JUAN FORN Hoy domingo 21 de junio de 2021 murió de un infarto Juan Forn.
Rescato su frase: cuando tenés veinte años lo que te interesa es lo que creeés tener de único y después lo que más te interesa es lo que tenés en común con los demás.
Recomiento que lean la nota de SILVINA FRIERA en Página 12 "Juan Forn el autor que escribí y siempre invitaba a leer. Donde hay un video con una entrevista a Juan Forn que es imperdible.https://www.pagina12.com.ar/349567-juan-forn-el-autor-que-escribia-y-siempre-invitaba-a-leer
- Por otra parte Juan Forn generó adictos a sus Contratapas de los vienes en página 12. Su Contratapa del diario Página 12 del 07 de mayo de 2021 340161-anochece-en-alejandria hace referencia al poeta Konstantinos Kavafis
http://lassandaliasdeulises.com/camino-a-itaca-poema-kavafis/
- Cuando emprendas tu viaje a Itaca
- pide que el camino esté lleno de aventuras, lleno de experiencias.
- Que muchas sean las mañanas de verano
- en que llegues -¡con qué placer y alegría!-
- a puertos nunca vistos antes
Adiós a Juan Forn, el escritor y editor que cambió la manera de leer y escribir en la Argentina El escritor, traductor y editor Juan Forn, autor de obras como "Nadar de noche", "Frivolidad" y "María Domecq", falleció este domingo a los 61 años tras sufrir un infarto.
Por Julieta Grosso https://www.telam.com.ar/notas/202106/558466-a-los-62-anos-murio-el-escritor-juan-forn.html
Escritor, traductor, editor, fundador del Suplemento Radar, columnista de Página/12 y actualmente director de la colección Rara Avis de editorial Tusquets, Forn se transformó en un nombre insoslayable de la literatura argentina con su novela "Corazones cautivos más arriba" (1987), aunque su consagración llegó cuatro años más tarde con la antología de relatos "Nadar de noche", donde se destaca el potente relato homónimo en el que rinde cuentas con la figura ausente de su padre.
Una vez terminado su ciclo secundario, no se anotó en la universidad para seguir la carrera de ingeniería como esperaba su padre y se dedicó en cambio a recorrer Europa en un viaje iniciático que terminó de moldear su vocación asociada a los libros.
Regresó en 1981 y comenzó a trabajar en la editorial Emecé como cadete, un puesto alejado de las decisiones editoriales. Luego fue telefonista, corrector de pruebas, traductor -fue el encargado de traer al español la obra de autores como Yasunari Kawabata, John Cheever y Hunter Thompson- y finalmente, asesor literario. Integrante de una generación que se formó durante la dictadura, se convirtió junto a Rodrigo Fresán, Cristina Civale, Marcelo Figueras o Charlie Feiling en emblema de una nueva generación que vino a romper con los estereotipos asociados a lo que "debía ser" el escritor en la Argentina. Fueron conocidos como los “rockeritos”, por su asimilación del lenguaje y los modos de vida de muchos de los músicos de ese movimiento, con los cuales solían compartir salidas y tertulias nocturnas.
En 1994, Forn fue invitado por el Woodrow Wilson International Center (Washington DC) para finalizar "Frivolidad", novela que en sintonía con el clima de época signado por la cultura menemista recupera un lugar y un tiempo en los que el amor y las convicciones son estados fugaces y temporarios para radiografiar ese tiempo signado por la liviandad que impide formular preguntas sobre la naturaleza menos visible de las cosas.
