, los mundos contemporáneos y la “sobremodernidad”.
- Aunque El Viejo -así lo llamaban en Costa de Marfil cuando tenía apenas 40 años, un término que era un elogio, una especie de título honorífico- se quejaba de su castellano “un poco maltratado”, lo practicaba cada vez más en sus frecuentes visitas a la Argentina. Su escritura siempre pretendió fugarse de la antropología hacia las orillas de la literatura. De hecho, en una entrevista con Página/12 en 2016, cuando participó de “La noche de la filosofía” en el Centro Cultural Kirchner, confirmó que había escrito y publicado en francés tres novelas, que aún permanecen inéditas en español: La Mère d’Arthur (La madre de Arturo, publicada por Fayard, 2005), Quelqu’un cherche à vous retrouver (Alguien busca reencontrarse con usted, editada por Le Seuil, 2009) y La Sacrée Semaine qui changea la face du monde (La sagrada semana que cambió la cara del mundo, publicada por Odile Jacob, 2016).
- La Sacrée Semaine… se desarrolla en 2018; el papa Francisco pronuncia la tradicional bendición “Urbi et orbi” y declara: “Dios no existe”. Todo esto es visto a través de los ojos de un profesor jubilado, que sigue los acontecimientos por televisión, según comentaba el antropólogo. Augé, que sin duda fue el más literario de los etnólogos franceses, inauguró la segunda edición del Festival Internacional del Literatura en Buenos Aires (Filba), en septiembre de 2010.
- El antropólogo más literario
- Para el autor de Los no lugares, espacios del anonimato. Hacia una antropología de los mundos contemporáneos, El tiempo en ruinas, Ficciones de fin de siglo, La guerra de los sueños, Travesía por los jardines de Luxemburgo y El viajero subterráneo: un etnólogo en el metro, entre otros libros, “escribir es crear una experiencia ambivalente del tiempo”, una frase que parece capturar los mundos que frecuentó. “Hay una diferencia radical entre el antropólogo y el escritor. Una buena antropología tiene que ser escrita porque ésa es su dirección última. Y esa escritura tiene una relación con el tiempo.
- Lo que quiero decir con lo de crear una experiencia ambivalente del tiempo es que hay un pasado de la experiencia de vida que utiliza tanto el antropólogo como el escritor, pero que sólo tiene significación en la perspectiva del fin. Cuando escribo, espero que al menos un lector –uno es suficiente– me lea. Porque si escribo quiero ser leído. La escritura y la lectura son experiencias profundamente antropológicas. No todos los antropólogos tienen una ‘escritura de escritor’, pero en la medida en que intentan comunicar algo –que es una constatación objetiva, pero también una experiencia subjetiva–, se conectan con el oficio del escritor”.
- El antropólogo que aspiraba a “una escritura de escritor” fue alumno de la École Normale Supérieure, se licenció en Letras clásicas y después se doctoró en Letras y Ciencias Humanas. “La imaginación es importante en todas las disciplinas, incluso en las científicas. No hay ciencia sin imaginación, porque los científicos tienen que elaborar hipótesis. Y una hipótesis es también una proyección. Necesitamos jugar con la imaginación pero cuando interpretamos las palabras y las teorías que atribuimos a los otros debemos ser cuidadosos, porque a veces tenemos demasiada imaginación. Lo más difícil es intentar imaginar lo que los otros están imaginando. Es como imaginar los personajes de una obra de teatro que no hemos creado”, comparaba Augé, que en 1985 fue elegido director de la École des Hautes Études en Ciencias Sociales (EHESS) y también fue responsable y director de diferentes investigaciones en el Centro Nacional para la Investigación Científica (CNRS).
- El antropólogo francés que inventó el término “etnoficción” con la idea de hacer las cosas más perceptibles para los lectores decía que los escritores del siglo XVIII como Voltaire o Montesquieu tenían personajes que eran menos importantes por su psicología que por lo que lograban destacar de las sociedades en las cuales vivían. “El etnólogo puede llegar a desdoblarse y considerarse él mismo el sujeto de estudio, como hice en El viajero subterráneo. Un etnólogo en el metro, donde indagué sobre la alteridad y la identidad en el metro y no tenía mejor informante que yo mismo”, explicó y agregó que en un libro anterior, La travesía por los jardines de Luxemburgo, la idea de “etnoficción” ya estaba latente.
