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''Necesitamos, quien lo duda, alimento, vestido, casa y cultura, libertad de expresión y conciencia, para llevar adelante una vida digna. Pero necesitamos también, y en ocasiones todavía más, consuelo y esperanza, sentido y cariño, esos bienes de gratuidad que nunca pueden exigirse como un derecho; que los comparten quienes los regalan, no por deber, sino por abundancia del corazón. (…) Educar para el siglo XXI sería formar ciudadanos bien informados, con buenos conocimientos, y asimismo prudentes en lo referente a la cantidad y la calidad. pero es también, en una gran medida, en una enorme medida, educar personas con corazón, con un profundo sentido de la justicia y un profundo sentido de la gratuidad.''

ADELA CORTINA, LA ÉTICA DE LA RAZÓN CORDIAL

Adela Cortina, Ética de la razón cordial. Educar en la ciudadanía en el siglo XXI, Premio Internacional de Ensayo Jovellanos, 2007, Ediciones Nobel


Necesitamos, quien lo duda, alimento, vestido, casa y cultura, libertad de expresión y conciencia, para llevar adelante una vida digna. Pero necesitamos también, y en ocasiones todavía más, consuelo y esperanza, sentido y cariño, esos bienes de gratuidad que nunca pueden exigirse como un derecho; que los comparten quienes los regalan, no por deber, sino por abundancia del corazón. (…) Educar para el siglo XXI sería formar ciudadanos bien informados, con buenos conocimientos, y asimismo prudentes en lo referente a la cantidad y la calidad. pero es también, en una gran medida, en una enorme medida, educar personas con corazón, con un profundo sentido de la justicia y un profundo sentido de la gratuidad.

Cortina afirma que existe una fuerte necesidad de formar ciudadanos políticamente activos, que participen en la construcción de una sociedad más justa e incluyente. Personas capaces de construir sociedad a partir de unos mínimos valores de convivencia y con las habilidades comunicativas que les permita dialogar y disentir en la diversidad propia de las sociedades actuales. Dice Cortina: Algunos de nosotros creímos poder defender que los españoles (también argentinos, latinoamericanos, etc) compartíamos un conjunto de valores y principios, a los que bien podía darse el nombre de «ética cívica» o «ética de los ciudadanos» de una sociedad moralmente pluralista. Esos valores y principios se sustanciaban en unos «mínimos éticos», teniendo en cuenta que son «mínimos» porque no se puede descender por debajo de ellos sin incurrir en inhumanidad.

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Adela Cortina es catedrática de Ética y Filosofía Política de la Universidad de Valencia y directora de la Fundación Étnor.

Doctora en filosofía; como becaria de la DAAD y de la Alexander von Humboldt-Stiftung profundizó estudios en las Universidades de Munich y Francfort.

Ha publicado, entre otros trabajos, Razón comunicativa y responsabilidad solidaria (1985), Crítica y utopía. La escuela de Frankfurt (1985), Ética mínima (1986), Ética sin moral (1990), La moral del camaleón (1991), Ética aplicada y democracia radical (1993) y la ética de la sociedad civil (1994).

¿Hasta dónde podemos llegar cuando la presión social arropa a los desalmados, a los que desprecian el dolor y el sufrimiento de otros?, ¿por qué esa distancia entre nuestras grandes declaraciones sobre los derechos humanos y las realizaciones de la vida cotidiana? “No tienen corazón” – dicen las gentes. Y aciertan. No tienen corazón, y por eso es imposible salvar el abismo entre los grandes dicho y hechos. Este libro de AdelaCortina propone unas nuevas bases para una verdadera ética de la ciudadanía, fundamentada no sólo en argumentos, sino en una razón cordial, capaz de aunar inteligencia, sentimientos y coraje, de modo que los valores morales arraiguen en los conciudadanos.

A partir del principio de que “conocemos la verdad nos sólo por la razón, sino también por el corazón”, por decirlo con Pascal, es preciso recordar que corazón, en su origen etimológico, significa al mismo tiempo afecto, inteligencia, talento y estómago. Educar en una ciudadanía cordial, en la capacidad de estimar los valores, de compadecer y de argumentar, es el propósito del libro.

