Conversación.

Conversación. ¿Conversar? ¿Entre nosotros…? ¿Con ellos…? ¿Conmigo mismo…?

Sería difícil encontrar algo tan extendido, al alcance de todos, que se manifiesta en cualquier circunstancia. Y desaparece cuando menos se lo espera.

Desde la charla balbuceante del bebé que, en su impotencia verbal, traduce sus declaraciones, reclamos y protestas en llanto, hasta las últimas palabras dichas al oído o expresadas sujetando la mano afectuosa que acompaña. Desde la cuna a la tumba, toda la vida es una conversación.

¿Cuántas veces con nosotros mismos? ¿Cuántas noches nos preguntamos, nos decimos, nos prometemos, nos reclamamos? ¿O rogamos, rezando, implorando, a Dios, al Universo, a la Vida, al Amor?

¿Cuántas veces esos curiosos y maravillosos momentos en que nos alcanza la felicidad, ocurren en medio de una conversación que celebramos con un amigo?

¿O los sentimos después de resolver un enojo, malentendido, confusión, mediante una charla sanadora? Con alguien al que nos unían -o separaban- ofensas, deudas, promesas, establecidas entre nosotros por palabas dichas o calladas, reclamos presentes, explicaciones ausentes, disculpas o perdones callados.

La conversación contiene todo. Trasciende el diálogo que es asociativo en la elaboración de un pensamiento. O el debate que busca tomar una decisión. Y con mucha más razón la polémica, que se propone la derrota del interlocutor.

La conversación es la forma más pura del contacto social, que nos hace humanos. Se conversa en la cocina, en los zaguanes, en el café, en la plaza. No plantea cuestiones de género. Las mujeres superan a los hombres en aprovechar las oportunidades para conversar.

Como bien dice Oakeshott: “En una conversación los participantes no se comprometen en una investigación o un debate; no hay que descubrir una 'verdad', ni probar una hipótesis ni sacar una conclusión. No tienen el propósito de informar, persuadir o refutar al otro y, por lo tanto, la evidencia de sus expresiones no depende de que hablen en la misma forma (en el “mismo idioma”): pueden diferir sin discrepar.

En la retórica es necesario cuidar que, en el fragor de la discusión, no se cometan falacias, que frecuentemente se dirigen a descalificar al interlocutor y no a responder sus argumentos. En cambio, la conversación es convocada para estar juntos. Lo que se habla aparece como el ejercicio, la práctica de estar juntos y “dar vueltas”.

Los diferentes resultados tienen en común haber animado el encuentro de los interlocutores, alimentando la conversación. Al final, las partes se despiden satisfechas de los intercambios y predispuestas a volver a encontrarse, Cada una seguirá pensando, aprovechando los materiales (datos, opiniones, interpretaciones) que la conversación ha dejado en los participantes.

Hugo Oscar Ambrosi

Abril de 2019


EnciclopediaRelacionalDinamica: AporteHugoAmbrosi (última edición 2019-04-25 16:15:20 efectuada por MercedesJones)