- ¿Qué es la literatura? Esta pregunta le interesaba a Augé porque estaba convencido de que a menudo se entendía por literatura la novela. ¿O no son escritores Voltaire, Rousseau o Montesquieu?, aportaba un interrogante más para estimular la reflexión cuando afirmaba que hoy cada uno de los integrantes de ese “trío” fundamental de la cultura francesa serían considerados científicos, humanistas, filósofos. “Son escritores que han escrito ficciones, aunque no siempre”, aclaraba.
- “Hay una frase del novelista Julien Gracq que se refiere a este problema a propósito de la filosofía. Dice que es evidente que Kant no es un escritor, pero que Nietzsche es un escritor. Hoy tenemos una idea demasiado pobre de la escritura literaria. La literatura es más que la ficción. No es suficiente escribir ficciones para ser un escritor. A menudo se confunde literatura y ficción”, advertía. “La sociedad de consumo introduce, por intereses propios, esta confusión, sugiriendo que sólo la ficción es literatura. Lo que no es cierto. Cuando pensamos en la literatura del siglo XIX, hay mucha información en las obras de los novelistas, como en Balzac”.
- La ideología del presente
- En uno de los capítulos de Futuro despliega su confianza en lo que ha llamado “una utopía de la educación”, “la única esperanza de reorientar la historia de los hombres en la dirección de los fines”. En este ensayo, el antropólogo francés pone la lupa sobre una idea cuyos sentidos parecen olvidados por la pérdida de la perspectiva histórica: las complejidades del futuro se han borrado en un mundo amputado por la creencia de que se vive en una especie de “presente perpetuo”. “Tenemos un serio problema para imaginar el futuro, estamos viviendo en una ‘ideología del presente’ debido al régimen de la repetición de las imágenes y los mensajes que se difunden a través de los medios", reflexionaba Augé. "Es cierto que estamos más informados que nunca, ¿pero informados de qué? De noticias que son parciales y que se combinan para sugerir una situación general del mundo. Cada uno de nosotros estamos también alienados en nuestros medios de comunicación, de tal manera que finalmente hay una existencia que parece completamente vinculada con la idea del “puro presente’”.
- Las dificultades para imaginar el futuro eran una preocupación para el antropólogo. “La paradoja es que la ciencia avanza muy rápidamente y no sabemos cuáles van a ser los conocimientos dentro de 30 años, no los podemos imaginar. Hay un efecto de extenuación del futuro. Sé que hay una ‘literatura de anticipación’, pero lo que puede anticipar, lo que puede observar, cambia tan rápido que es muy difícil imaginar las consecuencias, salvo de manera completamente fantástica. En las películas de ciencia ficción se imaginaba a partir del pasado. Pero el pasado no nos interesa más, ahora vivimos en el presente. En esta paradoja de no saber utilizar el tiempo, no podemos conjugar el pasado y el futuro”, precisaba Augé en su última visita a la Argentina.
- Entonces, además de participar de “La noche de la filosofía”, presentó los libros que habían publicado en el país: El antropólogo y el mundo global (Siglo XXI), ¿Qué pasó con la confianza en el futuro? (Siglo XXI), Futuro (Adriana Hidalgo) y El tiempo sin edad (Adriana Hidalgo).
- Los no lugares
- En El metro revisitado postula que escribir un libro es una experiencia de muerte, como el amor en Marcel Proust; que un libro una vez publicado sigue el camino que le imponen los lectores. A más de treinta años de la edición de Los no lugares (Gedisa, 1992), Augé escribió que si un lugar puede definirse como lugar de identidad, relacional e histórico, “un espacio que no puede definirse ni como espacio de identidad ni como relacional ni como histórico, definirá un no lugar”.