Luego del episodio dramático que culminó con la pancreatitis, hace ya más de 15 años, Forn decidió dejar de vivir en la ciudad de Buenos Aires por recomendación médica. Con Flora -su entonces mujer- y su hija Matilda de dos años se instaló en las proximidades de Villa Gesell, donde residía hasta la actualidad. Hace un tiempo decidió donar dos mil ejemplares de su colección personal de libros para la Biblioteca Popular de esa localidad y quedarse solo con los de sus escritores favoritos, o los que pensaba releer
Hasta ese momento, había escrito y publicado novelas y cuentos. Sin embargo, en su nuevo destino en la localidad costera, a sus múltiples oficios como editor, traductor, escritor y asesor literario sumó el de columnista. Sus célebres textos escritos en Página 12 se publicaron bajo los títulos "El hombre que fue Viernes" en cuatro tomos llamados "Los Viernes" y "Cómo me hice viernes". El ciclo arrancó en 2008 y terminó en 2016, cuando el autor decidió que después de ocho años era suficiente y que era tiempo de iniciar una nueva etapa.
Juan Forn, el mejorador por Eduardo Fabregat
- Juan fue un escritor exquisito y un periodista brillante, pero también un editor generoso, de esos que no abundan, de los que no se meten en tu texto, se meten con tu texto, no por la soberbia de saberse mejor -que lo era- sino por respeto al lenguaje, por hacer de una pieza escrita algo digno de ser leído, merecedor de un tiempo de atención, respetuoso del lector. Capaz de abrir puertas e invitar a seguir caminos, que es lo que hacía él.
Juan Forn me mejoró. Y ya sé que estoy diciendo obviedades: Juan Forn nos mejoró a todos.
https://www.pagina12.com.ar/349567-juan-forn-el-autor-que-escribia-y-siempre-invitaba-a-leer
Por Silvina Friera https://www.pagina12.com.ar/349567-juan-forn-el-autor-que-escribia-y-siempre-invitaba-a-leer
Juan sintió que la poesía no le sentaba del todo bien y entonces descubrió que podía hacer lo que hizo Danilo Kis y también Vladimir Nabokov: hacer poesía enmascaradamente en la narrativa. “Yo aspiro a lo lírico de una manera evidente; en las Contratapas aspiro a llegar a cierta musicalidad, pero eso es todo lo que me puedo arrimar a hacer poesía. Así como leyendo prosa soy capaz de leer toneladas y toneladas, con la poesía, salvo cuando leo a poetas como Nicanor Parra o Idea Vilariño, que son fáciles de leer. Me doy cuenta de que soy nada más que un fan de la poesía, un adicto a lo poético”, reconocía el escritor. Entonces abandonó el intento de escribir poesía y se volcó hacia la narrativa con su primera novela, que originalmente tenía un título más largo, Corazones cautivos más arriba (1987), que después reeditaría con el título acortado y definitivo, Corazones.
La charla de Juan Forn con Silvina Friera y soci@s de Página/12 https://www.pagina12.com.ar/349567-juan-forn-el-autor-que-escribia-y-siempre-invitaba-a-leer https://www.pagina12.com.ar/349567-juan-forn-el-autor-que-escribia-y-siempre-invitaba-a-leer
Horror Vacui: hórror vacui. Loc. lat. que significa literalmente ‘horror al vacío’. Se emplea, en el campo del arte, para referirse a la tendencia a llenar todos los espacios de elementos decorativos. Es locución masculina: «El genio local se manifiesta en los diseños ornamentales, con un hórror vacui que se exacerbará en el barroco» (Geo [Esp.] 6.95). Su uso se ha extendido figuradamente a otros ámbitos: «Una especie de hórror vacui, que es necesario llenar aunque sea con compañía indiferente y con palabras descoloridas» (Donoso Casa [Chile 1978]). https://www.rae.es/dpd/h%C3%B3rror%20vacui Diccionario panhispánico de dudas
- CONTRATAPA DE LOS VIERNES -FORN habla de Constantino Cavafis (en griego Κωνσταντίνος Πέτρου Καβάφης, Konstantinos Petrou Kavafis. Alejandría, Egipto; 29 de abril de 1863 – 29 de abril de 1933fue un poeta griego, una de las figuras literarias más importantes del siglo XX y uno de los mayores exponentes del renacimiento de la lengua griega moderna
ENTREVISTA DE ANA FRONARO: http://materialtextual.blogspot.com/2017/05/juan-forn-entrevistado-por-ana-fronaro.html
- A los 61 años, murió de un infarto el escritor Juan Forn
El también destacado editor, traductor y asesor literario se encontraba en Mar de las Pampas, en la costa bonaerense. En 2007 había ganado el Premio Konex de Platino en la disciplina Periodismo Literario
- CONTRATAPA
- Viernes, 11 de mayo de 2012
https://www.pagina12.com.ar/diario/contratapa/13-193740-2012-05-11.html
- El Pabellón de los Helechos Arborescentes
- Cuando el neurólogo inglés Oliver Sacks tenía ocho años fue con su madre a los Jardines de Kew, el Botánico al sur de Londres. En el enorme pabellón de helechos arborescentes, que alcanzan los nueve metros de altura, el chico se perdió. Un guardia lo encontró antes de cerrar. La mujer desesperada corre a abrazarlo, el chico le pregunta al oído: “¿Podemos volver muchas veces?”.