Necesitamos, quien lo duda, alimento, vestido, casa y cultura, libertad de expresión y conciencia, para llevar adelante una vida digna. Pero necesitamos también, y en ocasiones todavía más, consuelo y esperanza, sentido y cariño, esos bienes de gratuidad que nunca pueden exigirse como un derecho; que los comparten quienes los regalan, no por deber, sino por abundancia del corazón. (…) Educar para el siglo XXI sería formar ciudadanos bien informados, con buenos conocimientos, y asimismo prudentes en lo referente a la cantidad y la calidad. pero es también, en una gran medida, en una enorme medida, educar personas con corazón, con un profundo sentido de la justicia y un profundo sentido de la gratuidad.(https://www.rafaelrobles.com/2007/07/tica-de-la-razn-cordial/) A tamaño y emotivo discurso no se llega por ciencia infusa sino que, a lo largo de 263 páginas, Cortina hace un recorrido, valiéndose de La isla del Dr. Moreau de H. G. Wells, por las distintas formas éticas que ha ido adoptando la humanidad para organizarse y concluir que la “ética cordis” (la que emana del corazón) es la clave para construir un mundo mejor y fundamento de las relaciones justas entre los seres humanos.

Me da la impresión de que este libro es la continuación de su importante Ética mínima, que escribió la autora hace más de 20 años, aunque esta vez se trate de páginas mucho más asequibles al lector normal, con ninguna cita a pie de página (que a veces se echan de menos) y un lenguaje mucho más fluido que la densidad extrema, aunque necesaria, de su obra anterior.

Es un libro que hay que leer, porque hace tomar conciencia de la magnitud de nuestra labor como actorxs sociales para erradicar las injusticias del mundo.

Aquí van las perlas:

Claro que los entusiastas del conflicto por el conflicto -no los agraviados, sino los resentidos, los que guardan en el alma un extraño resentimiento fosilizado- se alegran de no encontrar valores compartidos. Cuanto peor, mejor -sigue siendo la consigna. hay que agudizar las contradicciones -sigue siendo el mensaje. Pero los adictos al conflicto por el conflicto nunca tendrán capacidad crítica, nunca serán críticos, porque criticar es discernir entre lo que une y lo que separa, entre lo justo y lo injusto. Las enmiendas a la totalidad son tan dogmáticas, tan faltas de crítica, como las adhesiones incondicionales. (p 10).

El fundamentalista acepta determinados principios por algún tipo de fe y se niega a ponerlos en cuestión, se nuega a someterlos a la menor revisión racional. Puede tratarse de un fundamentalista económico, basado por ejemplo en el principio “indicutible” de que la economía busca el crecimiento, y además a través de una receta como la del Consenso de Washington. O de un fundamentalismo político, que opta por un partido determinado y no ve en él sino virtudes, y en los demás, vicios. O de un fundamentalismo de los hechos, incapaz de pensar sino en lo que todo el mundo ya acepta, ya da por bueno, porque da pánico la idea de ser rechazado por la masa de los “bienpensantes”.

También existe el fundamentalismo religioso, claro está, pero lo he nombrado en último término precisamente porque suele creerse que es único existente, como si la vida pública no estuviera impregnada, y en mucha mayor medida, por todos los demás. (p. 14)

“Usted se dejaría corromper? -Sie es una encuesta rotundamente no; si es una proposición, hablemos.” (p 35).

Como ha sugerido algún autor estadounidense con enorme perspicacia, las naciones -incluida la suya- deberían celebrar el “Día de la Interdependencia” más que el Día de la Independencia, porque mal lo tiene el país que quiera construir su vida en solitario en los tiempos que corren. (p 37).

El adoctrinamiento en una sola dirección es insuficiente para vender un producto, es necesario conocer las motivaciones de los clientes potenciales para encontrar un eco en ellos, y Moreau no se molestó en estudiarlos. Intentó modificar la anatomía, la fisiología, intentó indoctrinar y castigar con sufrimientos las infracciones, pero no se esforzó en persuadir sintonizando con los intereses. De ahí buena parte de su fracaso. (p 64).

Quien carece de compasión no puede captar el sufrimiento de otros; quien no tiene capacidad de indignación carece del órgano necesario para percibir las injusticias. (p 87).