- El antropólogo subrayaba que “la sobremodernidad es productora de no lugares”. En la contratapa de la primera edición del libro en español, publicado por Gedisa en 1993, se anticipa el impacto que generará este texto: “Si tras leer a Proust las magdalenas ya no volvieron a saber igual, después de este libro las esperas en los aeropuertos, las colas en los peajes, adquieren una nueva significación, en un mundo que podía sentirse asfixiante en su devenir, pero que no parecía inquietante en el deambular cotidiano”. La expresión no lugares ha tenido cierta fortuna, pero también generó un poco perplejidad en quien acuñó el concepto. “He utilizado una palabra que correspondía a un síntoma y que ha servido para razones diversas, incluso en disciplinas distintas como el urbanismo, la arquitectura, el arte y la literatura. Claro que hay relaciones que se podían establecer, cómo negarlo. Pero es un término que se ha escapado totalmente de mis manos”, reconocía el etnólogo francés en una entrevista con Página/12.
“Tomar conciencia de pertenecer a la especie humana cambia la pregunta a la que nos somete la edad, sustituye el ‘¿qué soy?’ por el ‘¿quién soy?’. Esta sustitución permite escapar de las lamentaciones del ego herido y de las insignificancias del egocentrismo”, argumentó hacia el final del ensayo “Todo el mundo muere joven”. El antropólogo de lo cotidiano tenía los gestos de un niño travieso, una indómita curiosidad y una sonrisa contagiosa. “La edad acorrala a cada uno de nosotros entre una fecha de nacimiento de la que, al menos en Occidente, estamos seguros y un vencimiento que, por regla general, desearíamos diferir", confesó Augé. "El tiempo es una libertad; la edad, una limitación”.
Ramon Alcoberro
No-lugares es el concepto que se usa en sociología y en antropología cultural para describir los espacios, básicamente urbanos e impersonales, de circulación, de consumo y de comunicación anónima, propios de nuestra contemporaneidad. Aunque había sido ya planteado por otros antropólogos (Duvignaud, de Certeau etc.), fue el etnólogo Marc Augé quien, en su libro Los no lugares. Espacios del anonimato (1992), consolidó el uso de “no lugares” para describir toda una serie de espacios por donde nos movemos casi imperativamente, pero que, por lo menos en un principio, no fueron pensados para que nadie permaneciese en ellos y, mucho menos aún, para residir o para socializarnos.
El concepto de “no-lugar” es uno de los que se ha revelado más significativo cuando se pretende explicar desde la antropología, pero también desde el urbanismo e incluso en la teoría política), el tipo de relaciones con el espacio (y por extensión con los demás humanos) que se ha establecido en nuestro tiempo. Las estaciones de metro, de ferrocarril o de autobús, los aeropuertos, las autopistas o los centros comerciales, por ejemplo, (pero también las audiencias de las grandes cadenas televisivas de entretenimiento) son “no-lugares”; deambula por ellos una gran muchedumbre, pero nadie vive allí. Son espacios del viajero, lugares híbridos donde “nunca se está en casa”. El no-lugar es el espacio básicamente urbano, típico del tiempo de modernidad avanzada, es decir, de lo que Augé denomina “sobremodernidad”, palabra que no debería confundirse con la “postmodernidad” de Lyotard, aunque ambos conceptos forman parte, más o menos, de un mismo campo conceptual. De hecho, la “sobremodernidad” y la “postmodernidad” se solapan de una manera clara. En cualquier caso, para situarnos en el debate sobre los no lugares tal vez no estaría de más empezar definiendo “sobremodernidad” porque un no-lugar es un espacio físico impensable sin ella. Ambos son conceptos que surgen en la crisis del humanismo y cuyo contexto es claramente existencialista. Mediante la referencia a la postmodernidad, Lyotard quiso expresar lo que sucede en un tiempo de creencias débiles, cuando se ha consumado el “fin de los grandes relatos” mediante los cuales los individuos se explicaban –a sí mismos y a otros– su existencia, sus anhelos y sus miedos. La posmodernidad es también un “pensamiento débil”, un flujo enmarcado en un tiempo donde la tecnología impone su ley. También en el vocabulario de Marc Augé, se llega se constata y se describe el fin de los grandes relatos, pero Augé destaca en el mundo actual una característica específica. “Sobremodernidad” es un tiempo en que abundan los acontecimientos, aunque no resulten significativos. Es la era de sobreabundancia, que conduce a la vacuidad. Se vive en medio de un proceso de aceleración (tecnológica, social, informacional) que conduce a la uniformización del mundo, pero también es un tiempo de vacío de ideas; de “estar” y “pasar” pero sin ser ni permanecer.