- Cualquiera que haya tratado con fanáticos del jardín sabe que hay entre ellos una subespecie que está en cisma con el canon: las flores los abruman, pero no tienen límite con los verdes. Hacen los jardines más alucinantes, en mi opinión: todas las texturas, todas las formas, todos los tonos del verde, la luz enloquece de dicha en esos lugares. Pero las flores tienen mejor prensa.
- Oliver Sacks fue por la vida creyendo secretamente que tenía una tara de jardín hasta que, a los sesenta y cinco, caminando con un amigo por los pasillos del Botánico de Brooklyn, vio un cartel que anunciaba: “Reunión de la Sociedad de Helechos de América. Segundo subsuelo”. El amigo lo instó a bajar a curiosear. Eran doce personas, de las más variadas edades y colores y profesiones, ninguno era un profesional de la botánica, pero entre todos parecían saber cosas que ningún botánico del mundo conocía. Cuando tenían que referirse inevitablemente a una flor, decían antes: “Con perdón”.
- Sacks, que en su vida había participado con convencimiento en ningún grupo o sociedad incluyendo el matrimonio, encontró una fe. Sigue siendo neurólogo y escribiendo sus libros, pero cada tercer sábado del mes acude religiosamente a la reunión de la Sociedad de Helechos en el segundo subsuelo del Botánico de Brooklyn, y ha ido con ellos de viaje a Oaxaca y a Java.
- Me hizo acordar a una pandilla de pessoanos de la que escribí una vez. Habían alquilado la casa de al lado, eran de una corrección asombrosa, se pasaban la tarde bebiendo botellas de “vinho verde” portugués que habían traído especialmente, todos los demás turistas de Gesell puteaban por la lluvia, pero ellos estaban felices en la galería, bebiendo de a sorbitos y conversando de Pessoa como si fuera un jardín de helechos arborescentes: todas las texturas, todas las formas, en un solo color, en una sola persona. Eran de diferentes nacionalidades y profesiones, eran todos “solos” y se veían poco, porque vivían lejos y no les sobraba la plata, pero cuando podían se juntaban a darse una panzada de Pessoa. El día que se iban, la lluvia amenazó por fin amainar y uno de ellos dijo cuando salí a despedirlos: “Qué pena, mañana va a salir el sol”. Lo que lamentaba, me pareció, no era perdérselo: era que parara de lloviznar. Me quedé mirando el taxi que se los llevaba como cuando ya terminó de atardecer pero no hay que moverse todavía: eso es Pessoa, el jardín verde que se ve cuando se bebe vinho verde.