El crítico social auténtico, no el que critica los acontecimientos a toro pasado para ser aceptado por los poderosos del momento presente, sino el que critica los acontecimientos que están teniendo lugar y a las gentes que realmente ostentan el poder, será desacreditado y perderá su reputación por coartadas -que no razones- diversas. (p 96).

Es comprensible que las gentes, por simpatía, aprecien al rico y al poderoso, porque la contemplación de su bienestar produce satisfacción. (p 95).

A los extraños seres de la isla les faltaban los sentimientos de orgullo, humillación y simpatía, por eso eran incapaces de sentir y saber que ciertas obligaciones lo son: carecían de la sensibilidad imprescindible para comprender lo que Kant llamaría “la grandeza de la ley de la humanidad”. No bastan los sentimientos, eso es cierto, pero sin ellos los ideales de la humanidad no encuentran el suelo propicio para arraigar. (p 98).

Acostumbrar a las gentes a obrar por su reputación es poner las bases del totalitarismo. (p 107).

No hay enseñanza neutral , sino siempre cargada de valores, por eso más vale explicitarlos y tratar serenamente sobre ellos para no caer en la indoctrinación. (p 142).

Ceder sólo a las presiones de aquellos grupos que tienen la capacidad de presionar, sea por lograr votos, dinero o tranquilidad, es radicalmente injusto. De ahí que para poder identificar los casos de miseria y de injusticia que aún no estén articulados políticamente necesitemos encontrar criterios, conceptos normativos básicos, que sean independientes de los movimientos sociales. No son los movimientos sociales los que han de guiar la teoría crítica, sino que el núcleo normativo de una teoría semejante es la violación de expectativas normativas de la sociedad, consideradas justificadas por los afectados, como bien señala Honneth. (p 173).

Sólo una comunidad de hablantes -diría Royce- es capaz de otorgar valor nominal a las ideas para que tengan valor efectivo; solo una comunidad de científicos -aclararía por su parte Peirce- puede ir desentrañamdo en el largo plazo de la investigación la verdad de las cosas. (p 174).

Es razonable trabajar por la paz, aunque no tengamos seguridad de que vaya a instaurarse. (p 180).

¿Hasta donde podemos llegar cuando la presión social imperante no abona el más elemental respeto, sino que premia a los torturadores, a los asesinos, a los desalmados, a los que desprecial el dolor y el sufrimiento de otros?, ¿hasta donde podemos llegar cuando la presión social rcompensa a los que no tienen corazón? (p 189).

No conformarse con la prudencia y la estrategia, sino apostar por la justicia. (p 210).

No hacer su vida por ellas, sino darles el poder suficiente como para que puedan hacerlas por sí mismas. Ese es el sentido de la política, la economía y las ciencias: empoderar a las personas para que sean sujetos agentes de sus vidas. (p 226).

El ingreso básico de ciudadanía es un ingreso básico, que cada ciudadano adulto percibiría anualmente, de forma incondicional, sin tener en cuenta sus ingresos ni su riqueza (…) que permite a los ciudadanos libertad real para organizar sus vidas, dedicándose a los trabajos que realmente desean ejercer. (p 233).

De ahí que propongamos el modelo de justicia del “interlocutor válido” que consiste en empoderar a las personas para que puedan ser interlocutoras válidas. (p 236).

Nuestra ética de la razón cordial ha encontrado la fuente de la obligación moral en el reocnocimiento recíproco de seres que se saben y sienten interlocutores válidos por compartir el bagaje de una razón cordial. (p 240).

El “analfabetismo emocional” es una fuente de conductas agresivas, antisociales y antipersonales, que desgraciadamente se multiplican en los distintos países, desde la escuelay la familia al fútbol, la delincuencia común, la destrucción graciosa o el terrorismo. (p 250).

Mejor le iría a nuestro mundo presuntamente “global” si los movimiento antiglobalización, en vez de limitarse a la manifestación y la repulsa de lo que hay, presentaran alternativas moralmente deseables y técnicamente viables. Que en lugar de repudiar la globalización, a todas luces imparable, propusieran alternativas realizables, dijeran: “queremos que la globalización se oriente de esta manera”.

https://www.rafaelrobles.com/2007/07/tica-de-la-razn-cordial/ Autor: Rafael Robles


MercedesJones

EnciclopediaRelacionalDinamica: AdelaCortina (última edición 2024-01-10 19:53:57 efectuada por MercedesJones)