Como escribió Augé el prefacio de Hacia una antropología de los mundos contemporáneos (1994): “la paradoja del momento actual quiere que toda ausencia de sentido pida sentido, así como la uniformización llama a la diferencia”. Los no lugares describen el nuevo contexto urbano y simbólico que corresponde a la sobremodernidad. No se trata de lugares abandonados, ni marginales, ni vacíos, sino de espacios de circulación y de consumo, en los que se produce una confluencia anónima. Los no lugares pueden ser bulliciosos, a veces incluso espectaculares y estar llenos de gente que transita por ellos. Pero las gentes se detienen en ellos solo el tiempo mínimo imprescindible para comprar algo o para trasladarse de un sitio a otro. Son construcciones instrumentales, como lugares sin atributos, sin substancia, inseparables de la prisa (o tal vez mejor sería decir de la “aceleración”) y del nerviosismo propio de la “sobremodernidad”; y es fácil constatar que se multiplican cada vez más y que son idénticos en todas partes del mundo. Nada más igual, aquí y allí, que un aeropuerto. En los no-lugares uno difícilmente está solo, pero se encuentra en compañía solo física de otros (sin ninguna relación con quienes están al lado). Por los no-lugares solo “se pasa”; se procura abandonarlos rápidamente porque a veces producen desasosiego; y en el extremo ni siquiera somos conscientes de pasar por ellos porque hemos decidido no “verlos” sino tan solo “usarlos”.
“No-lugar” es lo contrario a “lugar antropológico”. Cualquier sociedad tradicional dispone, incluso con una cierta abundancia, de “lugares antropológicos” más o menos solemnes donde la comunidad se expresa, se conmemora y se representa a sí misma. En los lugares antropológicos “pasan cosas” que resultan significativas; en cambio, en los no lugares, lo mejor es que no suceda nada. Porque cuando algo sucede, acostumbran a ser desgracias. Las plazas donde la gente se reúne, las iglesias, las catedrales, las grandes plazas y avenidas, los palacios donde residen las instituciones, etc., resultan muy significativas desde el punto de vista antropológico o etnológico. Muchas veces se trata de “lugares de memoria”, cruciales para la historia y la cultura. Los lugares posen rasgos “identificatorios, relacionales e históricos” (p.58).
Por el contrario, un espacio que no se puede definir ni como identitario, ni como relacional, ni como histórico, es un “no-lugar” en el sentido que Augé da a este concepto. Existe un deber de memoria asociado a determinados lugares y tiene dos aspectos básicos: el recuerdo y la vigilancia – que es la actualización del recuerdo. Pero en un no-lugar nada de eso es posible. La “melancolía activa” de la memoria se contrapone al olvido del no-lugar. En el no-lugar “nunca estás en casa”; se pasa por él, pero ni se vive, ni se personaliza. Se puede expresar de una forma más técnica: en un no-lugar no hay correspondencia entre disposición espacial y disposición social. El no-lugar se usa por todos, pero no identifica a nadie. Tal vez solo el mendigo o algún vendedor callejero (y la policía en horario laboral) está allí en forma más o menos permanente. En un no-lugar la tradición no existe y ni siquiera su continuidad es demasiado segura. En un no-lugar lo sagrado no tendría ningún sentido, ni hay lugar para ningún ritual. Pero cada vez proliferan más los no-lugares y el propio Augé ha observado que para algunos jóvenes determinados no-lugares acaban siendo lugares de encuentro (en Barcelona, por ejemplo, los jóvenes se citan fácilmente ante la tienda de Apple en plaza da Catalunya, porque tienen wifi gratis). Tradicionalmente – y lo diremos con palabras del propio Augé, en su librito introductorio “¿Qué es la antropología?”, (ed. or. 2004): “la noción de alteridad no ocupa el centro de la actividad antropológica únicamente porque ésta trate de la diversidad, sino porque es su instrumento”. Cuando todo el planeta se llena de no-lugares la alteridad tiende a desaparecer o a reinventarse en formas a veces profundamente crueles (violencia callejera, machismo…). Y ese es un problema mayor de la modernidad. Hoy cuando “la identidad le debe tanto a lo global como a lo local” (“¿Qué es la antropología?” ed. esp. 2012, p.121) los no lugares son testimonio privilegiado de lo que se entiende por sobremodernidad.