El jardín verde es la curiosidad, y la curiosidad es la vida. Oliver Sacks dice que el peor síntoma que puede tener un paciente es la pérdida de la curiosidad. Ingmar Bergman habla de eso de una manera formidable (de la curiosidad como pulsión vital) en un video que está en YouTube: “La curiosidad me salvó. Me salvó del miedo, de la ignorancia. Fue lo único, en mi adolescencia, y es lo único, todavía hoy”. Bergman dice estas palabras en un reportaje que le hacen junto a Erland Josephson en la televisión sueca. Bergman tiene 82 años y Josephson 77 en el momento del reportaje. Bergman no da entrevistas hace décadas, pero acepta porque Josephson lo acompaña. Josephson es, además de su actor favorito, su amigo desde los veinte años (Josephson tenía quince cuando se conocieron). Cada vez que Bergman necesitó hablar en su vida, lo hizo con Josephson. Uno se imagina a Josephson a lo largo de los años levantándose de la cama calentita en Estocolmo, poniéndose el gabán y diciendo a la beldad de turno que dejaba entre las sábanas (Josephson se casó más veces aun que Bergman): “Me voy a Färo. Ingmar necesita hablar”. Josephson es un sabio, Bergman es un genio. Uno entiende cuando habla, el otro cuando escucha. En el duelo de achaques físicos, Josephson está peor, pero parece más entero, porque es el custodio de su hermano mayor. En un momento del reportaje, Bergman contempla extasiado a su amigo. Josephson acaba de decir, sorprendiéndose él mismo de lo dicho: “Me alegra bastante no tener corazón”, como si ése fuera el secreto de su bondad. Un rato antes había dicho: “A mis cincuenta y dos años, cuando estaba saliendo de la pubertad...”.
- Bergman le regaló a su amigo, yo creo que en retribución por tal amistad, uno de los momentos más mágicos del cine. Está en Fanny y Alexander y se lo conoce como La Parábola del Tío Izak. Josephson es Izak, un tío postizo de Alexander y Fanny, una especie de ángel de la guarda que los rescata de su horrible padrastro. La escena ha sido relatada muchas veces: para calmar a los aterrados niños, Izak les dice que va a leerles un cuento, y abre el Talmud u otro libro sagrado que tiene en la mano. “Mi lectura no será muy fluida porque tengo que ir traduciendo sobre la marcha”, dice. Pero, a poco de empezar, alza la vista de las páginas del libro y ya no volverá a posarla allí hasta el fin del relato: el cuento habita en él. La historia es sobre un chico que va por un camino, con muchas otras personas, nada crece alrededor, hay viento, hay sol, no hay nada de sombra, a veces se pregunta adónde vamos, pero no lo sabe bien, o por qué partimos y de dónde, pero ya no lo recuerda. Un día se desvía de la manada y siente que está frente a algo diferente. Pero sus oídos están tan entumecidos por el sol, sus ojos tan cegados, su lengua y su piel tan agrietadas, que no puede sentir el agua que corre, el reflejo de la luz sobre las hojas, el color verde. El chico retrocede y encuentra a los demás, porque es fácil seguir a la manada. A la noche, oye a un viejo junto al fuego hablar del bosque y el manantial. De dónde viene esa agua, le preguntan. De una montaña cuya cumbre está siempre cubierta por una nube enorme, dice el viejo.
- Desde hace miles de años los hombres le hablan a su dios o le gritan al vacío sus temores y anhelos, todos esos clamores suben al cielo y se acumulan a lo largo de los años hasta hacer una nube enorme sobre la cumbre de una montaña que un día empieza a caer en forma de lluvia y corre por las laderas y crea el manantial y el verde. Todos han oído de eso, dice el viejo. ¿Y por qué no lo buscamos, entonces?, le preguntan. Porque nadie lo recuerda, dice el viejo: “Yo mismo creo haber estado una vez frente a él, hace muchos años. Pero no sabía aún que existía”.
- Existe. Es el Pabellón de los Helechos Arborescentes. Es el jardín verde que se ve cuando se bebe vinho verde. Es lo que salvó a Ingmar Bergman y Erland Josephson en la adolescencia y los acompañó hasta ese estudio de la televisión sueca. Es la compañía que nos hace nuestra curiosidad.