De hecho, la diferencia entre lugares y no-lugares se empezó a borrar como consecuencia de la crisis de 2008. En Estados Unidos el aumento del precio de la gasolina y de las compras por Internet están produciendo la crisis de los grandes centros comerciales que, a veces, eran lugar de encuentro de gentes de una extensa comarca. Es obvio también que muchos centros comerciales en todo el mundo se han ido convirtiendo en refugios de parados y subempleados que solo buscan en ellos la calefacción y el aire acondicionado porque no tienen capacidad para consumir. Allí donde se suponía que la gente solo circulaba, hoy –y especialmente tras de la crisis del 2008– ya está empezando a “quedar”, primero – y a “quedarse” después. Augé siempre ha considerado –y conviene decirlo claro para evitar malos entendidos y dogmatismos varios–, que “no hay lugares y no lugares en el sentido absoluto de los términos; hay una diferencia radical entre las relaciones sociales simbolizadas y la comunicación real, tal como sucede en lo que llamamos ‘redes sociales’.” (El porvenir de los terrícolas, trad. es., p.37).
El no lugar puede acabar produciendo incluso algunas figuras, como por ejemplo los jóvenes del extrarradio, que terminan pareciéndose a su propia caricatura (por su ropa, lenguaje, etc.) de una manera bastante lamentable. E incluso el no lugar puede resultar un espacio lujoso (en El metro revisitado, pone el ejemplo del Metro de Caracas, un lugar extrañamente limpio en un entorno de grave conflictividad social). Pero con la globalización los no lugares van creciendo y, de hecho, las telenoticias acaban convirtiendo el mundo entero en no lugar donde la información se degrada a cosas que “pasan” sin crear auténtica realidad y ya ni siquiera se produce indignación moral. No nos puede sorprender que urbanistas y teóricos de la información cada vez usen más el concepto de “no lugar”. Tal vez porque se ajusta a una época donde el “pasar” ocupa el lugar de lo que alguna vez fue “ser”.
• Marc Augé: Los no-lugares. Espacios del anonimato. (ed. or., 1992), Traducción de Margarita Mizraji. Ed. Gedisa, 2008 (reimpresión).
• Marc Augé: Hacia una antropología de los mundos contemporáneos. (ed. or., 2009). Traducción de Alberto Luís Bixio. Editorial Gedisa, (3ª ed., 2006).
• Marc Augé: El metro revisitado. El viajero subterráneo veinte años después. (ed. or., 2008), Traducción de Rosa Bertán y Marta Betrán. Ed. Gedisa, 2009.
• Marc Augé: El porvenir de los terrícolas. El fin de la prehistoria de la humanidad como sociedad planetaria. (ed. or., 2017), Traducción de Alberto Berenguer. Ed. Gedisa, 2018.
• Marc Augé y Jean-Paul Colleyn : ¿Qué es la antropología? (ed. or., 2004), Traducción de Carlos Roche. Ed. Gedisa, 2012.
• Manuel Delgado: “Dentro del no lugar” Diario El País, 18 abril 2018.
¿Y la vejez? Responde Marc Augé: la vejez no existe, todo ser humano que muere, a la edad que sea, siempre muere joven.
SEGUIR EXPLORANDO en El tiempo sin edad Marc Auge
- EL TIEMPO SIN EDAD ETNOLOGÍA DE SÍ MISMO AUGÉ, MARC
- DOMINGO, 13 DE MARZO DE 2016
EN FOCO > MARC AUGÉ
https://www.pagina12.com.ar/diario/suplementos/libros/10-5807-2016-03-13.html
- LA SABIDURÍA DEL GATO- Por Marc Augé
- El tiempo es una libertad, la edad una limitación, según plantea el antropólogo Marc Augé en El tiempo sin edad: Etnología de sí mismo, que acaba de publicar Adriana Hidalgo. El punto de partida de este extraordinario libro es una observación de la vida de los animales domésticos y la manera como nos relacionamos las personas con los seres que viven su vida en unos años comprimidos, llenos de tiempo pero sin edad.
- La encontramos en el bosque de Marly, abandonada desde hacía bastante, hambrienta, implorante y decidida a no dejarnos volver solos. Estábamos de acuerdo. Mis padres se dejaron convencer. Yo era hijo único. Tenía unos diez años. Crecimos juntos, naturalmente ella más rápido que yo.
- Esta gatita tenía carácter y uñas fuertes que usaba de buena gana, sobre todo cuando me empecinaba en enseñarle algunos trucos, como si fuera un caballo de circo. Mis brazos se cubrieron de lastimaduras pero sufrieron menos que el terciopelo de los sillones de la sala en los cuales, para desesperación de mi madre, se arreglaba regularmente las uñas para asegurar su filo.
- Yo crecí; ella envejeció, en apariencia sin cambiar mucho de aspecto. Se volvió más calma, pensaba con una pizca de maldad, sabiendo que era más bien yo el que había renunciado a provocarla. Ya no arañaba mis manos ni mis brazos y nuestra relación se hizo cada vez menos lúdica, pero sin duda más apacible, casi contemplativa. Le encantaba controlar todo desde el aparador que estaba en el salón, justo detrás de un sofá de respaldo alto que ella misma había destruido. Cuando era joven, se subía de un solo impulso, sin esfuerzo, antes de alcanzar con un saltito elegante su lugar favorito; a veces solía quedarse en el sofá; entonces se acostaba en un equilibrio inestable, con las patas sabiamente dobladas, en el borde superior del respaldo, y me miraba tranquilamente como para desafiarme a hacer otro tanto. Al menos esa era la impresión que sentía ante ese espectáculo asombroso, impresión, con toda verosimilitud, imputable a mis remordimientos de entrenador fallido. Buscaba por sí misma la dificultad: algunas veces la vi tensar sus músculos, fijar la mirada en el lugar deseado para evaluar la altura y lograr la hazaña con un trayecto directo suelo-aparador sin la mediación del sofá. Y luego, insensiblemente, a través de los años, sus fuerzas declinaron. Primero renunció al aparador, luego ya no se tendió en lo alto del respaldo. De buena gana se quedaba acostada largas horas en el asiento del sofá, fiel al lugar, pero en el piso de abajo. Y finalmente tuvo dificultades para subirse incluso al sofá, que se convirtió en el techo de su nuevo retiro.
- Una o dos veces traté de ayudarla poniéndola sobre el aparador; pero si bien percibí que mi iniciativa no le molestaba, la vi desorientada y preocupada por bajar lo más rápido posible. Esa ya no era su altura. Comprendí que había cometido una torpeza, una falta de gusto o, mejor dicho, de modales, y me odié. Tuvo el mismo humor hasta el final, gozando del menor rayo de sol, pegándose al radiador en invierno, enderezando las orejas al menor arrullo de las palomas y, una vez llegada la primavera, recibiendo las muestras de afecto que no dejábamos de prodigarle, con la misma indiferencia benevolente que desde joven había sido su encanto.
- Mounette (es el nombre que le dimos sin desplegar esfuerzos excesivos de originalidad) tuvo una larga vida de gato y murió alrededor de los quince años en el departamento de mis padres que yo había dejado un poco antes.
- Los dueños de animales domésticos les atribuyen de buena gana cualidades de corazón y de alma y decretan que son fieles, leales, sinceros y hasta inteligentes. Esos juicios, además de traducir el carácter neurótico que se les puede asociar, en los dos sentidos, a la relación hombres/animales domésticos, implican el hecho de que por regla general estos no sufren las presiones sociales de todo tipo que se ejercen sobre aquellos: por domésticos que sean, estos animales se percibe que encarnan de manera espontánea cualidades eminentemente naturales. Que nadie se confunda: no estoy tratando de sugerir que mi gato era un sabio. No estudié la psicología de los gatos. Supe de qué se trataba por la imagen.
- Tuve dos gatos después, una pareja de la que sentía que era indisociable. La fuerza de la costumbre, como en los humanos, era por cierto el cimiento de su relación. Cuando eran jóvenes peleaban a menudo, sus juegos incesantes se volvían rápido un enfrentamiento. Por otra parte cuidaban su independencia y cada uno por su lado salían a la aventura cuando vivían en el campo.
- Pero se reencontraban muy pronto y cada noche se acostaban uno al lado del otro con los ojos semicerrados y aire cómplice. Envejecieron juntos y cuando el primero murió, el otro no manifestó una emoción especial, se acostó solo en el mismo lugar pero, a su vez, desapareció unos días más tarde.
- El gato no es una metáfora del hombre, sino un símbolo de lo que podría ser una relación con el tiempo que logra hacer una abstracción de la edad. Nos bañamos con el tiempo, saboreamos algunos instantes, nos proyectamos en él, lo reinventamos, jugamos con él; tomamos nuestro tiempo o lo dejamos deslizarse. Es la manera primera de nuestra imaginación. La edad, por el contrario, es el descuento minucioso de los días que pasan, la visión en sentido único de los años cuyo total acumulado, cuando se enuncia, puede sumirnos en el estupor. La edad acorrala a cada uno de nosotros entre una fecha de nacimiento de la que, al menos en Occidente, estamos seguros y un vencimiento que, por regla general, desearíamos diferir. El tiempo es una libertad; la edad, una limitación. El gato, aparentemente, no conoce esta limitación.
- El porvenir de los terrícolas. El fin de la prehistoria de la humanidad como sociedad planetaria
- Marc Augé EL PORVENIR DE LOS TERRÍCOLAS
- La vejez no existe- Reflexiones de Augé sobre el tiempo vivido.
- EL TIEMPO SIN EDAD
- MARC AUGÉ
- (Adriana Hidalgo - Buenos Aires)
- Al acercarse a los 80 años, Augé decide reflexionar sobre el tiempo vivido y tal es el asunto de este pequeño libro. Al llegar la edad, dice, conviene proclamar que es bienvenida y enumerar los regalos que nos trae: la sabiduría de la experiencia, la tranquilidad que sigue a los tormentos de la libido, la alegría de la lectura y de los pequeños placeres cotidianos; esto es, tratar a la edad como los antiguos hacían con las Erinias, que eran las diosas de la venganza pero las llamaban Euménides o sea las Benevolentes: dime cómo envejeces y te diré quién fuiste.
- Augé hace desfilar sus mejores lecturas a través de los años; surgen así desde Michel Leiris y su Edad del hombre o Stefan Zweig y las Memorias de un europeo hasta Alejandro Dumas: cada diez o quince años, dice, releo Los tres mosqueteros y El vizconde de Bragelone, sin olvidar El conde de Montecristo, obras donde la materia es el tiempo y la edad es el tema.
- En ese desfile no podían faltar Flaubert y Simone de Beauvoir.
- ¿Y la vejez? Responde Marc Augé: la vejez no existe, todo ser humano que muere, a la edad que sea, siempre muere joven.
- Para © LA GACETA- CORIOLANO FERNÁNDEZ